En mi crítica a la tesis que afirma que la URSS es un capitalismo de Estado, sostuve que en el régimen soviético la desocupación no constituía un elemento de coerción sobre la clase trabajadora. Para avalar esta interpretación cité trabajos en los que se demuestra que en la URSS existía carencia de mano de obra, y que esto daba lugar a un cierto poder de negociación de la clase obrera frente a la burocracia. Pero los defensores de la tesis de que la URSS era un capitalismo de Estado sostienen que no es cierto que hubiera pleno empleo. Afirman que en realidad en la URSS existía desocupación; y que este es un elemento esencial para sostener que se trataba de un régimen capitalista. En esta nota por lo tanto respondo a este argumento y presento otros elementos.
El ejército de desocupados en el capitalismo
Precisemos cuál es el rol de la desocupación en el sistema capitalista. Pienso que el análisis de Marx (1999, cap. 23, t. 1) conserva su validez en lo esencial. Marx plantea que el ejército de desocupados es una condición de existencia del modo de producción capitalista. Esto se debe a que constituye el principal mecanismo que mantiene los salarios dentro de un nivel que no afecta, de alguna manera fundamental, a la ganancia, y por ende a la acumulación. Es que cuando el precio de la fuerza de trabajo aumenta (supongamos porque hubo un período de crecimiento extensivo) al punto que hace peligrar la tasa de ganancia, la acumulación se hace más lenta; o bien se introducen nuevas tecnologías que mandan a trabajadores a la calle. En cualquier caso, al aumentar el número de desocupados, los trabajadores que están ocupados son forzados a aceptar salarios menores (o peores condiciones de trabajo, etc.). Por eso el ejército de desocupados es utilizado como un arma de la lucha de clases. La amenaza de la desocupación actúa como una espada que pende siempre sobre el movimiento obrero, y ata a los trabajadores con cadenas invisibles, pero poderosas. Sin embargo, para que ocurra esto, el ejército de desocupados debe ejercer una presión activa en el mercado laboral (búsqueda de trabajo de los desocupados, o disposición a entrar en él).
La desocupación en la URSS
A pesar de las afirmaciones de los defensores de la tesis de la URSS como capitalismo de Estado, en el régimen soviético la desocupación no ejercía una constricción efectiva sobre los trabajadores. Esto es, la desocupación no constituía un ejército de reserva que presionara sobre la clase obrera ocupada. Pero… ¿acaso no había desocupación? Sí, había algo de desocupación, pero cuantitativa y cualitativamente era distinta a la existente en el capitalismo. No basta con registrar números, hay que entender qué significan. Para ver por qué, voy a partir de lo planteado por Joseph Porket sobre el desempleo en la URSS. Se trata de una fuente significativa, porque Porket durante años se concentró en refutar el discurso de las autoridades de la URSS, sobre la ausencia de desempleo en ese país.
Porket sostiene que si bien la la tasa de participación de la fuerza laboral era alta, existía en la URSS un desempleo que no estaba registrado. Según Porket, el desempleo abierto no registrado provenía en primer lugar de la rotación de mano de obra. De acuerdo a la definición oficial, la rotación incluía a todas las personas que dejaban su trabajo voluntariamente o eran despedidas por mal comportamiento. No incluía el abandono del trabajo por incorporación a las fuerzas armadas, jubilación, inhabilidad, término del empleo, parto, traslado del marido a otra localidad, matriculación en un estudio a tiempo completo y traslado a otra empresa perteneciente al Estado. Porket además reconoce que en la URSS las personas cambiaban frecuentemente de trabajo por insatisfacción con el sueldo, condiciones de trabajo, organización laboral, empleo con bajas calificaciones, pocas posibilidades de ascenso, vivienda inadecuada, distancia entre la vivienda y el trabajo, malas relaciones con los compañeros, falta de instalaciones para los niños en edad pre escolar. Según fuentes académicas, que cita Porket, todos los años alrededor del 13% de la fuerza laboral participaba de la rotación. Dado que el período de tiempo estimado entre trabajo y trabajo era de 20 a 30 días, el desempleo abierto vinculado con la rotación de mano de obra ascendía a entre el 1% y 1,5% de la fuerza laboral, excluyendo a los agricultores.
Por otra parte Porket registra también a los trabajadores que volvían de la conscripción; las mujeres que acompañaban a sus maridos a otro trabajo; los que terminaban sus estudios; y los que eran renuentes a entrar en empresas colectivas. Todos estos tardaban, en promedio, unos seis meses en entrar a trabajar (o reinsertarse en el trabajo). Con todo esto, Porket reconoce que la tasa de desempleo en la URSS era menor al 3%.
Antes de abordar lo que Porket llama el desempleo encubierto, analicemos un momento esta cifra. Dado que los despidos de empresas por causas de indisciplina eran muy poco frecuentes, la mayoría de lo que entra en la categoría “rotación” era producto de trabajadores que abandonaban las empresas voluntariamente, en disconformidad por algún aspecto de su situación. Lo cual encaja en la idea que expresé en la crítica a la tesis del capitalismo de Estado, acerca de que así se ejercía una presión sobre las direcciones de las empresas, y no al revés, como sucede cuando se hacen sentir los efectos del ejército industrial de reserva. Por lo tanto nos queda una tasa de desocupación que pudiera presionar sobre los ocupados de, a lo sumo el 2%, en la cual hay que incluir todavía a los que tenían resistencias a entrar a los trabajos estatales (por ejemplo, porque podían medrar en los mercados paralelos; no debe olvidarse que en la URSS existía la obligación de trabajar). Agreguemos que este nivel de desocupación no se modificaba con ciclos económicos, ni fluctuaba junto a oscilaciones de salarios. Puede advertirse entonces que tiene poca relación con el ejército industrial de reserva característico del capitalismo.
Por otra parte Porket considera desempleo encubierto a la sobredotación de personal en las empresas. Como hemos señalado en la nota sobre la Unión Soviética, se trataba de un fenómeno generalizado. Porket cita fuentes soviéticas según las cuales, la sobredotación de trabajo alcanzaba entre el 10 y 15% del total de la mano de obra. En 1984 equivalía a entre 13 y 19 millones de personas.
Y aquí viene una cuestión importante para nuestra discusión, ya que Porket sostiene que una razón para la existencia de una baja tasa de desempleo era la sobredotación, que “es crónica y general”. Explica que las empresas soviéticas tendían a dotarse de más mano de obra que la necesaria, que no tenían incentivos para deshacerse de la mano de obra sobrante, y además su facultad para hacerlo estaba severamente restringida. También explica que las empresas estaban obligadas a ofrecer una alternativa de ocupación adecuada a los trabajadores que ellas mismas hacían innecesarios. Puede comprenderse por lo tanto que desde un punto de vista racional y productivo, efectivamente se trata de una población sobrante (y por eso podía hablarse de “desempleo encubierto”, como hacía Porket), pero de todas maneras estos trabajadores no constituían un ejército de desocupados que ejerciera presión alguna sobre la clase obrera de conjunto. Es imposible que lo hicieran, porque contribuían a la escasez de la mano de obra. Por eso Porket registra el fenómeno inverso de lo que sucede en el capitalismo con el ejército industrial de reserva. En el capitalismo la desocupación obliga a los trabajadores a someterse más y más a la disciplina del capital, a intensificar los ritmos y prolongar las jornadas de trabajo. En la URSS, constata Porket, el exceso de personal en las empresas tenía como consecuencias ritmos de trabajo lentos y poco exigentes, baja productividad de la mano de obra, disciplina de trabajo relajada, altos costos de producción, ineficiencia, y divorcio entre recompensas y rendimiento. Porket agrega que tenía “efectos adversos sobre los hábitos de trabajo, y permite el descanso y la falta de concentración durante las horas de labor”. Se calculaba, según Porket, que las pérdidas de tiempo en los turnos llegaban al 15%-20% sin contar las ausencias de día completo, autorizadas o no autorizadas. En las granjas colectivas las pérdidas de tiempo de trabajo eran similares, y en la construcción superiores.
Cifras coincidentes
Los datos de Porket, y sus descripciones de la situación laboral, encajan en la tesis de que la falta de desocupación generaba un poder de negociación de hecho para la clase obrera soviética (con la contrapartida de ausencia de derechos democráticos a organizarse y actuar). También coinciden con Granick (1985), aunque con algunas discrepancias. Es que Granick sostiene que el ausentismo y la tasa de rotación de los trabajadores en la URSS no eran mayores ‑década de 1979 y principios de la siguiente- que en los países capitalistas adelantados. Sin embargo, en lo que hace a la tasa de rotación, Granick no toma en cuenta que en los países capitalistas el trabajo a tiempo parcial está extendido (y no lo estaba en la URSS); tampoco toma en cuenta las crisis cíclicas de las economías capitalistas. Además, en la URSS la rotación ocurría a pesar de las restricciones para la movilidad geográfica de los trabajadores, algo que está mucho más atenuado en los países capitalistas.
Por encima de estas discrepancias, hay sin embargo una serie de características de la relación laboral soviética que señala Granick, que están en la misma línea de lo que hemos venido sosteniendo. Plantea que en la práctica el empleador soviético estaba muy fuertemente limitado en sus facultades para despedir trabajadores, u obligarlos a cambiar su lugar de trabajo o locación dentro de la misma empresa. Que los despidos por razones disciplinarias representaban anualmente entre el 1% y 2% del total de la fuerza laboral de la industria, y que el despido por incompetencia de los trabajadores en la práctica no existía luego del período de prueba, que era de entre una y cuatro semanas.
Según el cálculo de Granick, la combinación de dejar los trabajos; del período de tiempo entre trabajos; y del tiempo entre terminar los estudios y conseguir el primer trabajo, daba una tasa de desempleo de aproximadamente el 2,3% a fines de los 70. De nuevo, si contamos que parte de esta cifra estaba compuesta por los que dejaban voluntariamente el trabajo, podemos decir que la presión del ejército industrial de reserva sobre la clase obrera era despreciable.
“Producción de sobrepoblación” ¿existía en la URSS?
Hemos visto que en el capitalismo la sobrepoblación se genera fundamentalmente durante las crisis, y mediante la introducción de la máquina y nuevas tecnologías (u organizaciones del trabajo). Esto da lugar a una ley de población que es específica del capitalismo, y consiste en que la población obrera se regenera y aumenta con la acumulación del capital, a una tasa mayor de lo que crece la población en general.
En la URSS, en cambio, los mecanismos de generación de sobrepoblación estaban bloqueados. Si bien existían fluctuaciones económicas, no se registran variaciones importantes de nivel de empleo a lo largo de los años. Por otra parte, el nivel de introducción de maquinaria era muy bajo. En coincidencia con los muchos autores que hablaron del crecimiento extensivo en la URSS, Granick señalaba que la inversión fija no estaba destinada a reemplazar el trabajo por máquinas, y esto se aplicaba tanto al trabajo no calificado como al calificado. Y existían fuertes restricciones a cambiar la composición de la inversión industrial en la Unión Sovética. En términos marxistas, esto significa que no aumentaba la proporción de maquinaria y equipos por obrero. El resultado fue que desde 1960 hasta mediados de los 1980 el crecimiento de la población empleada excedió al crecimiento de los recursos laborales. Tenemos entonces una ley de población que era la inversa de lo que sucede en el capitalismo. Naturalmente, no se puede comprender la ausencia de un ejército industrial de reserva si no se comprende esta diferencia con el capitalismo.
Más sobre el poder de negociación del trabajo
Ya he citado estudios, de autores de diferentes corrientes, que coinciden en señalar que dentro de los lugares de trabajo existía un cierto poder de los trabajadores para negociar, y que el mismo derivaba de la ausencia de un ejército industrial de reserva. Para más abundancia, resumo los principales puntos de un trabajo de David Mandel (no debe confundirse con Ernest Mandel), de fines de la década de 1980.
Mandel explicaba que los trabajadores en la Unión Soviética disfrutaban de una seguridad laboral de facto. Además, aunque los salarios podían variar de mes a mes, el salario promedio estaba garantizado, en la medida en que guardara una disciplina básica. Los bonos, premios, coeficientes de participación y otros pagos suplementarios ‑que representaban hasta el 50% del salario de bolsillo- en teoría dependían de la calidad e intensidad del trabajo, pero eran en un grado significativo automáticos. Los salarios no dependían de normas, como medida del trabajo, sino las normas eran a menudo adoptadas para asegurar un nivel salarial específico, que estaba muy débilmente ligado (si lo estaba) con la productividad. Estos acuerdos eran necesarios para atraer y mantener una fuerza laboral lo suficientemente grande para cumplir los objetivos del plan en condiciones de escasez crónica de trabajo y una provisión desigual de materias primas y bienes intermedios a la empresa. Este sistema, dice Mandel, al crear y mantener la escasez de trabajo, daba a los trabajadores un cierto poder de negociación (ellos podían votar con los pies), aun si los sindicatos no defendían sus intereses.
Al mismo tiempo las direcciones de las empresas tenían pocos incentivos contrarrestantes que las llevaran a economizar costos laborales. Sus fondos salariales provenían del presupuesto estatal y estaban calculados en gran medida sobre la base de los desempeños pasados, de manera que desalentaban aumentos grandes de productividad (que penalizarían a la empresa al año siguiente) y animaban a los directores a mantener el salario promedio y el número de trabajadores en niveles relativamente altos. Como resultado había una tendencia a la nivelación de los salarios. Además, muchos trabajadores con cualificaciones bajas eran asignados a empleos más calificados, como una forma de atraer mano de obra. Además, el rol motivador del salario individual además estaba socavado por la importancia de los salarios sociales ‑bienes gratis y servicios- que, por definición, no tienen relación con el trabajo individual suministrado.
Bajo la economía de “comando” las relaciones entre los trabajadores y la dirección de las empresas eran fundamentalmente conflictivas. El trabajo, a igual que en el capitalismo, estaba alienado, esto es, esencialmente bajo coerción. Los trabajadores veían que sus intereses eran restringir el esfuerzo; la tarea de la dirección era intensificarlo. Pero este antagonismo estaba atemperado por un elemento de intereses compartidos y de colusión. Es que, en buena medida, la dirección también estaba interesada en ocultar el potencial productivo a fin de evitar planes demasiado difíciles impuestos desde arriba, y tener capacidad para lidiar con el suministro irregular del sistema. Nadie quería normas “duras”.
Más adelante Mandel explica que por esto las direcciones de las empresas daban a menudo salarios altos (aunque eran erosionados por la inflación) y miraban para otro lado cuando había infracciones a la disciplina. En respuesta, los trabajadores ayudaban a las direcciones a cumplir los objetivos del plan tolerando violaciones de la legislación laboral y malas condiciones de trabajo.
El sentido de la perestroika
Refiriéndose a la reforma (perestroika) impulsada por Gorbachov, Mandel sostiene que el objetivo era acabar con la seguridad del trabajo, en la medida en que van a ser posibles los despidos y el quiebre de empresas; también pondría fin a las garantías del salario, e incrementaría las diferencias salariales, y reduciría la parte del salario social en la paga total. Preveía, como efectivamente sucedió, que las reformas harían más duras las cosas en los lugares de trabajo.
Efectivamente, señalemos que después de 1985 empezó a haber despidos, y hacia fin de la década el empleo estatal había disminuido en tres millones. Paralelamente el trabajo en las cooperativas (ya explicamos en la nota anterior que fue la forma de comenzar las privatizaciones) pasó de unos pocos miles de trabajadores, a 5.5 millones en 1990. Los reformadores tenían conciencia de lo que buscaban. Un ejemplo lo tenemos en Yevgeni Antosenkov, uno de los ideólogos de la perestroika. Antosenkov planteaba, a comienzos de los 90, que el desarrollo extensivo había llevado a un creciente déficit de fuerza laboral, en particular en las décadas de 1970 y 1980, cuando disminuyeron fuertemente las fuentes de aprovisionamiento de trabajo. Explicaba que esto tuvo consecuencias negativas, tales como caída en la efectividad y disciplina del trabajo, menor compromiso a considerar el trabajar como un bien social y creciente fluidez del trabajo. Antosenkov abogaba por la introducción de una economía de mercado para solucionar estos problemas, lo que significaba un mercado donde prevaleciera la oferta y la demanda, con empresas y organizaciones independientes, con diferentes tipos de propiedad. Pedía que se diera a las empresas el poder de despedir. Y se quejaba porque en la práctica, el despido de los trabajadores redundantes enfrentaba muchos obstáculos: las empresas que querían despedir eran invitadas a que ellas mismas buscaran empleo para los trabajadores; o se les prohibía despedir con muchas pretextos.
Una última observación: es notable como un autor con preparación en el marxismo ‑de alguna manera algo debía de tener- es capaz de captar y expresar, sin rebusques, las necesidades del capital. Antosenkov lo había comprendido: había que descargar el látigo de la desocupación sobre la clase obrera. Es la ciencia del capital, en plenitud.
Bibliografía citada
Antosenkov. Y. (1991): “A new employment concept in Soviet labour legislation”, en Guy Standing (ed.), In search of flexibility: The new Soviet labour market, International Labour Office, Geneva pp. 63 – 80.
Granick, D. (1985): “Job Rights in the URSS: Their Effect on the Organization of the Total Soviet Economy”, The Board of Regents of the University of Wisconsin System, mimeo, October.
Mandel, D. (1989) “’Revolutionary Reform’ in Soviet Factories: Restructuring Relations Between Workers and Management”, Socialist Register, pp. 102 – 129.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Porket, J. (1987): “¿Cuánto desempleo hay en la Unión Soviética?”, Estudios Públicos, Nº 28, pp. 279 – 291, Centro de Estudios Públicos, Chile.