Por ello inicio estas líneas destacando la importancia de que sintonicemos debidamente el conjunto de los elementos que se conjugan en el nuevo tiempo político que iniciamos. Nos jugamos todo en ello.
A lo largo del último medio siglo, la lucha en Euskal Herria y la libertad ha hecho posible que nuestro pueblo no sólo siga vivo, sino que se encuentre actualmente en un momento de ebullición política que lo ha sacado a la luz del mundo. Hubo tiempo de resistencia, de acometida; momentos funestos junto a otros tumultuosos. Luces y sombras. Pero ni España ni Francia han logrado asimilarnos en todo este tiempo. Esta es una victoria que debemos proclamar con el mayor de los honores cada vez que aburran con esa cantinela del «están derrotados y deslegitimados». Curiosa conclusión en la que los supuestos vencidos resulta que son precisamente quienes han fijado los parámetros de este tiempo nuevo.
Gracias a estos cinco decenios de lucha hemos alcanzado el momento histórico en el que estamos preparados para afrontar un cambio de ciclo político. Y lo hemos hecho. Hemos generado esa modificación de los parámetros del enfrentamiento desde nuestro propio análisis e iniciativa; desde nuestra madurez política y responsabilidad histórica con la nación vasca.
Es importante que seamos conscientes y hayamos interiorizado el significado de la unilateralidad , porque ha marcado de manera fundamental la óptica y los retos a los que nos hemos enfrentado.
Que la apuesta de la izquierda abertzale ha sido unilateral significa que no ha habido nada acordado con el Estado. Es decir, que avanzaremos tanto hacia la independencia como seamos capaces de incidir en la sociedad vasca, de movilizarla y organizarla; en definitiva, de condicionar al Estado hasta el punto de obligarle democráticamente a tener que asumir de manera inexcusable la soberana voluntad del pueblo vasco.
No hay más. Eso es todo. Aquí no hay fórmulas mágicas ni quien nos mueva el árbol. Ya no hay nadie delante abriendo camino o supliendo nuestras impotencias o miedos, nadie que con su absoluta entrega generosa a la patria nos cubra las espaldas o nos saque las castañas del fuego.
Ese abono ha caducado: o sembramos todos o no veremos los frutos.
Si en este tiempo crucial que vivimos alguien piensa quedarse esperando a que haya acontecimientos memorables que vengan dados, si alguien pretende estar a verlas venir a la plácida sombra de una ikurriña, si aún queda quien crea que esto es cosa de cuatro políticos voluntariosos que le van a ofrecer bombones de soberanía en bandeja de plata, ya puede ir despertándose y preparándose para trabajar.
No podemos permitirnos ahora tener abertzales mirando al cielo como esperando a la anunciación desde la residencia vacacional. Esa irresponsabilidad personal nos puede salir a un precio demasiado caro como pueblo.
De anteriores frustrados procesos hemos aprendido que no supimos activar todo el potencial de nuestra base social. La ilusión y la esperanza provocaron un deslumbramiento tal que nuestra gente se quedó paralizada aguardando la gran noticia, convencida de que el recorrido hacia la democracia y la paz estaba ya pactado en una suerte de feliz armisticio.
Tenemos también que mantener un equilibrio activo en nuestro comportamiento político y personal. La mayoría de los medios de comunicación, voceros del Estado, intentan subirnos a la montaña rusa de la bipolaridad; hoy saturan a la sociedad de mensajes positivos poniéndola exultante y mañana abren un oscuro abismo a sus pies; hoy todo luz y mañana todo túnel. Es la interesada estrategia de restringir el análisis político a circunstancias concretas aplicando luego el ritmo del péndulo que va de la ilusión a la frustración. Es el péndulo del hipnotizador que pretende tomarnos por miopes políticos.
Que no se nos olvide que los pasos de la izquierda abertzale son de largo alcance y por ello es imprescindible observarlos y analizarlos, afrontarlos con profundidad y perspectiva. Sólo así estaremos vacunados contra juegos tramposos, que los habrá.
El Estado va a tratar de frenar el desarrollo de este nuevo tiempo, consciente de que nada podrá hacer si somos capaces de activar la energía de la sociedad. No hay nada que detenga a un pueblo en marcha. Es probable que su primera pretensión sea enfangar el terreno con retórica vacía y engañosa. De hecho, es algo que ya está haciendo colocando a su gusto las «líneas rojas» y los listados de exigencia a la izquierda abertzale.
Enfangar el tiempo político y abundar en la retórica para asentarse en el inmovilismo, por ahí irán. Incluso no podremos descartar que recurran una y otra vez a la represión, al chantaje. Buscarán el hastío de la sociedad y que sus sectores políticos más activos se estanquen en el aburrimiento. En ese terreno ganan. En su fango no avanzamos.
Además, mantengámonos bien despiertos, no sea que el hecho de que nuestra iniciativa haya sido unilateral lo interpreten como carta blanca para el abuso y la prepotencia.
A la izquierda abertzale le corresponde la responsabilidad de dar al traste con esa táctica perniciosa, romper esas líneas de frente del Estado que, a fin de cuentas, no son más que expresiones de su impotencia.
Los abertzales de izquierda somos los catalizadores de la sociedad vasca; energía de transformación. Y como tal, tenemos la obligación de volcar sobre la sociedad la marea del independentismo para que cale hasta las raíces más profundas.
No tenemos nada que demostrar, sólo transmitir; ser agua e inundar con nuestro mensaje hasta el rincón más insospechado de la tierra vasca.
Para cumplir con esta apasionante tarea no es suficiente con proclamarse independentista, sino que hay que ejercer como tal. Ya no valen las excusas, cada abertzale tiene la responsabilidad de convertirse en la personificación del independentismo por el que luchamos. Si queremos poner Euskal Herria en la transición hacia la constitución de su propio estado soberano debemos actuar como tal desde ya mismo, iniciando a partir de nosotros la transformación.
Si ejercemos el independentismo desde todas las vertientes de la vida cotidiana, lo asumimos como un deber para con Euskal Herria y las futuras generaciones, no habrá posibilidad alguna por parte de los estados de detener nuestra marcha hacia la soberanía y el ejercicio de la voluntad popular. Pero hay que hacerlo. Es la clave de este tiempo.
Todo abertzale debe asumir el deber de hacer calar el independentismo en la sociedad para alcanzar ese momento en el que poder romper la última amarra con los estados, y que no les quede más remedio que reconocer Euskal Herria, su soberanía nacional e integridad territorial.
Tenemos nuestro idioma, cultura, tradiciones, medios de comunicación propios, ostentamos nuestros símbolos nacionales , apoyamos a nuestro deportistas, artistas, personajes queridos y representativos de nuestra tierra; somos una nación, un pueblo, una sociedad, un porvenir… podemos perfectamente desde ya mismo vivir como vascos de Euskal Herria rompiendo las sogas que nos siguen manteniendo cautivos de unos estados que no son más que lastre para nuestro desarrollo, para nuestro propio porvenir.
Todo abertzale tiene el deber de ser peón y arquitecto de la nueva Euskal Herria. Ésa es la clave. No hay más. En ello reside la victoria.
No podemos fallar.