Arqui­tec­tos y peo­nes del por­ve­nir- Joxe Mari Olarra

Por ello ini­cio estas líneas des­ta­can­do la impor­tan­cia de que sin­to­ni­ce­mos debi­da­men­te el con­jun­to de los ele­men­tos que se con­ju­gan en el nue­vo tiem­po polí­ti­co que ini­cia­mos. Nos juga­mos todo en ello.

A lo lar­go del últi­mo medio siglo, la lucha en Eus­kal Herria y la liber­tad ha hecho posi­ble que nues­tro pue­blo no sólo siga vivo, sino que se encuen­tre actual­men­te en un momen­to de ebu­lli­ción polí­ti­ca que lo ha saca­do a la luz del mun­do. Hubo tiem­po de resis­ten­cia, de aco­me­ti­da; momen­tos funes­tos jun­to a otros tumul­tuo­sos. Luces y som­bras. Pero ni Espa­ña ni Fran­cia han logra­do asi­mi­lar­nos en todo este tiem­po. Esta es una vic­to­ria que debe­mos pro­cla­mar con el mayor de los hono­res cada vez que abu­rran con esa can­ti­ne­la del «están derro­ta­dos y des­le­gi­ti­ma­dos». Curio­sa con­clu­sión en la que los supues­tos ven­ci­dos resul­ta que son pre­ci­sa­men­te quie­nes han fija­do los pará­me­tros de este tiem­po nuevo.

Gra­cias a estos cin­co dece­nios de lucha hemos alcan­za­do el momen­to his­tó­ri­co en el que esta­mos pre­pa­ra­dos para afron­tar un cam­bio de ciclo polí­ti­co. Y lo hemos hecho. Hemos gene­ra­do esa modi­fi­ca­ción de los pará­me­tros del enfren­ta­mien­to des­de nues­tro pro­pio aná­li­sis e ini­cia­ti­va; des­de nues­tra madu­rez polí­ti­ca y res­pon­sa­bi­li­dad his­tó­ri­ca con la nación vasca.

Es impor­tan­te que sea­mos cons­cien­tes y haya­mos inte­rio­ri­za­do el sig­ni­fi­ca­do de la uni­la­te­ra­li­dad , por­que ha mar­ca­do de mane­ra fun­da­men­tal la ópti­ca y los retos a los que nos hemos enfrentado.

Que la apues­ta de la izquier­da aber­tza­le ha sido uni­la­te­ral sig­ni­fi­ca que no ha habi­do nada acor­da­do con el Esta­do. Es decir, que avan­za­re­mos tan­to hacia la inde­pen­den­cia como sea­mos capa­ces de inci­dir en la socie­dad vas­ca, de movi­li­zar­la y orga­ni­zar­la; en defi­ni­ti­va, de con­di­cio­nar al Esta­do has­ta el pun­to de obli­gar­le demo­crá­ti­ca­men­te a tener que asu­mir de mane­ra inex­cu­sa­ble la sobe­ra­na volun­tad del pue­blo vasco.

No hay más. Eso es todo. Aquí no hay fór­mu­las mági­cas ni quien nos mue­va el árbol. Ya no hay nadie delan­te abrien­do camino o suplien­do nues­tras impo­ten­cias o mie­dos, nadie que con su abso­lu­ta entre­ga gene­ro­sa a la patria nos cubra las espal­das o nos saque las cas­ta­ñas del fuego.

Ese abono ha cadu­ca­do: o sem­bra­mos todos o no vere­mos los frutos.

Si en este tiem­po cru­cial que vivi­mos alguien pien­sa que­dar­se espe­ran­do a que haya acon­te­ci­mien­tos memo­ra­bles que ven­gan dados, si alguien pre­ten­de estar a ver­las venir a la plá­ci­da som­bra de una iku­rri­ña, si aún que­da quien crea que esto es cosa de cua­tro polí­ti­cos volun­ta­rio­sos que le van a ofre­cer bom­bo­nes de sobe­ra­nía en ban­de­ja de pla­ta, ya pue­de ir des­per­tán­do­se y pre­pa­rán­do­se para trabajar.

No pode­mos per­mi­tir­nos aho­ra tener aber­tza­les miran­do al cie­lo como espe­ran­do a la anun­cia­ción des­de la resi­den­cia vaca­cio­nal. Esa irres­pon­sa­bi­li­dad per­so­nal nos pue­de salir a un pre­cio dema­sia­do caro como pueblo.

De ante­rio­res frus­tra­dos pro­ce­sos hemos apren­di­do que no supi­mos acti­var todo el poten­cial de nues­tra base social. La ilu­sión y la espe­ran­za pro­vo­ca­ron un des­lum­bra­mien­to tal que nues­tra gen­te se que­dó para­li­za­da aguar­dan­do la gran noti­cia, con­ven­ci­da de que el reco­rri­do hacia la demo­cra­cia y la paz esta­ba ya pac­ta­do en una suer­te de feliz armisticio.

Tene­mos tam­bién que man­te­ner un equi­li­brio acti­vo en nues­tro com­por­ta­mien­to polí­ti­co y per­so­nal. La mayo­ría de los medios de comu­ni­ca­ción, voce­ros del Esta­do, inten­tan subir­nos a la mon­ta­ña rusa de la bipo­la­ri­dad; hoy satu­ran a la socie­dad de men­sa­jes posi­ti­vos ponién­do­la exul­tan­te y maña­na abren un oscu­ro abis­mo a sus pies; hoy todo luz y maña­na todo túnel. Es la intere­sa­da estra­te­gia de res­trin­gir el aná­li­sis polí­ti­co a cir­cuns­tan­cias con­cre­tas apli­can­do lue­go el rit­mo del pén­du­lo que va de la ilu­sión a la frus­tra­ción. Es el pén­du­lo del hip­no­ti­za­dor que pre­ten­de tomar­nos por mio­pes políticos.

Que no se nos olvi­de que los pasos de la izquier­da aber­tza­le son de lar­go alcan­ce y por ello es impres­cin­di­ble obser­var­los y ana­li­zar­los, afron­tar­los con pro­fun­di­dad y pers­pec­ti­va. Sólo así esta­re­mos vacu­na­dos con­tra jue­gos tram­po­sos, que los habrá.

El Esta­do va a tra­tar de fre­nar el desa­rro­llo de este nue­vo tiem­po, cons­cien­te de que nada podrá hacer si somos capa­ces de acti­var la ener­gía de la socie­dad. No hay nada que deten­ga a un pue­blo en mar­cha. Es pro­ba­ble que su pri­me­ra pre­ten­sión sea enfan­gar el terreno con retó­ri­ca vacía y enga­ño­sa. De hecho, es algo que ya está hacien­do colo­can­do a su gus­to las «líneas rojas» y los lis­ta­dos de exi­gen­cia a la izquier­da abertzale.

Enfan­gar el tiem­po polí­ti­co y abun­dar en la retó­ri­ca para asen­tar­se en el inmo­vi­lis­mo, por ahí irán. Inclu­so no podre­mos des­car­tar que recu­rran una y otra vez a la repre­sión, al chan­ta­je. Bus­ca­rán el has­tío de la socie­dad y que sus sec­to­res polí­ti­cos más acti­vos se estan­quen en el abu­rri­mien­to. En ese terreno ganan. En su fan­go no avanzamos.

Ade­más, man­ten­gá­mo­nos bien des­pier­tos, no sea que el hecho de que nues­tra ini­cia­ti­va haya sido uni­la­te­ral lo inter­pre­ten como car­ta blan­ca para el abu­so y la prepotencia.

A la izquier­da aber­tza­le le corres­pon­de la res­pon­sa­bi­li­dad de dar al tras­te con esa tác­ti­ca per­ni­cio­sa, rom­per esas líneas de fren­te del Esta­do que, a fin de cuen­tas, no son más que expre­sio­nes de su impotencia.

Los aber­tza­les de izquier­da somos los cata­li­za­do­res de la socie­dad vas­ca; ener­gía de trans­for­ma­ción. Y como tal, tene­mos la obli­ga­ción de vol­car sobre la socie­dad la marea del inde­pen­den­tis­mo para que cale has­ta las raí­ces más profundas.

No tene­mos nada que demos­trar, sólo trans­mi­tir; ser agua e inun­dar con nues­tro men­sa­je has­ta el rin­cón más insos­pe­cha­do de la tie­rra vasca.

Para cum­plir con esta apa­sio­nan­te tarea no es sufi­cien­te con pro­cla­mar­se inde­pen­den­tis­ta, sino que hay que ejer­cer como tal. Ya no valen las excu­sas, cada aber­tza­le tie­ne la res­pon­sa­bi­li­dad de con­ver­tir­se en la per­so­ni­fi­ca­ción del inde­pen­den­tis­mo por el que lucha­mos. Si que­re­mos poner Eus­kal Herria en la tran­si­ción hacia la cons­ti­tu­ción de su pro­pio esta­do sobe­rano debe­mos actuar como tal des­de ya mis­mo, ini­cian­do a par­tir de noso­tros la transformación.

Si ejer­ce­mos el inde­pen­den­tis­mo des­de todas las ver­tien­tes de la vida coti­dia­na, lo asu­mi­mos como un deber para con Eus­kal Herria y las futu­ras gene­ra­cio­nes, no habrá posi­bi­li­dad algu­na por par­te de los esta­dos de dete­ner nues­tra mar­cha hacia la sobe­ra­nía y el ejer­ci­cio de la volun­tad popu­lar. Pero hay que hacer­lo. Es la cla­ve de este tiempo.

Todo aber­tza­le debe asu­mir el deber de hacer calar el inde­pen­den­tis­mo en la socie­dad para alcan­zar ese momen­to en el que poder rom­per la últi­ma ama­rra con los esta­dos, y que no les que­de más reme­dio que reco­no­cer Eus­kal Herria, su sobe­ra­nía nacio­nal e inte­gri­dad territorial.

Tene­mos nues­tro idio­ma, cul­tu­ra, tra­di­cio­nes, medios de comu­ni­ca­ción pro­pios, osten­ta­mos nues­tros sím­bo­los nacio­na­les , apo­ya­mos a nues­tro depor­tis­tas, artis­tas, per­so­na­jes que­ri­dos y repre­sen­ta­ti­vos de nues­tra tie­rra; somos una nación, un pue­blo, una socie­dad, un por­ve­nir… pode­mos per­fec­ta­men­te des­de ya mis­mo vivir como vas­cos de Eus­kal Herria rom­pien­do las sogas que nos siguen man­te­nien­do cau­ti­vos de unos esta­dos que no son más que las­tre para nues­tro desa­rro­llo, para nues­tro pro­pio porvenir.

Todo aber­tza­le tie­ne el deber de ser peón y arqui­tec­to de la nue­va Eus­kal Herria. Ésa es la cla­ve. No hay más. En ello resi­de la victoria.

No pode­mos fallar.

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