Fue Telesforo Monzón quien propuso la imagen visual del jarrón roto en relación a la territorialidad vasca, especialmente la partición entre Nafarroa por un lado y Araba, Bizkaia y Gipuzkoa por otro. Lo hizo en los años de la transición posfranquista, cuando esta cuestión, como en los años 30 del siglo XX, se colocó en el primer plano del debate político y social.
Ahora que asistimos a revueltas populares en Túnez y Egipto y se habla del derrocamiento de los tiranos apoyados por el imperio, no está de más recordar que Franco murió en la cama y hasta ese momento se mantuvo al frente de un régimen apoyado por EEUU. La negación de la identidad, la lengua y los derechos del pueblo vasco fue una obsesión personal de Franco y una de las claves de su dictadura. Los guardianes del legado del 18 de julio de 1936 y sobre todo los militares, garantes de que la reforma nunca se convirtiera en ruptura, tuvieron un especial cuidado en que el estado de las autonomías evitara cualquier forma de unidad institucional de los cuatro territorios vascos peninsulares. Desgraciadamente, contaron con la inestimable colaboración del PNV, que no sólo tragó con la ruptura del jarrón, sino que asumió el papel de gestor principal de uno de los fragmentos, que reclamó para sí las señas de identidad del conjunto. Por supuesto, los jeltzales aceptaron aquello sin preguntar nada a la sociedad navarra. Para decirlo pronto y bien: nos vendieron.
Ahora, en 2011, vuelven a intentarlo. Llegan nuevos tiempos. El modelo del estado de las autonomías hace aguas por todos lados. El independentismo crece en Euskal Herria y Catalunya. La estrategia de asimilación ha fracasado: España les duele cada vez más. Y ¿cuál es la apuesta del PNV en esta fase? Capa de pintura brillante para el Estatuto a tres, apuntalamiento de la partición y aplicación bestial de la agenda neoliberal, con privatizaciones y saqueo de los fondos públicos.
Hemos escuchado un millón de veces que era la lucha armada de ETA la que impedía una unidad de acción entre «abertzales». A la vista está que se trataba de una excusa, otra más. El PNV ya ha hecho su elección y no es la suma de fuerzas por la independencia vasca, sino apuntalar el Gobierno del PSOE.
Esta apuesta del PNV lo empuja a sabotear los pasos dados por la izquierda abertzale y, sobre todo, la creciente acumulación social y política en torno a un modelo de construcción nacional desde la izquierda. El PNV no quiere el cambio, ni desea una transformación social progresista ni está por el ejercicio del derecho de la sociedad vasca a decidir su futuro. El PNV, cuyo centro de mando no está, como todo el mundo sabe, en Iruñea, ha decidido volver a vendernos, esta vez con la colaboración de Aralar.
Aparentemente, el debate se centra en NaBai, pero lo que está en juego es mucho más que una determinada plataforma electoral. Éste es un debate de estrategia, de proyectos, de política de alianzas y de valores. Lo que está en juego es mucho más que una determinada plataforma electoral. Éste es un debate de estrategia, de proyectos, de política de alianzas y de valores. Lo que está en juego es la construcción del país y el modelo de sociedad. Por eso el PNV ha dinamitado Nafarroa Bai. Por eso se empeñan en mantener roto el jarrón.