Pacificación es la restauración del orden perdido en el reconocimiento de la personalidad física, territorial y social del interlocutor, juntamente con todos sus derechos. Hasta ahora se hablaba de pacificación tras una guerra o una huelga como el conjunto de actividades diplomáticas, humanitarias o militares, que se llevaban a cabo con el fin de lograr el final de un conflicto bélico o social. Ahora tenemos que hablar de pacificación tras medio siglo de enfrentamientos terroristas o reivindicativos de identidad.
Ni toda guerra es neutra, como si sólo los otros hubieran sido los causantes de la ruptura del orden individual o social, ni toda pacificación es unilateral con exigencia a los vencidos del reconocimiento de su error y la vuelta al redil de la verdad absoluta.
Toda pacificación reclama de las partes enfrentadas una conversión, un arrepentimiento y un proyecto de nueva vida. Y esto tanto a nivel individual como social. Y no habrá verdadera pacificación si alguna de las partes actúa de forma autoritaria y despótica, como si toda la verdad estuviera de su parte.
La conversión reclama un cambio radical de dirección admitiendo la transformación del pensamiento, del lenguaje y de la acción. Conlleva una renuncia de la vida anterior y un sometimiento a las leyes legítimas y al derecho universal.
La conversión, según el brahmanismo, reclama la existencia de una iluminación que implique el abandono del camino llevado hasta el momento para emprender una nueva vida. Según la filosofía griega, la conversión reclama una profundización en el conocimiento del propio yo y de su íntimo ser. También los griegos exigían en la conversión una revelación singular por la que se alcanzaba una más clara visión de futuro. La conversión igualmente reclama el decaimiento del estado de soberbia o indiferencia en unos, o de rebelión en otros, para pasar a una más clara conciencia de confraternidad y de la colaboración.
La conversión no sólo atañe a los individuos, sino que también las sociedades deben entrar en un proceso de reflexión. Y cuando ha habido una guerra solapada secular de enfrentamiento social, ambas sociedades deben entrar en un proceso de purificación y conversión. La conversión debe ser un proceso no sólo individual, sino que es un revival en el que debe entrar toda una generación.
Toda conversión reclama el arrepentimiento, que consiste en el aborrecimiento de las injusticias cometidas y el emprendimiento de una nueva vida. El arrepentimiento debe ser interior, general y debe ser tomado por razones superiores, si bien no es necesario para recibir el perdón.
El arrepentimiento no se ha exigido hasta este momento nunca para participar en política ni europea ni española, ni para asumir cargos de responsabilidad. Díganselo, si no, a los antiguos miembros del partido comunista europeo y en España a cargos como Adolfo Suárez y otros miembros de su partido, o actualmente a los afiliados a Falange Española.
El perdón se puede conceder por cada una de las partes aun cuando no haya arrepentimiento en la parte contraria por la cortedad o la cerrazón del culpable de buena fe. Pero para empezar una nueva convivencia, el perdón debe reclamarse mutuamente a las partes enfrentadas.
Si el arrepentimiento no es obligatorio, ya que se relaciona con la propia idiosincrasia, el perdón sí es pieza fundamental de la pacificación, ya que es condición indispensable para entablar un nuevo camino.
En toda pacificación lo que es obligatorio es el cambio de vida de las partes enfrentadas. Aunque la conversión, el perdón y el cambio de vida no implican el desistimiento de la propia idiosincrasia.
En efecto, la pacificación no exige el cambio de idiosincrasia. El mundo de los vivos está compuesto de afinidades y de rechazos. Afinidades de todo nivel que no sólo son instintivas, sino que también las hay conscientes. Afinidades de gustos, de tendencias afectivas, de configuración, de sexo, de preferencias. Por estas afinidades de género las plantas se fecundan, los animales se aparean y forman camadas, rebaños y organizan migraciones, los hombres configuran sus formas de vida en distintos paisajes y en variadas organizaciones. Aunque todas las especies vivas tienen su hábitat que defienden de forma enérgica y aun bélica, sin embargo, se permiten las migraciones y la convivencia y adaptación de especies.
Sólo los humanos reclaman con razones ilógicas la territorialidad de su paisaje, impidiendo por razones variadas de economía, de lengua o de simple voluntad, la exclusividad de su asentamiento. Sin embargo, ni los vascos tienen un título de propiedad exclusiva sobre el territorio vasco ni los españoles de la patria España, ni los europeos de Europa. En toda la historia conocida de la humanidad las migraciones han sido normales y enriquecedoras.
La izquierda abertzale ha hecho su proceso de conversión que no implica el desistimiento de su idiosincrasia. En sentido opuesto a este camino recorrido, debe acompañar otro proceso igualmente de conversión de la sociedad vasca y de la sociedad española. En todos debe generarse la conversión y el arrepentimiento que no implica la transformación de idiosincrasia. Sin embargo, a cada una de las partes enfrentadas se le debe reclamar el arrepentimiento y la rectificación de las injusticias cometidas.
¿O es que acaso la violencia de ETA, el posicionamiento de la izquierda abertzale, el acompañamiento de los partidos democráticos vascos, la postura de fuerza legal y judicial de la mayoría española no han tenido unas raíces sociales y políticas y unas actuaciones manifiestamente vindicativas, de fuerza y aun dictatoriales?
Desde cuándo y por qué causas nació y subsiste el conflicto vasco que ha sido el espantajo que ha sustentado y el leiv motiv de la actuación conflictiva terrorista desde la transición?
¿Qué cambios sociales y políticos reclama la desaparición de ETA para que no haya nunca tentación alguna que justifique el resurgir de un nuevo movimiento parecido?
La pacificación implica la preparación de un nuevo camino en el que se satisfagan las reclamaciones de las partes, de modo que se coacten las sospechas y se cierren las posibilidades de una repetición del enfrentamiento.
La pacificación reclama la restauración del orden perdido, el reconocimiento de la personalidad y la aceptación de los derechos del adversario o interlocutor, es decir, los derechos humanos como persona y como ciudadano, los derechos sociales, laborales y económicos, los derechos de raza, lengua y territorio, los derechos como tribu, pueblo, nación, sindicato o asociación. Es decir, se exige el reconocimiento de la idiosincrasia del interlocutor, como individuo, como ciudadano o como comunidad libremente organizada.