Nota: Texto publicado en la revista La Época, Bolivia, Año IX, N. 464, 19-II-2011
Los conocimientos sobre las Américas, siendo importantes, fueron dejados en un segundo lugar porque la prioridad económica, política y cultural estaba en otros continentes. Esto explica en parte la casi total ausencia de estudios sobre las luchas populares y sociales en las Américas por parte del socialismo europeo en todas sus corrientes, no sólo en la marxista.
Preguntar sobre qué es el socialismo, parece algo obvio a estas alturas de la lucha de clases a nivel mundial. Por todas partes vemos escrita la palabra “socialismo”, pero si observamos con cierto detalle qué uso se le da en cada caso, vemos que pueden ser muy diferentes, llegando a contradecirse entre ellos. Ocurre así, sobre todo, cuando las masas avanzan en sus reivindicaciones y aparecen diferentes partidos “socialistas”: socialdemócratas, socialcristianos, socialiberales, socialistas a secas y socialistas con todos los matices. La cosa se complica al leer los debates sobre el “socialismo del siglo XXI”, como si con el cambio de milenio de la era cristiana el socialismo adquiriera un contenido nuevo. En este breve artículo intentaremos aclarar un poco este galimatías.
El socialismo premoderno
Desde finales del siglo XIV las luchas contra la explotación asalariada empiezan a arrojar alguna luz sobre características básicas iniciales del socialismo. En el norte de Italia y algo más tarde en algunas ciudades europeas, un complejo movimiento formado por artesanos y trabajadores urbanos, campesinos desarraigados y masas empobrecidas, plantean reivindicaciones entre las que destacan tres: aumento salarial y reducción del tiempo de trabajo, forma de propiedad colectiva y forma de poder popular que vigile el cumplimiento de los dos logros anteriores. Según la ubicación espacio-temporal de cada lucha, las reivindicaciones toman diversos ropajes y van acompañadas por otras como la prohibición de torturas, justicia igual para todos, fin de la corrupción, fin de los privilegios de la Iglesia y de la devolución de sus riquezas, etc. Pero la lección fundamental es que ya entonces aparecen en ciudades como Florencia reivindicaciones que serán esenciales del socialismo moderno.
Bastantes de estas reivindicaciones van dentro de una visión bíblica porque ciertas partes de La Biblia justifican algunas ideas sociales más o menos enfrentadas con las clases ricas. Su influencia fue más fuerte en las luchas campesinas que en las urbanas, y se mantuvo hasta la primera mitad del siglo XIX, como es el caso del metodismo en las franjas obreras inglesas con menos conciencia de clase. Una buena parte del socialismo utópico se formó integrando estas ilusiones. Pero otra parte, creada por intelectuales de origen noble y burgués, buscó su inspiración en las costumbres sociales de los pueblos no europeos expoliados por el colonialismo, sobre todo de las culturas americanas. Las formas de vida colectivas de muchas de estas civilizaciones, así como algunos restos de costumbres colectivas sobrevivientes cada vez menos en Europa, sirvieron para crear la tesis del “buen salvaje”, de la persona buena y no corrompida por el dinero y por la riqueza, y en el caso de las utopías más radicales, por la propiedad privada. De este modo, a comienzos del siglo XIX tenemos un socialismo utópico creado sobre el sincretismo de tres grandes corrientes: las versiones justicialistas del cristianismo, las versiones comunalistas del “buen salvaje” y las versiones sociopolíticas del incipiente movimiento obrero europeo. A esto se le unió luego, durante el tránsito de la utopía a la ciencia crítica, un cuarto componente: el marxismo.
En la cultura europea existía una clara separación: La elite burguesa admiraba el “lujo persa”, la “finura de la India”, la “sabiduría oriental”, el “exotismo asiático”, etc.; pero el movimiento obrero y socialista-utópico admiraba el “buen salvaje”. Con el ascenso del socialismo reformista, con la integración del movimiento obrero gracias en parte a los beneficios del colonialismo y del imperialismo, y debido también a la debilidad del socialismo marxista dentro del socialismo en su conjunto, por estas razones desaparecieron estas dos “admiraciones”, y se impuso el racismo eurocéntrico, componente vital para cimentar el tránsito del colonialismo al imperialismo y obtener la colaboración de las clases trabajadoras en las guerras imperialistas. Los datos y las noticias económicas, políticas, culturales, etc., que llegaban a Europa provenían de los continentes más productivos para el imperialismo, sobre todo de la India y China, mucho de Rusia y Asia Central, y poco de África. La mejor filosofía del momento, la hegeliana, es un ejemplo de la importancia concedida al choque entre Asia y Europa. Los conocimientos sobre las Américas, siendo importantes, eran sin embargo dejados en un segundo lugar porque la prioridad económica, política y cultural estaba en otros continentes. Esto explica en parte la casi total ausencia de estudios sobre las luchas populares y sociales en las Américas por parte del socialismo europeo en todas sus corrientes, no sólo en la marxista.
“Socialismo del Siglo XX”
La II Internacional, la socialdemócrata, apoyaba en la práctica el socialimperialismo de sus respectivas burguesías, pero en los Congresos condenaba el imperialismo. Es muy significativo el que el deliberado impulso a la ideología occidentalista y nacionalista burguesa se produjera coincidiendo con los grandes saltos teóricos dentro del socialismo en su conjunto. Mientras que el socialismo utópico perdía terreno desde la derrota de las revoluciones de 1848 y era poco a poco sustituido por la formación del marxismo; desde que el anarquismo perdía terreno tras la derrota de la Comuna de 1871 y era sustituido por el marxismo ya bastante desarrollado, y desde que este marxismo entró en choque con el socialismo lassalleano y reformista, en este mismo proceso, la burguesía alentó premeditadamente el racismo y el nacionalismo imperialista y militarista. Estas y otras razones, como la degeneración burocrática de la URSS, explican por qué el socialismo ha tardado en recuperar dos de los cuatro componentes: el valor de lo común, de la propiedad comunal, del ideal y del sueño comunista que laten en algunas críticas religiosas y en las formas comunales precapitalistas.
Desde esta perspectiva, si bien hablar de “socialismo del siglo XXI” puede ser pedagógico en algunos casos, es mucho más acorde con la experiencia de la humanidad explotada hablar del socialismo como un proceso que engloba tres fases: la primera es la postcapitalista y la protosocialista, en la que se destruyen muchos de los pilares del capitalismo, sobre todo el poder político armado burgués, su Estado que es sustituido por el Estado obrero y el pueblo en armas, se instaura la democracia socialista y los derechos de los pueblos y de las mujeres, se reduce el tiempo de trabajo explotado y aumenta el tiempo libre. La segunda, la fase socialista como antesala del comunismo, en la que se va superando la propiedad privada, las clases y el Estado, el dinero y la ley del valor, la división entre el trabajo intelectual y manual, y el sistema patriarcal, bajo el lema “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”. Y por último, la fase del comunismo, o socialismo definitivamente realizado, en la que rige el principio: “de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”, fase comunista sobre la que apenas podemos imaginar e intuir algunos de sus logros humanos.
Esta perspectiva de fases históricas en el tránsito revolucionario del capitalismo al comunismo, mediante el socialismo, nos ayuda a evitar los errores de mecanicismo dogmático, y nos exige una praxis abierta, autocrítica y sabedora de que el capitalismo no se hundirá nunca por sí mismo si no es vencido por los pueblos trabajadores.
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE.
EUSKAL HERRIA 27-I-2011