Cuánto darían algunos por ver las aguas de la izquierda abertzale más revueltas de lo que en realidad bajan, si bien no se trata de negar que el acto del Euskalduna y los estatutos de Sortu han provocado crujidos comprensibles, y hasta cierto punto inevitables, en un bajel que está realizando una importante maniobra de reorientación.
En estos casos, se podría recurrir al principio de la «obediencia debida», dado que el viraje emprendido ha sido previamente consensuado por todos los tripulantes de la embarcación. También se podría invocar la vigencia de los nuevos mapas de ruta; «Zutik Euskal Herria» o el Acuerdo de Gernika recogen los acuerdos fundamentales con los que se ha comprometido toda la marinería. Creo que, sin aferrarnos a esos argumentos de autoridad, existen sobradas razones para hacer una primera valoración de la estrategia que se eligió hace ya un año. No creo nos convenga poner nuestro cuentakilómetros a cero, ya que muchos de los elementos que hemos manejado hasta ahora nos pueden resultar de gran utilidad para medir la consistencia de un presente novedoso y de un futuro esperanzador.
Hemos cambiado de estrategia, pero siguen teniendo vigencia las metas que nos marcamos en tantas asambleas y reuniones anteriores. Dijimos mil veces que la recuperación de nuestra soberanía sólo sería posible si conseguíamos desenmascarar al Estado imperial y antidemocrático que negaba nuestra identidad, internacionalizar el conflicto, tender alianzas con otras organizaciones de parecidas sensibilidades, incorporar a las masas en este proceso, seducir a la ciudadanía con nuestras razones y con nuestra ilusión contagiosa… Trabajamos mucho para conseguirlo, pero siempre nos quedábamos lejos de lo que pretendíamos. Bastaba el último coche bomba para que nuestros entornos nos mirasen con resignada incomodidad, para que nuestros potenciales interlocutores se alejasen, para que nuestras movilizaciones fuesen solamente «nuestras», para que el Estado se viera legitimado y arropado por una gran masa ciudadana, para que nos cerraran las puertas de todas las cancillerías…
Me reafirmo en los objetivos anteriores, que hoy considero esenciales; se han convertido en herramienta para baremar la nueva situación. Tranquiliza el comprobar que, utilizando tales indicadores, la evaluación de la nueva estrategia es satisfactoria. En su corta vida ha demostrado una operatividad con la que siempre habíamos soñado y que jamás habíamos conseguido. El Estado sigue siendo antidemocrático, pero se encuentra más desnudo y a la defensiva que nunca; el ámbito internacional está reajustando sus valoraciones y ahondando sus compromisos para con Euskal Herria; la relación con otras organizaciones políticas y sindicales es las más fluida y consistente que recuerdo; las empalizadas que construyeron contra nosotros se resquebrajan; la lucha de masas se diversifica e incrementa con la incorporación de personas que antes no participaban; palpamos en el ambiente un optimismo que se trasluce en los rostros y que, inevitablemente, contagia. Éstas son las evidencias que, convertidas en razones, animan a seguir por el nuevo camino.