El triunfo del movimiento revolucionario y popular de Egipto ha dado lugar a algunos análisis en la izquierda excesivamente optimistas en cuanto a las posibilidades que encierra el movimiento, su dinámica y contenido. Básicamente, se sostiene que en Egipto se ha iniciado un proceso revolucionario de corte “objetivamente proletario”, que estaría abriendo (o profundizando) una situación “revolucionaria” en el mundo árabe, y generando una “crisis global del imperialismo”. Mi objetivo con esta nota es echar un poco de agua fría en el entusiasmo.
La caída de un dictador como Mubarak es un gran triunfo, ya que abre un espacio de libertades democráticas; lo cual mejorará las condiciones para que los trabajadores y las masas empobrecidas y oprimidas peleen por sus demandas. Sin embargo, la perspectiva de un gobierno de los trabajadores no está siquiera presente como posibilidad en el horizonte mediato. Para entender por qué, es necesario realizar un análisis en términos de clase. Como disparador para desarrollar mis ideas, tomo como punto de referencia algunas tesis que se han presentado en documentos de izquierda.
¿Revolución proletaria?
La idea que más me ha “chocado” en esos documentos sostiene que en Egipto se está desarrollando una revolución “obrera y popular” y que “existe un poder obrero y popular, objetivo, en la calle”, aunque “sin una dirección clara”. Se diagnostica que el gobierno y las fuerzas de la oposición no pueden controlar a las masas sublevadas; y que se ha producido una “crisis revolucionaria”, esto es, un vacío de poder, motorizado por una movilización permanente. Por esta razón la clase capitalista a nivel mundial, y todos los gobiernos y organismos internacionales, estarían enfrentados a las masas egipcias sublevadas, que “objetivamente” cuestionarían todo el sistema de dominación.
Si bien se admite que en Egipto no existen fuertes organizaciones obreras que tengan un rol de dirección, ni un partido socialista revolucionario, se afirma que está planteada la cuestión del poder de los obreros y del pueblo oprimido, e incluso la creación de organismos de poder dual (lo que se conoce como “consejos”, o “soviets” en la tradición revolucionaria). Asimismo se afirma que se ha abierto un proceso revolucionario en todos los países árabes; y que la caída de Mubarak “profundiza una situación revolucionaria a nivel mundial”, en la que se combinan la crisis económica del capitalismo con las derrotas de EEUU en Iraq y Afganistán.
¿Qué caracterización?
Empecemos con la caracterización del proceso. En primer lugar está la cuestión de hasta qué punto cabe hablar de una “revolución” en Egipto, y en segundo lugar, es necesario precisar su contenido de clase. En líneas generales, prácticamente todos los analistas, desde la derecha a la izquierda, han descripto el proceso egipcio como una revolución, dado el rol protagónico que han tenido las masas movilizadas en las calles, desbordando y sobrepasando controles estatales; y dada la magnitud de los enfrentamientos con el régimen dictatorial. Todo lo cual es real, y por lo tanto también vamos a mantener esta caracterización. Sin embargo considero que hay que puntualizar que en la caída de Mubarak intervinieron otras fuerzas, además del pueblo en la calle, y que hasta el momento de escribir esta nota (14 de febrero) no fue puesto en cuestión el rol del ejército, columna vertebral del Estado. En este respecto recuerdo que al momento de caracterizar la Revolución rusa de febrero de 1917, Lenin sostuvo que solo en parte era una revolución, y en parte “un semi-golpe de Estado”. El objetivo de esta observación era destacar no solo el carácter complejo del proceso, sino también la continuidad de estructuras de poder esenciales (por ejemplo la burocracia del Estado). Mutatis mutandi, en el análisis de la movilización egipcia es imprescindible tener presente que hubo factores “de poder” que no perdieron el control y operaron, en paralelo con la movilización, para provocar la caída final de Mubarak, cuando éste se demostró incapaz de contener el aluvión.
Abordemos ahora el problema del carácter de clase de la revolución en Egipto, posiblemente el tema más espinoso. Muchos análisis de izquierda sostienen que se trata de una revolución de “contenido obrero” (u “obrero y popular”) porque las masas tuvieron un rol central, forzaron la salida de Mubarak y además porque la mayoría de los que se movilizaron eran trabajadores o pobres desocupados.
El problema con este análisis es que si para caracterizar una revolución solo tomáramos en cuenta a los que “ponen el cuerpo” en las calles, deberíamos concluir que todas las revoluciones, por lo menos desde que existe la clase obrera, son “obreras”, ya que en todas la mayoría de las víctimas son trabajadores y oprimidos. Sin embargo lo decisivo para caracterizar no es la pertenencia de clase de los que se sacrifican en los enfrentamientos, sino las consignas y demandas que adopta el movimiento, así como las organizaciones (y sus direcciones políticas) que lo representan. Podríamos decir que la regla general es que, en ausencia de organizaciones independientes de los trabajadores, y con poder, son los oprimidos y explotados los que ponen los muertos, y las clases dirigentes las que deciden la política. Esta cuestión, que ya Marx apuntaba a propósito de la revolución parisina de febrero de 1848, se ha repetido una y otra vez.
Yendo concretamente al caso de Egipto, las demandas y consignas que prevalecieron hasta el momento tienen como objetivo la instauración de una democracia, que necesariamente será capitalista, dadas las condiciones existentes. Y esto es lo que determina entonces el carácter global del movimiento. Destaquemos que el Movimiento 6 de abril, que convocó a la primera manifestación masiva el 25 de enero, y participa de la Coalición de la Revolución de los Jóvenes, defiende un programa de libertades burguesas. Este programa es el que ha sido aceptado por la gente movilizada. Además de la salida de Mubarak, exige la disolución de la asamblea nacional y del Senado; la formación de un “grupo de salvación nacional” para formar una coalición gubernamental del transición hasta las elecciones; la redacción de una constitución que garantice la libertad y la justicia social; el juicio a los responsables de las muertes; y la libertad de todos los detenidos. Se trata de un programa de reformas burguesas.
Ninguna fuerza significativa fue más allá de estas demandas. Por supuesto, en qué medida se cumpla este programa dependerá de la relación de fuerzas entre las fracciones y tendencias. Por ejemplo, hasta el momento nadie ha cuestionado seriamente el rol de las fuerzas armadas (y según la Constitución, el Parlamento no puede ejercer algún control efectivo sobre ellas). Cuestiones de este tipo pueden ser objeto de enfrentamientos. Sin embargo, y esto es lo fundamental, nada indica que se traspasen, en un futuro previsible, los límites de un régimen capitalista, con libertades más o menos restringidas. Procesos similares se han dado en otras revoluciones que tumbaron regímenes dictatoriales (para mencionar solo dos, Filipinas con la caída de Marcos e Indonesia con la caída de Suharto) sin que se alterase el carácter capitalista del régimen social y político.
Observemos todavía que si bien las luchas obreras han tenido un rol importante en el debilitamiento del régimen, e incluso en la formación del Movimiento del 6 de abril (ver más abajo), los trabajadores no participaron como clase en las movilizaciones de la plaza Tahrir, sino en tanto que ciudadanos, indiferenciados.
Crecimiento capitalista y fuerzas sociales
Vinculado a la caracterización de la revolución egipcia como “obrera”, o de “contenido socialista”, está la idea de que las masas trabajadoras y de pobres urbanos o desocupados se movilizaron en oposición a todas las fuerzas burguesas, que de manera más o menos monolítica, defendieron sin fisuras a Mubarak. Por esto días también se ha dicho muchas veces que el alimento fundamental de esta movilización fue la terrible situación de pobreza (en Egipto el 40% de la población vive con menos de dos dólares diarios; hay un 44% de analfabetos; y un 10% de desocupación); y que fue agravada por el alza de los precios de los alimentos. Todo esto en el marco de reformas neoliberales, instrumentadas desde el inicio de los 90. Se sostiene entonces que los jóvenes de clase alta convocaron a las movilizaciones, pero en seguida habrían sido rebasados por esa enorme masa de proletarios y pobres urbanos; y que las fuerzas burguesas se habrían aferrado hasta el final al régimen de Mubarak, porque sería la única alternativa para sostener su poder y riqueza. La idea es que en última instancia la clase dominante en Egipto no puede adaptarse a la democracia burguesa, y por lo tanto el proceso “objetivamente” apunta al socialismo.
Pues bien, pienso que este análisis parte de un hecho cierto, a saber, que las reformas neoliberales generaron miseria y descontento, pero pasa por alto cuestiones sin las cuales es difícil tener una interpretación ajustada.
Para ver por qué, empecemos recordando que en los últimos años Egipto experimentó un crecimiento relativamente importante. Entre 2005 y 2008 creció al 7% anual; en 2009 el 4,7% y en 2010 el 5,3%. Algunos hablan incluso de “boom” económico. Lo destacable es que, como sostiene Haddad (2010), a lo largo de las dos últimas décadas surgió, en Egipto y otros países árabes, una economía con vínculos globales, que tiene como objetivo central proteger y asegurar a los mercados, y la acumulación del capital, y se caracteriza por el achicamiento de las economías centradas en el Estado. El fenómeno está ligado a la implementación de políticas neoliberales, con sus consecuencias: mayor desigualdad de desarrollo entre ciudades y regiones dentro de los países; mayor polarización social, especialmente entre ricos y pobres; aumento de los niveles absolutos de pobreza; pérdida de poder de las organizaciones obreras y campesinas; e impulso del consumismo. Esto es bastante conocido, pero lo más importante que señala Haddad es que las fuerzas que impulsan estos procesos son locales. Los organismos financieros internacionales apoyan y alientan estas medidas, pero las mismas se implementan aun sin este factor (lo demuestra el caso de Siria, que no tiene relaciones con el FMI y el Banco Mundial), porque los intereses de las élites locales, aun de aquellas que se proclaman socialistas, coinciden con los intereses de las instituciones financieras internacionales.
Por este motivo, sostiene Haddad, estamos asistiendo a una nueva etapa de desarrollo de relaciones capitalistas en países de la periferia, como Egipto y Siria, en la cual una nueva élite (de la burguesía) se está coaligando con los remanentes de la vieja burguesía, con la “nueva burguesía y emprendedores”, y con la burguesía estatal. Después de un período de construcción de capitalismo de Estado, a mitad del siglo XX, obligado por las estructuras sociales pos-coloniales y las realidades políticas, el desarrollo capitalista se reanuda con vigor, pero ahora con una nueva fuerza laboral, relativamente más educada y con mayor calificación, capaz de convertirse en consumidores y trabajadores en apoyo de las relaciones capitalistas locales y globales. Las instituciones financieras internacionales, continúa Haddad, pueden ser catalizadoras de estos procesos, pero no son las principales fuerzas que los causan; aquí están actuando fuerzas más amplias e impersonales, tales como las relaciones de mercado en un mundo cada vez más globalizado. Y los resultados han sido similares a los de otros lados: alto desempleo junto a demanda de trabajo no calificado, dramática expansión del sector informal y de la economía no regulada o en las sombras, concentración de la riqueza, polarización social, leyes laborales duras, declinación de la educación.
Enfatizo que todo apunta a mostrar que estamos ante un típico proceso “a lo Marx”, aunque bajo las formas del capitalismo dependiente. A igual que sucede en otros países subdesarrollados, en Egipto (y en otros regímenes árabes) ha habido crecimiento capitalista, que dio lugar al incremento de la clase trabajadora y a la polarización social, pero también a la marginación y pauperización de amplias capas. Buena parte de la industria egipcia se ha incorporado a la división internacional del trabajo a través de un vasto sistema de subcontratas, basadas en la súperexplotación de mano de obra descalificada y mal paga. Y han surgido nuevas capas de la burguesía.
El análisis anterior se enriquece y complementa con el muy buen estudio que presenta Aman (2011). En primer lugar Aman sostiene que en Egipto, ligado al crecimiento, hubo un ascenso del movimiento obrero en los últimos tres años, especialmente en las ciudades industriales vigorizadas y en las micro empresas de tipo “maquila”, o casas de sudor. Y también un movimiento contra la brutalidad policial.
Aman explica que esta movilización de los trabajadores no fue tanto en respuesta a la marginación y pobreza, y se debe más a la centralidad económica que tomaron. Es que en los últimos años Egipto volvió a emerger como un país manufacturero, aunque en condiciones de mucha tensión y dinámicas. Los trabajadores de Egipto se movilizan porque se han construido nuevas empresas, en el contexto de importantes flujos de inversiones internacionales. Esto último es importante, porque no es cierto que las únicas inversiones extranjeras provengan de EEUU o Europa. En Egipto, también en los últimos años, se han instalado varias zonas francas rusas; China realizó fuertes inversiones en toda la economía; y también hay inversiones de Brasil, Turquía, las repúblicas del Centro de Asia y los Emiratos Árabes, no solo en petróleo e inmobiliaria, sino también en manufactura, informática e infraestructura. Por todo Egipto se reorganizaron y reconstruyeron viejas fábricas, y se han instalado empresas, verdaderas “casas de sudor”, llenas de mujeres en las que se confeccionan ropas, zapatos, se arman juguetes o circuitos de computación para vender en Europa, el Medio Oriente y el Golfo. Estos trabajadores han venido protagonizando importantes huelgas en los últimos años, lo cual tuvo repercusiones.
Precisamente el Movimiento 6 de abril se creó cuando en la primavera de 2008 miles de jóvenes se unieron a través de Facebook para expresar su solidaridad con protestas de trabajadores. El nombre recuerda la convocatoria a una huelga general para protestar contra el deterioro de las condiciones de vida, el 6 de abril de 2007. Por otra parte, en los días del levantamiento final contra Mubarak hubo huelgas de empleados del Estado, de obreros textiles (estatales y privados), de trabajadores del Canal de Suez, de ferroviarios, y otros. Subrayo, esto no se puede entender si no se lo vincula al desarrollo capitalista egipcio. Y fue un factor que contribuyó a la caída del régimen.
Fracciones capitalistas
Pero también que existen otras fuerzas convergentes que, en grado diverso, cuestionaron al régimen de Mubarak. Por un lado, está en ascenso una nueva coalición orientada hacia un desarrollo nacional, conformada por empresarios y militares empresarios; y por otra parte una clase de micro y pequeños empresarios. Aman sostiene que hay un amplio espectro de agrupamientos seculares que representan la emergencia de patrones económicos dentro del país, vinculados a capitales de muchas procedencias, así como también a los flujos que provienen de los envíos de dinero realizados por profesionales egipcios que fueron a trabajar en el boom inmobiliario en los Emiratos. Por eso se asiste a una nueva globalización multi-dimensional, en la cual las divisiones Este – Oeste, y los moldes poscoloniales, se están rehaciendo de manera radical.
Aman plantea que en este proceso los militares se han convertido en uno de los mediadores más importantes, y entraron en conflicto con los sectores capitalistas más cercanos al régimen. Debe tenerse en cuenta que los militares tienen fuertes posiciones en industrias claves: en alimentos (aceite de oliva, leche, pan y agua); en las industrias del cemento y gasolina; en la producción de autos (joint ventures para producir Cherokees y Wranglers); y en la construcción. Otra fuente de ingresos es la venta de tierras públicas para la construcción de barrios cerrados y similares. Algunos estudiosos hacen ascender su poder económico hasta un 10% o 15% de la economía egipcia, aunque otros consideran que es menor (Stier, 2011). En cualquier caso es muy significativo. Aman sostiene que en los últimos años, los militares desarrollaron fuertes intereses en el turismo, centros comerciales, barrios privados y resorts de playas, y que odiaban a los capitalistas que rodeaban a Mubarak y vendieron tierras y activos nacionales a corporaciones de EEUU y europeas. Por otra parte desean que haya turismo para que consuma las construcciones en las que invirtieron miles de millones.
Otra fuente de conflicto, que señala Stier (2011), habría tenido como fuente el poder creciente de Ahmed Ezz, dirigente del partido del gobierno, NDP, íntimo aliado de Gamal Mubarak, y presidente de Ezz Steel, la mayor productora de acero de Medio Oriente. Según Stier, los militares se exasperaron cuando advirtieron que Ezz podía comprar, con ayuda del régimen, empresas estatales del acero, reforzando su posición dominante en la industria. Los militares no solo estaban interesados en las mismas industrias, sino también, como grandes compradores de acero, serían vulnerables a la capacidad de Ezz de imponer precios casi monopólicos. No es casual que Ezz esté enfrentando en estos momentos cargos por corrupción y enriquecimiento.
Por otra parte Aman sostiene que existe otro sector de grandes capitalistas, de corte más nacionalista, que tomó distancia de Mubarak cuando este empezó a tambalear, ya que no dependían directamente del régimen, y podían verse afectados por la entrada de algunos grandes capitales internacionales (que eran favorecidos por funcionarios del gobierno, que actuaban como intermediarios). Un representante de este sector de altos empresarios es Hosam Badrawy, que fue nombrado secretario general del NDP en reemplazo de Gamal Mubarak, poco antes de la caída del dictador. Badrawy fundó, en 1989, el primer centro de salud privado de Egipto, HMO, y ha estado a favor de la privatización de los servicios de salud. Pero la industria está amenazada por la competencia internacional, y Badrawy, según Aman, hoy hace campaña nacionalista. Gamal Mubarak, que actuaba como vehículo de la inversión extranjera, representaba un peligro para Badraway. Otro empresario representativo de este sector es Naguib Sawiris, que se auto propuso como presidente para conformar un Consejo Transicional de los Hombres Sabios. Sawiris lidera la mayor empresa privada egipcia, Orascom, que construyó ferrocarriles, resorts de playas, barrios cerrados, autopistas, sistemas de telecomunicaciones, granjas de viento, condominios y hoteles. Es un financiero importante del mundo árabe y de la región del Mediterráneo.
Aunque Aman no los menciona, agreguemos a Anis Aclimandos, vinculado a proyectos de desarrollo inmobiliario, que movilizan inversiones locales y extranjeras. También Safwan Thabet, presidente de Juhayna Food Industries, gran productor de leche, derivados y jugos (Goldber, 2011). Todos estos empresarios, junto a los militares, propusieron la formación de un Consejo de transición. Aman sostiene que rompieron con los capitalistas más directamente dependientes de la globalización, y los “barones de las privatizaciones”. En cualquier caso, todos ellos quedaron bien “acomodados” para continuar sus negocios bajo el nuevo régimen.
Antes de ir al otro gran sector que rompió con Mubarak, los micro y pequeños empresarios, dejamos anotado el rol de los Hermanos Musulmanes (según Aman). Entre las décadas de 1950 y 1980 los Hermanos Musulmanes agrupaban y representaban a elementos frustrados de la burguesía nacional. Pero en los 80 surgió una “nueva vieja guardia” de los Hermanos Musulmanes, que fue cooptada parcialmente por el régimen de Mubarak. Por un lado, porque pudieron intervenir con candidatos independientes en el Parlamento, pero también porque Mubarak les permitió participar en el boom económico. Por eso los miembros del ala empresaria de los Hermanos Musulmanes hoy tienen empresas de teléfonos celulares importantes, desarrollos inmobiliarios, y han sido absorbidos por la máquina del partido gubernamental, el NDP, y el establishment de la alta clase media. Esto explicaría la posición tibia y contemporizadora que tuvo la Hermandad durante el levantamiento.
Por último llegamos al sector de los pequeños y micro empresarios. Aman explica que en los 90 el Banco Mundial y el FMI favorecieron el otorgamiento de micro créditos para establecer negocios. Se generó así una masa de pequeños empresarios, que sufrían el acoso policial por el pago de los créditos; y también la corrupción, el pago de sobornos y el hostigamiento de la policía. Muchos de ellos tenían una instrucción media, pero no podían desarrollar sus negocios, y estaban ahogados por el régimen. Este sector estuvo en el corazón de las movilizaciones contra Mubarak. A lo que se agregó una amplia capa de profesionales, técnicos y personal calificado, estudiantes y en general muchos hijos de la burguesía.
Por lo tanto se trata de un proceso complejo, en el que confluyen diversas fuerzas, con intereses de largo plazo, pero que rompían o, en todo caso, no tenían inconveniente tomar distancia del régimen o contribuir a su caída, en busca de una transición más o menos controlada.
La descripción de las fuerzas sociales, y su relación con la evolución que se ha estado dando en los últimos años, explica por qué el movimiento triunfante no apunta hacia alguna forma de nacionalismo estatista; y por qué no se advierte una influencia importante de los sectores religiosos fundamentalistas. Todo indica que se va hacia alguna forma de democracia burguesa, posiblemente con fuertes limitaciones, a menos que el movimiento popular obligue a las fuerzas burguesas a mayores concesiones.
Algunas consideraciones finales
Lo planteado hasta aquí no tiene como objetivo minusvalorar lo obtenido. La caída de un régimen dictatorial como el egipcio significa una conquista democrática de proporciones. La diferenciación de intereses entre capitalistas (incluidos los pequeños) y los obreros puede operarse de manera más abierta si existen libertades para la organización, para la crítica y la circulación de ideas de izquierda. Una democracia burguesa no deja de ser en esencia una dictadura de la clase dominante, pero abre espacios y posibilidades de organización. Pero una cosa es valorar este logro, y otra muy distinta pensar que se está a un paso de la formación de “soviets” revolucionarios. Por ahora el proceso revolucionario es “primaveral”, asistimos a la unión de todas las clases (solo una fracción pequeña, adicta al régimen, está por fuera) y no se advierten expresiones políticas independientes de la burguesía, de la clase trabajadora, de relevancia. Los análisis deben partir de lo que existe, no de ensoñaciones.
En cuanto a la situación de EEUU y otras potencias en la región, no debería exagerarse el grado de su “crisis”. Es cierto que Washington tardó en soltarle la mano a Mubarak, y algunos sectores del establishment americano le están pasando factura por esto. También es una realidad que la política de Obama está empantanada y en crisis en Afganistán (no estoy tan seguro de que lo esté en Irak). Pero en cualquier caso, hay un abismo entre esto y la idea de que estemos ante una “crisis de dominación global” del capital (y esto es lo que realmente importa en el análisis de fondo). En primer lugar, siempre debería tenerse presente que la clase dominante tiene una gran capacidad de negociación y adaptación. Por supuesto, puede que alguna fracción, o dirección política no se adapte, pero no es el caso cuando nos referimos al capital “en general”. Incluso en el caso “extremo” (por ahora improbable) de un régimen dirigido por los jóvenes del Movimiento 6 de abril, el capital “en general” (las empresas con inversiones en el mundo árabe; los organismos financieros internacionales, los gobiernos de las potencias y otros países con intereses en la región) siempre pueden adaptarse y negociar.
¿Acaso el capital no hace buenos negocios en países hoy gobernados por ex guerrilleros de izquierda, por ex marxistas, por ex “enfants terribles” de la burguesía, y tantos otros “ex”? Mucho menos radicalizados, por supuesto, son los jóvenes que lideran el Movimiento 6 de abril. Nada indica que pudiera haber crisis de dominación por esto. Por otra parte, y más en concreto, el ejército ya ha anunciado que garantizará el orden hasta las elecciones; pueden existir coletazos (los manifestantes más radicales no querrán perder terreno), pero por ahora la situación no se ha salido de cauce para la clase dominante. Incluso el ejército ha prometido respetar la paz con Israel (¿quién se acuerda del derecho de los palestinos a volver a sus tierras?).
En esta coyuntura, seguir hablando de que “la revolución está en ascenso y continúa”, es marearse con palabras, al menos si con esto se quiere decir que estamos asistiendo a una revolución “obrera” o de “contenido socialista”. Una revolución obrera o socialista por ahora no está en el horizonte; no hay condiciones políticas que indiquen que vaya a producirse en un plazo más o menos inmediato. Todo indica que los eventuales levantamientos contra los regímenes opresivos y dictatoriales en el mundo árabe tendrán un carácter más o menos democrático, en los límites del capitalismo. Lógicamente, menos todavía se puede hablar de una situación revolucionaria a nivel mundial. Cualquier estrategia socialista debería partir de un análisis realista ‑esto es, de las fuerzas sociales en juego, sus programas y demandas- de los procesos en curso.
Textos citados
Aman, P. (2011): “Why Egypt’s Progressives Win” en www.Jaladiya.com
Bassam Haddad (2010): “Neoliberal Pregnancy and Zero-Sum Elitism in the Arab World” en www.Jaddaliya.com
E. Goldberg (2011): “Egyptian businessmen eye de future”, The Middle East Channel, 10/02/11, www.mideast.foreignpolicy.com.
Stier, K (2011): “Egypt’s Military-Industrial Complex”, Time, 9/02/11.