Acaba de salir una biografía del actual presidente de Cantabria en la que se repasa su vida interna y externa. Título: «Revilla, políticamente incorrecto». Los datos aportados en este texto y en posteriores entrevistas para publicitarlo pregonan su conocido populismo de anchoa y taxi, además de un franquismo genético confesado y otras virtudes no menos frikies. No falta una autosemejanza con Sadam Husseim (y no sólo por el bigote) y las consabidas amistades o cercanías folklóricas a reyes, marqueses, banqueros, presidentes y… a un miembro de ETA. Una exhaustiva biografía, en casi 500 páginas, que no hace sino confirmar el aforismo de Voltaire: «el secreto para aburrir consiste en contarlo todo».
El presidente cántabro se sumó a la promoción y venta del libro, apareciendo en librerías y entrevistas, reseñas, anotaciones y otras especies en periódicos o semanarios del grupo Vocento, «El Mundo»… Todos ellos parafraseaban las biográficas páginas, repitiendo hasta la saciedad los principales ítems y neuras de Revilla.
Entre ellas hay una especialmente denunciable. Una que Revilla adorna siempre con falsedades, cuando no con insultos. Es la que se refiere a la supuesta «amistad» que mantuvo con Txabi Etxebarrieta. O sea, la misma que pueden mantener el agua y el aceite. Cuando Revilla habla una y otra vez de Txabi o de la fundación de ETA, confunde fechas, personas, sitios… O simplemente se los inventa, como al decir que su «amigo» era fundador de ETA, o que ésta se fundó en su clase de Sarriko. Es sólo una pequeña muestra de la ignorancia y perversión que mezclan sus historias, en las que no falta el delirio de presentarse como gran líder estudiantil de Euskadi, cuando no pasaba de mero participante en reuniones o manifestaciones.
Hay un tipo de trastorno mental, el del amigo imaginario, que sufren algunos niños que han tenido una infancia marginal y solitaria. Una experiencia de este tipo, dicen los psiquiatras, puede marcar para siempre. No es raro que los afectados se inventen personajes o amigos inexistentes, con quienes hablan y a quienes recurren de distintas maneras para librarse del complejo. En un niño, este supuesto puede ser una salida. En un adulto es un problema crónico. Dicen que se alivia con pastillas. Pero no se cura e incluso se agrava con la edad.
Digo esto porque el mismo Revilla confiesa que a los once años tuvo que pasar un calvario semejante al llegar a la capital: «…me traumatizó que los niños de Santander se riesen de que hablase todo con la «u», de mi manera de vestir, de lo colorado que era, de la pinta de pueblo que tenía… Me marginaron mucho y tuve muy pocos amigos».
Han pasado cincuenta años y este hombre insiste en afirmar, jaleado por periodistas carroñeros, que Txabi Etxebarrieta era su amigo, «muy amigo». A quien desde luego admiraba, pero sólo como estudiante. Oculta, por supuesto, que Txabi era sobre todo admirable por sus cualidades personales, su talento político, sus inquietudes intelectuales, su entrega militante o su elocuencia para hablar en público… Así lo recuerdan al menos quienes de verdad lo conocieron. Una personalidad atrayente y popular entre los estudiantes de Sarriko. Alguien política e intelectualmente carismático para todos, incluido el joven marginado de Santander. No sería extraño que, entre admiración y envidia, Revilla desde el fondo de su trauma infantil lo eligiera entonces como «amigo imaginario».
Desde luego no hay ningún testimonio documental ni testifical que pruebe esta supuesta amistad entre ambos, más allá del hecho de estudiar la misma carrera, o coincidir en alguna conspiración estudiantil de la época, en la que participaban no menos de cincuenta personas. Revilla, en su delirio y frustración, quizá confunde matricularse en la misma Facultad o estar en la misma reunión con una amistad reseñable. Y con esa simple cercanía inventa un mundo de relación, de ir y venir a clase, estudiar juntos, frecuentar su casa «porque siempre le daban de cenar» y hasta mantener una rivalidad electoral con Txabi. Cosas que, curiosamente, salvo él, nadie recuerda.
Nadie de la Facultad, ni de aquella casa, ni los familiares, ni quienes la visitaban asiduamente y eran de verdad amigos de los Etxebarrieta sabe nada de esta imaginaria amistad, ni corroboran las afirmaciones inventadas de Revilla. Y se muestran asombrados cuando el cántabro cita una y otra vez estos supuestos. Tampoco les consta a los ex compañeros de Facultad que Revilla fuese alguien destacado en la época, ni mucho menos cercano en lo personal a Txabi o a su familia.
Pero hay más y más grave. Con un amigo se puede estar de acuerdo o no. Y si éste tiene una significación política (yo diría histórica) como la tuvo Txabi, se puede simpatizar o discrepar incluso cincuenta años después. Pero es despreciable que en las declaraciones de Revilla asomen con frecuencia el insulto o la infamia, para referirse a «su amigo». Un caso paralelo de pertenencia a la misma Facultad, y con inquietudes comunes aquellos años, se daba por ejemplo entre Txabi y Joaquín Leguina y otras personas que han tenido después puestos relevantes en la política vasca y española. Todos han tenido siempre la elegancia de tratar con respeto su recuerdo. En cambio, su «amigo» Revilla le llama «hijo puta» cada dos por tres, con una familiaridad algo más que incorrecta. Un calificativo que por su repetición obsesiva, en mi opinión, es de juzgado directo. Y que en todo caso retrata fielmente al muchas veces retratado y televisado malpresidente de los cántabros. Que, por cierto, resulta que gobierna con el apoyo del PSOE.
Entre sus torpes reclamos, a Revilla le gusta decir continuamente que Etxebarrieta mató a un guardia civil, pero olvida siempre que a Txabi también lo mataron… varios guardias civiles. Y sobre todo que aquella desgraciada muerte cayó como una losa emocional y política sobre su pueblo. Y esto no es un recuerdo inventado. Lamentablemente fue real. Porque, en efecto, Txabi era real y verdadero. Auténtico en vida y muerte. Un amigo no inventado para tantos que le lloraron aquel día de 1968. Un líder carismático involvidable. En cambio, es falso, o muy dudoso, que se considerase alguna vez siquiera cercano al señor Revilla.
Así que, «amigo» presidente, según me dicen, en casa de los Etxebarrieta usted ni estuvo, ni está… ni se le espera.