La reciente masacre en Tucson, Arizona, ha arrojado una luz poco halagüeña sobre el Estados Unidos del siglo XXI. Sin embargo, lo que hace este suceso extraordinario no es lo que pasó, sino a quien le pasó. Consideren esto: si todas las víctimas fueran gente ordinaria, y no incluyeran una congresista y un juez ¿sabríamos el nombre del tirador? ¿Sería algo más que una noticia pasajera?
Eventos como éste han ocurrido en todas partes del país en un estado tras otro, pero a menos que algo así haya ocurrido en su ciudad, dudo que ustedes recuerden el nombre del agresor. Me atrevo a decir que veremos más actos de este tipo en el futuro.
Y la fascinación de los medios de comunicación con la locura del acusado parece ser motivada más por la promoción de la cordura del público que por un diagnóstico basado en datos objetivos. Porque después de haber leído varios artículos con citas del acusado, el joven no parece ser tan chiflado como los medios sugieren. Tampoco ayuda mucho describirlo como «anti-gobierno» porque con los índices de aceptación del Congreso alrededor de 20 o 30 por ciento, ¡la gran mayoría de los norteamericanos están, en cierto sentido, anti-gobierno!
De hecho, este joven parece ser un absolutista constitucional, es decir, uno que hace una interpretación literal de la Constitución, y por eso rechaza toda acción gubernamental o toda agencia que no esté expresamente permitida en el documento. Es fácil etiquetar al acusado como un mentalmente inestable lobo solitario, como muchos ya lo han hecho, pero ¿esto no se debe determinar después de una investigación, y no antes?
Muchos recordamos o hemos leído de otros lobos solitarios considerados responsables de la muerte del presidente John F. Kennedy y del reverendo Dr. Martin Luther King, y hasta del bombardeo del edificio federal en Oklahoma. Hoy en día, millones de personas tienen graves dudas sobre las historias oficiales. Y ¡fíjense en la la interminable controversia sobre el 11 de septiembre!
En tiempos de graves desplazamientos económicos e inestabilidad social, algunos ven el cambio como algo totalmente amenazante y aterrador. Y no ayuda en nada que los políticos aparentemente estén impulsando y alimentando tal descontento, en parte para salir en los titulares pero también para demonizar a sus oponentes.
En el siglo XIX, el observador francés Alexis de Tocqueville describió a los partidos políticos norteamericanos como naciones prácticamente en guerra entre sí. Ahora esto es más cierto que nunca –y los soldados enloquecidos pueden ser sus mejores armas.
Como perros rabiosos alimentados con pólvora, los hombres locos se pueden alimentar con palabras como “traidor”, “izquierdista”, “transgresor” o “socialista”. Son como bombas; solo hace falta dirigirlos.
Desde el corredor de la muerte soy Mumia Abu-Jamal.