Francamente, me alegré al oír a Patxi López, en el marco del debate sobre víctimas de motivación política: «haré todo lo posible por traer la paz». Ardua tarea que pretendía liderar. Dejé afluir mis mayores dosis de candidez para pensar que, al fin, estaba dispuesto a moverse. En buena dirección, se entiende. Su apelación a la «justicia, verdad y democracia» me hizo pensar que, realmente, se refería a una revisión de esos tres conceptos, tras la paliza que han recibido en las últimas décadas por gente como el propio Sr. López. Al fin y al cabo, solo reclamas algo cuando consideras que hasta ahora ha estado ausente. Lo creía una autocrítica que, tal vez, se acompañaría con hechos que llamarían al reconocimiento, reparación y garantía de no repetición de las vulneraciones de derechos humanos de que el estado ha sido responsable.
Que mi gozo llegara al pozo fue cuestión de días. Parafraseándoles podía decir que «no tienen credibilidad». Anteriormente ya habían ofrecido mercancía política averiada y, cuando los consumidores dijimos no estar interesados, la única medida que decidieron adoptar fue «mejorar la comunicación». Gastarse millones en propaganda. Es decir, mantener el timón con una capa de maquillaje, dar más color al decorado, aprestar brillantes bambalinas… para seguir haciendo lo mismo. Ya que todo es farsa, mera teatralidad, al menos, que sea merecedora de un Goya.
Técnicos de todo pelaje se han preocupado de diseccionar la puesta en escena de ETA para sus declaraciones. Han pretendido descubrir qué turbias maniobras escondían los últimos movimientos de la izquierda abertzale. Han mirado con lupa el púlpito, el contexto y las palabras empleadas en la presentación de un nuevo partido, han hecho cábalas sobre quién está detrás, delante, a izquierda o a derecha, han especulado con connivencias y sucesiones varias. Pero como la apuesta es diáfana ‑no hay velos que desvelar, a pesar de la insufrible literatura del Abogado del Estado- llegan a la temida conclusión de que, aunque no estarán nominados a ninguna distinción, ese sector se mueve en positivo.
Por el contrario, a quienes desde Madrid, Gasteiz o Iruñea les ha tocado por caprichos históricos lidiar con los nuevos acontecimientos ‑o están atrapados por ellos- manejan palabras, actos y entreactos en un escenario que les es inquietante. Parece fácil mejorar en justicia, verdad y democracia. Lo tienen al alcance de su mano. Pero no, prefieren otra vez tirar de propaganda. Hagámoslo ‑piensan- con la mejor y mayor herramienta de persuasión de masas a nuestro alcance: el operativo policial.
Hace año y medio Ares anunció que dedicaría a 1 de cada 16 agentes de la Ertzaintza en la nueva División Antiterrorista para al control del «entorno de ETA». Se estrenaba unos meses más tarde con una operación a la medida de sus necesidades. Los ingredientes eran Ondarroa, explosivos, armas, algo de droga ‑por lo de la marginalidad- y acciones que en el momento respondían a las mayores preocupaciones del departamento. Gente que todavía hoy no ha sido juzgada ‑y por tanto inocente- se convierte en protagonista de una película con epílogo feliz: el ardor policial es el combustible del recién iniciado idilio PP-PSOE.
La posterior detención de Gurutz Agirresarobe y Aitziber Ezkerra presentaba asimismo los elementos de la temporada: víctimas mediáticas, hechos sin resolver, oportunidad política, mucha, mucha prensa. Acusaciones que precisan ser apoyadas por confesiones bajo incomunicación. Aquel film también nos los presentó culpables por exigencias del guión, pero aún hoy sin juicio, mantienen su ‑maltrecha- presunción de inocencia.
Apuntaron sus fusiles de asalto a las residencias de personas que fácilmente se podía constatar trabajaban en el ámbito político y transparente. La penúltima redada contra 10 personas en Nafarroa y Araba, generó una inmediata movilización por parte de los firmantes del Acuerdo de Gernika que amplificó la llamada de auxilio de uno de los detenidos desde las mazmorras: «aztnugaL». Otro aseguraba que «en el “agujero” hubiera dicho hasta que maté a Manolete». La televisión emite sentencia: culpables.
Llega un nuevo estreno estelar. Si bien parece que algunos tribunales españoles acarician la cordura ‑absolución de «Egunkaria» y Udalbiltza, amonestación a la jueza Murillo, apertura de algunos procesos por torturas…- el juez Grande-Marlaska se esmerará por que la Administración de justicia se mantenga escorada hacia el lado de la arbitrariedad en las acusaciones, de la burla a las garantías procesales, del desprecio a la integridad de los detenidos. Conocedor de que la toga de un juez sirve de telón para ocultar la falsa tramoya, Rubalcaba hace su trabajo de dirección: pone cruces en los nombres de cuatro jóvenes y las chinchetas sobre un mapa extendido de Euskal Herria y da la orden de «acción». Las cámaras apuntan ésta vez a Bilbo y Galdakao. Los guionistas, responsables de la comunicación con el gran público, transcriben el libreto: comando legal, explosivos caducados por los que atribuirles hechos pendientes, pero armamento actual, que sugiera que estaban todavía en acción y preparaban algo. Gotean otras informaciones, al ritmo en que gotea el sudor y las lágrimas en comisaría. Autolesiones. La prensa anuncia el gran éxito: «Ellos mataron a Manolete».
Dos pájaros de un tiro: una detención mirando a la derecha ‑no estamos de tregua- y pasando la prueba del algodón a la izquierda ‑moveos: condenad la violencia inactiva y aplaudid la actual-. En pleno contexto de ilegalización, precisaban de una plataforma desde la que exigir rechazos más contundentes y, ante la posibilidad certera de que ETA no dé motivos, la han construido ellos mismos.
La cinta arrasa en taquilla. La evidencia de a quién, cómo y cuanto favorece este operativo, precisamente en la actual coyuntura, da las razones para pensar en una cortina de humo. Son los mismos quienes se guisan los «hechos» y se comen a los «autores». Ellos aportan el móvil en grandes titulares y finalmente acoplan las piezas en comisaría. Detenciones que responden más a la necesidad de alimentar un espectáculo mediático que al interés de justicia. Como decía el recordado Joaquín Navarro ‑buen hombre y, a pesar de ello, juez- «en vez de dilucidar la verdad y aportar justicia, ofrecen únicamente eficacia policial». Para ella todos los focos y alfombra roja. Para algo Hollywood es suyo. Personas que, no se olvide, todavía hoy tienen el derecho intacto a la presunción de inocencia, acaban siendo figurantes de esta «movie» de terror.
¿A esto se refería Patxi López, reclamando justicia, verdad y democracia? Ahora caigo en la cuenta que no era sino propaganda. Un anuncio de la nueva escenificación de una vieja tragedia. La que tiene como argumento la enésima operación arbitraria, inveraz y antidemocrática que alimente, todavía más, la incertidumbre, el suspense, de este maldito thriller. Una precuela que pone en escena las sucias tramas e intrigas miserables con las que perpetuar la audiencia. ¿El título de la película nominada al Goya al mejor montaje? «Otras cuatro familias deshechas».