- La charla que vas a ofrecer en Tolosa tiene como titulo “La crisis capitalista y las posibles soluciones”. ¿Existe efectivamente una solución real, más o menos inmediata a la crisis?
Hay que decir abiertamente que no existe ni puede existir una “solución inmediata a la crisis”. Comprendo que esta tajante afirmación puede ser un jarro de agua fría para muchas personas, pero lo primero que debemos hacer en tener los pies en el suelo y saber que la crisis actual tiene componentes “nuevos” si la comparamos con las crisis económicas clásicas en la historia burguesa. Tenemos que partir de esta realidad para no equivocarnos en las alternativas. Si creemos que nada ha cambiado, que todo sigue siendo igual, entonces, lo más probable es que repitamos las soluciones del pasado, las soluciones dadas a las crisis anteriores. Es innegable que desde antes incluso de 2007 interactúan los cuatro componentes básicos de toda crisis estructural del sistema capitalista, a saber, que sobre una base profunda de caída tendencial de la tasa media de beneficios, sea intensa y en poco tiempo, o suave pero larga, sobre esta base presionan la progresiva agudización de otras contradicciones como la tendencia a la sobreproducción, la tendencia a la desproporción entre los sectores primero y segundo, y la tendencia al subconsumo.
El capitalismo es un vampiro que cada día necesita chupar más sangre a la especie humana que, pese a todas sus dificultades, se resiste de una forma u otra. Hablamos de la lucha de clases y en especial, en los momentos decisivos, de las revoluciones sociales y de las contrarrevoluciones burguesas. Este ataque permanente del capital contra el trabajo y la resistencia de éste, esta lucha unas veces abierta otras soterrada, latente, es la que explica la naturaleza tendencial de las leyes sociales, que no son automáticas ni mecánicas, sino que dependen del choque de las contradicciones, de las fuerzas en lucha, de los enemigos irreconciliables. Digo esto para que se comprenda mejor que en determinadas situaciones las crisis arriba expuestas estallan definitivamente por detonantes diferentes, por chispas o por sub-crisis superficiales. Por ejemplo, el estallido de la burbuja inmobiliaria desde comienzos de los ’90 japonesa ha sumergido a este país decisivo para el capitalismo mundial en un permanente estancamiento del que no puede salir definitivamente todavía, y menos aún tras el reciente terremoto. Sin extendernos ahora, desde los ’90 otros estallidos inmobiliarios, de NTC y financieros han ido enciendo crisis en países aislados y hasta en regiones mundiales enteras, como la asiática. Esta tendencia se aceleró en la primera mitad de la década del 2000 hasta ser incontenible desde 2007 pese a todas las contramedidas aplicadas por las burguesías.
Ahora bien, esta visión cierta y correcta de la crisis actual, innegable, tiene que ser completada por otras contradicciones capitalistas que con diversas velocidades coincidieron en hacerse públicas a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Brevemente expuesto, hablamos de la crisis ecológica, de la crisis de los recursos energéticos y de la crisis de autoexterminio humano. Las tres han surgido de las entrañas del vampiro capitalista, no son exteriores ni ajenas a la necesidad ciega de la acumulación ampliada del capital. Por el contrario, han aparecido sucesivamente como efecto del creciente choque imparable entre la Naturaleza como totalidad objetiva y la civilización burguesa. No puedo extenderme aquí en el análisis de cada una de estas tres crisis surgidas en la segunda mitad del siglo XX, por lo que os mito al artículo titulado “¿A qué crisis nos enfrentamos?”, aparecido en Gara del 9‑III-2011, y colgado en Internet. La forma de vida capitalista se basa en dos principios: que la Naturaleza es una mercancía que se compra y se vende, estando sujeta a la “efectividad del mercado”; y que sus recursos son inagotables. Ambas tesis nos están conduciendo al desastre sobre todo cuando analizamos la posibilidad de que se desencadene una espiral de conflictos bélicos parciales que termine en una gran conflagración mundial termonuclear y bioquímica, que significaría el extermino de la vida humana.
Pues bien, una vez integramos en un único modelo estas dos ramas de una misma raíz, es decir, la crisis socioeconómica y político-militar, y la crisis energética y medioambiental que surgen del capitalismo, construido este holograma, debemos decir que desde y para los intereses de la humanidad trabajadora no existe una solución única e inmediata a la actual crisis global, civilizacional. Habiendo llegado a la situación actual, el concepto de solución a la crisis debe ser revisado porque partimos ya de que nos enfrentamos a una crisis nueva, desconocida anteriormente por su gravedad y por la acelerada interacción sinérgica de todas sus contradicciones parciales. La catástrofe que está sucediendo en Japón tras el terremoto y el tsunami es un ejemplo estremecedor de la dialéctica objetiva de la naturaleza y de la sociedad, es decir de cómo la permanente interacción de todas las partes de la totalidad socionatural tiende, a partir de un determinado punto crítico de no retorno, de salto cualitativo a lo nuevo, tiende a lo ingobernable, al caos, si la dialéctica del pensamiento no había previsto la dinámica de la lucha de contrarios irreconciliables a partir del momento de no retorno a situaciones controlables.
La solución a la crisis debe ser, por tanto, un proceso largo de luchas concretas que serán otras tantas soluciones parciales que deben ir confluyendo en el avance hacia el socialismo como primera solución global al capitalismo. Podemos pensar en cuatro fases de soluciones cada vez más abarcadoras y generales, que se refuerzan mutuamente pero que chocarán cada vez con más virulencia con la inhumanidad capitalista. La primera fase, o primer grupo de soluciones inmediatas, urgentes y básicas, es la de derrotar el avasallador ataque reaccionario de la burguesía contra los derechos democráticos, laborales y sindicales, contra las condiciones de vida y trabajo, contra la sobreexplotación de las mujeres y de los pueblos empobrecidos, etc., y por la recuperación de lo que nos ha sido arrebatado. Se trata de una lucha que debe multiplicarse y expandirse, abarcando a todos los sectores del pueblo trabajador, y que debe definirse como inserta en una lucha más general y más sostenida en el tiempo. Sin esta primera defensa de lo que todavía tenemos y nos quieren arrebatar, sin la derrota de la ofensiva burguesa y sin la recuperación de lo que los derechos y conquistas que nos quitaron es imposible dar el paso a la segunda fase o al segundo bloque de soluciones.
La segunda fase consiste precisamente en socializar reivindicaciones que minan y debilitan el poder del capital, que mejoran la calidad de vida de las clases explotadas al aumentar sus derechos y libertades. Bastantes de estas reivindicaciones ofensivas, por logros que todavía no se han conquistado y que son pasos de emancipación, son practicadas por Herria Abian y por otros movimientos y colectivos, como el reparto del trabajo y de la riqueza, la democratización de la economía, etc. Así expuestas, estas reivindicaciones parecen inofensivas y blandas porque no hablan de socialismo, ni de revolución; pero su fuerza emancipadora aparece cuando son bien analizadas en profundidad y explicadas e insertas en una perspectiva histórica, lo que requiere de una formación teórica suficiente por parte de los colectivos y movimientos que los divulgan.
La tercera fase o bloque de soluciones surge cuando a lo largo de estas luchas en ascenso más temprano que tarde chocamos abiertamente ya, sin escapatoria posible, con las crisis nuevas que se han exteriorizado definitivamente y crecen desde la segunda mitad del siglo XX: la crisis ecológica y energética, y la crisis de autodestrucción. El capitalismo ha creado estas crisis y no puede controlarlas en su conjunto aunque sí logra colocar un pequeño parte aquí y otro allá, que se despegan casi al instante. La burguesía y el sindicalismo reformista no quieren tomar medidas para revertir la crisis ecológica y para introducir energías renovables, limpias. Peor aún, estas fuerzas son enemigas mortales del modelo horizontalista y comunalista, de democracia directa y de base, que late en estas dos visiones alternativas que confluyen en una definición superior de lo que es la calidad de vida. Por tanto, en unas peleas antes que en otras, los problemas medioambientales y energéticos aparecen objetivamente, agravando las condiciones de explotación y exigiendo que las reivindicaciones obreras, populares y sociales también planteen soluciones para esos problemas, pero siempre dentro de la perspectiva general.
La cuarta fase, el último bloque de soluciones es la que concierne a cómo hacer frente al endurecimiento de las negativas del capital. Mientras que las reivindicaciones son pequeñas y no cuestionan apenas dos pilares decisivos del poder burgués –la propiedad privada y el Estado – , esta clase puede conceder algunas mejoras y satisfacer algunas reivindicaciones populares. Conforme las luchas aumentan de intensidad y se acercan a esos dos límites insoslayables, la resistencia se va haciendo más y más dura. A escala general, las fuerzas revolucionarias se enfrentan a un creciente fanatismo de la minoría opresora. Para impedir que el capitalismo destruya a la humanidad antes que devolverle a ésta todo lo que le ha exprimido, para impedir que la minoría imperialista active las fuerzas destructivas, antes es preciso ir conquistando cotas de poder que le demuestren de manera inequívoca que camina al suicidio.
- ¿Y esa solución, puede dar cauce a los grupos sociales y populares más golpeados por la crisis o solo se trata que los números de las empresas encajen?
Es cierto que esta perspectiva larga de la solución a la crisis capitalista choca con la tesis restrictiva y simplona de una solución rápida y fulminante. La realidad es siempre más compleja que estos esquemas torpes; y la historia burguesa es más atroz y sanguinaria que cualquier iluso pacifismo. La perspectiva abierta por la tesis de que la solución a la crisis es un proceso largo, cada más amplio y abarcador, que integra y aglutina como mínimo cuatro fases o bloques de soluciones generales, esta perspectiva tiene dos cosas buenas: Una, que a la fuerza debe ir integrando más y más sectores obreros, populares, sociales, etc., en la medida en que se quiere y se debe aumenta las soluciones concretas. Dado que la crisis es muy larga y afecta a los elementos básicos de la civilización burguesa, por eso mismo están afectadas directamente todas las clases trabajadoras, aunque no tengan conciencia de ello.
Las pequeñas e inmediatas soluciones, por ejemplo, revertir la tasa de paro, contener el retroceso salarial, impedir las privatizaciones y recuperar los servicios públicos y las ayudas sociales, etc., estas victorias defensivas u ofensivas interesan a toda la humanidad trabajadora. Pero al tener la crisis actual unos contenidos “nuevos” apenas existentes hace medio siglo, o inexistentes entonces, debemos abrir nuevas reivindicaciones que desbordan nuestro ámbito inmediato para abarcar al planeta entero. Es verdad que la lucha contra el desempleo siempre ha tenido una base mundial, pero es más verdad aún que ahora, con la mundialización del mercado, esta realidad nos exige una muy rica visión internacionalista. Pues bien, las nuevas crisis definitivamente emergidas en la segunda mitad del siglo XX en adelante, multiplican exponencialmente los colectivos explotados, el contenido planetario de la crisis y la necesidad urgente por integrar a más y más sectores en estas luchas que deben confluir.
Sin embargo, por la parte burguesa, la salida a la crisis se expresa no sólo en “lograr que los números de las empresas encajen”, es decir, en acabar con las pérdidas y en aumentar los beneficios, que también; sino sobre todo en iniciar una nueva fase expansiva que revitalice si no todo el capitalismo mundial sí a sus economías más poderosas, a los imperialismos más agresivos. Pero esto segundo va a resultar muy difícil, extremadamente difícil por la gravedad misma de la crisis, por la interacción sinérgica de las contradicciones “viejas” y “nuevas”. Veamos dos dificultades que obstaculizan mucho una nueva fase expansiva: una, la enorme capacidad industrial excedentaria a escala mundial, que satura la capacidad de consumo y que hace que la ingente masa de capitales improductivos se lancen a la especulación financiera, acelerando la tendencia a nuevas burbujas que estallen en crisis más duras que la presente; y otra, como se está viendo a raíz del terremoto en Japón, se ha llegado a tal nivel de unidad entre lo económico y lo ambiental, que un hecho que no tiene causa socioeconómica alguna genera al instante una espiral de efectos socioeconómicos y político-militares –el brusco retroceso del segundo capitalismo mundial, el descrédito de la energía nuclear y sus costos electorales, los tiburones financieros especulando con el yen y obligando a intervenir al G‑7, el aumento de los precios alimentarios y sanitarios, el aumento del precio del petróleo y, a raíz de aquí, la aceleración del ataque a Libia del imperialismo para garantizarse más petróleo y para apropiarse del capital libio, etc. – , que agrava la misma crisis mundial y acrecienta la impunidad del capital financiero para endurecer sus condiciones al industrial y al de servicios.
Querámoslo o no, este es el contexto mundial objetivo determinado por la síntesis de las crisis “viejas” y “nuevas”, síntesis que se ha ido produciendo desde finales del siglo XX y que es irreversible desde comienzos del siglo XXI. No tener en cuenta esta realidad ya establecida, seguir usando al viejo estilo los conceptos de “crisis”, “solución de la crisis”, “política de alianzas”, etc., formados y empleados en anteriores fases del capitalismo, es cometer un serio error estratégico. Un error tanto más dañino precisamente para los movimientos populares como Herria Abian que por su misma naturaleza deben cuidar mucho el rigor teórico con la capacidad de explicación pedagógica y con el respeto a las varias sensibilidades y líneas que actúan en su interior.
- Herria Abian abarca en su seno multitud de grupos, con sus visiones particulares sobre distintos temas de la sociedad, que sin embargo, se ponen de acuerdo en ciertas reivindicaciones sociales básicas. Una de ellas es “el reparto del trabajo”. ¿Cómo se puede hacer efectiva esta reivindicación?
La reivindicación del “reparto del trabajo” es casi tan antigua como la humanidad trabajadora. Consignas como “ora et labora”, “quien no trabaja no come”, “trabajar todos para trabajar menos”, etc., se acercan por diversos caminos al mismo problema y al mismo objetivo: garantizar el sustento colectivo. Una de las formas de resistencia del movimiento jornalero contra los terratenientes era negarse a la recoger la cosecha si no el señorito no contrataba a todos los jornaleros. El primer movimiento obrero también buscaba cómo vencer a las formas individuales de contratación, incluso por horas y en precariedad absoluta, imperantes durante buena parte del siglo XIX. La búsqueda del pleno empleo siempre ha sido una reivindicación de las clases explotadas porque sabían –lo saben– que el paro, que el desempleo, es una poderosa arma del capitalismo contra las y los trabajadores en activo.
Pero el reformismo y algunas organizaciones empresariales “progresistas” desnaturalizan los contenidos de esta reivindicación histórica volviéndola contra el pueblo trabajador. Saben que en determinados momentos es mejor para el sistema hacer unas pequeñas concesiones tácticas para desactivar el malestar popular y, a la vez, para incluso aumentar algo los beneficios. Con la excusa de “repartir el trabajo”, lo flexibilizan, crean turnos y lo trocean artificialmente para contratar algunos trabajadores más pero reduciendo los salarios totales, e incluso aumentan su intensidad y productividad para producir más en menos tiempo pero manteniendo el salario anterior o reduciéndolo incluso, etc. También aprovechan para intentar reducir tiempos de descanso y de vacaciones, tiempos de asamblea y de acción sindical, etc. Trucos así son muy frecuentes y suelen tener el apoyo del reformismo sindical y de la prensa, y los trabajadores alienados se los creen.
El movimiento obrero ha de luchar porque el reparto del trabajo no se realice a costa de la reducción del salario y/o de los derechos sindicales ya conquistados, ni a costa de nuestro tiempo libre ni de nuestra salud. Por ejemplo, con la escusa de crear un nuevo empleo nos reducen una hora de trabajo e introducen mejores máquinas, de modo que si antes con ocho horas de trabajo hacíamos ocho camisas y cobrábamos ocho euros al día, ahora trabajamos siete horas pero con mejores máquinas de modo que hacemos 10 camisas pero seguimos cobrando 8 €, y además acabamos el día más cansados que antes porque las nuevas máquinas exigen mucha más atención impidiéndonos tomar pequeños descansos. De este modo el empresario aparenta cumplir con la consigna de reparto de trabajo, pero se enriquece más, nosotros somos relativamente más pobres y machacamos nuestro cuerpo. Además, las nuevas máquinas tienen que funcionar sin parar todo el día, por lo que el empresario flexibiliza los horarios, rompe la continuidad y nos obliga a trabajar por turnos, lo que aumenta nuestros costos de transporte y nuestro cansancio psicosomático.
El reparto del trabajo ha de realizarse manteniendo todas las condiciones salariales, sociales y sindicales establecidas, no aceptando ninguna reducción bajo ninguna promesa de beneficios futuros a costa de sacrificios presentes, porque la burguesía nunca cumple lo que promete. Además el movimiento obrero ha de luchar para la creación de nuevos yacimientos de trabajo destinados a satisfacer las necesidades sociales de todo tipo mediante políticas e inversiones públicas. Ha de lograrse el tiempo sábatico, el derecho de rotación entre diversos trabajos, el derecho a simultanear trabajo y estudio, trabajo doméstico con trabajo asalariado o de asistencia social pública, sin pérdida de condiciones sociales y salariales, etc. No hace falta decir que la feminización del trabajo es una necesidad urgente, que debe ir acompañara por la multiplicación de guarderías y escuelas públicas, así como con la posibilidad de alternar tiempo de trabajo asalariado con tiempo de trabajo familiar, educativo, social, etc., como el transporte de niños a la escuela y demás.
Ninguna de estas reivindicaciones es irracional e irrealizable. Todo depende de la voluntad del poder existente, de los proyectos socioeconómicos mayoritarios y de la capacidad de las clases trabajadoras para derrotar la explotación burguesa o reducirla. Es decir, depende del resultado de la lucha de clases.
- Un segundo punto habla del reparto de la riqueza. En diversas movilizaciones sindicales se ha repetido que “no falta dinero, sino que sobran ladrones”. ¿Es así?
Dicho de esta forma tan abstracta, podríamos decir que es cierto que no falta dinero y que sobran ladrones. Es una denuncia pedagógica muy efectiva en un primer momento, pero tiene sus riesgos a medio y largo plazo porque refuerza la ideología reformista que presenta al capitalismo como una sociedad que puede ser mejorara con la acción moral, legal y parlamentaria, sin necesidad de la lucha revolucionaria. Antes de seguir tenemos que precisar dos cosas: una, que aquí y ahora usaremos el concepto “dinero” como sinónimo de “capital”, de “dinero acumulado en forma de capital”, para entendernos; y otra que el secreto de la frase radica en saber qué clase de propiedad de los medios de producción domina: propiedad capitalista o propiedad socialista. Naturalmente, hablamos de la propiedad de las fábricas, de los bancos, de los capitales, de las tierras, de las casas y de las infraestructuras, etc., y no de la pequeña propiedad de una familia trabajadora –el domicilio barato y sus electrodomésticos y algunos bienes de segunda necesidad, el coche utilitario, algunos ahorros pequeños cuando los hay, y apenas más.
Dicho esto, ocurre que la burguesía sostiene que no hay capital público, estatal, disponible para gastos sociales, para aumentar los salarios y reducir los impuestos indirectos, por lo que el pueblo trabajador ha de apretarse más todavía el cinturón. La burguesía dice que su derecho a su propiedad privada le exime de tener que entregar gratuitamente al Estado parte de su riqueza, de su dinero, para atender a las clases trabajadoras, para pagar la deuda pública, y para sanear la “economía de todos”. Ya que el sistema económico “es de todos”, según dice la burguesía, “todos” hemos de hacer los mismos esfuerzos para sacarla adelante, y en cualquier caso la burguesía tiene el derecho inalienable de prestar su capital al Estado con intereses altos. Si el Estado no puede garantizar el pago de los intereses y devolver el capital privado a sus propietarios burgueses, entonces éstos tienen el derecho de no prestarlo, de no invertirlo en la producción, de atesorarlo o invertirlo en la banca extranjera más rentable que la “nacional”, o de marcharse a otro Estado con su capital para no pagar a la “Hacienda nacional”. Por estas y otras razones, entre las que destaca la corrupción, el nepotismo, la economía sumergida, etc., cuando el Estado no se atreve a quitarle el capital a la burguesía, ha de pedirlo prestado a la banca internacional, a otros Estados imperialistas, a instituciones burguesas internacionales, claudicando ante intereses leoninos que terminan arruinando y endeudando al país, pero no a la burguesía.
En este sentido burgués, es cierto que “no hay dinero” mejorar las condiciones de vida y trabajo del pueblo, y que “hay poco dinero” para pagar las deudas internacionales que ha contraído el Estado. Peor aún, también ocurre que el Estado, ya bastante empobrecido, debe correr en auxilio de la burguesía cuando ella sola se ha endeudado con sus negocios sucios, con sus especulaciones de alto riesgo, etc. Para justificar esta inyección en vena capitalista de sangre obrera en forma de capital público, el Estado dice que “hay que salvar la economía nacional” pero a costa del pueblo trabajador y de las naciones oprimidas a las que saquea sin piedad. Con esa política de incondicional sumisión a la clase dominante, más temprano que tarde se agotan las reservas de capital público en cualquiera de sus formas, pero el capital privado es intocable porque es propiedad privada de esa clase dominante.
Como decimos, en este sentido capitalista es cierto que no queda ya “dinero”, pero en el sentido socialista sí queda “dinero”, y muchísimo, simplemente se trata de sacarlo de donde guarda la burguesía y de devolverlo al pueblo, de ponerlo a funcionar desde y para otra política socioeconómica. Ahora bien, uno de los obstáculos más insuperables que dificultan en extremo esta recuperación democrático-socialista de la riqueza es, entre otras cosas, la ideología reformista utópica que presenta a la riqueza como un robo, y al burgués con un ladrón que atraca, que roba al obrero. No es así. En realidad, el empresario compra la fuerza de trabajo del obrero, y la pone a funcionar. El trabajador realiza su parte del contrato: trabajar equis horas al mes, y al concluir cobra su salario, que es el precio que él ha aceptado por vender su fuerza de trabajo. Lo que ocurre es que esa fuerza de trabajo tiene, en el capitalismo, la virtud de producir más de lo que el trabajado cobra, y ese sobrante, ese plustrabajo, ese “valor añadido” por utilizar la terminología burguesa, le pertenece legalmente al empresario. Le pertenece por la legalidad burguesa que el trabajador asume y hasta defiende. Ocurre por tanto que en la sociedad burguesa, y en base a su ley y a su ideología, no existe robo por parte alguna sino simple, justa y legal compra-venta de la fuerza de trabajo, que es la unida propiedad privada que tiene el trabajador.
En realidad, dentro del capitalismo no existe robo sino explotación social. Para que existiera un robo por parte del empresario el obrero tendría que ser él el propietario de lo producido por su trabajo, el propietario de las camisas, y por tanto, tendría que ser el propietario de las máquinas y de todo el proceso productivo necesario para fabricarlas, etc. Y una vez siendo propietario, tendría que ser robado, atracado por el ladrón burgués. Pero los medios de producción, la mayoría inmensa del capital, son propiedad privada de una reducidísima minoría de la población. La propiedad es el producto de la explotación asalariada que no es vista como tal por el obrero, sino como simple contrato laboral entre ciudadanos iguales en derechos y en deberes pero desiguales en recursos. Sobre esta base falsa, asentada en el fetichismo, actúan en su reforzamiento otros instrumentos también propiedad de la burguesía, como son el Estado, la prensa, la educación, el parlamentarismo y la política reformista, etc., y las fuerzas represivas intervienen cuando estos y otros instrumentos fallan en el mantenimiento del orden explotador.
La ideología reformista opina por el contrario que al ser el empresario un ladrón, de lo que se trata es de convencerlo por las buenas, por la reforma moral y cultural, de que se devuelva pacíficamente lo que ha robado y de que no buena a hacerlo mal. Para ello hay que lograr la mayoría parlamentaria, acceder así al gobierno, reformar poco a poco al Estado para que deje de ser la cueva de los ladrones, y se convierta en el “Estado social de derecho”. Los ladrones que no sean convencidos por el buen ejemplo, deberán sufrir algunas restricciones de su libertad personal, a la vez que algunos recortes lentos de sus capitales hasta que todo lo robado sea devuelto al pueblo de manera pacífica. No hace falta decir que esta ideología reformista siempre ha beneficiado al capitalismo y ha llevado a la derrota al movimiento obrero y popular.
Por todo lo expuesto, la frase “no falta dinero, sobran ladrones” es pedagógicamente válida en un primer momento y entre personas explotadas que conocen todavía la realidad estructural del capitalismo, que no es un conjunto de ladrones individuales que se reúnen en su cueva, sino una relación social de explotación, opresión y dominación.
- Quizá la reivindicación más política sea “La democratización de la economía”. ¿Qué entiendes como “democratización de la economía” y como se puede desarrollar en la práctica?
Formalmente por “democratización de la economía” se entiende su funcionamiento según las decisiones tomadas mayoritariamente por la población. En su forma externa es una reivindicación inmediatamente asumible por y para amplios sectores populares que, como en el caso anterior, tienen una muy débil conciencia sociopolítica y desconocen la realidad sustancial del capitalismo. Esta reivindicación tiene la misma virtud pedagógica inmediata que la anterior, pero a la vez tiene sus mismos problemas a medio y largo plazo. Un ejemplo de su efectividad lo tenemos en el impresionante malestar popular que recorrió casi toda la UE cuando en 2010 los gobiernos burgueses negaron de facto su democracia parlamentaria para, sin consultar al pueblo, entregar miles de millones de euros a la clase dominante salvándola del atolladero. Toda la verborrea sobre democracia, derechos ciudadanos, etc., fue pisoteada sin contemplaciones imponiéndose la verdadera democracia burguesa, la de esta clase propietaria de las fuerzas productivas. Gran parte de las clases trabajadoras se dieron cuenta que se les estafaba y que se les “robaba un dinero” que había salido de su sudor, de su trabajo, un “atraco” que les empobrecía aún más y que enriquecía a la minoría dominante. Sin embargo, de nuevo, aquél malestar social innegable no logró derribar a los gobiernos “ladrones” aunque sí se expresó en bastantes movilizaciones de protesta.
Como venimos diciendo, hay varias razones que explican por qué y cómo la burguesía salió más o menos indemne. Una de ellas radica en la falta de contenido de clase, de sexo-género y de pueblo de la definición de “democracia”, palabra que viene del griego clásico y que da a entender el gobierno de la mayoría. Pero en la cultura esclavista griega la “mayoría”, que era minoritaria socialmente, vivía de la explotación esclavista, de la explotación de las mujeres y de los pueblos sometidos, y de las extorsiones e impuestos a los extranjeros, que no tenían los derechos de los hombres libres aunque sí sus obligaciones económicas. La democracia esclavista sobrevivió mal que bien, retrocediendo, en la Roma Republicana hasta ser exterminada como lo fue en la Grecia alejandrina. Y sobrevivió entre otras cosas aplastando resistencias esclavas con una brutalidad inhumana y salvaje, exterminando hasta la raíz pueblos y culturas, y maltratando a las mujeres como bestias de carga, objetos sexuales y parideras de soldados.
La “democracia”, en este sentido, tardó en reaparecer en Europa hasta las primeras comunas urbanas, villas y ciudades, allá por los siglos XII-XIII. Pero de nuevo se impuso el poder real de la minoría propietaria de los pequeños capitales comerciales, el poder de la naciente burguesía mercantil, que cedía algunos derechos a las clases trabajadoras urbanas porque las necesitaba para defender la ciudad de los ataques feudales y católicos, y para explotarles pacíficamente. Esta primera democracia comunal también se basó en la violencia interna y externa, en las armas como medio para conquistarla y defenderla. Su ventaja sobre la explotación campesina era tan grande, pese a las limitaciones impuestas por la burguesía mercantil, que se producía una huida permanente de campesinos a las ciudades. Pero la burguesía tuvo miedo del potencial de lucha de campesinos, trabajadores urbanos y artesanos, y, junto a otras presiones, terminó pactando con la reacción católico-feudal hasta que estallaron las contradicciones irreconciliables entre las fuerzas productivas capitalistas en ascenso y las relaciones sociales reaccionarias católico-feudales.
Se inició así desde el siglo XVII la tercera fase de la “democracia”, en este caso la de la burguesía revolucionaria que conquistó el poder político en cuatro Estados decisivos para la civilización capitalista como Holanda, Gran Bretaña, EEUU y Estado francés. De nuevo fue una democracia de las minorías propietarias que no dudaron en segar los cuellos de la nobleza pero también de las mujeres, de los trabajadores y de los pueblos oprimidos. A partir de la mitad del siglo XIX la burguesía tuvo más miedo a estas masas sojuzgadas que a sus viejos enemigos de clase, y empezó a retroceder, a aliarse con estos y a restringir y recortar los derechos concretos que tenía que conceder a la mayoría explotada cuando ésta presionaba con sus luchas. Ninguno de los derechos burgueses abstractos que todavía sobreviven ha sido conquistado sin movilizaciones ni presiones, sin luchas más o menos duras. Y cuando el pueblo se confía en las promesas, se paraliza en su lucha, entonces la burguesía reinicia sus ataques para restringir esos derechos o para anularlos si fuera posible.
Durante estas fases históricas de la “democracia” en abstracto siempre ha sido la clase masculina dominante la que ha monopolizado en los hechos y en la ideología la “democracia económica”. No puede ser de otra forma porque lo decisivo, el poder real, está siempre fuera de esta “democracia” y dentro del sistema de explotación, dentro del Estado tal cual existe en ese período histórico. Y el Estado y la propiedad privada, son las dos únicas cosas que ninguna clase dominante va a entregar jamás de forma pacífica a las clases explotadas. Cederá en asuntos insustanciales para su dominación, e incluso en algunos de cierta importancia como prestar el gobierno a fuerzas progresistas, pero nunca entregarles el Estado. Y siempre que cede algo, la burguesía debilita el poder efectivo del sistema parlamentario y refuerza el poder real de la burocracia, del Estado, de organizaciones empresariales legales o alegales, secretas y desconocidas por el pueblo, que deciden día a día lo que debe hacerse, mientras que el “ciudadano” sólo vota cada cuatro o cinco años sin poder controlar luego que ha pasado con su voto individual.
Solamente con la democracia socialista, es decir, con el contenido de clase obrera y de pueblo trabajador que de sentido a la “democracia”, sólo así se podrá llevar a la práctica una auténtica “democracia económica” porque, como en el resto pero a la inversa, ahora el poder real es el del Estado obrero. Ahora bien, además de esta diferencia cualitativa hay otra diferencia histórica elemental, y es que la democracia socialista asume las experiencias anteriores de poderes comunales, comunalistas y colectivistas que con muchos problemas y muchas derrotas a sus espaldas, reaparecen siempre que la humanidad trabajadora se organiza en defensa de su propiedad común precapitalista. La lucha comunal y comunera ha sido y es una constante esencial al margen de sus formas en cada pueblo y en cada época. La “democracia económica”, desde una visión socialista, no puede existir sin integrar estas experiencias en la medida de que existan.
Pues bien, ahora mismo, el movimiento obrero y popular que todavía no ha alcanzando una conciencia crítica de la explotación capitalista y del papel que en ella juega la “democracia” abstracta, puede y debe empezar a sus movilizaciones intentando aplicarla en su trabajo, lo que le irá desvelando una realidad hasta entonces oculta e invisible, y que poco a poco aparece como lo que es, la dictadura de clase burguesa disfrazada de “democracia”.
- El cuarto y último punto reivindica “El desarrollo democrático del ecosistema”, la armonía entre el desarrollo económico y la naturaleza. Estos días vemos que el desastre ecológico se ha hecho presente en Japón, y las revueltas populares de los pueblos árabes con ricos recursos energéticos han traído a primera plana el problema de la energía. Visto lo visto, ¿El desarrollo y la ecología son conceptos compatibles?
No voy a insistir ya en la necesidad de llenar de contenido el abstracto de “democracia”, en este caso de contenido ecologista porque creo que ya está dicho lo fundamental. Si existiera una “democracia económica” no existirían apenas centrales nucleares porque los pueblos sí saben la peligrosísima letalidad de muy larga duración de sus efectos contaminantes. La “democracia económica” es antagónica con el irracionalismo nuclear, y sin embargo la nuclearización es un componente elemental del capitalismo debido a la irrompible relación del militarismo con la energía y el aparato tecnocientífico. Lo que sí es necesario explicar que no puede haber “armonía” entre el “desarrollo económico” en su sentido capitalista y la naturaleza. La razón no es otra que el capitalismo necesita objetiva e inevitablemente mercantilizarlo todo, incluida la naturaleza, que es reducida a simple mercancía con un valor de uso y de cambio, y por ello con un precio sometido a los vaivenes de la irracionalidad del mercado y a la exigencia del máximo beneficio privado en el menor tiempo posible, sin reparar en sus efectos posteriores.
De hecho, la vida humana en cuanto tal y a partir de un determinado momento de su desarrollo productivo empieza a interferir sobre el desarrollo natural del ecosistema mediante tres procesos: uno, el consumo de energía en un mundo finito, problema que no es grave mientras la naturaleza en su conjunto repone esas energías anulando la ley de la entropía debido a que la Tierra es un sistema abierto inserto en el cosmos. Dos, la producción de desperdicios y contaminantes de muy larga duración que terminan desbordando la capacidad de reciclaje y de carga de la Tierra, lo que genera efectos sinérgicos que tienden a ser incontrolables y desastrosos. Y tres, la síntesis de los dos procesos anteriores que se está produciendo innegablemente desde la segunda mitad del siglo XX y que nos acerca al límite de la catástrofe socionatural.
Sabemos que las economías campesinas antiguas, tributarias, esclavistas, feudales, etc., llegaron a dañar muy seriamente zonas enteras del planeta, desertizando algunas de ellas con efectos catastróficos sobre famosas civilizaciones precapitalistas. Y también sabemos que algunas de estas culturas tomaron conciencia, en la medida de sus límites, del daño que estaba infringiendo a su entorno, intentando reducirlo. De hecho, una de las razones de los pueblos precapitalistas para defender sus propiedades comunales era y es que las invasiones capitalistas aceleran la destrucción de la naturaleza, que estos pueblos intentan ralentizar y hasta recuperar. Como hemos dicho, la democracia socialista asume los valores comunalistas, lo que le debe llevar a asumir también los valores de conservación de la naturaleza que se mantienen, con todos sus problemas, en estas culturas. De esta forma vemos la continuidad e interrelación de todas las reivindicaciones progresistas de los pueblos que de algún modo se enfrentan al capitalismo, pero hay que decir que el argumento fundamental a favor del “desarrollo democrático del ecosistema” no es éste, aun siendo válido, sino el antagonismo insoluble entre el capital y la naturaleza.
Por “desarrollo” entendemos el automovimiento de la materia, su evolución dialéctica de lo más simple a lo más complejo, de lo viejo a lo nuevo, de lo inorgánico a lo orgánico, del sistema límbico al pensamiento científico-crítico, de la reducción progresiva y progresista del tiempo de trabajo necesario y sobre todo del explotado para aumentar el tiempo libre y propio, del ahorro progresivo de energía, etc. Materia y movimiento son una misma realidad y el desarrollo es una de sus formas de expresión. Ahora bien, esta definición no debe extrapolarse más allá de su contenido de categoría filosófica imprescindible para desnaturalizarla, por ejemplo, con esa trampa reaccionaria llamada “desarrollo sostenible”, término anticientífico ideado por ayudantes del genocida en serie Kíssinger. En 1974 la comunidad científica y ecologista defendía en Máxico como válido el concepto de “ecodesarrollo”, pero EEUU por boca de Kíssinger, presionó para que se cambiase por el de “desarrollo sostenible”, que era aceptado por el desarrollismo feroz yanqui de la época, y que fue utilizado como “argumento científico” para aplastar por todos los medios los movimientos de defensa de la tierra que crecían en los pueblos empobrecidos al calor del aumento de sus guerras revolucionarias antiimperialistas.
Me he limitado a este solo ejemplo porque es suficientemente aclarativo en dos cuestiones decisivas: una, las interconexiones entre el imperialismo y la crisis ecológica, y otra, la cobardía colaboracionista de buena parte del “mundo ecologista” hacia las órdenes del capitalismo. Ambas cuestiones nos muestran cómo funciona la “ecología oficial”, de qué poder depende y cobra, y cual es la valides científica y ético-moral de sus tesis. En estos días, a raíz del terremoto en Japón y las luchas populares de los pueblos musulmanes africanos estamos viendo cómo la industria militar-nuclear redobla su propaganda y sus ataques bélicos mezclando mentiras desinformativas con ideología burguesa sobre derechos humanos abstractos, sin olvidar dosis de ecocapitalismo y capitalismo verde.
La categoría filosófica de desarrollo sirve para demostrar cómo la aparición de un poder social explotador, el capitalismo, dotado de ingentes fuerzas destructivas y de una irracionalidad global, acelera la separación de la especie humana con respecto a la naturaleza, su escisión y extrañamiento, y a la postre su oposición suicida. Con el concepto de “progreso” sucede todo lo contrario: es un concepto que favorece al imperialismo si no se admite que también existe el retroceso social, la derrota y la vuelta a situaciones de explotación, una regresión resultado de la lucha de clases. El “progreso” se usa como forma de desprecio a los pueblos empobrecidos, como forma de presión para que claudiquen ante la civilización burguesa, como obligación ética y política de aceptar los valores del capital.
Es una necesidad urgente del movimiento revolucionario volver a integrar a la especie humana dentro de la naturaleza de la que ha nacido y a la cual pertenece. La reintegración ha de hacerse a la fuerza respetando las leyes de la evolución natural, del inestable equilibrio entre los componentes de la totalidad natural, y revirtiendo cuanto antes los terribles efectos causados por el capitalismo. Ahora bien, esto vuelve a plantear la cuestión clave del poder político.
- A Iñaki Gil de San Vicente se le presenta como “pensador marxista” y sus conferencias y escritos reflejan el carácter revolucionario de esa ideología. Sin embargo, Herria Abian es una plataforma amplia por el cambio social que versa sobre cuatro puntos básicos, o mínimos si se quiere. ¿Cómo se relaciona la ideología marxista revolucionaría con las reivindicaciones básicas que defiende Herria Abian?
No soy un “pensador marxista”, pretendo ser un revolucionario marxista que lucha por la independencia socialista de Euskal Herria, y que, en esta entrevista, tiene el objetivo de enlazar la crítica marxista con las formas de acción y con las reivindicaciones de los sectores populares menos formados teóricamente. Por desgracia, cuando la formación política y teórica es débil, la capacidad y decisión de lucha, firme al comienzo, termina debilitándose porque esa conciencia poco formada es presa fácil de la ideología burguesa. Los movimientos populares como Herria Abian, que intervienen preferentemente entre estos sectores, han de cuidar con extrema finura la interacción entre el rigor teórico imprescindible que tienen que tener sus militantes más responsables y las formas pedagógicas adecuadas para elevar el nivel de praxis de las diversas capas de activistas, y a la vez, para seguir expandiendo el movimiento e integrando y atrayendo a más y más sectores populares. En esta tarea sigue siendo enormemente eficaz la distinción marcada por Lenin en su obra “¿Qué hacer?”, entre las diferentes formas de agitación y formación existentes, dentro de una perspectiva común y unitaria.
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
EUSKAL HERRIA 22-III-2011