El naci­mien­to de un gran hete­ro­do­xo – Alfon­so Sastre

Sas­tre.- Este año se cum­plen los qui­nien­tos del naci­mien­to de un gran hete­ro­do­xo que nos dejó como heren­cia una gran lec­ción, y lo hizo ardien­do en una hogue­ra. Som­bra.- ¡Pues bien empie­za usted! ¿No encon­tró mejor modo que arder para dejar su lección?

Sas­tre.- No te rías, Som­bra, no te rías, que aho­ra no es de reír y estoy hablan­do en serio.

Som­bra.- ¿Se cree que no lo sé? Está hablan­do de aquel médi­co Miguel Ser­vet. Usted ha escri­to su vida («Flo­res rojas para Miguel Ser­vet») y una obra de tea­tro sobre ese per­so­na­je («M.S.V. o La san­gre y la ceni­za»); a ver si no es cierto.

Sas­tre.- Sólo que ese «per­so­na­je» fue una per­so­na real en el siglo XVI.

Som­bra.- Yo no he dicho otra cosa; y tam­po­co me reía al refe­rir­me a eso de dar una lec­ción… «ardien­do». (Pero se le esca­pa una risa). ¿Y en qué sen­ti­do era un maestro?

Sas­tre.- Fue un maes­tro de inte­lec­tua­les, pero, eso sí, de muy dis­tin­ta índo­le que, por ejem­plo, Gali­leo Gali­lei. ¿Ya pillas?

Som­bra.- Más bien, ya recuer­do. Fue una dis­cu­sión que tuvie­ron uste­des cuan­do dis­cu­tían, o sea, en otro tiempo.

Sas­tre.- El tema que se plan­tea­ba era éste: ¿Qué es lo que deben hacer los inte­lec­tua­les en tiem­po de per­se­cu­ción de las ideas? ¿Defen­der las suyas ante la tor­tu­ra y has­ta la muer­te, como hizo Ser­vet, o defen­der su cuer­po y su vida aun­que para ello tuvie­ra que negar públi­ca­men­te sus ideas, como hizo Gali­leo Galilei?

Som­bra.- ¿Y usted qué opi­na, a ver? ¿Escri­bió sus obras a favor de Ser­vet y con­tra Galileo?

Sas­tre.- No, de nin­gu­na mane­ra, pero sí con una gran admi­ra­ción ante el ejem­plo que Ser­vet dio al mun­do. Yo pen­sé que se com­por­tó como un ver­da­de­ro héroe trá­gi­co a la altu­ra de los gran­des héroes de la tra­ge­dia grie­ga, pero que ade­más, en toda su «gran­de­za», fue un ser «irri­so­rio»: un pobre hom­bre feo y cojo, digá­mos­lo así, ade­más de un nota­ble médi­co y un estu­dio­so ciru­jano y, sobre todo, un gran teólogo.

Som­bra.- Oiga, ¿y el des­cu­bri­mien­to de la «cir­cu­la­ción pul­mo­nar de la san­gre», que así la lla­man, no tuvo su importancia?

Sas­tre.- Sí la tuvo, aun­que ya la había des­cri­to mucho antes el médi­co ára­be Ibn An-Nafis (autor tam­bién de un «Tra­ta­do sobre el pul­so») y, por otra par­te, el des­cu­bri­mien­to no se acep­tó en el mun­do cien­tí­fi­co has­ta que lo pre­sen­tó el doc­tor Har­vey, que publi­có en 1623 su obra «Sobre la cir­cu­la­ción de la san­gre y el movi­mien­to del cora­zón». En todo caso, ese tema no apa­re­ció en los pro­ce­sos a Ser­vet. Ni a los cató­li­cos ni a Cal­vino les impor­ta­ba mucho, al pare­cer, que la san­gre cir­cu­la­ra o no por aquí y por allá. Lo que les indig­na­ba es que él fue­ra «anti­tri­ni­ta­rio» y que dije­ra, el muy bru­to, que la lla­ma­da San­tí­si­ma Tri­ni­dad era como «un perro de tres cabe­zas», y, en fin, que le pare­cie­ra una ton­te­ría creer que Jesús era «hijo eterno de Dios» («¡Si es hijo no es eterno, igno­ran­tes!», cla­mó). Esa fue su gran hete­ro­do­xia y la cau­sa de su que­ma, apar­te cier­tas sos­pe­chas de que se hubie­ra rebau­ti­za­do, pues se per­se­guía tam­bién a san­gre y fue­go a los Ana­bap­tis­tas, par­ti­da­rios como eran de la «comu­ni­dad de los bie­nes», o sea, que eran unos comu­nis­tas de tomo y lomo.

Som­bra.- Lo que sí es raro es que lo detu­vie­ran en Fran­cia, sien­do allí un médi­co que­ri­do y popular.

Sas­tre.- Él vivía, clan­des­tino, en Vien­ne del Del­fi­na­do, como «Doc­teur Michel de Ville­neu­ve» (alu­dien­do impru­den­te­men­te, por otra par­te, a su Naci­mien­to en Villa­nue­va de Sije­na), y Cal­vino denun­ció su ver­da­de­ra iden­ti­dad a las auto­ri­da­des cató­li­cas, que acep­ta­ron su denun­cia, lo detu­vie­ron, lo pro­ce­sa­ron y lo con­de­na­ron a morir en una hoguera.

Som­bra.- ¡Pero bueno! ¿No lo que­ma­ron en Ginebra?

Sas­tre.- Sí, pero antes en Vienne.

Som­bra.- O sea, que me está usted toman­do el pelo, jefe.

Sas­tre.- Eso es por­que tú des­co­no­ces las cos­tum­bres de la época.

Som­bra.- Pues explí­que­se mejor.

Sas­tre.- Es muy sen­ci­llo: Cuan­do no tenían a mano al con­de­na­do, lo que­ma­ban «en efigie».

Som­bra.- O sea.

Sas­tre.- Que que­ma­ban un muñe­co más o menos pare­ci­do al ori­gi­nal y se que­da­ban tan pan­chos. (Ambos ríen). Som­bra.- Aho­ra no es de reír, pero usted ha esta­do gra­cio­so en eso. Bueno, bueno, pero, ¿no había­mos que­da­do en que lo tenían preso?

Sas­tre.- Es que uno está pre­so has­ta que se esca­pa. Y él tenía muy bue­nos ami­gos en Vien­ne, a lo mejor por­que les había cura­do unas paperas.

Som­bra.- Enten­di­do. ¿Y qué? ¿Se mar­chó a Gine­bra y se metió en la boca del lobo? Eso es como una novela.

Sas­tre.- Unos dicen que Gine­bra era un buen camino para lle­gar a Ita­lia y que lo reco­no­cie­ron al pasar, y otros que era un poco loco y qui­so enfren­tar­se con Cal­vino para seguir una anti­gua dis­cu­sión sobre la Tri­ni­dad y esas cosas; y has­ta se dice que se enfren­tó con Cal­vino cuan­do pre­di­ca­ba en la Cate­dral de San Pedro.

Som­bra.- Una situa­ción muy tea­tral, ¿no?

Sas­tre.- Es buen tea­tro, sí. (Tran­si­ción de cier­ta lige­re­za a la mayor serie­dad) El caso es que fue dete­ni­do, roba­do, tor­tu­ra­do y ase­si­na­do de esa mane­ra tan horri­ble, que­ma­do con leña húme­da. Tenía enton­ces 42 años, pues­to que nació, efec­ti­va­men­te, en 1511.

Som­bra.- Supon­go que este año habrá con­me­mo­ra­cio­nes, por lo menos en Ara­gón y en algu­nos periódicos.

Sas­tre.- Noso­tros damos aquí y aho­ra este toque a la memo­ria his­tó­ri­ca y nos bas­ta con esto, pero yo deseo que se con­me­mo­re su naci­mien­to, y ello des­de mi pro­ba­da admi­ra­ción por su figu­ra, a la que ten­go que aso­ciar que cuan­do, des­pués de la muer­te de Fran­co, fue auto­ri­za­da «La san­gre y la ceni­za» y la estre­nó en Bar­ce­lo­na la com­pa­ñía «El Búho» de Juan Mar­ga­llo (que lue­go la repre­sen­ta­ría en Amé­ri­ca Lati­na), les pusie­ron una bom­ba la noche del estreno en la Sala Villa­rroel, a pesar de lo cual la obra se repre­sen­tó con gran ente­re­za por par­te de sus intér­pre­tes. Tam­bién he de recor­dar que sobre el tex­to de M.S.V., ini­cia­les de Miguel Ser­vet de Villa­nue­va, con las que fir­ma­ba muchos escri­tos duran­te su clan­des­ti­ni­dad, José María For­qué hizo una serie para TVE; serie que cons­tó de ocho epi­so­dios de una hora, y que mere­ció el aplau­so (que For­qué reci­bió afec­tuo­sa­men­te) del doc­tor Vega Díaz.

Som­bra.- Me pare­ce como si usted qui­sie­ra aña­dir algo.

Sas­tre.- Y es ver­dad. Mira, en este año me gus­ta­ría que se recor­da­ran con la debi­da esti­ma­ción los muchos tra­ba­jos y des­ve­los que sobre la figu­ra de Ser­vet tuvo a lo lar­go de toda su vida aquel espe­cia­lis­ta ‑estu­dio­so y edi­tor- Julio P. Arri­bas Sala­be­rri, con quien yo man­tu­ve una muy gra­ta corres­pon­den­cia. Sin duda algu­na es mucho más des­ta­ca­da la figu­ra de Ángel Alca­lá en el foro mun­dial de la ser­ve­to­lo­gía, y a él debe­mos des­de hace unos años, como gran­dí­si­ma haza­ña, la edi­ción monu­men­tal ‑con sus pró­lo­gos, estu­dios y tra­duc­cio­nes- de las «Obras Com­ple­tas de Miguel Ser­vet» en la Colec­ción Larum­be de Clá­si­cos Ara­go­ne­ses de la Uni­ver­si­dad de Zara­go­za, edi­ción ple­na de eru­di­ción y sabi­du­ría. Cier­to que en su gran pers­pec­ti­va no entra ocu­par­se de tra­ba­jos lite­ra­rios «basa­dos» en la vida y las obras de Ser­vet, como los míos, que hemos cita­do aquí, pero hacer­lo así es una opción legí­ti­ma por su par­te. Por lo demás, la mayor par­te de lo escri­to en ese cam­po lite­ra­rio, y que yo conoz­ca, es muy medio­cre, como, por ejem­plo, el dra­ma que fue famo­so de José Eche­ga­ray «La muer­te en los labios», un dra­món pre­ten­cio­so y ridículo.

Som­bra.- ¿Y cerra­mos aquí, maestro?

Sas­tre.- Don­de tú digas, hija mía, tan oscu­ra y tan fiel. Gra­cias por todo.

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