En marzo de 2011, no pueden resultar más que conmovedores aquellas declaraciones del presidente francés Sarkozy, en las que, en plena vorágine del colapso de los mercados financieros, haya por el lejano año 2009, afirmaba la necesidad de una reestructuración del capitalismo, reconociendo la extraordinaria gravedad de la crisis económica en la que nos hayamos inmersos. No, no va a existir una reestructuración progresista del capitalismo. La razón? Muy sencilla: resulta imposible.
La posibilidad de generar rentas financieras e inmobiliarias en cantidad suficiente como para reconstruir las tasas de ganancia de las exigentes fracciones del capitalismo corporativo y, de manera simultánea, incrementar la riqueza patrimonial de segmentos significativos de la clase trabajadora, con el objetivo de promover una reactivación de la demanda agregada, resultan inviables. Un proceso de estas características conllevaría un considerable aumento de los volúmenes de crédito y, con ello, de los niveles de endeudamiento de las economías domésticas. El riesgo sistémico generado por una nueva dinámica de endeudamiento cuando todavía el sistema está tratando de digerir la ola precedente, resultaría demasiado amenazadora para la estabilidad.
Sin duda alguna el sistema financiero saldrá debilitado de esta crisis, por lo que resulta improbable que pudiera desarrollarse un nuevo modelo de acumulación desde estos parámetros. De no ser, claro está, que el sistema financiero se reforzase mediante la adquisición por parte de éste, de medios y activos que tengan un gran potencial de expansión. Efectivamente, de lo que hablamos es de la privatización de servicios de alta demanda y hasta la fecha de hoy garantizados por el sistema público, pero que con el objetivo de asegurar nuevos sectores rentables para el capital, pudieran ser puestos en manos privadas. Sanidad, educación, extensión de fondos de pensiones… son el maná que anhelan las fracciones dominantes del capital. Mercados “vírgenes” dode reiniciar un nuevo proceso de acumulación, desde una estrategia de privatizaciones muy similar a la que tuvo lugar en América Latina a finales de los años 80 y la primera mitad de los 90.
El neoliberalismo mantuvo desde sus inicios una contradicción fundamental que imposibilitó que lograra convertirse en un modelo de acumulación tan sostenible y estable como el fordista-keynesiano. Esta contradicción residía en un progresivo desajuste entre la oferta y la demanda, determinada por una tendencia hacia la sobreproducción. En el contexto de un mercado mundial globalizado, con políticas de ajustes salariales y recorte de derechos sociales, la capacidad productiva, no podía ser utilizada al 100% de su potencial, lo que establecía límites a las tasas de ganancia en los diferentes sectores productivos, que determinaron el hiperdesarrollo de los mercados financieros, con el objetivo de romper las limitaciones al aumento de la tasa de ganancia en los sectores económicos tradicionales. El proceso de financiarización económica ha sido el resultado de las contradicciones de la dinámica de acumulación capitalista, sometida, de un lado, a una tendencia decreciente de la rentabilidad de los sectores productivos, y de otro, a la incapacidad de convertir los sectores terciarios y la denominada “nueva economía informacional” en sectores económicos con efecto tractor para el conjunto de los sistemas económicos. Si bien el modelo de acumulación neoliberal trató de destruir el legado keynesiano-fordista, lo cierto es que en sus bases esenciales fue preservado, no tanto por las resistencias a la ofensiva neoliberal, como por la necesidad estructural de preservar una legitimidad social del sistema y preservar una demanda agregada consistente.
Cualquier intento de salir de la crisis con recetas de reducciones de la presión fiscal sobre las tasas de ganancia, abaratamiento del trabajo, restricciones del gasto público y reforzamiento del poder del sistema financiero para que impulse una ofensiva privatizadora, destruyendo el “legado keynesiano”, agudizará aún más el riesgo de sobreproducción y el estancamiento económico será un hecho.
Pero no, no nos encontraremos en la antesala de la quiebra definitiva del capitalismo. El escenario que se perfila como salida de la actual crisis, si bien estará dominado por una tendencia general de crecimiento cero, los procesos de concentración y centralización de capitales aumentarán, ya que se reforzará aún más la heterogeneidad de las tasas de ganancia entre las corporaciones transnacionales y las empresas no transnacionalizadas. En esta línea, resulta perfectamente factible la puesta en marcha de un nuevo modelo de acumulación, en el que grandes empresas trasnacionales, con un mercado y con una demanda decrecientes, puedan aumentar sus tasas de ganancia eliminando a las empresas que no pueden competir en esta nueva fase de concentración y centralización de capitales, y cooptando sus mercados.
Del lado del trabajo, las desigualdades y la fragmentación en el seno de la clase trabajadora aumentará. Para empezar, al Sistema capitalista mundial, debido al progreso tecnológico, le sobra fuerza de trabajo, y si bien persistirá una clase trabajadora “privilegiada” y garante de la estabilidad política y del consumo, la mayoría tendrá que limitarse a trabajar en condiciones cada vez más precarias y espantosas.