Un total de 795 hombres salieron del recinto, pero sólo tres lograron recorrer los casi 50 kilómetros que les separaban de Francia y recobrar la libertad. Uno de ellos, Jovino Fernández, regresó a Barcelona para seguir defendiendo la democracia. 585 fueron detenidos y devueltos al penal, donde sufrieron varios meses de reclusión en celdas de castigo. 14 fueron condenados a muerte.
A la mayoría los capturaron poco tiempo después de producirse la fuga. A excepción de Amador Rodríguez, ‘Tarzán’, apodado así porque sobrevivió tres meses escondido en una cueva. Los 210 restantes fueron tiroteados durante la persecución.
“Muchos salieron del penal desconociendo la zona, lo que provocó su pronta captura”, explica Carmen Domingo, autora de La Fuga (Ediciones B), la novela en la que, por primera vez, se recoge la historia de los hombres valientes del fuerte de Alfonso XII, más conocido como de San Cristóbal.
El hambre y las enfermedades amenazaban sus vidas tanto como los ideales políticos. Muchos de ellos “estaban allí en condición de presos gubernativos”, explica Iñaki Alforja, historiador y autor del documental Ezkaba, basado en la histórica fuga.
“Estos internos no habían tenido ningún tipo de juicio. Los recluían por sospechosos para que testificaran y después los dejaban presos o los fusilaban. La mayoría eran vecinos de la zona detenidos por la calle”, indica. “Esta práctica favorecía la impunidad”, añade Domingo en relación a la falta de pruebas tras el asesinato de estos civiles. Algunas de estas víctimas han sido localizadas en fosas comunes en los alrededores del fuerte. La más conocida es aquella donde cada cuerpo apareció con una botella al lado que contenía notas con los datos del fallecido.
El fuerte
Hoy, esta fortaleza militar a 15 kilómetros de Pamplona está cerrada al público y la Comandancia Militar de Navarra autoriza ocasionalmente visitas de asociaciones de víctimas del franquismo. “No atendemos a particulares, pero si una agrupación de familiares quiere ver el fuerte, la Comandancia da el permiso”, aclara desde la puerta del penal un militar al grupo de periodistas que está a punto de emprender una de esas visitas excepcionales.
Tanto el territorio donde se ubica como el edificio pertenecen al ministerio de Defensa, organismo que tiene la última palabra a la hora de decidir su destino. Escritora e historiador hablan de las muchas propuestas que se han hecho para rehabilitar el fuerte y dar un nuevo uso a este espacio del monte Ezkaba. “Se han escuchado iniciativas como hacer un parque temático o incluso poner una caja de ahorros, pero lo que de verdad habría que hacer es un museo de la memoria”, sugiere Domingo.
La ubicación estratégica del fuerte ‑que, escondido en el monte, no se ve ni siquiera cuando se está a escasos metros- responde a la práctica de las guerras anteriores a la aviación militar, en las que cualquier ataque se hacía desde tierra. Su construcción se prolongó durante 40 años y cuando terminó en 1919 ya era un fortín obsoleto que, edificado a cielo descubierto, lo convertía en un blanco fácil para ataques aéreos. A partir de ahí, se pasó del pretendido uso inicial como fortaleza para las guerras carlistas, a prisión en 1934.
La brigada primera está situada en los sótanos del penal y es una de las estancias más escalofriantes. Allí se hacinaban cientos de prisioneros en un espacio oscuro y con unas paredes que no paran de supurar el agua que se filtra por las intensas lluvias. Un pasillo profundo divide en dos la zona de galerías separadas por tabiques. La luz se cuela en cada galería por las minúsculas ventanas situadas a unos tres metros del suelo y que dan justo al patio donde los reclusos podían pasear dos horas al día. Los presos políticos eran los habitantes de esta tétrica zona del penal donde el oxígeno apenas llega a las últimas galerías del pasillo.
Sin dejar el sótano, no muy lejos de la brigada se localiza el aljibe, donde impera el ruido del agua que baja con intensidad por las paredes. Varios carteles advierten del peligro de caminar por los puentes con barandillas oxidadas instalados sobre las charcas que hacían de urinarios.
Desde 1985 no hay guarnición militar permanente para vigilar el edificio, que echó el cierre como penal en 1946.
La fuga
Carmen Domingo ha hecho una novela coral en la que los hechos son reales, también sus protagonistas así como sus condiciones de vida y en la que ha imaginado los diálogos para novelar el relato. “Escogí 25 nombres de presos que vivieron ese acontecimiento porque es mi modo de rendirles un homenaje”, indica la escritora catalana.
Los problemas por desnutrición y avitaminosis eran tan graves que incluso el director de prisión y el administrador fueron juzgados después de la fuga acusados de vender de estraperlo la comida que llegaba al penal, en lugar de alimentar a los internos.
Escapar de la miseria, recobrar la libertad, reencontrarse con los seres queridos, o volver a defender los ideales políticos que les habían llevado a la cárcel eran el leitmotiv que empujó a un grupo de internos a trazar el plan de fuga. El planteamiento era en apariencia sencillo: el 22 de mayo a las 20:00 horas, un grupo subiría de la brigada primera al patio y le quitaría el uniforme y las armas al jefe de servicio. Otro grupo asaltaría la cocina y un tercero buscaría las llaves ubicadas en la sala de visitas.
Uno de los guardias murió accidentalmente durante la fuga al caerse al suelo de un empujón y golpearse la cabeza. No falleció ningún carcelero más. “Es importante subrayar que los presos no buscaron venganza en ningún momento, tan sólo ataron a los guardias y escaparon. Aún pudiendo hacerlo, no mataron a nadie, lo que dice mucho del talante de estos hombres”, enfatiza la autora de La Fuga.
El destino de esta fortaleza militar en pleno pulmón de Pamplona se vuelve incierto y no parece que vaya a resolverse pronto la paradoja de encontrarse en ruinas y al mismo tiempo estar reconocido como bien de interés cultural desde 2001.
Por su parte, los pamploneses erigieron un monumento en homenaje a los presos políticos en 1988, situado justo antes de que el monte se vuelva terreno militar. Tributos como la novela de Carmen Domingo o la canción de Barricada, «22 de Mayo», contribuyen a conformar la memoria olvida de las cárceles franquistas.