Jon Jua­ris­ti – Mikel Arizaleta

Franz Josef Wag­ner es un perio­dis­ta ale­mán, que escri­be tex­tos sal­pi­ca­dos de adje­ti­vos cali­fi­ca­ti­vos y adver­bios de mala leche, y sus sal­va­jes rebo­tes argu­men­ta­ti­vos han lle­va­do a deno­mi­nar­le como el Goethe cha­ba­cano. Su for­ma de com­por­tar­se le ha gran­jea­do crí­ti­ca y ene­mis­tad. El Tages­zei­tung, con moti­vo de su 60 cum­plea­ños, le dedi­có per­las como: es un tipo colé­ri­co, machis­ta, impul­si­vo, reac­cio­na­rio, his­té­ri­co, cíni­co, caó­ti­co, inso­por­ta­ble… El per­so­nal pade­ció sien­do él el redac­tor jefe del perió­di­co Bild. Su esti­lo de tra­ba­jo, cali­fi­ca­do de caó­ti­co, y sus méto­dos de direc­ción con­du­je­ron a que gran par­te de la plan­ti­lla pidie­ra su rele­vo. En el 2009 fue con­de­na­do a pagar 10.000€ por til­dar en su colum­na a Eva Her­man, mode­ra­do­ra de tele­vi­sión, de “vaca idiota”

Leyen­do el artícu­lo, que Harald Mar­tens­tein dedi­ca en Zeit maga­zín a Josef Wag­ner, me acor­dé de Jon Jua­ris­ti. Decía Harald:

Esti­ma­do Josef Wag­ner, dijo usted una vez que al escri­bir hay que ser lobo cari­ño­so. O tam­bién: Cada fra­se es un pes­ca­do al que tie­nes que fili­tear. Y al que pri­me­ro hay que qui­tar­le las espi­nas y lue­go lim­piar­lo. Hay que lograr la fra­se pura, bru­ta, escue­ta, como poe­sía contemporánea.

Usted y yo comen­za­mos más o menos al mis­mo tiem­po como colum­nis­tas. Pero para enton­ces tenía­mos ya el culo pela­do, usted más que yo. Usted había ter­mi­na­do la carre­ra y yo no había cur­sa­do nin­gu­na. La colum­na nos sal­vó a los dos. No fue un buen comien­zo. Sus ini­cios de car­ta son mejo­res. Cito algu­nos, que me gustan.

“Que­ri­da seño­ra, de nue­vo reco­rrien­do las tien­das de niños en la pobre Mala­wi, su tien­da pre­fe­ri­da de auto­ser­vi­cio para con­fec­cio­nes de niños”. “Admi­ra­do Frank-Wal­ter Stein­meier, el domin­go por la tar­de pare­cía en casa de Ane Will una tor­tu­ga ador­mi­la­da. Si alguien hubie­ra gri­ta­do: ¡Roma arde!, usted no se hubie­ra des­per­ta­do”. “Admi­ra­da Love­pa­ra­de, se aca­bó, los muer­tos no resu­ci­tan”. “Jose Fritzl, 73, le deseo una lar­ga, 100 años de vida. Ni el cán­cer ni el infar­to de cora­zón deben salvarle”

Yo impar­to cur­sos de escri­tu­ra y, a veces, uti­li­zo estas car­tas suyas por­que en ellas no hay una letra de más (sal­vo las tres o cua­tro que he resal­ta­do de estos ejem­plos). Me gus­ta el énfa­sis, las imá­ge­nes fuer­tes, poten­tes, iro­nía es camu­fla­je, es de cobar­des. Usted no tie­ne mie­do a hacer el ridícu­lo. Usted se des­nu­da y mues­tra al mun­do su culo pela­do, segu­ro que por uti­li­zar “culo” reci­bi­ré car­tas de almas sen­si­bles. Sin arries­gar­se no se con­si­gue nada, tam­po­co como autor. De ahí que le escri­ba una oda a usted y no a otro de mis cole­gas, a los que tam­bién esti­mo. Usted no encuen­tra aplau­so en mis círcu­los. Usted escri­be para Bild, un perió­di­co con el que se pue­de ser crí­ti­co. Pero por con­si­de­ra­ción a usted per­dono a Bild algu­nas cosas.

A menu­do difie­ro de su opi­nión. Pero quien sólo lee tex­tos para con­fir­mar­se en su opi­nión lo mejor que podía era dejar de leer. Gen­te, que le cono­ce, dice que usted no siem­pre es una per­so­na agra­da­ble. Mejor dicho, que usted rara­men­te resul­ta agra­da­ble. Como jefe usted ha debi­do ser temi­ble. Impre­sio­nan­te pero temi­ble. Yo jamás hubie­ra podi­do tra­ba­jar con usted. Una vez le vi en un acto, esta­ban todos sen­ta­dos, sobre la tri­bu­na gen­te hablan­do, usted se encon­tra­ba al fon­do de pie, voci­fe­ran­do a su alre­de­dor. Creo que esta­ba borra­cho. Escri­be que ha deja­do de beber. Mucha suer­te. ¡Y no ter­mi­ne como Hemingway!

Se pro­yec­tó en tele­vi­sión una pelí­cu­la sobre usted. Usted qui­so mos­trar a los direc­to­res su ofi­ci­na, en el ras­ca­cie­los Sprin­ger, pero usted no encon­tró el acce­so a la casa y allí estu­vo has­ta que se le pasó la mona. Tras pro­lon­ga­da bús­que­da y con ayu­da de los cáma­ras por fin encon­tró su ofi­ci­na. Su secre­ta­ria se lle­vó un sus­to de muer­te al pre­sen­tar­se, hacía años que no iba. ¿Pero por qué escri­bo esto? Pen­sé en usted cuan­do hace poco murió Bernd Eichin­ger[i], el pro­duc­tor de cine. Aún en vida muchos de su ramo habla­ron des­de­ño­sa­men­te de él. Un aman­te del dine­ro, al que nada le impor­ta el arte, un pro­vee­dor de artícu­los de con­fec­ción. Ante gen­te como usted o como Eichin­ger a uno le bas­ta un segun­do para ima­gi­nar­se que están muer­tos. Lue­go todo se ve con mucha más nitidez.

[i] Bernd Eichin­ger (1949−2011) guio­nis­ta, direc­tor y pro­duc­tor de cine, res­pon­sa­ble de pelí­cu­las como “El nom­bre de la rosa” o “El Hundimiento”.

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