No me proponía escribir sobre las últimas declaraciones de Fernando Savater porque lo autorretratan, lo que algunos veteranos del Vietnam ya sabíamos. Que diga que se ha «divertido» con el «terrorismo» y que ello le ha «rejuvenecido» demuestra la morbidez de quien se recibe de catedrático de Ética y no un vulgar rastacuero. Lo pone fácil, pero no abusaré. Lo que no deja de sorprenderme es su erostratismo, es decir, su extrema soberbia que se figura prerrogativa impune diciendo en público lo que piensa en privado, lo cual, en cierto modo, tiene su mérito. Savater no ha mentido, al margen de las náuseas. A lo sumo, calibrando los efectos de sus amorales declaraciones, «matiza». Pero jamás se arrepentirá o sufrirá comezón o culpa, sentimientos éstos, como diría su admirado Nietzsche (o Cioran), propios de «resentidos» y gente vil. Descendió de su olimpo para enredarse en los prosaicos «asuntos humanos», olvidando dedicarse a sus «libritos», para concluir, lúdicamente, deportivamente, como quien ve desde la tribuna de Epsom el Grand National (carrera de caballos que le chifla), que se ha «divertido» y, encima, como Dorian Grey, ha «rejuvenecido». El nene está contento. Y se ríe con esas fauces.
El micrófono se ha revelado un instrumento de doble filo, pues no es lo mismo que esté en on que en off. O que su usuario crea que esté abierto o cerrado. Puede jugarte malas pasadas. Le pasó a Rajoy cuando dijo (le pillaron) ‑pensando que el micro estaba cerrado y ya no se le oía- que ir al desfile militar era un «coñazo». Igual que la diplomacia secreta del antiguo régimen donde no había micrófonos ni periodistas. Ni pueblo ni público. No es necesariamente así, por supuesto, pero es sintomático. El off the record es más real que lo dicho abiertamente. La «realidad» se construye y «lo real» se dice a puertas cerradas. Y sin micrófonos. Imagine el lector o lectora una rueda de prensa donde un líder habla ante una nube de micrófonos. Podrían estar todos apagados y no habría mayor transcendencia. Bastaría con que sólo uno estuviera abierto para que sucediera algo, pero sólo a condición de que nuestro lidercito la diera por concluida y pensara que también ese uno estuviera en off. Naturalmente, exagero, es posible… Zaplana dijo que «se metió en política» para «forrarse», pensando que los micrófonos estaban mudos. Algo que a Savater le da igual. Como buen sofista, siempre encontrará una salida a sus abundosidades. Y que me perdonen los sofistas griegos clásicos.
Finalizaré con una congoja que me atribula. ¿Qué va a pasar con toda la recua de «profesionales» masmediáticos «expertos en antiterrorismo» cuando esto se acabe? ¿Verán rebajados sus emolumentos? ¿Será sensible el Estado a su condición de víctimas de las víctimas de las víctimas? ¿Reclamarán sus «méritos» como abanderados de la lucha contra el terrorismo si se ven ninguneados? ¿Qué ocurrirá cuando la «industria del antiterrorismo», ese filón para tanto mercenario de la pluma y del micro, se termine? A Savater siempre le quedarán sus «libritos».
Fuente: Gara