Ante fallos como este del Tribunal Supremo, un independentista tiene difícil saber si ha de dejarse llevar por el enfado a la vista de la facilidad con la que los poderes del Estado español se pasan la ley y la justicia por el arco de lo que creen su conveniencia política a corto plazo o, por el contrario, ha de tener una contenida alegría ante la evidencia de que España se está suicidando en Euskal Herria.
En nuestro país hay una conciencia generalizada y trasversal de que la izquierda abertzale ha dado los pasos que se le exigían para ser legal, y de que si ahora se prohíbe su inscripción en el registro de partidos es porque se le han ido cambiando las reglas de juego según las asumía, elevándole el listón del salto hasta hacer imposible sobrepasarlo.Por contra, los magistrados de la Sala del 61 del Tribunal Supremo se mueven en un hábitat distinto, en el que todas las referencias sobre Euskal Herria no son directas, sino que están mediatizadas por una visión que bien podría ser presentada como colonial. No sólo hay un rechazo hacia lo que puede ser el abertzalismo ‑incluidas sus presentaciones institucionales como bien pudo comprobar en su día Juan José Ibarretxe‑, sino que también hay un profundo desinterés por entender lo que aquí sucede. Las decisiones se toman a base de prejuicios e interese y después se buscan las excusas que puedan darle cierta apariencia de legalidad. No importa alterar la realidad para traducir «ikutu gabe» como «para tocar» en lugar de «sin tocar», o para considerar una prueba en contra de la legalización que en los estatutos de Sortu se mencione expresamente a ETA para rechazar su violencia.
Esa enorme distancia entre lo que en Euskal Herria se ve y lo que en España se interpreta va creciendo y acercándose a la ruptura con estas noticias.
Tengo la impresión de que algo de esto pretendía explicar el presidente del PSE, Jesús Eguiguren, en su polémico artículo de «El País». Pero, ante su mensaje, pocos pusieron atención en la Luna señalada. La mayoría se quedó mirando al dedo, y con intención de partírselo, por cierto.
Mientras tanto, en Euskal Herria sigue creciendo la desafección hacia un Estado del que no le vienen más que hostias. No van a hacer cundir el desencanto. Al contrario. Las próximas elecciones municipales y forales serán la mejor muestra de ello.
Consuman su propia realidad mediática contaminada y créansela. Duerman tranquilos. Cuando despierten quizá su dinosaurio todavía siga allí pero, con un poco de suerte, Euskal Herria estará marchándose.