La Iglesia lleva siglos procesando y ejecutando a las dos grandes amenazas de su pirámide productiva: los homosexuales (hombres que no cumplen su cometido en la cadena reproductora de la que se nutría la Iglesia con sus diezmos, sus fieles y sus siervos) y las feministas (mujeres que no acatan su posición de meras máquinas reproductoras-de placer-sirvientas familiares), pero ahora también van a por los bufones, a por uno en concreto: Leo Bassi. Pero esta represión no hace más que evidenciar su naturaleza: tiranos, déspotas, dictadores, enemigos acérrimos de la libertad.
Quizás por eso su furia procesal se vea cada vez más aislada de una sociedad en la que se ha convertido en un mero anacronismo, una reliquia con escasa representación, un viejo instrumento de una oligarquía que observa con ira cómo ese pueblo, que antes se dejaba pisar, ejecutar, torturar y matar de hambre, tiene algo más de voz. Y la Iglesia, que ha gozado de verdaderos abismos de despotismo, tiranía y caprichosa masacre del pueblo, se está hinchando de ira.
Sus tiranos, esos obispos, cardenales y demás figuras creadas para subrayar la diferencia de clases, los privilegios que han instaurado en una sociedad feudal que hace tiempo desapareció (menos en su Estado), son como niños malcriados que no conciben que la población no obedezca cada uno de sus caprichosos designios e ignore sus peligrosas pataletas. Porque eso son estos acosos a la democracia, a la libertad, a la evolución, que estamos viendo últimamente: pataletas de un dictador que ya no puede asesinar a su pueblo esperando el agradecimiento del ajusticiado por su magnánima caridad.
Toda esta caterva de “sindicatos” (menuda perversión de una palabra que designa a una organización creada para defender al pueblo justamente de esos a los que Manos Limpias representa: los tiranos), asociaciones, fundaciones y demás figuras legales que los magos eclesiásticos no dejan de sacar de su chistera (¿cómo podía ser de otro modo?, los códigos penales, civiles y el corpus jurídico fue creado por ellos, los inventores de la norma represora; saben muy bien cómo utilizar los vericuetos legales para reprimir, someter, callar a sangre y fuego; es lo que llevan siglos haciendo), nos pretenden hacer creer que son la voz del pueblo, de esa supuesta mayoría de practicantes que sus voceros afirman que viven en España (me caigo de la risa, las Iglesias son monumentos al pasado para disfrute de turistas), y afirman una y otra vez que la Iglesia, “magnánima”, “caritativa”, “bondadosa”, no está detrás de estas organizaciones manufacturadas a base de dinero y privilegios sociales (dos componentes de los que la Iglesia posee sumas incalculables) que se han atrevido a atacar abiertamente a toda figura que haya cuestionado sus privilegios dictatoriales, sus maneras tiránicas, su desprecio a la más elemental libertad.
Primero fue el [tristemente célebre] juez Garzón. Claro, si seguía tirando del hilo de los desmanes del dictador Franco y los rebeldes que ejecutaron a millones de españoles, pronto acabaría en la “santa” Madre Iglesia y sus “bondadosos” ejecutivos vestidos de sotana y cirios que delataron, condenaron y hasta empuñaron armas. Luego fue ese grupo de feministas valientas de la Complutense que se atrevió a desafiar el poder y los privilegios de la Iglesia en nuestros campus universitarios, estas reunían de un golpe a sus dos “minorías” más perseguidas: feministas y LGTBs. Y ahora le llega el turno al bufón Leo Bassi, que se atreve a no comportarse como un atemorizado siervo que cuchichea su descontento a oscuras y luego se ve obligado a sonreírle al cura del pueblo que robó todo el dinero de su familia, o abusó de su hijo, o le señaló para que la policía de la dictadura le detuviese (todas figuras muy conocidas en la España profunda y menos profunda), o se fue a África, un continente que agoniza de sida, a decirles que el preservativo es la causa del HIV y que para complacer a su Dios de cuento de hadas deben contagiarse y contagiar a otros: hacer morir a niños nacidos infectados, a madres contagiadas, a hombres en la flor de la vida, a todo un continente que ha sido convertido al cristianismo a base de tretas, mentiras y miedo al misionerito tirano y cobarde que denunciaba a los “soldados malos” (puestos a su disposición por gobiernos financiados por la Iglesia), a los pocos indígenas que se atreviesen a cuestionar el saqueo de sus tierras, sus vidas, sus creencias por el misionerito que “ayudaba” a “los negritos”.
La Iglesia Católica no está acostumbrada a que se le diga “No”. Llevan siglos haciendo y deshaciendo a su antojo. Mimando la corrupción, los abusos, el sexo a escondidas… y ahora se ven cada vez más solos, más aislados, más anacrónicos. Y eso no les gusta. Quieren que las cosas sigan como estaban, que el pueblo salga en pleno a apedrear al maricón, a violar a la bollera, a apalear a la feminista… por supuesto, en nombre de Dios y de la caridad. Y como eso no es buena imagen en esta sociedad algo más libre, han creado a unos mercenarios, unos vicarios que harán el trabajo sucio por ellos mientras ellos miran hacia otro lado. Como siempre. Policía bueno-Policía malo. Ellos inventaron ese juego. Así es como siguen acallando a las pocas voces que denuncian sus privilegios, sus corruptelas, sus abusos… ¿Y los emigrantes?, se preguntará alguien que piense en los sospechosos habituales cuando estas máquinas de reprimir se ponen a funcionar. Los emigrantes se libran porque son su plataforma publicitaria favorita. El catolicismo sólo sobrevive en países pobres, desesperados, pueblos sin acceso a la cultura, a la más elemental información.
Ahora esa dictadura sobre la información peligra. Y la Iglesia quiere seguir gozando de impunidad. Por eso ataca con esta desproporción al más simple desafío. ¿Qué va a ser lo siguiente, detener a las comparsas o chirigotas de Cádiz por hacer una parodia religiosa? ¿Ponernos una demanda en el Orgullo Gay si llevamos un hábito con barbas y liguero? ¿Secuestrar los ninots de Valencia si se atreven a insinuar que el Papa promociona el sida? Lo siento pero no podéis seguir imponiendo el silencio, el miedo y la mentira sobre lo que el pueblo realmente piensa. Las prebendas se están acabando.
Porque, por mucho miedo que intenten infundir, hay algo que no pueden conseguir: hacernos querer lo que nos daña, ignorar las voces lúcidas que denuncian sus excesos.
Por eso sólo puedo decir: ¡Bravo Leo Bassi! ¡Te seguiremos hasta el fin! ¡Bravas, feministas de la Complutense! ¡Os apoyamos hasta el fin!
Porque son voces como las vuestras las que hacen falta para evolucionar como especie y sobrevivir y no rodillas ensangrentadas que miran hacia el otro lado mientras ese monopolio del miedo traiciona cada uno de los preceptos que decían defender: ¿Caridad? ¿Amaos los unos a los otros? ¿Asilo al desvalido? Debe ser que no leyeron la letra pequeña… “existencias limitadas a los primeros usuarios. En cuanto salgamos de las catacumbas y un emperador nos encumbre, repetiremos todo lo que nos han hecho y más”.
PRC Canarias