En su día, Costa de Marfil se presentaba como un modelo africano de estabilidad y bonanza económica. Sin embargo, las sucesivas crisis han variado considerablemente el panorama, y ya son pocos los que dudan que una nueva tragedia esté asentándose peligrosamente en otro estado africano. Desde hace años la situación en Costa de Marfil camina hacia un peligroso precipicio. La otrora estabilidad de este joven estado hace tiempo que dio paso a una sucesión de crisis políticas, económicas y militares.
Las elecciones presidenciales del pasado diciembre han traído un escenario donde los dos principales candidatos a ocupar el puesto se han enzarzado en una serie de luchas y enfrentamientos que han ocasionado hasta la fecha cientos de muertos y miles de desplazados, colocando al país en una situación de guerra abierta. Las diferencias religiosas, tribales, o la participación de los actores extranjeros, decantándose por una de las partes, han posibilitado que las cosas muestren una de sus peores caras.
Hasta hace unos días los partidarios de Gbagbo controlaban lo que se ha conocido como “le pays utilie” (el país útil), es decir, la zona sur del país, incluida a capital de facto, Abidjan, la zona productora de cacao en el centro oeste, y las zonas costeras donde se encuentran los principales puertos y las reservas de petróleo descubiertas hace poco tiempo. En esas regiones, las más ricas (en agricultura y recursos naturales) y con mejores infraestructuras, las fuerzas de Gbagbo se han impuesto. Frente a esa realidad, el norte, más pobre y con escasas infraestructuras, se ha unido mayoritariamente a las fuerzas de Ouattara, y a los aliados de éste, en torno al señor de la guerra Guillaumme Soro y sus “Forces Nouvelles”. De ahí que las fuerzas rebeldes hayan lanzado la reciente ofensiva militar para hacerse con el control de las zonas y regiones más ricas del país, ya que el control de las mismas puede condicionar el acceso al poder.
A día de hoy la fractura en la sociedad marfileña se ha profundizado. A las ya consabidas desavenencias tribales o religiosas, se le ha añadido “una peligrosa politización de las fuerzas armadas, la formación de grupos armados paramilitares y bandas de delincuentes, enfrentamientos dialécticos que han radicalizado a los sectores juveniles que no tienen acceso a la educación o al mercado de trabajo y que manifiestan su frustración adhiriéndose a esos grupos”.
Y a pesar de todo ello, y de la complejidad del conflicto, algunos análisis caen en la simpleza a la hora de afrontar lo que acontece en Costa de Marfil, prefiriendo presentar la situación como un enfrentamiento entre el norte musulmán y el sur cristiano, o entre los grupos étnicos de la sabana y los de la zona forestal.
La crisis marfileña es el producto de la conjunción de una serie de factores, donde la “etnicidad” juega su papel, pero que está estrechamente relacionado con la grave (y ya casi crónica) crisis económica, las discriminaciones sociales, políticas y económicas, el acceso ala tierra, los movimientos migratorios (en clave interna como externa), la lucha por el poder de algunas personalidades del país, el concepto de ciudadanía…
Como muy bien señalan algunos conocedores de aquella realidad, la situación es fruto de “la politización de la etnicidad por todo el país, el impacto negativo que ha tenido en Costa de Marfil la prolongada y estructural crisis económica, cuyos efectos se han visto agravados por las políticas neoliberales impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (para el que trabajó durante varios años Ouattara), y finalmente, la propia naturaleza del sistema político y la forma en que se construye y ejerce dicho poder”.
El impacto de la crisis económica ha hecho que la pobreza se dispare, lo que ha incrementado el descontento entre amplios sectores de la población. Por su parte, la privatización, la liberalización del comercio y la privatización de empresas estatales han reducido “drásticamente la esfera de influencia económica del gobierno”, dejando en manos de las multinacionales el control de los sectores “más lucrativos de la economía”, como el cacao (mayor productor mundial)
Durante los años noventa confluyeron una serie de situaciones que prediseñaron las condiciones del actual escenario marfileño. Así, la prolongada crisis económica, el alto índice de desempleo y el declive manifiesto del estado de bienestar hicieron que la oposición al gobierno de Houphouët-Boigny aumentase y que finalmente se articulase en torno sobre todo a tres formaciones políticas. Las consiguientes pugnas entre la “élite política” trajo consigo un aumento de la politización de la etnicidad, lo que posteriormente se conocerá como “Ivoirité” (ser ivoiriano). Los recelos hacia los emigrantes (de Mali, Guinea o Burkina Faso, principalmente, y que en 2005 ya representaban el 12% de la población), junto a la defensa de una nueva concepción de la soberanía cultural marfileña se materializarán en una serie de estructuras jurídico institucionales (Nuevo Código Electoral- 1994 o el Código de la Tierra- 1998) que condicionarán y dificultarán la participación política de sectores de la sociedad, en función a sus orígenes.
Las maniobras golpistas, como la sublevación de 2002, y a pesar de los posteriores intentos de buscar una salida negociada, que han fracasado, han fracturado aún más la realidad marfileña.
La presencia de actores extranjeros también ha influido en el desarrollo de los acontecimientos. Más allá del debate sobre la presencia de emigrantes de los países vecinos, atraídos en su momento por la bonanza económica de Costa de Marfil, los gobiernos de la región también han movido sus fichas en busca de un gobierno marfileño que atienda a sus propios intereses. La decisión de esos estados organizados en torno a la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS) (excepto Gambia), y de otros países africanos a los que tampoco se ha unido Angola) de apoyar a Ouattara cabría interpretarla en esa dirección.
Tampoco hay que olvidar la presencia de mercenarios de Sierra Leona y Liberia que han sido incapaces de reintegrarse en sus respectivas sociedades y siguen operando militarmente.
Y junto a ellos los militares franceses, que ya en el pasado han intervenido militarmente bajo la excusa de proteger a sus conciudadanos en el país, y que a día de hoy mantienen una presencia de 1650 soldados (la misión Licorne) que se han situado junto a las fuerzas de Ouattara también.
Diferentes opciones. Por un lado hay quien señala la necesidad de repetir las elecciones en los distritos anulados del norte, lo que con toda probabilidad le daría la mayoría a Ouattara, pero al mismo tiempo restaría de argumentos a los partidarios de Gabgbo. Por otro lado, los hay que opinan que un gobierno de unidad nacional podía ser la salida a la actual crisis, pero las diferencias personales de ambos contendientes, unido a los intereses de terceros actores o a las experiencias similares de otros países, donde probablemente los grandes beneficiados de esa estrategia acaban siendo las élites locales en detrimento de la mayoría de la población, no auguran un buen futuro a esta solución.
Finalmente está la apuesta de una intervención militar extranjera, bien occidental (Francia sobre todo) o de otros países africanos. Probablemente esta opción traiga consigo una guerra civil abierta que tendría además consecuencias directas en otros estados de la región (no hay que olvidar la porosidad de las fronteras en esa región de África).
Gane quien gane en esta escalada militar, la sociedad marfileña pierde. Los llamamientos de las partes al enfrentamiento, la organización generalizada de milicias y grupos armados en los barrios de los pueblos y ciudades, la desconfianza entre vecinos partidarios de Gbagbo u Ouattara, los muertos y desaparecidos que aumentan cada día, son ingredientes que sitúan a Costa de Marfil ante un oscuro panorama. Además, la situación marfileña puede acabar contagiándose en los países vecinos, donde la paz, la seguridad y la estabilidad pueden también saltar por los aires.
Por otro lado, el desenlace en Costa de Marfil puede también mostrar el rostro más crudo de la nueva recolonización del continente africano.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
EL TABLERO DE LAS FUERZAS:
Apoyo a OUATTARA:
- Fuerzas militares de ECOWAS: 2.773 (con un posible aumento de otros 3.700 y una brigada de 6.500).
- Naciones Unidas: 7.700 (una fuerza adicional de 2000)
- Soldados franceses de la operación Licorne: 1650
- Miembros de “Fuerza Nuevas” de Guillaumme Soro: 8.000
Apoyo a GBAGBO:
- Ejército marfileño (6.500, aunque pueden producirse deserciones)
- Fuerza naval: 900
- Fuerza aérea: 700
- Gendarmería: 7000
- Guardia Presidencial: 1.300
- Milicianos de los Jóvenes Patriotas: 1500 – 2000