El gran auto­en­ga­ño – Mikel Arizaleta

Las VI Jor­na­das “Cató­li­cos y Vida Públi­ca” comen­za­ron el 8 de abril, vier­nes por la tar­de, en Bil­bao con el reci­bi­mien­to por par­te de las auto­ri­da­des loca­les y reli­gio­sas de la Cruz, que el papa Juan Pablo II entre­gó a los jóve­nes en 1984 y que des­de enton­ces ha pre­si­di­do dis­tin­tos actos reli­gio­sos en diver­sos países.

La Cruz lle­gó a Bil­bao, jun­to con el Icono de la Vir­gen, a bor­do de una embar­ca­ción pro­ce­den­te de San­tur­tzi que ha sur­ca­do la ría has­ta la capi­tal viz­caí­na acom­pa­ña­da de algu­na embar­ca­ción, que ha hecho sonar su sire­na a modo de bien­ve­ni­da, serán sím­bo­lo de las Jor­na­das Mun­dia­les de la Juven­tud que se cele­bra­rán en Madrid en agosto.

Qui­zá ron­da­sen las dos­cien­tas per­so­nas las par­ti­ci­pan­tes en el reci­bi­mien­to, entre las que se encon­tra­ban el obis­po de Bil­bao, Mario Ice­ta, el pre­si­den­te del Pon­ti­fi­cio Con­se­jo para la Vida y la Fami­lia, el car­de­nal Ennio Anton­ne­lli, la pre­si­den­ta del Par­la­men­to vas­co, la opus­deis­ta Aran­tza Qui­ro­ga, el alcal­de socia­lis­ta de San­tur­tzi, el par­la­men­ta­rio peneu­vis­ta Ricar­do Ituar­te y varios con­ce­ja­les del PP en Bil­bao como Cris­ti­na Ruiz y Bea­triz Marcos.

Lo cier­to es que las cri­sis lim­pian y des­pe­jan, sobre todo eli­mi­nan una serie de acti­tu­des fosi­li­za­das de las que hace tiem­po esca­pó la vida. Tam­bién las cri­sis eli­mi­nan el mie­do arrai­ga­do y muy des­pro­por­cio­na­do al “des­ajus­te, al des­or­den” y crean indi­vi­duos fres­cos y pode­ro­sos, sos­tie­ne Jacob Burckhardt

El libro “Die Aufers­tehung Jesu. His­to­rie, Erfah­rung, Theo­lo­gie” de Gerd Lüde­mann, publi­ca­do en 1994[i], no solo tuvo un gran eco en la opi­nión públi­ca sino tam­bién encon­tró bue­na aco­gi­da en los círcu­los espe­cia­li­za­dos. Al fin y al cabo habla­ba de lo que ya se sabía, sólo que Lüde­mann supo expre­sar­lo con cla­ri­dad y pro­fun­di­dad, sin mie­do al cas­ti­go y bra­va­tas de su Igle­sia y de su obis­po. El libro de este extra­or­di­na­rio exege­ta e inves­ti­ga­dor valien­te tenía como obje­ti­vo ana­li­zar sin mira­mien­tos, a cal­zón qui­ta­do y con hon­ra­dez, la ver­dad his­tó­ri­ca del hecho de la no-resu­rrec­ción de Jesús y sacar con­se­cuen­cias de futuro.

Eran muchos los estu­dio­sos que venían apun­tan­do des­de el siglo XVIII en este sen­ti­do: los tex­tos neo tes­ta­men­ta­rios como pan­fle­to de visio­nes, éxta­sis o expe­rien­cias sub­je­ti­vas, fun­da­men­tal­men­te en dos: en las apa­ri­cio­nes a Pedro y a Pablo. Hoy ya nadie ver­sa­do sos­tie­ne la resu­rrec­ción como hecho his­tó­ri­co, ni la de Jesús ni la de nadie. Del “si Jesu­cris­to no ha resu­ci­ta­do vana es nues­tra fe”, que se venía pre­di­can­do, se ha pasa­do a una “resu­rrec­ción en espí­ri­tu”, “comu­nión de fe”, que equi­va­le a pre­gun­tar ¿cómo te sien­tes en la vida? O, expre­sa­do con pala­bras de Juan Ramón Jimé­nez: “Yo me iré y se que­da­rán los pája­ros can­tan­do, y se que­da­rá mi huer­to con su ver­de árbol y su pozo blan­co…”. Al care­cer de base real, de la resu­rrec­ción se hace poe­sía, tam­bién de la nues­tra, pero sobre todo de la de Jesús. El “Dios resu­ci­tó a Jesús de los muer­tos” es, a la luz de la cien­cia, fra­se hue­ra y fór­mu­la teo­ló­gi­ca fosi­li­za­da, qui­zá vago deseo en alguien.

“La tra­di­ción de las apa­ri­cio­nes de Jesús y del sepul­cro vacío ori­gi­na­ria­men­te no tuvie­ron nada que ver entre sí. En cual­quier caso la apa­ri­ción más anti­gua no se loca­li­za en el sepul­cro, y la tra­di­ción del sepul­cro per­si­gue dos inten­cio­nes, una inter­na y otra exter­na. Fren­te a las obje­cio­nes inter­nas del cris­tia­nis­mo resal­ta la resu­rrec­ción cor­po­ral de Jesús, fren­te a la deman­das judías da un res­pues­ta al para­de­ro del cadá­ver (¡Jesús ha sido resu­ci­ta­do!) y, al mis­mo tiem­po, ubi­ca correc­ta­men­te la leyen­da judía del robo del cadá­ver, que entre tan­to había cre­ci­do con fuer­za. Lue­go la tra­di­ción del sepul­cro y la de las apa­ri­cio­nes se van jun­tan­do cada vez más de modo que casi deja de cono­cer­se la mane­ra en que se dio la apa­ri­ción pri­mi­ge­nia. Por Pablo pode­mos hacer­nos una idea del hecho pri­mi­ge­nio”: El que pade­ce el luto oye los pasos del muer­to en la esca­le­ra, oye el cre­pi­tar del gri­jo ante su casa y cree que se abre la puer­ta: “Vi a Kay, cómo esta­ba den­tro de la puer­ta de la casa. Se mos­tra­ba como era cuan­do regre­sa­ba del tra­ba­jo. Son­reía, y me aba­lan­cé a sus bra­zos exten­di­dos como siem­pre lo hacía y él me apre­tó con­tra su pecho. Abrí los ojos y la ima­gen había des­apa­re­ci­do”. Una madre, que había per­di­do a un niño, era capaz de oír­le llo­rar en el semi­sue­ño y des­plo­mar­se en la cama antes de dar­se cuen­ta de que todo era sólo una ilu­sión. Los niños, que han per­di­do al padre o la madre, cuen­tan a menu­do cómo de modo grá­fi­co éstos se sien­tan en el bor­de de la cama y hablan con el niño

Al ini­cio de la fe pas­cual del cris­tia­nis­mo exis­tían visio­nes del resu­ci­ta­do. De ellas desa­rro­llan y deri­van los tes­ti­gos del ini­cio del cris­tia­nis­mo y el mis­mo Pablo muy pron­to afir­ma­cio­nes sobre el con­te­ni­do his­tó­ri­co, como el estar vacío el sepulcro.

Si la resu­rrec­ción de Jesús no se dio, por tan­to si Jesús no revi­vió ni fue trans­for­ma­do, de poco nos sir­ve la revi­vi­fi­ca­ción de mitos. La fe cris­tia­na está igual de muer­ta que Jesús, y sólo pue­de man­te­ner­se con vida median­te el auto­en­ga­ño. A dia­rio los clé­ri­gos con­sue­lan a los atri­bu­la­dos indi­can­do y apun­ta­lan­do la resu­rrec­ción de los muer­tos y el pre­mio en la vida futu­ra; y la Igle­sia deri­va su dere­cho a exis­tir, según pro­pia con­fe­sión, del Cris­to resu­ci­ta­do, pues éste –y no el Jesús his­tó­ri­co- le ha con­ce­di­do a ella el poder de per­do­nar los peca­dos y le ha envia­do por el mun­do. La resu­rrec­ción de Jesús es ade­más la garan­tía de que los mis­mos cris­tia­nos resu­ci­ta­rán: “Si él no tam­po­co los demás”.

La cruz, que lle­gó a Bil­bao, es una cruz de fra­ca­so y muer­te de Jesús. De aca­bo­se. Tras ella no hay resu­rrec­ción y vida, la inves­ti­ga­ción lúci­da ense­ña que tras ella no está el Cris­to resu­ci­ta­do, pro­cla­ma­do por la Igle­sia, si aca­so igno­ran­cia en unos y mani­pu­la­ción intere­sa­da en otros. El gran auto­en­ga­ño reno­va­do de cada sema­na san­ta con el que nos ilus­tran obis­pos, car­de­na­les y polí­ti­cos ran­cios y medie­va­les, como los enun­cia­dos al principio.


[i] La resu­rrec­ción de Jesús. His­to­ria, expe­rien­cia y teo­lo­gía. “Die Aufers­tehung Jesu. His­to­rie, Erfah­rung, Theologie»

Göt­tin­gen 1994; Neuaus­ga­be, Stutt­gart 1994. Sin embar­go el libro publi­ca­do por la edi­to­rial Trot­ta bajo el títu­lo “La resu­rrec­ción de Jesús. His­to­ria, expe­rien­cia, teo­lo­gía” no es éste sino otro de Alf Osen y Gerd Lüde­mann, que en ale­mán se titu­la “Was mit Jesus wir­klich ges­chah. Die Aufers­tehung his­to­risch betrach­tet (1995), tra­du­ci­do al cas­te­llano por José-Pedro Tosaus y que debie­ra lle­var por títu­lo, si no ofre­cie­ran gato por lie­bre: Lo que real­men­te ocu­rrió con Jesús. La resu­rrec­ción des­de un pun­to de vis­ta his­tó­ri­co, que vie­ne a ser un resu­men sen­ci­llo del otro.

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