El man­tón y los fle­cos- Anto­nio Álvarez-Solís

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No sabe­mos de modo cier­to cómo y por qué se pro­du­jo el tiro­teo entre dos pre­sun­tos miem­bros de ETA y la Gen­dar­me­ría fran­ce­sa. Es decir, no cono­ce­mos más deta­lles o cir­cuns­tan­cias del encuen­tro sal­vo el hecho mate­rial de que los tiros exis­tie­ron y de que hubo un agen­te fran­cés heri­do. Por tan­to, el aná­li­sis de situa­ción gene­ral en un momen­to de tre­gua cali­fi­ca­da por ETA como per­ma­nen­te ha de refe­rir­se fun­da­men­tal­men­te a cómo el suce­so afec­ta o no afec­ta a esta tre­gua. Sobre el encuen­tro arma­do pue­den for­mu­lar­se muchas hipó­te­sis que los jue­ces, o inclu­so la mis­ma ETA, habrán de aclarar.

El pro­ble­ma polí­ti­co en torno a este hecho es lo que ha de ilu­mi­nar­se con una pro­fun­da y pon­de­ra­da refle­xión. A estas altu­ras del pro­ce­so de paz en el que se ha impli­ca­do en pro­fun­di­dad el pue­blo vas­co no es moral­men­te admi­si­ble que des­de los estra­tos del poder o des­de los medios infor­ma­ti­vos se pro­ce­da con ele­men­ta­li­dad de argu­men­tos para insis­tir en con­de­nas gene­ra­les y uni­la­te­ra­les. La sana razón exi­ge ante todo que el posi­cio­na­mien­to sea sóli­do y cla­ro. Todos los agen­tes que tie­nen mani­fes­ta­ción pri­ma­da en este acon­te­ci­mien­to han de decir a la calle, cuya pos­tu­ra paci­fi­ca­do­ra es de sobras cono­ci­da, si pien­san ahon­dar en el camino de la paz o van a vol­ver a reite­rar sim­ples expre­sio­nes de con­de­na gene­ral que sólo sir­ven para obs­truir la adop­ción de pos­tu­ras efi­ca­ces por par­te de esa calle. Los tiros están ahí y las expre­sio­nes de recha­zo de la vio­len­cia, sea la que sea, siguen ins­cri­tas en las mani­fes­ta­cio­nes popu­la­res y en los nue­vos mar­cos par­ti­da­rios. Esto es lo que intere­sa, creo, a fin de supe­rar el lar­go perio­do de vio­len­cias que sufre la nación vas­ca y, con­cre­ta­men­te, no pocos de sus hijos ¿Mere­ce la pena man­te­ner la sere­ni­dad y pro­ce­der con equi­li­brio? A esto deben res­pon­der no sólo los ciu­da­da­nos sino, sobre todo, quie­nes des­de los par­ti­dos están lla­ma­dos a dar un ejem­plo de sobrie­dad en la expre­sión de jui­cio y deseo ver­da­de­ro de nor­ma­li­dad. Des­de las orga­ni­za­cio­nes más diver­sas y des­de el Esta­do ha de pro­yec­tar­se una luz solem­ne y moral­men­te enca­mi­na­da a ilu­mi­nar la paz.

Tejer un futu­ro en paz es tan com­pli­ca­do y exi­gen­te que no se pue­den ante­po­ner los posi­bles fle­cos al logro de la pie­za cen­tral y bási­ca. Creo que hay mali­cia peli­gro­sa en poblar de dic­te­rios y for­mas incen­dia­rias el cuer­do idio­ma que se debe emplear polí­ti­ca­men­te. En Irlan­da siguen apa­re­cien­do bom­bas y deter­mi­na­das mues­tras de vio­len­cia, mas pro­si­gue enér­gi­ca­men­te la ela­bo­ra­ción del equi­li­brio. Dece­nas de años en con­flic­to gra­ve y pro­fun­do sue­len arras­trar ves­ti­gios o res­tos que no han de poner­se sobre la mesa polí­ti­ca si de ver­dad exis­te un afán sin­ce­ro de paz, una volun­tad de con­ver­tir en diá­lo­go efi­caz los des­en­cuen­tros vio­len­tos. La moral públi­ca no se edi­fi­ca o repa­ra con estré­pi­tos ni con radi­ca­lis­mos ver­ba­les, hoy coti­dia­nos e imper­ti­nen­tes en per­so­na­li­da­des que desem­pe­ñan res­pon­sa­bi­li­da­des muy gra­ves. Creer en la armo­nía ver­da­de­ra, en la sere­ni­dad para el aná­li­sis, supo­ne un tra­ba­jo muy pro­fun­do de doma de las encen­di­das per­cep­cio­nes per­so­na­les, aun­que la his­to­ria, es cier­to, sue­le cons­ti­tuir con mucha fre­cuen­cia un con­jun­to de desa­gui­sa­dos que tien­den a des­equi­li­brar­nos. A ese des­equi­li­brio fre­cuen­te ha de sobre­po­ner­se, para que la vida sea posi­ble, la ente­re­za de los lla­ma­dos a gober­nar la nave. Creo que la inten­ción de obte­ner de for­ma per­ver­sa un lamen­ta­ble fru­to polí­ti­co de los des­ór­de­nes que vayan sur­gien­do en el camino de su supera­ción des­acre­di­ta a las capas diri­gen­tes y las inva­li­da para tener en su mano las bri­das del gobierno. Hay que repe­tir­se una vez más que gober­nar es una tarea muy com­ple­ja que debe poner su acen­to en paci­fi­car los áni­mos y, des­pués, en lla­mar­les a la recons­truc­ción colec­ti­va, que cons­ti­tu­ye la deci­si­va tarea de la que nadie, abso­lu­ta­men­te nadie, ha de estar ausen­te. No es decen­te con­ver­tir las bra­sas resi­dua­les en un nue­vo incen­dio. Quie­nes no sepan obser­var con cui­da­do y valo­rar con hon­du­ra todo lo que suce­de no han de caber en la polí­ti­ca. Sobre todo si ocu­pan car­gos direc­tos en la gober­na­ción públi­ca. Bas­ta ya de sim­ple­zas y des­pro­pó­si­tos sola­men­te con­ce­bi­dos para man­te­ner el poder vacío de gene­ro­si­dad, de pre­sen­te y de futu­ro. O para com­pla­cer tris­tes arrai­gos en masas secu­lar­men­te tra­ba­ja­das para per­pe­tuar en ellas la inep­ti­tud intelectual.

A cual­quier obser­va­dor equi­li­bra­do y men­tal­men­te madu­ro ha de pare­cer­le un jue­go ridícu­lo ‑si no cau­sa­se tan­ta aflic­ción- el que se pro­po­ne des­de el Gobierno para ir eli­mi­nan­do de la par­ti­ci­pa­ción públi­ca a tan­tos y tan­tos ciu­da­da­nos. Hablo de esa recal­ci­tran­te deci­sión de supri­mir par­ti­dos sin más apo­yo que unas leyes cir­cuns­tan­cia­les y, por tan­to, cla­mo­ro­sa­men­te pre­va­ri­ca­do­ras, de unos jui­cios que empie­zan a des­tro­zar la mis­ma estruc­tu­ra judi­cial y de un empleo escan­da­lo­so de las fuer­zas de segu­ri­dad del Esta­do. No se pue­de impe­dir que más de dos­cien­tos mil vas­cos ‑con todo lo que pesan por­cen­tual­men­te sobre el cen­so de su nación- que viven su país con pasión lim­pia y admi­ra­ble, sean invi­ta­dos teó­ri­ca­men­te a deci­dir sobre su pro­pia vida y a con­ti­nua­ción se pro­ce­da a la inva­li­da­ción de sus par­ti­dos, uno tras otro. Pri­me­ro Bata­su­na, lue­go Sor­tu, aho­ra qui­zá Bil­du ‑todo pen­de de un hilo-. Se les da acce­so a la sopa y se les arre­ba­ta la cucha­ra ¿Y por qué, ade­más? Se les dice que Madrid va a ver con doble lupa su com­po­si­ción por­que sos­pe­cha el Gabi­ne­te del Sr. Zapa­te­ro ‑sos­pe­cha «pro domo sua»- y con él la infi­cio­na­da tur­ba­mul­ta del espa­ño­lis­mo berro­que­ño, que los tales vas­cos no son más que tapa­de­ras de una ETA que ya ha pro­cla­ma­do, ade­más, que el des­tino de la nación vas­ca que se mani­fies­ta inde­pen­den­tis­ta debe que­dar obvia­men­te en manos de los inde­pen­den­tis­tas que un día y otro se pro­nun­cian por una pací­fi­ca polí­ti­ca de ideas. Esta cons­tan­te mal­ver­sa­ción de la lógi­ca más ele­men­tal hie­re no sola­men­te a los que recla­man su pro­pia herra­mien­ta elec­to­ral sino a todo vas­co con dig­ni­dad de tal y aún a quie­nes, sin ser vas­cos, aman la liber­tad y la democracia.

Sé per­fec­ta­men­te, como cual­quier obser­va­dor hon­ra­do, que el mun­do actual está regi­do por una serie de poten­cias muy cor­tas en núme­ro y entre­ga­das a su vez a una decre­cien­te cifra de pode­ro­sos, pero aún par­te de esas poten­cias que hoy deci­den todo de todos, pro­cu­ran que sus pro­ce­de­res revis­tan unas míni­mas for­ma­li­da­des. Mien­ten ponién­do­se los guan­tes ins­ti­tu­cio­na­les. En el Esta­do espa­ñol esas for­ma­li­da­des han des­apa­re­ci­do en una mare­ja­da, tan anti­gua como actual, que barre cada hora y sin el menor reca­to la dig­ni­dad humana.

La Dic­ta­du­ra sigue ahí, con esplén­di­do y amar­go poder. No es cier­to que haya habi­do tran­si­ción algu­na. La Espa­ña de siem­pre, la que impi­dió radi­cal­men­te no sólo Repú­bli­cas pro­me­te­do­ras sino algu­nas monar­quías con pro­pó­si­tos de euro­pei­za­ción ‑des­de José Bona­par­te a Ama­deo de Saboya‑, pro­si­gue cons­ti­tu­yen­do la refe­ren­cia úni­ca y obli­ga­da para el gobierno de esta dis­pa­ra­ta­da con­jun­ción de pue­blos sin etnia común, sin len­gua úni­ca, sin cul­tu­ra englo­ba­do­ra, sin sen­ti­do alguno de nin­gu­na modernidad.

Aho­ra, tras tan­ta peti­ción de liber­tad polí­ti­ca y de acción públi­ca demo­crá­ti­ca, han suce­di­do unos tiros como fle­co no desea­do de una acción polí­ti­ca paci­fi­ca­do­ra en Eus­ka­di. Esos tiros empie­zan a emplear­se des­de el Gobierno cen­tral y, lo que es peor, des­de el vas­co, como prue­ba de la risi­ble cons­pi­ra­ción inde­pen­den­tis­ta. Otra vez vol­ve­rán a plan­tear­se las humi­llan­tes peti­cio­nes, las con­de­nas gene­ra­les, los insul­tos a la razón. Señor ¿por qué les nie­gas radi­cal­men­te la inteligencia?

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