Mucho me gustaría que alguien consiguiese convencerme de que los obstáculos sin cuento que se han impuesto, primero a la legalización de Sortu y, más adelante, a la de la coalición electoral Bildu, obedecen a un berrinche pasajero en virtud del cual jueces y políticos se estarían tomado una cumplida revancha ante lo ocurrido durante decenios. Si así fuesen los hechos, me mostraría más que dispuesto a pasar página y a olvidarme de todo esto.
No hay, sin embargo, ninguna garantía de que nos hallemos ante un simple y pasajero berrinche que dará pronto pie a noticias más estimulantes. Y eso que alguien aducirá, con respetabilísimo argumento, que lo que están haciendo jueces y políticos bebe en más de un sentido de una curiosa paradoja: lo hacen porque, digan lo que digan, saben que la cosa no tiene vuelta atrás, esto es, que ETA no va a regresar a donde estaba, con lo que preservar una línea de estricta presión/represión sobre la izquierda abertzale tiene en estas horas un coste y un riesgo, no ya limitados, sino más bien nulos.
Examinemos, aun así, las circunstancias con mayor detalle. Lo primero que corresponde decir es que no puede sino sorprender que el peso de la prueba en lo que se refiere a lo que son o dejan de ser los militantes de Sortu y los candidatos de Bildu recaiga sobre los informes de dos instancias, la policía nacional y la guardia civil, que son, claro, juez y parte, y que a duras penas cabe admitir, de resultas, están llamadas a asumir una conducta neutral. Aun cuando aceptemos que con la polémica ley de partidos en la mano los informes de esas dos instancias se antojan insorteables, no sería saludable que esquivásemos, con todo, la discusión principal. Esta última no es otra que la que remite al argumento mayor empleado para postergar a Sortu y, al menos hasta la hora en que se escriben estas líneas, a la propia Bildu: el que señala que configuran meras prolongaciones de Batasuna y, en su caso, de ETA.
Porque, y vayamos a lo más importante, ¿qué otra cosa cabría esperar que fuese Sortu sino una fuerza política continuadora de Batasuna y de su mundo? ¿Tendría algún sentido que surgiese de la nada, de tal suerte que Batasuna siguiese perviviendo como tal, manteniéndose en sus trece? Lo que constituye una novedad notabilísima, y para bien, es precisamente el hecho de que quienes han amparado durante mucho tiempo la violencia de ETA se muestren en estas horas manifiestamente dispuestos a alejarse de aquélla. Lo interesante es, en otras palabras, que efectivamente Sortu, y los militantes de ésta presentes en las listas de Bildu, procede de Batasuna y no deja margen para la duda en lo que se refiere al cambio operado dentro de esta última. Un cambio, dicho sea de paso, que con toda certeza se ha realizado no sin conflicto, esto es, no sin la derrota de quienes porfiaban en mantener las reglas del juego del pasado.
A mi entender, y al de muchos otros, sobran las razones, por lo demás, para afirmar que Sortu ha cumplido con lo que durante años han exigido los promotores de la ley de Partidos, algo que convierte en moderadamente sorprendente la conducta presente de la abrumadora mayoría de los defensores de esta última. Pareciera como si a los ojos de éstos cualquier persona que haya mantenido en el pasado algún vínculo con Batasuna estuviese condenada para siempre. Menos mal que el voto es secreto, porque alguno de estos adalides de la democracia bien podría sentir la tentación de retirar el derecho correspondiente a quien respaldó en el pasado a la mentada Batasuna.
Permítaseme que, en tales condiciones, formule tres preguntas delicadas. ¿No es legítimo, en primer lugar, que nos empeñemos en concluir que hay quienes parecen preferir la miseria en la que hemos vivido durante decenios antes que los horizontes de cambio que se abren de la mano de un proceso razonablemente esperanzador? ¿No tiene uno derecho, en segundo término, a sospechar que algunos de los sorprendentes silencios de estas horas obedecen al mezquino propósito de ganar votos sin merecerlos o al aún más prosaico de no perderlos ante la embestida ultramontana del rival? Las cosas como van, en fin, ¿hay algún motivo sólido para aseverar que las elecciones municipales que se van a celebrar próximamente en el País Vasco tienen una inequívoca condición democrática?