Es lástima que no vivamos edades veterotestamentarias pues sería bueno para la salud de los humanos y para el código penal. Leyendo el Génesis comprobamos la longeva edad de los patriarcas antediluvianos algo que calma la furia de los amantes de la epiqueya que ven cómo los «malos» (ya hablan así, como en los tebeos) cumplen 700 años de cárcel de los, como veremos, 900 de esperanza bíblica de vida que tienen.
De vivir épocas bíblicas habría tiempo bastante para ser «demócrata» dizque bien nacido y/o, también, «terrorista» con la ventaja ‑para la «sociedad»- de poder purgar al menos una décima parte de los dos mil años de condena pedidos. Ejemplos como los de Errandonea ‑y no digamos «Gatza» o Jon Agirre- desmoralizan la «sociedad civil» que ve que, de dos mil años solicitados, ¡sólo ha cumplido 25 nada más!
De buena gana estos nemesianos alargarían la vida de los reos con tal de verles cumplir íntegramente sus penas. Deberían ser más prudentes no vaya a dar vuelta la tortilla y se les apliquen sus cuentos.
La cosa viene desde los tiempos del Paraíso. De Adán se dice que vivió 930 años, «y murió». Después de la imperdonable vileza del episodio de la manzana, que nos obligó ‑no a todos- a trabajar como destripaterrones, 500 años entre rejas ya se merecía este capullo.
Y todo por desobedecer a lo que Dios manda.
Adán, según las Escrituras, engendró un centón de vástagos con sus descendientes. Por ejemplo, el más famoso fue Matusalén. Leamos el Génesis, que siempre es divertido a pesar de los litros de hemoglobina que destila la patológica palabra de Dios: Yéred tenía 162 años cuando engendró a Henoc. Vivió 962 años, «y murió» (siempre se pone esta coletilla como para asegurarse ‑se figura uno- de que, efectivamente, esta gente tan provecta la diñaba de una maldita y puñetera vez). Henoc tenía 65 «añitos» cuando engendró a Matusalén. Henoc anduvo (sic) con Dios después de procrear a Matu (ya le vamos a tutear) y desapareció porque «Dios se lo llevó». Tenía 365 años, joven todavía.
Nuestro entrañable Matu, a quien de tan viejo se le hace pasar por chocho a las veces, tenía 187 años cuando engendró a Lámec. Matusalén vivió la poco friolera, para lo que se estilaba, de 969 años, «y murió». Este Lámec, por cierto, fue el padre del célebre Noé (trasunto de Deucalión), y lo fue con 182 años. Un pipiolo comparado con su hijo Noé quien, con medio siglo cumplido, tuvo a Sem, Cam y Jafet. Luego, el Diluvio.
Y después del diluvio, el Estado de Derecho y la por algunos llamada «doctrina Parot», para corregir y asemejar los tiempos «modernos» actuales a los bíblicos y que nunca jamás se pudiera decir ni oír esta impostura: «le condenaron a dos mil años y sólo cumplió treinta». Y es que en el Estado español los «terroristas» entran por una puerta y salen por otra…