Miguel Urbano Rodrigues :: Más articulos de esta autora/or: Los partidos ostentan las insignias del poder, pero el poder real lo tiene el capital que, cuando lo considera oportuno, transfiere el gobierno al partido que le conviene
Presentadas por los dirigentes de los partidos de la burguesía como acontecimiento de importancia transcendental, las elecciones legislativas portuguesas solamente lo fueron en apariencia.
El espectáculo del gran circo electoral, montado en el contexto de una gravísima crisis, no exhibió innovaciones. El desenlace no deparó sorpresa alguna. A un desastroso gobierno del Partido Socialista, responsable de una política neoliberal que llevó al país casi a la bancarrota, le seguirá un desastroso gobierno del Partido Social Demócrata – Centro Democrático Social, que ejecutará una política neoliberal aún más ortodoxa, más humillante, dictada desde fuera.
En la práctica, el nuevo Primer ministro cumplirá el papel de intermediario del poder real, extranjero. Su capacidad de decisión será mínima, como ejecutor de la política impuesta por el triunvirato (UE, FMI, y BCE), definida en la Carta de Intenciones impuesta a Portugal, y firmada por el gobierno del PS y por el PSD y el CDS.
Para nuestro pueblo se inicia un tiempo de humillación, de pauperización creciente, de hambre para muchos, una dictadura del gran capital euro-americano cuya crueldad todavía no ha sido plenamente asumida por la abrumadora mayoría de portugueses y portuguesas.
EL ENGRANAJE
Desde el golpe del 25 de noviembre, el desenlace de las elecciones legislativas es previsible con escaso margen de error. El PS y el PSD, alternándose, aislándose, en alianza informal, o con ayuda del CDS, formaron los gobiernos que se empeñaron en destruir las conquistas revolucionarias del pueblo portugués, concretadas, sobre todo, durante el breve período en que el general Vasco Gonçalves fue Primer ministro.
Los así llamados gobiernos de iniciativa presidencial, en intermezzos irrelevantes, no alteraron el funcionamiento del sistema ni podían hacerlo. El ritmo destructor fue discontinuo, influido por una multiplicidad de factores, inseparables de la integración de Portugal a la CEE, de una dependencia creciente de Bruselas y de estrategias del gran capital internacional.
Pero una constante se deja identificar en la lógica perversa de la falsa democracia representativa portuguesa, en la realidad una permanente dictadura de clase de fachada democrática.
El pueblo ‑víctima de la política realizada por el partido que controla la Asamblea de la República y que invariablemente, tan pronto como es investido en el poder, archiva el programa defendido durante la campaña – , castiga a ese partido en las urnas cuando el descalabro alcanza proporciones alarmantes. Si el descontento popular tiene como blanco al PS, entonces las elecciones favorecen al PSD (con o sin el CDS) que, a su vez, olvida los compromisos asumidos y ejecuta en el gobierno una política muy semejante a la anterior.
En ese juego de contornos surrealistas, PS y PSD (con el CDS de cómplice) utilizan al Legislativo como el instrumento de políticas concebidas en beneficio exclusivo de los intereses del gran capital, invariablemente sometidos a las exigencias de Bruselas y Washington. Los trabajadores siempre han pagado la factura de esas políticas que han arruinado el país, empujándolo al borde del abismo.
El discurso de las figuras que desde el 25 de noviembre han desfilado por el palco de la caricatura de democracia existente difiere mucho entre sí. Pero el denominador común a todos esos gobernantes ha sido aquello que el Partido Comunista Portugués, PCP, definió como «una política de derecha», acompañada por un permanente vasallaje al imperialismo. Con mayor o menor arrogancia, ellos exhiben una autonomía de decisión que es solo fachada. Ostentan las insignias del poder, pero la competencia real ha sido y es ejercida por el capital que, cuando lo considera oportuno, se inmiscuye para transferir el gobierno del partido de que se trate.
Una prensa de bajísimo nivel –con raras excepciones, los analistas políticos de servicio son criaturas de pesadilla, simuladores de cultura- contribuye a transmitir al pueblo la ilusión de que «nuestra democracia» creó raíces, funciona y el futuro inmediato dependerá en lo fundamental del gobernante de turno. Esa convicción, muy generalizada, es un factor más de alienación. Obviamente, los actores que se relevan en la ocupación de la escena en el dramático desgobierno circense son diferentes. La convergencia respecto al objetivo no es incompatible con estilos opuestos.
Cito los tres más recientes.
Sócrates actuó como personaje irrepetible. Era un oscuro diputado cuando fue catapultado hacia la jefatura del PS. Primer ministro durante seis años, practicó una política neoliberal ultra reaccionaria. Afirmando defender el estado social, hostilizó a los maestros y profesores como ningún otro de sus antecesores, desencadenó una ofensiva intensa contra la función pública y el servicio nacional de salud, impuso una revisión salvaje de la legislación del trabajo y golpeó duramente el sector empresarial del estado, promoviendo privatizaciones en serie.
Demostró ser un autócrata de vocación con insaciable hambre de poder. Domesticó el PS con tanto éxito que, en vísperas de las elecciones, fue glorificado, casi santificado, en el Congreso como dirigente tutelar. A pocas semanas de una derrota inevitable, se presentó allí como un triunfador, como si fuera César al regreso de la campaña de las Galias.
Político de derecha por opción ideológica y por sus actos, siempre hizo gala de ser un político progresista. Para eso contó con la complicidad de la prensa escrita y de la televisión que continúan presentando al PS como un partido de izquierda. Esa no verdad es fuente de peligrosas confusiones, sobre todo en períodos electorales. Es un hecho que la base social del PS se diferencia de las bases del PSD y del CDS, pero la dirección «socialista» actúa hace mucho como si fuera colectivamente de derecha. Cabe recordar que Mario Soares fue, como subrayó Álvaro Cunhal, el principal responsable de la contrarrevolución.
El próximo Primer ministro, Passos Coelho, es un político inexperto y mediocre, ultra neoliberal. Es significativo que considere insuficiente la «receta» de medidas brutales exigidas por el triunvirato del capital. De él se puede esperar que cumpla el papel de intermediario docil de la finanza nacional e internacional.
Paulo Portas, su socio en el gobierno que viene, es más hábil y eficaz representante de la derecha portuguesa químicamente pura con máscara de centrista. En la época de Salazar hubiera sido ministro.
En el cuadrante opuesto a los partidos que aprobaron el dictado del gran capital, el Bloque de Izquierda sufrió una pesada derrota. Partido – movimiento, amalgama nacida de la fusión de organizaciones que se decían marxistas, en los últimos años contó con una inestable base electoral, pero nunca consiguió implantarse entre los trabajadores. En elecciones anteriores, con la adhesión de descontentos del PS, sumó muchos votos, pero tal clientela lo llevó a renunciar a las referencias ideológicas trotskistas y maoístas de la mayoría de los dirigentes fundadores. Ahora pagó el precio de la metamorfosis, del apoyo a Manuel Alegre y de otras opciones oportunistas. El Partido Comunista Portugués, único partido en Portugal con una base social y un programa revolucionarios, se mantiene fiel a los principios y a su ideología, el marxismo-leninismo. Esa coherencia le permitió resistir victoriosamente al vendaval de satanización del comunismo que descaracterizó a la mayoría de los partidos comunistas después de la desintegración de la URSS.
Sin desviarse de su meta –la construcción distante del socialismo rumbo al comunismo – realizó una campaña marcada por la dignidad, el rechazo al electoralismo y por la permanente preocupación de esclarecer al pueblo portugués, duramente vapuleado por la politica reaccionaria de los gobiernos del PS y del PSD y ahora presto a ser golpeado por el «programa» dictatorial concebido en Bruselas y Washington.
La lucha por una «política patriótica de izquierda» fue una constante en el discurso comunista a lo largo de la campaña, un discurso que no sembraba ilusiones, porque el proyecto comunista es a largo plazo incompatible con promesas populistas.
Con antelación se sabía que los partidos de la capitulación elegirían la gran mayoría de los diputados. El PCP no olvidó el señalamiento de Lenin según el cual la ideología de la clase dominante marca decisivamente el comportamiento del conjunto de la sociedad en los países capitalistas. Es así que un ponderable porcentaje de la ciudadanía progresista no escapa a su influencia devastadora. En Portugal, el avance de la conciencia de clase, herencia de la Revolución de Abril, no resultó acompañado del avance paralelo de la conciencia política. El funcionamiento del engranaje capitalista –en cualquier país de la Unión Europea, además — cierra las puertas a la conquista del gobierno por la vía institucional por parte de partidos comunistas. De ahí la certeza de que los partidos que suscribieron la Carta de Intenciones del triunvirato se impondrán en la gran farsa electoral.
No subestimo –subrayo- la importancia de la presencia en el parlamento de una fuerte bancada comunista. En estos días angustiantes, su reforzamiento gana un significado especial. Vacunados contra los mecanismos perversos del sistema y la oratoria del cretinismo parlamentario, los diputados comunistas pueden cumplir un papel insustituible en el apoyo a la lucha de masas, frente principal y decisivo en el combate a la inminente ofensiva predatoria del capitalismo.
Portugal está viviendo el prólogo de una tragedia política y social comparable a la de Grecia. El horizonte se presenta sombrío. Pero la historia nos enseña que fue precisamente en momentos en que todo parecía hundirse que el pueblo portugués resistió y venció.
El coraje espartano demostrado por el pueblo griego en su lucha contra las «soluciones» impuestas por la corrupta burguesía helénica y sus mentores de la UE y de los Estados Unidos es estimulante. Ojalá los trabajadores portugueses sigan el ejemplo.
Vila Nova de Gaia, 10 de junio de 2011