La contrarrevolución, para parafrasear al gran poeta difunto del soul Gil Scott-Heron, no será televisada; flotará río abajo repleta de dinero contante y sonante. Tomemos Egipto. La Casa de Saud ha dado al jefe del Supremo Consejo Militar, el mariscal de campo Tantawi 4.000 millones de dólares en dinero contante y sonante, aunque ni siquiera la Esfinge sabe con seguridad cuánto poder realmente tiene Tantawi, de 75 años, el ex ministro de defensa del depuesto tirano Hosni Mubarak.
Washington otorgó a El Cairo 1.000 millones de dólares en concepto de “perdón de deuda” y otros 1.000 millones en garantías de préstamos. No es mucho, en comparación con lo que Washington le da a Israel, pero después de todo es una señal. Y luego el Fondo Monetario Internacional concedió otros 3.000 millones de dólares en préstamos. El “nuevo” Egipto comenzará a actuar atado por cadenas implacables.
No es fácil explicar de que manera la “apertura” de Rafah –la frontera con Gaza– no fue realmente una apertura. La cuota de habitantes de Gaza con libertad de movimiento es un máximo de 400 por día; y nada menos que 5.000 gazanos siguen en una lista negra. Por lo tanto la situación de gulag sigue siendo similar a los niveles aprobados por Mubarak.
También cuesta explicar por qué el vacilante candidato presidencial egipcio “ahora lo ven… ahora no”, Mohamed El-Baradei, desarrolla ahora una ofensiva de encanto en los medios saudíes, elogiando al rey Abdullah mientras realiza el contorsionismo de ignorar el frenético apoyo saudí a Mubarak hasta el último minuto (y más allá).
El dinero manda
En Yemen, la Casa de Saud está –qué otra cosa iba a hacer– comprando a tribus yemenitas con dinero contante y sonante, en nombre de la “estabilidad de la región”. A pesar de que está a la altura de su reputación de asilo exclusivo para dictadores árabes en fuga, la Casa de Saud está oficialmente a favor de que el presidente Abdullah Saleh renuncie en nombre de “menos derramamiento de sangre y menos inestabilidad”.
La Casa de Saud insiste –y no es una ironía– en que recibe a Saleh por “motivos humanitarios”. Oficialmente, la Casa de Saud también abomina de un “vacío de poder”. Dicho vacío de poder, sin embargo, sigue siendo bastante persistente, combinado ahora con temores de “aumento del caos”. Washington, mientras tanto, estudia frenéticamente el horizonte tratando de encontrar algunos “objetivos” de Al-Qaida en la Península Arábiga (AQAP) que pueda atacar con drones.
Si Saleh se desplaza de vuelta a Yemen solo podría hacerlo porque la Casa de Saud así lo quiere. De modo que tenemos una situación en la cual el hijo de Saleh, Ali, comanda la Guardia Republicana de elite –desde el interior del palacio presidencial– y sus cuatro primos también controlan unidades militares claves. El actual dirigente “interino”, el vicepresidente Abdu-Rabo Mansur Hadi, es un testaferro.
Arabia Saudí parece condonar, por el momento, ese arreglo de un poder teóricamente exento de vacío. En cuanto al amplio movimiento de protesta yemení, su única posibilidad sería ahora obligar a Hadi a quedarse, presionar por un gobierno transitorio, y tratar de acabar con la contrarrevolución, dirigida por la familia de Saleh, con el poder popular. Si lo lograra, la Casa de Saud intervendría brutal y directamente.
En Bahréin, la Casa de Saud apoya explícitamente a la Organización Nacional de Derechos Humanos; no es sorprendente: su jefe fue nombrado el año pasado por el rey Hamad bin Isa al-Khalifa, de modo que la organización tiene que apoyar a la dinastía gobernante, pero no tanto como los amos saudíes. Mientras tanto, los principales activistas de derechos humanos de las organizaciones realmente independientes de Bahréin, han sido arrestados y se enfrentan a tribunales militares.
Y como un ladrón en la oscuridad de la noche, ¿quién se coló en Washington para ser recibido en la Casa Blanca por el presidente Barack Obama el martes pasado? Nada menos que el Príncipe Heredero de Bahréin, Salman al-Khalifa.
No hubo rueda de prensa. No hubo fotos. Es como si esa conversación se hubiera autodestruido en cinco segundos, pero tuvo lugar, entre un Premio Nobel de la Paz cargado de drones y el jefe de las fuerzas armadas de una satrapía estadounidense en el Golfo Pérsico que está ocupada derrocando a su propio pueblo. No hay suficiente retórica como para alterar la cuenta: Washington apoya totalmente la represión irrestricta en todo el Golfo Pérsico, para extremo placer de la Casa de Saud.
Es pesado, no es un hermano.
Y luego tenemos la pregunta de los Hermanos Musulmanes, esencial en el contexto de la contrarrevolución estadounidense/saudí cuidadosamente orquestada.
Los Hermanos Musulmanes están siendo utilizados por la Casa de Saud por todas partes, desde Siria a Egipto. En Egipto, la vieja guardia reaccionaria de la Hermandad trabaja muy de cerca con el Consejo Militar; probablemente hay “recompensas” por buena conducta tanto de Washington como de Riad.
Evidentemente esto no se convertirá en un apoyo a El-Baradei, cuyo atractivo se basa en jóvenes sin poder, liberales, unos pocos izquierdistas y un grupo de islamistas progresistas que desertaron de la Hermandad Musulmana “tradicional”.
En cuanto a los salafistas, aún más reaccionarios, ahora entran en grupos de Facebook, en una ofensiva de relaciones públicas para tratar de mejorar su atroz imagen y mezclarse de alguna manera con “otras corrientes intelectuales y políticas”.
Mientras tanto, los medios saudíes están repletos de sus propias relaciones públicas ensalzando los méritos del reino y denigrando “la corrupción de la familia gobernante y sus acólitos” en repúblicas árabes seleccionadas como Siria y Libia. Según la plataforma oficial del Club de la Contrarrevolución del Golfo, también conocido como Consejo de Cooperación del Golfo (GCC), todas las monarquías árabes son tan virtuosas como vírgenes en el paraíso.
Mientras continúa la contrarrevolución del dinero contante y sonante, el futuro de la gran revuelta árabe de 2011 parece cada vez más sombrío. Todo depende de la fuerza con la cual el espíritu de la Plaza Tahrir logre controlar al Consejo Militar en Egipto. Y cómo las fuerzas progresistas en Egipto, Yemen y otros sitios encuentren maneras de contrarrestar el implacable impacto de la riqueza petrolera de la Casa de Saud.
Pepe Escobar es autor de “Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War” (Nimble Books, 2007) y “Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge”. Su último libro es “Obama does Globalistan” (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com.
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