Corridos dos años ya calificábamos el régimen de Uribhitler como el más corrompido en la historia de Colombia, mas la oligarquía santafesina y sus medios periodísticos apoyaban y defendían el régimen. Por qué? Por su sentido de clase. Incluso les recordábamos la máxima gringa cuando hablaban de Somoza: “Es un H.P., pero es nuestro H.P.”. O sea, era un mafioso corrupto, pero era su mafioso corrupto y corruptor.
Los escándalos se sucedieron y los periodistas de los medios escritos, radiales y de TV en poder de la oligarquía se admiraban que, según ellos, a pesar de los escándalos nada parecía afectar o siqueira rozar a Uribhitler. De esta manera tendían un manto de silencio sobre la complicidad del presidente en estos escándalos de corrupción. Y se convertían ellos en co-responsables de los desafueros de Uribhitler.
Escándalos que después se vió comprometían todo el entorno de Uribhitler. Ministros, amigos, cercanos, colaborados. Era como el Rey Midas, pero al revés. Todo lo que lo tocaba lo volvía porquería. O a todo lo que se acercaba. Incluso sus hijitos y su esposa resultaron envueltos en los escándalos de la zona franca de Mosquera y en la compra de öas acciones de Ecopetrol, las cuales fueron vendidas por su propio esposo.
Narco-paramilitarismo, escándalos en las fuerzas militares, choque de trenes con la justicia, robo de los dineros de las arcas estatales (de todos los colombianos), etc, hasta llegar a las violaciones de los derechos humanos. Tal política del Terrorismo de Estado, practicada por todos los regímenes oligárquicos colombianos, alcanzó su clímax en los de Pastrana y de Uribhitler. Hasta los defensores de derechos humanos –quienes llevaban las estadísticas- fueron calificados como blancos de guerra.
Se dió salto exponencial en tal práctica criminal durante el r¡egimen Uribhitler. 38.000 desaparecidos forzosos, más de 3 millones de desplazados forzosos, masacres, y las ejecuciones extrajudiciales alcanzaron 3.000 en este período de la mano del entonces ministro de defensa y hoy presidente, Juan Manuel Santos.
Si bien Santos quiere hoy desmarcarse de Uribhitler y su inmensa corrupción, lo cierto es que los liga más que un pacto de sangre, es un pacto de clase. La corrupción es inherente al régimen oligárquico. Y en la medida que destapen los escándalos, más y más tendrán que salir a la luz pública. Ello será inevitable. Y de ahí a la condena de la justicia popular.