La rabieta política por la elección de Donostia como Capital Europea de la Cultura 2016 está destapando lo peor de esa «cultura» hispana basada en ver en «los otros» a los responsables de todos sus males. No es que sea un sentimiento extendido ampliamente entre la población de las distintas naciones que se distribuyen sobre la parte de la Península que todavía mantiene a los Borbones en la cúspide del Estado. No generalicemos. Pero reprochar a «los otros» las causas de la impotencia hispánica sigue siendo un instrumento utilizado por gran parte de sus representantes políticos para intentar desviar las preocupaciones reales de la ciudadanía hacia unas dianas simbólicas que se han ido construyendo a base de un odio irracional.
¿Alguien cree que, realmente, a las vecinas y vecinos de Córdoba les preocupa tanto como a su alcalde (del PP) y a su ex alcaldesa (que pasó del PCE al PSOE) lo que haya ocurrido con la elección de la Capitalidad Cultural Europea? Ya les digo que no. Seguramente, estarán más preocupados por el alto índice de personas desempleadas que conviven en la ciudad y en su provincia.
A la misma conclusión llegaríamos si nos centráramos en Zaragoza. En este caso, para más inri, su alcalde y ex ministro de Justicia e Interior, Juan Alberto Belloch, tiene más que un motivo para agradecer a Donostia el empujón que le dio a su carrera como político-judicial.
La de Aragón y la capital histórica de Al Andalus tienen más de un punto en común, aunque sin duda son sus diferencias las que las enriquecen culturalmente. Levantada una a orillas del Ebro y la otra del Guadalquivir, siguen siendo hoy grandes urbes que merece la pena visitar, ya sea para rememorar su esplendor histórico o para compartir la contemporaneidad de sus gentes.
De una a otra se puede viajar en TAV. Por eso, intuyo que, si la polémica sigue creciendo, Belloch y su homólogo cordobés, José Antonio Nieto, van a montarse mucho en los respectivos AVE con destino a Madrid, con el objetivo de que algún gerifalte estatal les dé la razón: Que sí, que los vascos son muy malos; y los donostiarras, los peores.
Tantos siglos de cultura almacenada en esas dos ciudades para que ahora sus alcaldes propaguen, en alta velocidad, esa penosa imagen de paletos.