La profunda crisis económico-política que azota a Grecia suscitó la reacción de diversos economistas provenientes de un amplio arco ideológico. Tanto el neokeynesiano Paul Krugman como el marxista griego Costas Lapavitsas, sugieren que Grecia abandone el euro y devalúe retornando a su vieja moneda, el dragma, adoptando lo que denominan el “modelo” argentino. La “solución argentina completa” propone Krugman. “Si así va a estar Atenas dentro de diez años, bienvenido sea” dice Lapavitsas, quién desde una óptica más de izquierda, agrega a la devaluación y la salida del euro, la necesidad –sin demasiada convicción- de nacionalizar los tres principales bancos griegos.
El euro en Grecia y la convertibilidad en Argentina
La recesión (o muy bajo crecimiento, según el caso), los altos niveles de deuda pública –con dificultades para acceder al financiamiento externo‑, la baja competitividad y la destrucción del aparato productivo, los contratos realizados en una moneda cuyo valor no puede ser modificado por los bancos centrales nacionales, la fuga de capitales y el fantasma de corridas bancarias, los niveles de desocupación, las reducciones presupuestarias, la crisis social y política, el movimiento de los “indignados”, constituyen factores que hacen muy semejante el caso griego al caso de Argentina a fines de los años 90 y en particular al año 2001. Sin embargo cualquier análisis más o menos concreto debe ser capaz de reconocer las diferencias de contenido de las similitudes en las que los procesos se manifiestan. La convertibilidad argentina durante los años 90 en primer lugar no implicó la eliminación de la moneda nacional y en segundo lugar, constituyó un caso relativamente aislado. La relación monetaria de Argentina con el dólar ‑a diferencia de la crisis de la deuda latinoamericana en los años ’80- no ponía en juego la estabilidad de la banca norteamericana. Muy distinto es el caso de la zona euro y su relación económico-política con Grecia, Portugal, España, Italia e Irlanda. El euro se estableció sobre una determinada división del trabajo entre los países más fuertes y los más débiles de la zona que implicó transferencias financieras desde los bancos alemanes y franceses hacia los hoy denominados PIIGS. Durante los últimos 10 años estos países destrozaron sus estructuras productivas mientras se convertían en importadores de productos alemanes y franceses. Los PIIGS son parte del armado del euro, de su estructura. No es posible pensar una “zona euro” sin “PIIGS”. El complejo armado del euro sobre la base de una estructura interdependiente hace imposible la salida de un país sin que ello implique una conmoción profunda de todo el resto. Pensar un “desacople” de Grecia, miembro de la Eurozona, mediante una salida “devaluatoria” sin tener en cuenta el caos que se desarrolla a su alrededor resulta absurdo o, como mínimo, abstracto.
La devaluación y el “modelo” argentino
A nueve años del origen del actual “modelo argentino”, vale la pena recordar en qué consistieron realmente las “ventajas” de la devaluación. Cuando el por entonces presidente Duhalde tras la crisis incontrolable desatada como producto de la convertibilidad, decidió devaluar la paridad fija del peso con el dólar, los salarios reales cayeron un 39% y las jubilaciones se desplomaron un 40% con respecto al promedio 1998 – 2001. La licuación salarial redundó en una ventaja comparativa extraordinaria para los capitales nacionales y foráneos, basada en la apropiación de una cuota incrementada de plusvalía es decir, de un poderoso aumento de la explotación del trabajo y por lo tanto, de la ganancia capitalista. En el contexto de una desocupación cercana al 25% (herencia del modelo “convertible”) el ejército de reserva resultó un factor clave de presión para que las condiciones de aumento extraordinario de la explotación, fueran aceptadas. Paralelamente el “modelo argentino” fue favorecido por el “viento de cola” de la recuperación y el fuerte ciclo de crecimiento económico mundial que operó a partir del año 2002. En este contexto, el incremento mundial del precio de las materias primas resultó un elemento central que favoreció el boom de exportaciones primarias de Argentina que goza de la ventaja adicional de una fabulosa renta extraordinaria de la tierra que combinada con un tipo de cambio devaluado contribuyó a mejorar sustancialmente la competitividad. Esta combinación de elementos propició el ciclo de crecimiento económico argentino desde el año 2002. La destrucción de fuerzas productivas sufrida durante la crisis y –para no ir más lejos- durante la convertibilidad, hizo que la recuperación fuera vista como una verdadera panacea. Sin embargo, agudizando un poco la vista, si bien la desocupación comenzó un camino de claro descenso como subproducto de las fabulosas condiciones de explotación en el mercado de trabajo, en el año 2005 la participación de las ganancias de las 500 principales empresas en el valor agregado, se había incrementado en un 79% respecto del año 2000 mientras los salarios habían descendido su participación en un 39,19%. Recién en el año 2007, el salario real promedio del conjunto de los trabajadores se acercaba a los miserables valores del año 2001. Alejándose nuevamente de dichos parámetros a fines de dicho año y en particular en 2008 y 2009 tras los efectos de la crisis económica internacional. A nueve años de la devaluación, la actual recuperación ayudada nuevamente por el “viento de cola” de la débil y contradictoria recuperación mundial del último año y medio, encuentra una economía que avanzó en sus niveles de extranjerización manteniendo el carácter primario de la estructura productiva, con un 40% de los trabajadores en negro, un 25% de inflación anual aproximado y un salario real promedio apenas por encima de los valores de 2001 y muy lejano del valor de la canasta familiar. Este modelo tan “exitoso” se encuentra además amenazado desde varios ángulos y fundamentalmente por el riesgo de una recaída de la crisis económica mundial ¿A esto es a lo que Lapavitsas (economista marxista) le da la “bienvenida”?
No se trata de un problema “técnico”
Lo que hace coincidir a neokeynesianos y “marxistas”, es la suposición (tan arraigada durante las últimas décadas) del carácter ineluctable del capitalismo. Esta concepción hace presuponer que para que los trabajadores y el pueblo griegos superen las penurias a las que están sometidos, debe hallarse la mejor solución “técnica” para recomponer las bases de la acumulación del capital. El modelo abstracto tanto de Krugman como de Lapavitsas (con todos los matices del caso) consiste en salvar al capital mediante un shock devaluatorio (que el propio Lapavitsas reconoce implícitamente que podría durar ¡10 años!) que posteriormente permita establecer a lo sumo una recuperación parcial de las condiciones de vida de los trabajadores como es el caso actual de la Argentina. Amén de que es extremadamente difícil –por las condiciones antes señaladas- que esta otra “punta de la soga” al cuello de los trabajadores griegos pueda tener incluso el “éxito” que tuvo en la Argentina. Amén de que tanto Lapavitsas como Krugman soslayan el hecho de que Grecia, cuyos sectores económicos fundamentales son ahora el turismo y la industria naval, carece de un sector con ventajas comparativas como el agro argentino y que el pronóstico –sobre todo para Grecia, el resto de los países mediterráneos e Irlanda- más que un “viento de cola” de la economía mundial parece ser una fuerte tormenta de frente ¿Cuál es el designio celestial que obliga a los trabajadores griegos a buscar una solución para que la clase que los explota pueda obtener mejores condiciones para continuar explotándolos? ¿Cuál es el designio celestial que obliga a que además de los ajustes y penurias que vienen soportando hasta ahora, tengan que prepararse para un nuevo saque a su salario muy superior al actual para bendecir a la clase que les chupa la sangre? ¿Cuál es el designio que los obliga a unirse a la clase de explotadores para –si una improbable recuperación tuviera lugar- tener que mendigar más tarde, apenas algunas migajas que le permitan a lo sumo arañar el miserable punto de partida? Y ¿Cuál es finalmente el designio que impide a los trabajadores griegos desligarse de los intereses de la clase que los explota y unir sus fuerzas a los intereses de los trabajadores de Portugal, España, Irlanda e Italia y también a los de los trabajadores de Alemania, Francia y de toda Europa? ¿Cuál es el designio que impide que buscando esta nueva “alianza de clases” genuina, los trabajadores griegos exijan el no pago de la deuda pública que los acosa, la nacionalización de todos los bancos y el comercio exterior, la expropiación de las principales empresas y de las propiedades inmobiliarias ociosas, el control obrero de las empresas estatales y la nacionalización sin pago de los porcentajes que se encuentran bajo propiedad extranjera así como el reparto de las horas de trabajo para acabar con la desocupación y un salario igual a la canasta familiar? ¿Cuál el designio que impide que frente a la terrible crisis que azota al fracasado proyecto de la unidad burguesa de Europa y la utopía reaccionaria de las salidas nacionales, los trabajadores europeos le opongan la necesidad de pelear contra sus propias patronales y por una Federación de Estados Socialistas de Europa? No hay designio alguno que impida este derrotero al que no obstante y sinceramente, “marxistas” como Lapavitsas, le hacen un flaco favor.