Galvarino Sergio Apablaza Guerra
Reproducimos por su interés este artículo publicado originalmente por La Haine el 11 de septiembre de 2006
Septiembre 1986. Se cumplían 13 de años de dictadura con el tirano acorralado por un pueblo que se había despertado del miedo y del letargo y estaba convencido de que los cantos de sirena de aquellos políticos que habían instigado el golpe del 73 y que ahora pretendían repartirse el poder con los hombres de la dictadura, desde ministerios e instituciones del Estado, alejaban cada vez más el ansiado retorno a la democracia. La misma que esos personeros habían destruido a sangre y fuego, con el apoyo absoluto del Imperio criminal, en una «guerra» que fantasiosamente habían comenzado a inventar desde el mismo día del triunfo del presidente Salvador Allende y de la Unidad Popular.
Durante los primeros años de dictadura, en medio de la persecución, prisión, exilio y muerte el movimiento popular, desde la clandestinidad el pueblo comenzaba a reorganizarse, fiel al legado de Allende en su epopéyica despedida. «El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor».
Los de 1970 a 1973, fueron años difíciles. Más allá de estar plenamente conscientes de que la oligarquía y el Imperio no estaban dispuestos a aceptar un nuevo brote revolucionario en el continente, el movimiento popular y sus principales partidos ‑con gran voluntad, decisión y entrega- abrían camino a un gobierno popular para dar paso a un profundo cambio social, interpretando así los sueños y esperanzas de una generación que estaba convencida de que un mundo nuevo era posible.
Eran años en que los movimientos de liberación nacional eran mirados con simpatía y respaldados por las influyentes fuerzas progresistas a lo largo del planeta. Pero nuestra ingenuidad era enorme, porque mientras construíamos y aportábamos nuestros mejores esfuerzos a interminables jornadas de trabajo voluntario en el terreno productivo y en la alfabetización, la derecha y el imperio intentaban paralizar el país llevando el terror a la población, a través de gigantescas campañas de prensa, sabotaje y guerra psicológica. Al mismo tiempo, urdían una conspiración con las Fuerzas Armadas, creando así las condiciones para dar el zarpazo cruel y artero, que terminó destruyendo las bases democráticas. Las que por años utilizaron y dijeron defender y que ahora no dudaban en avasallar porque ponían en riesgo sus intereses y privilegios de clase.
La heroica resistencia del movimiento popular, en medio del terrorismo de Estado que se desató con furia contra la población, fue dando sus frutos. Pero muchos compañeros cayeron en esta lucha sin tregua e incluso direcciones completas de los partidos, en particular del PC y el MIR, fueron hechas desaparecer. A pesar de ello, se fue articulando un gran movimiento social que desafiaba el cerco represivo e irrumpió con protestas populares de carácter territorial que poco a poco se transformaron en una gran marejada, con expresión en todo el territorio nacional.
El pueblo comenzaba a decir basta de dictadura. En ese contexto, y agotados todos los espacios democráticos, surgió el llamado a la Rebelión Popular, estrategia destinada a poner fin a la tiranía, recurriendo a todas las formas de lucha y que reivindicó el derecho universal del pueblo a defenderse de la opresión con todos los medios a su alcance. La idea era ir avanzando hacia la desobediencia civil y generar un estado de ingobernabilidad que abriera cauce a la recuperación democrática. Como parte de esa estrategia comenzó la estructuración integral de un quehacer inédito en la vida del Partido Comunista que tenía como base la autodefensa de masas y un accionar especial instaurado en un principio mediante grupos abocados a ejecutar una serie de acciones audaces esencialmente de carácter propagandístico.
Con en ese objetivo nació el FPMR, en diciembre de 1983, concibiendo la acción armada como instrumento del quehacer político. Es decir, íntimamente vinculado a la movilización popular. De inmediato el accionar del Frente fue visto con simpatía por amplios sectores de la población y fue demostrando la justeza de la política de Rebelión Popular. La contracara fue que rápidamente se transformó en uno de los objetivos principales de los organismos policiales y de seguridad. La audacia y la astucia eran la base de sus operaciones, demostrando en los hechos que, a pesar del poder absoluto de la tiranía, éste era vulnerable.
El ascenso de la lucha popular y una dictadura aislada internacionalmente y sólo aferrada al poder mediante el terror, generaron condiciones favorables para el derrocamiento del dictador que pasó a transformarse en el gran escollo para el retorno a la democracia. Alarmadas por el avance popular, las fuerzas políticas de centro y de derecha aceleraron un proceso negociador, mientras el PC definía 1986 como el año decisivo para terminar con la dictadura, previendo incluso que la Rebelión Popular se podía transformar en una verdadera sublevación nacional, que permitiera una salida lo más avanzada posible desde el punto de vista de los intereses del pueblo. Obviamente, se estaba lejos de plantear el camino de la lucha armada para obtener la toma del poder, más allá de que algunos creyéramos en esa senda.
PREPARACION POLITICA Y COMBATIVA
En función de ello, en enero del O86 comenzó un plan de preparación política y combativa destinado a asegurar la movilización y la lucha. En el corazón del barrio alto, a metros de unos de los primeros centros comerciales ostentosos que inaugurara el neoliberalismo en nuestra patria ‑el Apumanque- una casa de alquiler pasó a ser un campamento de verano, por donde desfilaron un centenar de compañeros, secretariados completos de los distintos comités regionales del Partido. Por cierto, miembros de la propia dirección partidaria, encabezados por la propia Gladys y algunas connotadas figuras públicas, hoy en la Concertación. Los contenidos esencialmente eran políticos: trabajo militar de masas; técnicas y tácticas de la autodefensa; seguridad y otros. El elemento rector fue el plan de sublevación nacional. El mero hecho de participar en estos encuentros daba la idea de la disposición más absoluta de enfrentar a la tiranía en todos los planos. El intercambio y la discusión en estos encuentros reforzaba la moral y nos daba la confianza más absoluta en la posibilidad cierta de dar un paso decisivo en el término de la tiranía.
En lo concreto, burlar a los servicios de seguridad con eventos de esta magnitud no era tarea fácil: se entraba y salía de la casa sólo al anochecer. Había un pequeño grupo de logística encargado de la alimentación y la entrada de los compañeros. Funcionaba un contingente que exponía distintas temáticas y otro grupo de seguridad. Entre otros hermanos, lo integraba José Peña Maltés, quien un año después fue secuestrado, asesinado y lanzado al mar junto a otros cuatro compañeros por órdenes del mismo Pinochet, mientras se desarrollaba el secuestro del comandante Carreño, quien fue liberado sano y salvo tras permanecer capturado por el FPMR, en una de las más aplaudidas operaciones nacional e internacionalmente.
En aquella escuela del verano del 86, nuestra defensa estaba constituida por una docena de flamantes M‑16, algunas granadas y lanzacohetes. Además, contábamos con una permanente radioescucha mediante un scanner ‑obsequio de compañeros del MIR- que nos permitía estar al tanto de los movimientos de la CNI, Carabineros e Investigaciones. Vale la pena decir que los resultados de estas escuchas en más de una oportunidad permitieron conocer que compañeros o unidades estaban siendo controladas por el enemigo. Así como el mismo método utilizado por la propia prensa democrática un año más tarde le posibilitaron desenmascarar a la dictadura cuando pretendía hacer pasar como enfrentamiento entre bandos a una de las más siniestras acciones de exterminio, a la que bautizó Operación Albania, donde fueron aniquilados doce de nuestros hermanos. Entre ellos estaba » Ernesto», José Valenzuela, el jefe de la emboscada al tirano.
En 1986, se sucedieron una serie de hechos que de una u otra forma alteraron de manera significativa los planes previstos. La movilización popular alcanzaba altos niveles y un punto determinante se planteaba para el paro del 2 – 3 julio. Pero por decisiones políticas partidarias en los últimos momentos se determinó bajarle el perfil en cuanto al grado de confrontación, aunque inicialmente se había concebido como un ensayo de lo que sería la sublevación nacional. En ese contexto y teniendo claro que el gran escollo era el mismísimo dictador, comenzó a transformarse en una necesidad sacarlo del camino, para lo cual se elaboraron una serie de ideas operativas. La más avanzada era minar una parte importante del camino usado por su comitiva durante el desplazamiento a su lugar de descanso los fines de semana.
En ese sentido, esta operación era de gran envergadura pues se partía del conocimiento del gran despliegue de seguridad que lo acompañaba, con un rastreo previo de los distintos itinerarios empleados. Por tanto cualquiera fuera la opción debía realizarse en el más absoluto sigilo y ello obligaba a que las etapas previas fueran realizadas por un reducido grupo de compañeros. De igual manera se desecharon otras ideas con el objeto de evitar por todos los medios víctimas ajenas al hecho. Quedaba claro así que tenía que ser durante el desplazamiento de la comitiva y en un lugar abierto. Durante este periodo de preparación se sucedieron los hechos de Carrizal, lo que significó un duro revés: el control operativo de las fuerzas represivas y las masivas detenciones generaron serios problemas de seguridad sobre todo en lo relacionado a la movilidad de los combatientes y de los medios.
OPERACION SIGLO XX
Sin lugar a dudas estos hechos afectaron el cuadro político. El Imperio, la dictadura y las fuerzas de derecha, que la conformaban, y aquellos que esperaban ansiosamente volver al poder advirtieron atemorizados que el pueblo hablaba en serio y que el término de la dictadura estaba en el umbral de transitar por un camino que aseguraba un protagonismo popular en correspondencia con su lucha y objetivos. Presionado internacionalmente, el régimen también comenzó a ceder. Al interior del PC afloraron con mayor energía cuestionamientos a la política militar y por cierto, a la Rebelión Popular. La imposibilidad de una apertura real y que incluyera a las fuerzas populares, determinaron la urgencia de sacar al tirano del medio, incluso a riesgo de que fueran otros los que capitalizaran políticamente la acción.
Se decidió, por tanto, diseñar una nueva operación a cuya cabeza se puso el mismo jefe del FPMR, Raúl Pellegrin y al frente de la acción a José Valenzuela Levi, «Ernesto», quien había demostrado su capacidad de mando, valentía y entrega tanto en contra de la tiranía pinochetista como en tierras de Sandino, durante la lucha en contra de las bandas mercenarias que asolaban al norte de Nicaragua. Se designaron los mejores y más experimentados combatientes del Frente para integrar el grupo operativo. Todo hacía pensar en un gran combate, teniendo presente que una fuerza de élite acompañaba al dictador y que nunca existió la certeza de cuál era el vehículo real en que viajaba el tirano. Eso hubiera facilitado las cosas pues el poder principal se hubiera concentrado allí.
A pesar de eso, el terreno elegido reunía las condiciones óptimas para la acción. Llegó así el 7 de septiembre y todos los combatientes se encontraban desplegados en sus posiciones. La exploración avanzada del tirano no percibió nada anormal. Comenzó el combate y más allá del factor sorpresa, «los nobles y valientes soldados» ‑acostumbrados a una «guerra» contra un pueblo desarmado- sólo atinaron a buscar refugio, dejando en evidencia que su valentía sólo se ponía en práctica frente hombres, mujeres y niños atados y vendados. En honor a la verdad, el chofer del tirano fue el único que reaccionó y en una maniobra desesperada logró romper el cerco tendido. Siendo ése el objetivo principal de la acción se inició la retirada, respetando la vida de aquellos que íescondidos- habían abandonado a su suerte al Capitán General.
Si bien es cierto la acción no cumplió su objetivo, tuvo éxito operativo, no existiendo bajas del FPMR en el fragor de la batalla. Se sentó así un precedente moral inédito en nuestra historia en que un puñado de patriotas que estuvo dispuesto a frenar la barbarie de la dictadura, interpretando el sentir de un pueblo que alzaba su voz y decía ¡BASTA DE CRIMENES! ¡DEMOCRACIA AHORA! En lo político, quedaba clara la opción y más allá de las declaraciones de los mismos de siempre que tibiamente condenaban la acción, estaba la alegría y la confianza en que era posible un nuevo amanecer. Alegría que pronto se vio empañada por la vocación asesina del tirano ya que la venganza no se hizo esperar. La jauría represiva se desbandó como siempre que se vio amenazada por el avance popular y salió a matar a diestra y siniestra.
En esa noche de terror y estado de Sitio, cayeron dos destacados compañeros del MIR, José Carrasco Tapia y Gastón Vidaurrázaga, y dos camaradas del PC, Felipe Rivera y Abraham Muskablitt. Naturalmente el objetivo principal lo constituía la fuerza que había actuado y en particular el jefe del Frente y el jefe de la operación, por lo cual los represores no descansaron hasta el día en que de manera vil y cobarde los asesinaron. El comandante José Miguel, Raúl Alejandro Pellegrin Friedman, cayó en octubre de 1988 en el curso de la retirada de la acción Los Queñes junto a la comandante Tamara, Cecilia Magni Camino, jefa de logística en la emboscada al tirano
La Operación Siglo XX, como se llamó en realidad, marcó un hito en nuestra historia y contribuyó al término de la tiranía. A pesar de los cambios ocurridos, lamentablemente hasta hoy la justicia aún permanece lejos, aunque la verdad haya ido abriéndose paso de a poco gracias a la lucha de nuestro pueblo y sus organizaciones. Tenebrosos personajes de ese entonces, civiles y militares, gozan de fortuna y total impunidad. Sin ir más lejos el propio tirano aún no responde por los crímenes de lesa humanidad que practicó durante los 17 años de poder total.
En un nuevo septiembre ¡honor y gloria a aquellos que lo dieron todo por abrir esas grandes alamedas que aún permanecen cerradas y que al parecer una nueva generación está dispuesta a abrir! La Rebelión Popular fue nuestro camino y la dignidad, nuestra principal arma.
¡Se siente, se siente, Allende está presente! No en los que claudican y negocian, sino en quienes hoy abren esperanzas de lucha.
La Haine