En una librería de Berlín tropecé con el profesor Gerd Lüdemann, que me habló de la novela «Sakrileg» de Dan Brown, versa sobre el descubrimiento del mayor desenmascaramiento de la historia. El objeto del complot es Jesús y la autora la Iglesia católica, que reprime y esconde documentos sobre Jesús y su familia de los que se deduce, entre otras cosas, que ha tenido una hija con su esposa María Magdalena.
Los personajes de la novela revelan todo tipo de misterios sobre Jesús y la primigenia Iglesia, que con ojos de la investigación histórica rigurosa y el tamiz de una investigación teología crítica hay que catalogarlos de «absurdos cómicos». Por citar algunos ejemplos: Jesús habría redactado una crónica de su vida, María Magdalena habría escrito un diario personal, en el siglo IV el emperador Constantino habría elegido, entre más de 80, los Evangelios del Nuevo Testamento o un descendiente de Jesús se habría casado en el siglo V con un descendiente de la casa real francesa, de la que procedería la dinastía merovingia.
Esta historia infumable pero divertida pudo verse también en los cines alemanes. Un reparto importante ‑con Tom Hanks haciendo de Robert Langdon, profesor de Harvard, quien a su pesar descubre la verdadera pista de Jesús- hizo que la película arrojara buenos dividendos.
Lo curioso es que muchos teólogos de las dos grandes Iglesias se han interesado en demasía y pugnado por hacer ver la incongruencia en sus páginas, tratando de aminorar y paliar posibles daños entre creyentes, previniéndoles ante la «deformación del mensaje bíblico», del «osado embuste» y el «gran engaño», del que responsabilizan a Dan Brown.
Pero resulta más sorprendente que estos jueces de la fe ortodoxa no sean capaces de distinguir entre la historia ficticia ‑narrada por Brown, y cuyos héroes lanzan disparates y desatinos- y un libro de documentación engañoso. Da bastante más qué pensar que precisamente los maestros y profesores cristianos, que acusan e incriminan a Dan Brown de conducir al error o incluso de intentar engañar, sean quienes le arrojen piedras desde su tejado de cristal. Brown (con razón o sin ella) reivindica como autor que todas las obras de arte y arquitectura, mencionadas en su obra, existen realmente y que los documentos son reproducidos fielmente, pero en ninguna parte sostiene que las revelaciones de los personajes, inventados por él, se refieran a hechos fiables históricamente. Si teólogos ortodoxos acusan a Brown de propagar errores y despropósitos históricos, debieran recordar que de esto mismo, sólo que con más razón, se puede acusar a los Evangelios neotestamentarios, puesto que sus autores reclaman y reivindican ‑y no como Brown- dar un retrato auténtico de Jesús.
Los 250 años de investigación crítica de la Biblia han mostrado que la tarea de falsear al hombre Jesús, de tergiversar y retocar sus palabras y sus obras, comenzó en al inicio del cristianismo, reflejándose ya en un grado avanzado en los escritos del Nuevo Testamento. Las tradiciones de Jesús, contenidas en el Nuevo Testamento, están en gran medida y en gran parte en clara contradicción con lo que realmente dijo e hizo Jesúsi.
Desde un punto de vista histórico los primeros cristianos moldearon a Jesús a su conveniencia, adaptaron la figura y pensamiento a sus gustos e intereses, dando de él el perfil que más les convenía en su lucha contra aquellos otros, a los que se les tildaba de heterodoxos o disidentes. Y en sus manos y en sus escritos panfletarios el carismático exorcista Jesús se convirtió en un ejecutor de prodigios monstruosos, el narrador judío de parábolas pasó a ser un antisemita envidioso, el predicador errante y vagabundo se convirtió por arte de falsificadores en el dominador de mundos, que un día juzgaría a vivos y muertos.
Los funcionarios eclesiásticos, que critican a Dan Brown, conocen sin duda alguna los resultados ciertos de la investigación bíblica, sin embargo, y a pesar de ello, estos fanáticos siguen imponiendo un duro castigo y comportándose de manera inmisericorde con quienes en púlpitos parroquiales o en facultades y cátedras de teología exponen los resultados de sus investigaciones y sacan las consecuencias debidas. Ya al inicio del cristianismo judíos no cristianos catalogaron como engaño la falsificación piadosa y sin escrúpulo alguno de las palabras y obras de Jesús por parte de los autores neotestamentarios y su gente.
2000 años después siguen propagando su mensaje falsificado. Si su falsificación es denunciable también lo es el talante de quienes lo creen.
Antonio Álvarez Solís comenta en Gara (8.9) que “escuchó a Su Santidad decir en la gran asamblea evangélica de Madrid que no se puede seguir a Jesucristo fuera de la Iglesia”. Ni fuera ni dentro. El problema de la Iglesia católica no es sólo que sea carca y que sus dirigentes sean unos impresentables, restos de Edad Media, el problema fundamental es que el Jesús, que predican, es invento y mito. Pura falsificación.
i A este respecto véase Gerd Lüdemann, Der grosse Betrug. Und was Jesus wiklich sagte und tat (El gran fraude. Y lo que realmente dijo e hizo Jesús), ed. zu Klampen, Lüneburg 2002.