1. Por más que algunos se empeñen, los distintos posicionamientos frente a los acontecimientos en Libia no son otro capítulo más de la eterna trifulca entre “trotskistas y estalinistas”. Ciertas organizaciones de férrea línea marxista-leninista, como el PCE (m‑l), el PCOT o el FPLP, apoyan a los “rebeldes” libios. Y existe como mínimo un colectivo trotskista, Clase contra clase, que se niega a hacerlo.
2. Desgraciadamente, la revolución libia (al igual que los «soviets» libios que algunos quisieron ver) no existe. Existieron primeramente manifestaciones populares (pro y anti-gubernamentales), más tarde un golpe de Estado fallido de un sector de la oligarquía y, finalmente, una invasión imperialista en apoyo de dicho sector, que garantiza mejores condiciones para las multinacionales petroleras.
3. Las manifestaciones iniciales en Libia, bajo la bandera del rey Idris I, no pueden ser sin más asimiladas al posterior golpe de Estado del Consejo Nacional de Transición. El CNT aprovechó la coyuntura de las protestas para desencadenar su putsch. La tenencia de armas por parte de los “rebeldes” libios (aparte de aquellas asaltadas en los cuarteles), así como las características y el calibre de dicho armamento, desmienten el supuesto carácter “popular” y “espontáneo” del golpe, diferenciando de manera radical este proceso del vivido en otros lugares como Túnez y Egipto.
4. Los “rebeldes”, con cuya ayuda el imperialismo pretende bajar el precio del barril de Brent hasta los 100 dólares (aparte de objetivos geopolíticos, yacimientos acuíferos, etc.), no pueden ser justificados de ningún modo desde una perspectiva antiimperialista. Su dirección, el CNT, es profundamente reaccionaria y títere del imperialismo (por no hablar de otras lacras como su racismo o su utilización de niños soldados en el frente). Evidentemente, el carácter político y el sentido histórico de un movimiento político no es determinado por la extracción social de sus bases, sino por los objetivos, métodos, financiación y alianzas de su dirección política.
5. El lenguaje, base del pensamiento, nos permite perfectamente defender el derecho a la resistencia, el acto de resistencia en sí mismo, por ejemplo contra el invasor en Afganistán, sin necesidad de ser partidarios políticos de los talibanes. Es decir, se puede colaborar con ellos en tanto que resistentes, no en tanto que talibanes. Las diferentes acciones que realizan un sector político pueden segmentarse sin el menor problema teórico o práctico, apoyando sólo aquello en lo que estemos de acuerdo. Lo determinante será el sentido histórico de cada acción en la fase actual del capitalismo monopolista e imperialista.
6. El antiimperialismo (requisito sine qua non para ser revolucionario) implica la oposición a la ocupación de (neo)colonias y, en consecuencia, el más firme apoyo de los diferentes actos de resistencia, como la resistencia palestina (pese a las diferencias políticas con Hamás), la resistencia iraquí (pese a las diferencias políticas con el antiguo partido Baaz de Sadam Hussein), la resistencia afgana (pese a las diferencias políticas con los talibanes) y la resistencia libia (pese a las diferencias políticas con la Jamahiriya de Gadafi).
7. Si por apoyar las resistencias palestina, afgana, iraquí y libia somos infantilmente acusados de “apoyar dictadores”, entonces, siguiendo la misma lógica, aquellos “ni-nis” que ensalzan a los “rebeldes” libios podrían ser tildados de apoyar a la OTAN. En ambos casos, nos habremos dejado el rigor y la seriedad por el camino.
8. Las protestas pro-occidentales iniciales (que jamás incluyeron a la población negra inmigrante, base de la exigua clase trabajadora del país), así como la existencia de minoritarios pero dignos sectores revolucionarios en el país, son elementos que no guardan una relación de equivalencia con el golpe de Estado de estos llamados “rebeldes”, a los que no tienen bajo su control ideológico o político. Hablamos de unos “rebeldes” liderados por fundamentalistas islámicos y exministros de Gadafi, directa y abiertamente aliados a la OTAN (cuyos inmisericordes bombardeos justifican), financiados por ella, reconocidos por “occidente” y cuyo papel y sentido histórico de mercenarios al servicio del imperialismo cada día va quedando más claro.
9. Tampoco la resistencia contra el invasor puede ser reducida de manera simplista a mero gadafismo, ya que abarca, por el contrario, a todos los sectores del país que aspiran a conquistar la soberanía nacional expulsando al invasor, y es (al igual que en Palestina, Afganistán, Iraq o cualquier otro país ocupado por tropas extranjeras con propósitos neocoloniales) el lugar o el movimiento histórico en el que los sectores revolucionarios han de volcar sus esfuerzos para no romper el frente común.
10. El día en el que la OTAN sea expulsada y sus agentes y mercenarios derrotados será el día en el que, al menos, estarán sentadas las condiciones para que una verdadera revolución libia, nacional y popular, derroque a Gadafi y supere la mayor de las dictaduras: la del capital.