Sombra.- Usted está llorando, jefe. Sastre.- ¿Te has dado cuenta? El último día te tocó a ti la lagrimita. ¿Y qué? Sombra.- ¿Es que está triste? Sastre.- No especialmente. Sombra.- ¿Entonces por qué llora?
Sastre.- Mira, voy a ser un poco pedante. William James, que fue un gran psicólogo del siglo XIX, dijo algo que me llamó mucho la atención cuando estudié Filosofía en la Universidad de Madrid y que luego he recordado muchas veces.
Sombra.- Pues no me tenga en vilo. ¿Qué era eso?
Sastre.- La idea de que «no se llora porque está uno triste sino que se pone triste porque llora».
Sombra.- Entonces ahora se había puesto triste. ¿Por qué?
Sastre.- Lloraba de indignación o, con otra palabra que ahora no está de moda, de cólera. Lloraba porque no podía meterle una puñalada en el corazón a quienes han provocado en mí esta cólera.
Sombra.- Muy poco hay que temer de sus puñaladas, jefe. Usted es incapaz de matar ni una mosca.
Sastre.- ¡Por eso estaba llorando, hija mía! Que no te enteras.
Sombra.- (entendiéndole) Ya sé por dónde va usted. Ya entiendo que de indignación también se llora.
Sastre.- Como ha ocurrido estas noches en las calles heridas del barrio de Errekalde, en las que se ha cometido una gran injusticia destruyendo un monumento de belleza y trabajo cultural que era un verdadero tesoro. El alcalde de Bilbo, que es sin duda un gran ignorante y una persona insensible, se ha contentado con decir que él cumple con la ley defendiendo la propiedad privada y que esas personas (hoy desalojadas y brutalmente apaleadas) incluso hubieran recibido «alguna pasta» de él si hubieran alquilado un local para sus actividades. Por su cabeza de chorlito no pasa la idea ‑si es que alguna vez ha pasado alguna- de que éste es un ejemplo claro para la aplicación, en la legislación vigente, de una medida de expropiación forzosa, que en este caso sería justa (con una gran frecuencia se aplica sin serlo, y se han cometido muchas injusticias en su nombre, obedeciendo a los dictados del capitalismo). Yo he recordado que en Venezuela nos contaron que en aquella «República bolivariana», con la constitución en la mano, se puede legitimar una «ocupación» y obtener una ayuda con sólo aportar una justificación y presentar un proyecto apropiado para poner en situación creadora un espacio abandonado. Kukutza era un espacio muerto cuando unas personas beneméritas decidieron convertirlo en un lugar enriquecedor, de múltiples dimensiones y posibilidades, algo así como un bello poliedro, de lo que queda constancia por lo menos en un video que he tenido ocasión de admirar. Pues bien, en lugar de esa acogida positiva que merecían estas gentes allí activas, han recibido de las «autoridades», como el citado alcalde o Rodolfo Ares, consejero de Interior, una prueba de su menguada calidad espiritual al no caérseles la cara de vergüenza cuando han contribuido gustosamente a un crimen cultural de esta envergadura, en que las víctimas han sido gentes honestas, jóvenes muchas de ellas, muy activas y creadoras en aquel barrio. Como un par de muestras de las muchas actividades que allí se desarrollaban y del vacío que deja tamaña destrucción, pongamos la de un observador al tercer día del asalto. Esta persona ha dicho así: «Se me caía el alma a los pies viendo cómo lloraba desconsoladamente una niña de unos nueve años (…) diciendo que le acababan de tirar su aula de baile». La otra muestra de la gran diferencia espiritual entre esos «ocupantes» del inmueble por un lado y las autoridades políticas citadas y los agresores de la Ertzaintza, por otra, es que estos agresores armados fueron recibidos por los jóvenes que allí se albergaban ¿con qué armamento?, con bellos juegos malabares. La violencia reactiva propia de los movimientos de resistencia a las injusticias sociales vino luego, y ha sido como la que se hace en Palestina con pedradas (Intifada) y con los artefactos caseros que a veces los palestinos oponen, irrisoriamente (David contra Goliat), al monstruo de fuego del Estado de Israel. Aquí se trató primero de dar una primera respuesta estética a una violencia, además, desenfrenada.
La fundación de una importante y necesaria Escuela de Artes Circenses formaba parte sin duda del gran objetivo final de esta múltiple empresa popular, hoy abandonada por la fuerza de un ataque cerril de unos individuos uniformados de negro, enmascarados y tocados con cascos, y armados con bocachas de pelotas y gases asfixiantes. La Ertzaintza ha alcanzado así el grado necesario para figurar con todos los honores en una Historia Universal de la Infamia. (A esos agresores envío yo el siguiente mensaje: ¡Viva el Circo, patrimonio de la Humanidad!) Estas artes circenses trabajan en el campo de la belleza humana, bajo un postulado cuyas bases están contenidas en la sencilla proposición «¡más difícil todavía!», bandera con la que exploran poéticamente las fronteras de lo humano, como en su propio campo lo hace el atletismo más creativo. Son artes que brillan con gran esplendor histórico en países como China y en su tiempo brillaron en la Unión Soviética. ¿Será esa una de las razones de su actual infortunio? ¿No serán esos malabaristas que saludaron a los «beltzas» unos rojos del demonio?
Pero sigamos, hija mía, sigamos. Cierto informante de Internet resume muy bien lo que ha sucedido en aquella zona durante en esos malditos días de regresión cultural: «Que quede claro ‑dice- que la responsabilidad total de la brutal actuación de la Ertzaintza en el día de hoy en Errekalde es del Gobierno Vasco, la Diputación de Bizkaia, el Ayuntamiento de Bilbo y la empresa Cabisa. Han venido más de treinta furgonetas, dos tanquetas, un helicóptero y no sé cuántos perros para sitiar el barrio, queriendo acabar así con los sueños de Kukutza III Gaztetxea y el barrio de Errekalde».
En estas jornadas se ha evidenciado, en fin, el papel mínimo que la cultura de las artes y las letras desempeña en las actividades de los políticos en los últimos tiempos; en ese marco de menosprecio se ha podido producir este vergonzoso episodio que hoy nos ha indignado. Está claro que los partidos políticos en general ponen esta cultura literaria y artística en manos de funcionarios que no saben hacer nada ni entienden de nada. Fue expresivo de esto el ejemplo de aquel responsable de cultura en Galicia que, interrogado sobre a qué espectáculo iba a asistir en un Festival de aquella comunidad, respondió que ya tenía entradas para «la actuación de la cantante gallega Carmina Burana». Anécdotas de esta índole son muy frecuentes y es cierto que son muy pocos los responsables políticos de cultura y los políticos en general que hayan leído en toda su vida más allá de media docena de libros, y aún creo que me paso en el número. Sin duda, estos personajillos como Azkuna y Ares no destacan por su brillantez en estos territorios culturales. Ahora, para completar su lista de méritos, se han echado un buen montón de basura encima.
Sombra.- Pues dígales usted algo, hombre. No se quede con ganas.
Sastre.- Pues yo les diría: «Canallas, habéis matado un sueño».
Sombra.- Jefe, usted ha dicho alguna vez que los sueños son como las Aves Fénix, que nunca mueren porque renacen de sus cenizas. Sastre.- Es cierto, y también que ellos acabarán en el basurero de la historia, en el que ya están siendo depositados por observadores cultos y sensibles como es el caso de Ramón Zallo, para quien «lo ocurrido es una ignominia». Se refiere al «cierre y destrucción de utillaje de un centro cultural autogestionado», en el que se desarrollaba una gran multiplicidad de actividades además de las circenses, que él pasa a describir, como «una escuela de danzas, locales de ensayo musical, de teatro, una biblioteca, una sala de proyecciones, auditorios para conciertos y galas, un restaurante vegetariano», etcétera. El resultado de la agresión clama al cielo desde las fotografías que se han dado a conocer. Es un gran edificio en ruinas. ¡Ay! Me lamento yo ahora líricamente: «Estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora, campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa…».
Sombra.- Ya veo que decir elegías es una buena manera de llorar. ¿Eh, jefe?
Sastre.- Sí, sí, sí, pero es a reír, y no a llorar, a lo que me mueve ahora ese alcalde de la infamia que se siente tan satisfecho proclamando que «¡ya no habrá más “kukutzas”!». ¡Pues sí, señor, habrá más “kukutzas”, hombre, y lo que yo espero que no haya nunca más es esta especie de alcaldes como usted!
Sombra.- ¡Y yo comparto su deseo, jefe mío! Y ya puede apagar la luz. Y buenas noches.