De nuevo hemos tenido ocasión de comprobar cómo los medios de difusión masiva han sido un factor decisivo para derrocar un gobierno y dar un vuelco a la realidad de una región entera. La difusión de las morbosas imágenes de Gadafi aún vivo y después las de su cadáver han sido profusamente publicitadas como el «fin del régimen» y el «comienzo de una nueva era».
Si bien es cierto que en Libia comienza una nueva era (otra cosa es que sea mejor que la anterior para el pueblo libio…) es necesario destacar algunos aspectos que, aunque no sean especialmente novedosos, han quedado de manifiesto en esta nueva agresión imperialista.
Por un lado tenemos la desfiguración de lo que se ha venido en denominar «primavera árabe», asociándola a la agresión contra Libia. Al imperialismo, a los colonialistas del siglo XXI, hay que reconocerlo, les ha salido redonda la jugada. Inicialmente, con la inestimable ayuda de los colaboracionistas locales (existente en todos los pueblos y factor necesario para legitimar y hacer mucho más sutil y efectivo el sometimiento de los pueblos y el robo de sus recursos naturales) consiguieron encauzar las manifestaciones de rabia y de necesidad de cambio de los pueblos tunecino y egipcio. Con algunos retoques cosméticos, con algunas concesiones, ha conseguido mantener las estructuras del Estado en las mismas manos asegurando a los estados imperialistas una cuota aceptable de participación en el saqueo de estos pueblos. Además, y valiéndose de ello, el imperialismo ha conseguido alimentar y echar a rodar a un movimiento contra otros gobiernos bastante más molestos para los estados imperialistas.
Si bien el gobierno de Gadafi no era, ni mucho menos, la punta de lanza contra el imperialismo, e incluso estos últimos años ha mantenido relaciones demasiado estrechas con gobiernos como el italiano y el francés, también es cierto que no resultaba un peón manejable y tan fiable como sus vecinos africanos.
El imperialismo ha conseguido con un mismo movimiento dos objetivos: por un lado, frenar el potente movimiento que estaba poniendo en cuestión, e incluso derribando, a los gobiernos corruptos, represores y serviles con las antiguas potencias coloniales; y por otro, ha puesto en marcha una intervención militar en toda regla al calor de la «primavera árabe», presentando esta agresión a ojos de los invidentes, ingenuos y cándidos espectadores como la continuación de aquella. Las imágenes de alegría por el asesinato de Gadafi intentarían demostrar que sí, que éste ha sido el tercer gobierno dictatorial en caer fruto del empuje de un pueblo hastiado, y que, aunque por estos lares llegue el otoño, en aquella zona van a alargar su particular primavera de rapiña todo lo que puedan. Y la siguiente estación ya está marcada: Siria.
Y para lograr crear dicha atmósfera, en la que se confunde el rayo del sol con el relámpago, el papel de los media ha sido imprescindible. Ellos han sido los encargados de darnos el parte meteorológico, y han logrado hacernos creer que hacía calor aún cuando los acontecimientos eran realmente gélidos. Como afirman algunas personas, el frío es algo psicológico; si piensas que no hace frío no lo sientes. Y el imperialismo tiene una larga experiencia en guerra psicológica, además de cargamentos de analgésicos y psicotrópicos sociales. Los medios de desinformación han demostrado, una vez más, ser una división militar más, tal vez la más efectiva, parte determinante del engranaje bélico de los estados agresores. Una avanzadilla militar que, por lo demás, entra a nuestra casa con total naturalidad a través de la televisión, la radio o la prensa, y de ahí penetra en nuestro cerebro.
Pero la ofensiva terminológico-militarista no termina ahí. Del mismo modo que han logrado escamotear el significado del término «primavera», también se han dedicado a construir una determinada imagen de quienes han luchado contra Gadafi a rebufo de la artillería de la OTAN.
El uso de términos como «rebeldes» o «resistencia» intenta equiparar en cierta medida la lucha contra Gadafi con quienes dieron la vida contra el fascismo o el nazismo en otros momentos históricos, e intenta presentar con un halo de legitimidad e incluso de altruista heroicidad a unas heterogéneas tropas integradas en gran medida por mercenarios, delincuentes, fanáticos religiosos, facciones con determinados intereses no precisamente populares y otros muchos jóvenes sin ideología definida o que se han subido al carro vencedor. No nos debe quedar duda alguna de que, de haber sido auténticos rebeldes frente al mayor enemigo de la humanidad, el imperialismo, habrían sido tildados de terroristas e incluidos en la lista correspondiente en EEUU y los estados europeos, los cuales, «paradójicamente», son quienes más terror causan allende sus fronteras.
Otro tanto sucede con otros términos que pasan a integrar el irreflexivo vocabulario cotidiano. Al igual que ocurre desde hace años con Cuba o Venezuela, a aquellos sistemas políticos o gobiernos políticamente incorrectos para los amos mundiales se les suele adjuntar el calificativo de «regímenes» (¿no resulta sospechoso haber escuchado tantas veces eso de «regímenes comunistas» pero nunca algo sobre los «regímenes capitalistas»?). Algo similar sucede con el término «dictador». No deja de resultar curioso como en muchos medios, en un momento determinado, Gadafi pasa de ser el presidente de Libia a ser el dictador.
Sin entrar a valorar aciertos y errores de Gadafi, lo cierto es que la preparación de la ofensiva imperialista contra Libia es lo que marca ese momento de convertirse en dictador, o al menos de reforzar esa imagen frente a los espectadores.
Y en ese cometido, los medios de desinformación son, una vez más, la vanguardia del militarismo capitalista. No deja de ser llamativo que, para ser un dictador, no haya tenido el final habitual de un dictador derrocado, un exilio dorado en otro país o una pantomima para simular que se hace justicia.
Una vez más, es el hecho de obedecer o no a los intereses de las potencias capitalistas lo que marca ser un dictador muy malo y digno de ser asesinado y expuesto frente a las cámaras (Gadafi, Sadam Hussein…) o ser un dictador no tan malo y tolerable retirado de la «política» mientras disfruta de parte de lo que ha robado. Roosevelt ya lo dejó claro en referencia a Somoza: «Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta». Esa es la diferencia.
Frente a todos estos ejemplos de manipulación, muchos de ellos incluso documentados (como la grotesca supuesta toma de la Plaza Verde en Trípoli rodada en Qatar), lo que resulta más sorprendente y preocupante es el eco y el apoyo implícito otorgado desde personas y medios de comunicación supuestamente de izquierdas a las versiones divulgadas por los grandes medios, a la postre voceros del imperialismo. Aun considerando la evidente dificultad de poder encontrar información contrastada y aun admitiendo algunas de las argumentaciones y denuncias contrarias a Gadafi, la postura legitimadora de la agresión por un amplio sector de la supuesta izquierda europea ha contribuido a consumar este nuevo episodio de sometimiento de un pueblo.
Las derivaciones de aquella primavera árabe que comenzara hace unos meses nos aporta una nueva experiencia, otra más, que reafirma aquella tesis tan bien expresada por el Che en 1964, de que no se puede confiar en el imperialismo ni un tantito así, ¡nada!. Y, habría que parafrasearle; de la información emanada de los medios de difusión masiva apologetas de sus crímenes, tampoco.
Para liberar los pueblos necesariamente tendremos que liberar también nuestras mentes.
Iñaki Etayo (Militante de Askapena)