«He descubierto que si realmente quiero desarrollar una vida artística, tengo que tener mucho de ermitaño»
Aunque su discografía oficial no lo refleje, Benito Lertxundi (Orio, 1942) ha compuesto la banda sonora de momentos muy señalados de miles de personas. Sus canciones (¿o son himnos?) han acompañado enamoramientos, desengaños, soledades, plenitudes, alumbramientos… y no pocos últimos viaje
Así viene siendo desde ni se sabe cuántas generaciones y no es difícil pronosticar que continuará ocurriendo. A tiro de piedra de los ¡70 años!, en el momento de mayor felicidad creativa que recuerda, da los últimos toques a una gavilla de temas que, a buen seguro, barnizarán de música historias que aún no ha ocurrido
El nuevo disco está a punto de caramelo…
Sí, estoy prácticamente acabando. Me falta trabajar un texto, que está hecho y hay que musicarlo. Me gustaría empezar a grabar a finales de este otoño, e incluso tener preparado el disco para sacarlo en la primavera. Es el plan que tengo en este momento.
Me sorprende que lo diga con tanta seguridad. Es legendario que Benito Lertxundi casi nunca está a gusto con su trabajo. Y le da vueltas y vueltas…
Cierto. Soy bastante inconformista, le doy muchas vueltas. Pero esta vez me ha salido con una facilidad enorme, como si estuvieran ya las canciones llamándome: «Venga, ábreme la puerta, que ya salgo». Y ha sido una experiencia muy agradable. No recuerdo que haya tenido un periodo tan feliz en cuanto al momento ese de la creatividad, del trabajo de casa. He estado muy a gusto y a medida que voy terminando las canciones, las llevo al directo, porque me gusta que reciban ya el polvo de los conciertos para que se vayan haciendo. Son canciones que me hacen sentir muy bien, muy bien. Difícilmente yo disfruto con mis canciones. Esta vez tengo un ramillete de canciones que me hacen sentir muy a gusto, muy justificado cuando estoy cantando esas canciones. Y eso para mi es una cosa nueva. Vamos a cruzar los dedos para que no de la vuelta la hoja.
O sea, que ya están probadas sobre el escenario. Los estrenos tienen que ser momentos delicados.
Pues igual me engaño, pero suelo tener la impresión de que es cuando mejor salen, ese primer día. Es una cosa compartida, porque para el primer día, los ensayos que hayas hecho, tienes una tensión que no es medible conscientemente, pero que está ahí. Luego ya empieza un periodo de deterioro, como cuando vas repitiendo las cosas, que te estás pasando un poco de rosca. Estas, como digo, tienen esta virtud. Las tres primeras las canté en el concierto del año pasado, víspera de nochebuena, en Zarautz, y la respuesta del público era como cuando escucha una canción muy conocida, que para ellos es un himno y ya conocen y tal. La respuesta del público fue así y me extrañó porque era la primera vez que escuchaban esas canciones. Cuando ocurre que la primera vez entran, es una señal generalmente muy muy positiva.
Y mientras se está creando, ¿se intuye que las canciones van a llegar?
Mira, yo afortunadamente tengo una profesión que es tan sutil… El mundo que se crea través de las canciones es tan sutil, tienen tal poder comunicativo, comunicaciones diversas, quiero decir, de manera abstracta. Es un cúmulo de sentimientos. Las canciones, realmente cuando llegan, conmueven. Si yo me pusiera a contar las historias provocadas por las canciones que me han contado…
Obviamente, no nos va a dejar con las ganas. Cuéntenos alguna de esas situaciones.
Se crean historias, situaciones que nosotros desconocemos y sin embargo, se están produciendo. Me acaba de contar mi amiga la pintora Sara Otaño una historia de esas. Había una mujer de mediana edad a la que daba clases de pintura. Un día dejó de ir. Al cabo de un tiempo, se encontró con el marido de esta mujer que le contó que acababa de morir. Pasó sus últimos días en un piso que alquiló en Hondarribia, frente al mar, escuchando Itsasoari begira. Y así murió.
No es la primera vez que pasa algo así. Y además, con esa canción.
Jon Maia, que es el autor de la letra, me comentó que Imanol Murua, el que fuera Diputado General de Gipuzkoa, también murió exactamente igual. Cuando supo que ya no había remedio, pidió que le grabaran la canción en bucle y le pusieran unos auriculares. Cuando me cuentan este tipo de cosas, me digo que no tengo derecho a quejarme de nada. Cada vez que tienes un motivo de queja, acuérdate de estas cosas.
¿Y qué ocurre cuando una canción que satisface a su creador no le dice nada al público?
Hombre, es mejor que eso no te pase mucho, pero mira, hay una canción, la última que he hecho, es una canción triste, tristísima, y me encanta. Es preciosa. Yo la llamo canción pura. Si a mi todo el mundo me dijera que esa canción no vale nada, tampoco me importaría mucho. Generalmente las canciones se hacen para que la gente las disfrute. Sin embargo, corres el riesgo de que a la gente no le diga nada. Lo importante, en todo caso, es que abra interrogantes. Si una canción provoca una pregunta, ya has conseguido el mensaje.
Decenas de sus canciones han llegado de ese modo a varias generaciones. Han tenido vida propia, pero usted se ha hecho a un lado de alguna manera. Nunca ha sido uno de esos artistas que aparece hasta en la sopa.
¿Nunca? Hace 47 años que empecé a cantar, es mi trabajo, y por supuesto no todos los trabajos son iguales. Pero cuando alguien descubre que el trabajo es una cultura que ayuda a crecer interiormente, está salvado. Lo primordial es eso y no lo de figurar, y lo de «cuanto más mejor» y «voy a aparecer en todas partes, que me inviten a este o a aquel sarao». Que no, que eso no me gusta. Me repugna un poco toda esa historia. Yo digo que tengo el cupo superlleno. Soy un privilegiado. Salgo a un escenario, tengo delante a un público, canto una canción y me aplauden, sacan pañuelos y se secan las lágrimas… ¿Qué más necesito? Si necesito más que eso, es que soy un estúpido. Y cuidado con ser estúpido, ¿eh?
El riesgo es convertirse en un ermitaño…
Me gusta esa palabra. Uno debe comprender que está solo. El estar solo no quiere decir aislado. Estar solo es estar en la unidad. Borges lo decía: todos los hombres son el mismo hombre. Ahora la física cuántica nos dice que la parte es el todo. Un artista o es ermitaño o no es artista. Una cosa es cantar. En el mundo hay muchos cantantes con buena voz, que cantan muy bien, con mucho gusto y saben organizar muy bien toda su parafernalia… pero artistas no son tantos. No hay tantos. Se le llama artista a cualquiera de la farándula, pero artista, lo que se dice artista… no necesitaría muchos dedos para contarlos. Yo he descubierto que si quiero realmente desarrollar la vida artística, tengo que tener mucho de ermitaño y si no lo tengo, voy a andar ahí, con la frivolidad.
No le va nada lo de la frivolidad.
Veo un mundo perdido en la retórica, en la superficialidad. Soltamos muchas palabras y muchas veces no sabemos realmente la naturaleza de esas palabras. Hay una desvirtuación del lenguaje. Eso pasa mucho en política. Se sueltan las palabras, pero no hay contenido. Enseguida se presenta la contradicción. Cuando hay una contradicción, hay una mente dividida. Eso quiere decir que no está interiorizada la comprensión. Diariamente en el lenguaje político, lo veo. Realmente no se sabe en qué se está. Sin embargo, hay unas palabras que se manejan tradicionalmente en esa parcela y si van soltando. Se pierde el sentido. Lo que realmente echo en falta en el mundo es el silencio; menos palabras, más silencio. La salud del planeta, el alma del planeta, iría mejor si nos calláramos la boca, si no tuviéramos tanto egocentrismo.
Acaba de mencionar los 47 años que lleva cantando. Preparando esta charla he descubierto una obviedad, algo que estaba ahí, pero en lo que no había reparado: va a cumplir muy pronto setenta años. ¿Le preocupa el paso del tiempo?
Je, si te digo que el tiempo no existe, entraríamos a teorizar. El tiempo es un engaño. El tiempo es una jugarreta que nos hace el pensamiento, que tiene memoria. Realmente no existe, es un reflejo. Nos acordamos de cosas. De ese pasado proyectamos el futuro y ambas cosas son mentira. Siempre es el presente. Cuando me preguntan, por ejemplo (y esto lo digo con boca pequeña), por Ez dok Amairu… Ufff… Comprendo que me pregunten por ello, pero no me gusta contar cosas pasadas. No cultivo el pasado como algo fundamental en mi vida. Aprender a morir de instante en instante es vivir sin tiempo. ¿Y eso cómo lo consigues? Cuestionando, no valorando. Si no valoras, ya no te entretiene eso, no te ocupa. Eso me quita mucho peso de encima, no estoy agarrado al tiempo, pensando «se me acaba el tiempo, tengo que aprovechar». No tengo que aprovechar nada. Tengo que estar atento.
Aceptemos que el tiempo no existe. ¿Y el espacio? Nosotros vivimos en un espacio muy concreto y muy singular. No es fácil escapar de él.
¿Estamos entrando en la política?
Entremos, ¿por qué no?
Ya… A Sarrionandia le preguntaron en una entrevista qué era para él ser vasco. La respuesta fue muy sencilla y muy inteligente. Contestó que ser vasco es ser como todos los demás del mundo. El problema empieza cuando a uno le obligan a ser español. A esa síntesis, tan sencilla, esa forma tan simple de ver las cosas, no se llega no sé por qué. Fíjate tú si es sencillo, pero no se llega. No entiendo tanta profesionalización en la política, tantas organizaciones, tantos partidos, y a una cosa tan sencilla no se llega. Veo que hay un lenguaje instalado en este país lleno de contradicciones y asimilaciones que indican que este país ya no sabe pensar en clave de política.
¿Sigue el día a día político?
No sólo lo sigo, es que me hacen sufrir mucho. Porque yo estoy implicado. Yo soy vasco, qué quieres que te diga. Por eso mencionaba la anécdota de Sarrionandia. Claro que soy del mundo, del universo y de todo lo que quieras, pero lo que no quiero es que me obliguen a ser lo que no soy. Yo no tengo nada que ver con el concepto inglés o alemán o francés o español. Lo único que nos queda pendiente es una sana relación con ellos, pero eso pasa por un respeto a la libertad. Hablo, claro, desde el lado que me interesa. Yo soy vasco. Quiero un País Vasco, una Euskal Herria, como todos los demás países del mundo. Yo quiero estar relacionado al mismo nivel que cualquiera. No quiero ir de la mano de nadie.
¿Y eso cómo se consigue?
Si queremos salvar nuestra cultura, si queremos salvar nuestro idioma, eso sólo se puede hacer con política. ¿Que hacen los estados independientes? Imponen su cultura. Se habla de salvar el euskera con voluntarismo y no sé qué estudios y demás. Mira, si tú unes el euskera al dinero y al trabajo, ya verás cómo se salva. Trabajar, euskera; ganar dinero, euskera. Verás tú cómo se salva. Se habla de bilingüismo estúpidamente. En este país no hay bilingüismo. No se puede vivir 24 horas al día en euskera. En español, ¿se puede vivir? Sí. No hay bilingüismo. Una lengua es obligatoria y la otra, voluntaria. Y eso se dice tan tranquilamente, yo no sé cómo no les salen los colores.
Todo esto nos lleva a una palabra relacionada tradicionalmente con los artistas: compromiso.
Uno cuando se entrega sin saber que se entrega, porque es su manera de estar, la única que tiene. Cuando alguien está dispuesto a poner toda su inteligencia, su percepción de las cosas por si alguien quiere utilizar todo eso, ¿se puede decir si tiene compromiso o no? ¿Con qué se compromete la gente aquí? Hay estrategias en este país, claro que las hay. Particulares, partidistas, cada uno resolviendo sus cositas para hacer su disputa con ese otro partido que está al lado, pero lo que es estrategia nacional, vislumbrar que entre nosotros no somos enemigos, que tenemos mucho más en común que lo que nos diferencia y que debemos hacer piña.… eso es lo fundamental. Me preguntan: «¿Tú dónde estás?». Yo estoy ahí. Yo no estoy en unas siglas, en un partido o en unos valores particulares. Conmigo que no cuenten para eso. Yo, de ir, voy con el país. Si hay capacidad y talento para darse cuenta de que hay necesidad de país, a mi, sin darme cuenta, sin saberlo, me van a pillar ahí, porque voy a estar ahí. Es mi hábitat natural.