Sumisas, obedientes y amantes esposas o personas independientes, con capacidad de elección: ¿en qué queremos que se conviertan las niñas?
- Imagen: Rodolfo Loaiza.
Hace unos días, Disney España lanzaba una nota de prensa en la que afirmaba que el 90% de las niñas españolas prefería disfrazarse de princesa antes que de médica, animal o flamenca. Una cifra altísima… si fuera real. En realidad se trata del 90% de las hijas de entre 4 y 7 años de 359 mujeres españolas. Teniendo en cuenta que, según los datos de 1999, en España viven 10.165.237 mujeres con hijos e hijas, no parece que sea una muestra muy representativa.
Aún así, no hay que subestimar la influencia de Disney: hablamos de una industria que mueve millones cada año, que lleva presente en el imaginario colectivo desde 1937 (cuando estrenaron su primera película, Blancanieves y los siete enanitos) y que, sólo con sus princesas, genera alrededor de 4.000 millones de euros. La propia compañía estima que cada niña ve unas 40 veces el DVD de su princesa favorita (no dice nada acerca de los niños).
Como dice Ismael Ramos Jiménez en Desmontando a Disney: hacia el cuento coeducativo (tercer premio en el certamen de materiales curriculares coeducativos Rosa Regás, editado por la Junta de Andalucía), “las historias de Disney cuentan con presunción de idoneidad para educar, así como legitimidad cultural a la hora de enseñar valores e ideales”.
Sin embargo, como señala el especialista en cuentos Jack Zipes: “las historias Disney reproducen estereotipos de género que tienen un efecto adverso sobre los niños, al contrario de lo que los padres puedan pensar […]. Ellos creen que son esencialmente inofensivas y en absoluto lo son”.
Construcción de roles
“La asociación de roles de género en los niños y niñas comienza a edades muy tempranas: con tres años ya se tiene una idea clara de lo que corresponde a cada rol”, explica Eva Velasco, agente de igualdad en el barrio de Hortaleza (Madrid). Un aprendizaje que ocurre por imitación de la familia, los amigos y los personajes televisivos, como las heroínas de Disney. Y en las historias de princesas, en general, el elemento femenino, aunque sea protagonista, está subordinado al masculino: la salvación de la princesa depende de él. Es decir, que las mujeres no son capaces de cuidar de sí mismas y necesitan la ayuda de un hombre. Al menos, todas las mujeres que no sean una bruja.
Porque Disney sólo ofrece dos modelos de mujer: la princesa joven, guapa e inocente que acaba conociendo al hombre de sus sueños para unirse en matrimonio (Pocahontas es la única película en la que no hay boda) y que con las excepciones de Bella y Tiana jamás coge un libro o tiene un trabajo; o la bruja, generalmente madura, con curvas, independiente, poderosa e inteligente, pero fea y malvada. No es de extrañar que las niñas quieran ser la princesa.
La princesa, en casa
Y la princesa tiene un ámbito claramente definido: el privado. Incluso en el caso de las últimas heroínas – Mulan, Rapunzel– en el que se ha querido dar una imagen más activa y moderna de la mujer como ser actante e independiente, vemos cómo al final pasan del cuidado del padre al de su pareja. En el caso de Mulan, ésta llega incluso a rechazar cargos en la corte imperial para poder volver a casa con su padre y, posteriormente, casarse. Salvando las distancias, algo similar al final de Piratas del Caribe (también de Disney, por cierto):la rebeldía no es más que un pequeño periodo de libertad antes de pasar a ser una fiel y enamorada esposa (y madre). En el mundo Disney son los hombres los que dominan la esfera pública, los que ostentan el poder y tienen un estatus de supremacía: reyes, visires, príncipes, caballeros, etc.
Uno de los ejemplos más paradigmáticos, como comenta Ramos, es quizá El Rey León, donde el espectador es testigo de “la lucha encarnizada por el poder entre los machos por una parte y la exclusión de esta lucha y la pasividad de las leonas por otra, cuando por todos es sabido que estos felinos hembras son los animales más fieros en la caza y protectores de la manada; atributos que Disney les niega para relegarlas a meras espectadoras pasivas del trasvase de poder entre machos”.
Disney construye así un mundo bipolar, en el que la belleza, la seducción y el hogar son del dominio de las chicas y la fuerza, la violencia y la vida pública, de los chicos. Como bien concluye Ramos, “tras consultar a muchas niñas y a muchos niños cuáles eran sus películas favoritas de dibujos hemos obtenido multitud de títulos de Disney. Tras preguntar también a muchas niñas y niños cuáles eran sus personajes favoritos de Disney podemos concluir que las niñas quieren ser princesas y los niños no”.