América Latina y el Caribe acaba de dar uno de los pasos más extraordinarios de su historia en la perspectiva de avanzar hacia su segunda y definitiva independencia o, para ser más precisos, hacia la búsqueda de su emancipación plena, cuya materialización tendrá que enfrentar grandes peligros y amenazas.
La constitución de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC), en un histórico encuentro en Caracas este 2 y 3 de diciembre, cuenta con la participación de todos los países del continente, a excepción de Estados Unidos y Canadá, lo cual ya representa una valiosa conquista para encarar y resolver sus divergencias sin tutelajes de ninguna naturaleza. Que vaya ha sustituir a la OEA es lo deseable, pero hay mucha tela por cortar.
El hecho de que estén todos los países de América Latina y el Caribe, independientemente de su signo ideológico-político y los intereses de clase que representan cada uno de sus gobiernos, expresa la amplia pluralidad con la que ha nacido la CELAC y que es la garantía de que vaya a permanecer en el tiempo, aunque tampoco se debe ser ingenuo de pensar que Estados Unidos se quedará sin desarrollar acciones —encubiertas— para su prematura desestabilización.
Esta convergencia, por tanto, explica que hay dos motivaciones histórico-concretas: la necesidad de alcanzar un mayor nivel de autonomía frente a los Estados Unidos, cuya injerencia en asuntos internos de cada uno de los países es francamente descarada y, segundo, el fortalecer la integración intrarregional que ha conquistado grandes espacios en la última década.
Esta iniciativa es de las más cruciales que se ha podido tomar pues encuentra a esta parte del mundo en un momento que los países del capitalismo central atraviesan por una crisis estructural y multidimensional de la que no pueden salir desde hace más de diez años. Todo lo contrario, las medidas de salvataje solo reducidas a la inyección de recursos no han podido impedir que la tendencia vaya empeorando. La reunión del G‑20 en Cannes no ha cambiado el rumbo.
No hay duda que estos niveles de mayor interrelación de los países de América Latina y el Caribe
han sido factores clave para proteger en cierto grado a nuestras economías de los efectos de la crisis del capitalismo central y que en conjunto tendrá que seguirse pensando —como ya empezó la CELAC— en medidas para enfrentar en mejores condiciones la ola de tormentas que aún se perciben en el horizonte.
La constitución de la CELAC ha demostrado la validez de iniciativas anteriores a las que muchos analistas y tratadistas, además de políticos muy conservadores, daban por estériles. No se habría llegado hasta éste momento sin la fuerza de los países del ALBA y de UNASUR, cuyos motores seguirán siendo la garantía de que Nuestra América —como decía Martí— puede construir una realidad radicalmente distinta de la que ha enfrentado en dos siglos.
Nunca más oportuna la llegada de la CELAC.