Amigo querido: Hace ya más de veinticinco años que me detuvieron y aquí sigo, solo en esta celda oscura y húmeda, saboreando las mieles del aislamiento a que nos someten con la excusa de nuestra peligrosidad, del primer grado, de que estamos en el fichero FIES y demás excusas para ocultar nuestro carácter de rehenes y de que nos joderán sin piedad intentando que hinquemos la rodilla.
Hoy en día todos los ciudadanos tienen coartada su libertad por algo, llámese hipoteca, crisis, paro o control, pero en el caso de los presos nuestra situación es tal que ha sido calificada legalmente como especial situación de dependencia respecto del Estado, eufemismo que utilizan para subrayar que estamos en sus manos. Hemos tenido que oír de boca del Borbón que todos somos iguales ante la ley, pero no cabe duda de que algunos son muchísimo mas iguales que otros. Te relataré algunos botones de muestra.
En este cuarto de siglo de cautiverio mi intimidad no se ha respetado jamás. Si llamo por teléfono graban las conversaciones, si escribo una carta tengo intervenidas las comunicaciones, por lo que la abren y la leen con todas las bendiciones legales. Las relaciones íntimas, cuando las autorizan, son una vez al mes y durante dos horas, y de íntimas, nada. Mi hijo solo me conoce en la cárcel, sin que hasta que fue mayor pudiera entender por qué yo no iba a casa con él, con ellos, como los padres de los demás niños. Hace un año murió mi madre, a la que no veía hace mucho, pues por su estado de salud, no podía viajar hasta aquí, sin que tampoco se me autorizara a ir a verla en los últimos momentos, ni siquiera después de muerta.
En prisión es duro vivir, pero se convierte en un acto heroico cuando falla la salud, algo que cada vez nos ocurre más, pues ya pasaron los tiempos en que éramos chavales. Cualquier complicación que precise pruebas en centro hospitalario se retrasa tiempo y tiempo, y en algunos casos, para cuando se llevan a cabo ya es demasiado tarde, así que al problema físico hay que añadirle la comida de tarro pensando que puedes tener algo grave y que te vas a morir aquí sin que te hagan ni puto caso. Y si de comerse el coco hablamos, tampoco hay que olvidar la preocupación por los viajes de nuestros familiares y amigos cada vez que nos visitan. Los estudios tuve que dejarlos porque eran en euskera y nos prohibieron matricularnos en la UPV…
Y, por si todo esto fuera poco, tendría que haber estado en libertad hace ya muchos años, pero cuando había cumplido la condena con arreglo a la normativa vigente antes de detenerme, me comunicaron que los tribunales, en su generosa interpretación de las leyes, me obsequiaban con diez años de propina, que ahora me estoy comiendo. Así que hay que acabar con este tormento. Confiamos en vuestra capacidad de lucha para sacarnos de estas mazmorras. Un abrazo. Euskal presoak askatu!».
Puerto de Santa María, a 24 de diciembre de 2011.