El mons­truo ami­go mío- Eduar­do Galeano

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Yo al prin­ci­pio no lo que­ría, por­que creía que él iba a comer­me un pie. Los mons­truos son aga­rra­do­res de muje­res, que se lle­van a una mujer en cada hom­bro, y si son mons­truos vie­ji­tos, se can­san y tiran a una de las muje­res en la cune­ta del camino. Pero este que yo digo, el ami­go mío, es un mons­truo espe­cial. Noso­tros nos enten­de­mos bien, aun­que el pobre no sabe hablar y por eso todos le tie­nen mie­do. Este mons­truo ami­go mío es tan, pero tan gran­do­te, que los gigan­tes le lle­gan nada más que has­ta el tobi­llo. Y él nun­ca aga­rra muje­res ni nada.

Él vive en el Áfri­ca. En el cie­lo no vive, por­que si estu­vie­ra en el cie­lo, como Dios, se cae­ría. Es dema­sia­do gran­de para poder vivir por ahí, por el cie­lo. Hay otros mons­truos más chi­cos que él y enton­ces viven en el infi­ni­to, cer­ca de don­de que­da Plu­tón; o toda­vía más lejos, allá en el onfi­ni­to o en el piran­fi­ni­to. Pero este mons­truo ami­go mío no tie­ne más reme­dio que vivir en el África.

Dos por tres me visi­ta. A él nadie lo ve pero él pue­de ver­los a todos. Ade­más, se pue­de con­ver­tir en cual­quier cosa que quie­ra. A veces es un can­gu­ri­to que me sal­ta en la barri­ga cuan­do me río o es el espe­jo que me devuel­ve la cara cuan­do me pare­ce que la per­dí o es una ser­pien­te dis­fra­za­da de lom­briz que me hace la guar­dia en la puer­ta para que nadie ven­ga y me lleve.

Aho­ra, hoy, o maña­na, el mons­truo ami­go mío va a apa­re­cer cami­nan­do por el mar, con­ver­ti­do en un gue­rre­ro que más inmen­so no pue­de ser, y echan­do fue­go por la boca, de un solo sopli­do va a reven­tar la cár­cel don­de lo tie­nen pre­so a mi papá y me lo va a traer en la uña del dedo chi­qui­to y me lo va a meter en mi cuar­to por la ven­ta­na. Yo le voy a decir: “Hola” y él se va a vol­ver al Áfri­ca des­pa­ci­to por el mar. Enton­ces mi papá va a salir a com­prar­me cara­me­los y cho­co­la­ti­nes y una nena; y se va a con­se­guir un caba­llo de ver­dad y vamos a salir al galo­pe por la tie­rra. Yo aga­rra­do de la cola del caba­llo al galo­pe, lejos. Y cuan­do mi papá sea chi­qui­to, des­pués, cuan­do mi papá sea chi­qui­to, yo le voy a con­tar las his­to­rias del mons­truo ami­go mío que vino del Áfri­ca para que mi papá se duer­ma cuan­do lle­gue la noche.

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