Con motivo del fallecimiento ayer del histórico dirigente sindical Gregorio «Goyo» Flores, a la edad de 76 años, La Haine reedita este artículo publicado originalmente en nuestra web el 12 de agosto de 2006.
FLores fue uno de los dirigentes del Sitrac (Sindicato de Trabajadores de Fiat Concord), entre 1970 y 1971, sufriendo un año de encarcelamiento en el penal de Rawson por su actividad sindical. Aportó su experiencia y la de toda una vanguardia con sus libros.
Gregorio Flores es velado en Córdoba, en el local del Partido Obrero de Catamarca 374, Barrio Centro. Sus restos serán trasladados para su cremación el día viernes 11, al cementerio “Los Alamos” camino a Colonia Tirolesa a las 13hs, provincia de Córdoba.
FIAT: del consejismo italiano al clasismo cordobés
La FIAT constituye una empresa monopólica que opera a nivel mundial. La rama industrial automovilística ha sido hasta ahora fundamental en el capitalismo contemporáneo a tal punto que algunas escuelas sociológicas han apelado a los términos de «fordismo» ‑ampliamente utilizado por Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel- o de «toyotismo» para designar fases históricas completas del desarrollo capitalista. En ambos casos se adopta el nombre de una empresa de automóviles (Ford, de origen estadounidense; Toyota, de origen japonés) como síntesis de toda una época social.
En su propia historia la FIAT (de origen italiano) fue implementando los distintos modos de gestión capitalista generando, al mismo tiempo, diversas modalidades y experiencias políticas de resistencia obrera.
Durante las primeras décadas del siglo XX los trabajadores de la FIAT encabezaron en Turín una lucha emblemática. Se la conoció como el «bienio rojo». De la mano precisamente de Antonio Gramsci y del periódico L«Ordine Nuovo los obreros de FIAT conformaron los consejos, dando origen a toda una corriente del socialismo revolucionario a nivel mundial y fundando, en Italia, el por entonces combativo Partido Comunista.
Más tarde, en los «60, nuevas camadas de trabajadores rebeldes volvieron a la carga contra la dominación patronal, tanto en la rama automovilística como en industrias afines. Así nacieron las Brigadas Rojas (principalmente en la fábrica Pirelli de neumáticos, apéndice de las grandes corporaciones de autos) y en forma paralela el obrerismo italiano (1).
Aunque muchas veces la izquierda extraparlamentaria italiana no lo supo comprender a fondo, o al menos no intentó trascender en la práctica más allá de sus propias fronteras, las empresas contra las cuales estas corrientes luchaban ejercían una dominación en escala internacional. Numerosas luchas italianas de los años «60 y «70, aunque abnegadas, radicales y heroicas, no alcanzaron a cruzar su límite provinciano. Fueron únicamente italianas. No supieron o no pudieron tejer alianzas concretas con las rebeldías revolucionarias del Tercer Mundo (2).
Porque la FIAT no sólo operaba en el norte italiano. Fiel exponente del capital imperialista, también actuaba en la periferia del mercado mundial donde lograba extraer un plusvalor extraordinario basándose en una superexplotación de la fuerza de trabajo de las sociedades capitalistas dependientes, semicoloniales y periféricas. En este sentido, el caso de la Argentina resulta emblemático.
En este país, durante el primer gobierno peronista (1946−1952), existía en la provincia de Córdoba ‑centro de la región- la fábrica de aviones que tenía el nombre de Industrias Mecánicas del Estado (IME). Allí además se fabricaban el automóvil Graciela y la motocicleta Puma. La primera fábrica automotriz de capital privado (y origen norteamericano) se instala en la provincia de Córdoba en 1953, durante el segundo gobierno peronista. Toma el nombre de Industrias Kaiser Argentina (IKA), actualmente absorbida por la empresa Renault de capitales franceses. Apenas un año después, se instala la empresa FIAT Concord ‑que absorbe la empresa local de tractores Pampa-. En sus comienzos FIAT Concord se dedica a la producción de tractores FIAT. Luego esta empresa crece e instala la fábrica FIAT Materfer (que produce material ferroviario), la planta de grandes motores Diesel (FIAT GMD) y la FIAT Caseros. En 1964 FIAT Concord construye su planta de automóviles y la planta de Forja.
A esos primeros impulsos y beneficios otorgados a la FIAT (exportadora de capitales, no sólo de mercancías, como toda empresa imperialista) por el gobierno del general Perón, seguirán las medidas y prerrogativas del gobierno de Arturo Frondizi (1958−1962). En ambos casos se exime a la empresa imperialista de impuestos, con el pretexto de que «la producción de maquinarias para el agro favorece el desarrollo industrial». Una vez más ‑una constante en la historia argentina- el Estado juega en auxilio del capital privado, subsidiando especialmente al capital monopólico.
Se trata de la etapa del capitalismo local donde penetran a todo vapor una nueva avanzada de capitales monopólicos imperialistas que, alentados y protegidos por la burguesía vernácula ‑mal llamada «burguesía nacional» cuando sólo se toma en cuenta su retórica y no su práctica real‑, vienen a extraer una renta gigantesca explotando, con apoyo estatal, el trabajo ajeno. De este modo el empresariado local y sus cuadros políticos y militares (tanto los «nacionalistas» como los desarrollistas) intentan resolver la crisis de acumulación del capitalismo argentino basado hasta poco tiempo antes en el uso extensivo de la fuerza de trabajo y en el predominio del capital variable sobre el capital constante. Las inversiones en la rama automovilística dan una nueva vuelta de tuerca a la crisis del capitalismo nativo cuyas principales fracciones de capital venían reclamando, desde el congreso (peronista) de la productividad, el reforzamiento de la explotación obrera y la intensificación de los ritmos de trabajo.
En ese contexto de «modernización» del capitalismo argentino, completamente subordinado y dependiente del capital imperialista mundial, la FIAT se instala en la provincia de Córdoba. De este modo nacen las fábricas FIAT-Concord y FIAT-Materfer. Justamente en estas empresas se desarrollará una de las experiencias más significativas de la lucha de la clase obrera argentina.
El sindicalismo clasista
En términos generales el concepto de «clasismo» hace referencia a la práctica sindical y política de aquellas fracciones de la clase obrera y trabajadora que han logrado construir, a través de un proceso histórico de lucha y confrontación, una identidad social, una estructura de sentimiento y una conciencia colectiva de su antagonismo irreductible con las clases explotadoras, dominantes, hegemónicas y dirigentes.
En este sentido sumamente amplio del término, existen numerosas experiencias de lucha de la clase obrera argentina ‑hegemonizadas en su historia por anarquistas, socialistas, comunistas, trotskistas, maoístas, de diversas vertientes de la nueva izquierda, etc.- que han sido «clasistas». Siempre que la clase obrera vive, se piensa a sí misma y actúa como clase para sí, es decir, como sujeto histórico autónomo e independiente frente al conjunto de la sociedad, excediendo su interés inmediato corporativo, desarrolla prácticas clasistas. Cuando logra combinar ese clasismo ‑centrado en la independencia política de clase- con el acaudillamiento de otras fracciones sociales detrás de sus mismas banderas, la independencia de clase se articula con la hegemonía socialista. Lamentablemente, la mayor parte de las veces que ha podido desarrollar experiencias clasistas de lucha, la clase obrera no ha sido hegemónica y cuando se esforzó por ser hegemónica, ha perdido o diluido su clasismo. Combinar ambas tareas, al mismo tiempo, resulta el gran desafío pendiente para tomar la iniciativa política y constituirse como sujeto principal de la revolución social. (Obviamente queda pendiente la discusión y abierto el debate si puede haber clasismo y hegemonía socialista cuando la clase obrera se vive, piensa y actúa ‑incluso con un altísimo grado de indisciplina social, combatividad y heroísmo- como «columna vertebral» de un movimiento nacional policlasista que ella no dirige y al que se subordina táctica y estratégicamente. En ese caso la clase puede ser «columna vertebral» del movimiento, «carne», «nervio», «sangre», «espalda», incluso «costilla», o «rodilla»… pero nunca cerebro.
Desde nuestro punto de vista, hasta que la clase trabajadora ‑o al menos sus segmentos más organizados, decididos y aguerridos- no se viva, piense, se identifique, sienta y actúe como cerebro, es decir, como sujeto colectivo autónomo frente al Estado, las instituciones burguesas, la burocracia sindical y los partidos políticos tradicionales, la posibilidad del clasismo se desdibuja y diluye rápidamente. El heroísmo y la combatividad de los trabajadores ‑demostrados mil veces en nuestra historia- terminan siendo políticamente capitalizados por otras clases. Pero igual esa discusión sigue abierta).
Ahora bien, en términos históricos más restringidos, precisos y delimitados, por «clasismo» se entiende una experiencia particular de la clase obrera argentina: la protagonizada por los sindicatos SITRAC (de FIAT-Concord) y SITRAM (de FIAT-Materfer) a comienzos de la década del «70.
Estos sindicatos, impulsores centrales, junto a Tosco, del «Viborazo» en 1971 ‑rebelión popular de masas en la provincia de Córdoba contra la dictadura militar- constituyeron parte de la vanguardia revolucionaria del movimiento social argentino durante aquel período crucial de nuestra historia. Se caracterizaron por recuperar para los trabajadores la organización de los sindicatos, hasta ese momento en manos de la burocracia sindical (principalmente de la Unión Obrera Metalúrgica-UOM). Esa recuperación implicó un altísimo nivel de confrontación con las patronales, llegando en varias ocasiones a la ocupación de las plantas automotrices y a la toma de rehenes ‑decididas en asambleas masivas- de los principales directivos de la empresa FIAT.
Retomando y profundizando anteriores experiencias históricas de clase, con la emergencia del clasismo del SITRAC-SITRAM el sindicato comienza a reclamar a la patronal muchísimo más que el salario, incluyendo en sus ambiciosos programas hasta problemas de sexualidad de los trabajadores motivados por la altísima explotación fabril.
Junto a la ampliación de los reclamos y a la radicalización de los programas, el clasismo del SITRAC-SITRAM se caracterizó por el funcionamiento democrático permanente en asamblea. Su consigna política de cabecera, en plena dictadura militar, fue «Ni golpe, ni elección… revolución».
El SITRAC-SITRAM fue disuelto por la dictadura militar en octubre de 1971, cuando miles de efectivos de la Gendarmería y la infantería de la policía provincial de Córdoba irrumpieron en las fábricas de FIAT y en la sede sindical. La represión fue brutal. Fueron cesanteados de la FIAT 250 obreros y otros 200 fueron detenidos o tuvieron órdenes militares de captura. La empresa FIAT Concord «donó» 5.000.000 de pesos ($) al III Cuerpo del Ejército argentino con asiento en la provincia de Córdoba para esta operación.
El balance maduro de la clase obrera combatiente
Uno de los principales dirigentes históricos del clasismo argentino (tanto en el sentido amplio como en este sentido más delimitado y preciso del concepto) es Gregorio Flores. Trabajador de FIAT Concord, dirigente del SITRAC y protagonista central de esa lucha heroica contra la FIAT, contra la dictadura militar de los generales Onganía-Levingston-Lanusse y contra toda la clase dominante (de origen nativo y extranjero), Flores ha escrito y publicado recientemente sus memorias. Con mucha mesura y nada de exageración, las ha titulado Lecciones de batalla (3).
En esas páginas maduras pero apasionadas, dirigidas a «aquellos jóvenes de las nuevas generaciones que se están iniciando en esta noble tarea como es la militancia a favor de los oprimidos y los explotados», el autor aclara qué entiende por «clasismo»: «una corriente clasista debe tener una caracterización del Estado, del régimen político y de los partidos políticos populares que, como el PJ [Partido Justicialista], la UCR [Unión Cívica Radical] y el PI [Partido Intransigente], representan intereses de los patrones, que por cierto son contrarios a los intereses de los trabajadores» (Lecciones de batalla, p.123).
Los relatos y reflexiones de Gregorio Flores -«Goyo» Flores para sus amigos y compañeros- son los recuerdos y los balances de un militante maduro. Sintetizan el aprendizaje político de un humilde trabajador que sufre en su propio cuerpo y ya desde su infancia toda la crueldad de un sistema perverso de explotación, exclusión y dominación: desde el hambre, la miseria, la falta de higiene y educación durante la infancia (que él narra en el primer capítulo del libro), pasando por la explotación fabril desde su primera juventud, la represión patronal y burocrática hasta llegar a la prisión dictatorial.
Su trayectoria personal e individual resume la experiencia de un segmento, quizás no mayoritario pero sí importantísimo y altamente significativo del proletariado argentino y fundamentalmente de sus sectores política e ideológicamente más avanzados. Es decir que, utilizando un concepto que hoy no está de moda ni goza de buena prensa en la Academia y en los grandes medios de (in)comunicación, el testimonio de Flores sintetiza y expresa a un sector específico de la vanguardia (4). Aquellos que en su práctica cotidiana de vida llegaron a vivenciar y visualizar que la lucha social nunca puede quedar limitada a un mero abanico de reivindicaciones económicas ‑por más avanzado, diverso u original que sea- sino que debe ir más allá, superar sus límites, «sacar los pies del plato» y enfrentarse con todos los medios posibles (organización sindical, lucha política, disputa ideológica e incluso confrontación político-militar) al poder concentrado de la clase capitalista en su conjunto.
La prosa de Goyo Flores, sencilla, amena, cautivante y directa, no brota de los papers de un posgrado de una universidad privada ni de un suplemento comercial de la prensa «seria». Sus páginas nacen de la experiencia vivida en la confrontación cuerpo a cuerpo con los déspotas del mundo contemporáneo y sus serviles ayudantes al interior de los sindicatos y fábricas.
Flores no copia esquemas, slogans, consignas ni frases hechas. Razona en voz alta. Este libro transmite, genuinamente, una reflexión con todas las letras. Por eso, incluso, contiene algunas ambivalencias, como quien relata en voz alta o transfiere al papel sus propias dudas, aquello que «no le cierra» y los debates que permanecen abiertos. Escrito desde el punto de vista inclaudicable de la clase trabajadora, el autor no habla desde el pedestal ni desde ningún púlpito. No da misa. Su testimonio de lucha y de compromiso es totalmente humilde. A años luz de cualquier altanería o petulancia ‑de esas que tanto abundan en los ex revolucionarios, hoy quebrados, que viven lustrando sus medallas pretéritas para suplir y compensar su deserción actual- Flores no teme confesar sus dudas ni mostrar sus limitaciones. El texto está repleto de expresiones como las siguientes: «según lo que yo puedo entender…»; «al menos es lo que yo viví…»; «era la primera vez que hablaba, temblaba como una hoja…»; «dentro de mis limitaciones y dentro de la escasez de conocimientos que tengo…», etc, etc. No es casual que cuanto más radical se torna en sus conclusiones políticas y en sus «lecciones de batallas», más modesto resulta en su forma de razonar (5).
El autor no repite en sus libros ‑ni en este ni en sus anteriores- un libreto ya cocinado, masticado y digerido sino que va recorriendo junto al público lector su propia experiencia y las lecciones que va extrayendo de las mismas a través de su paso por diversos puestos de lucha, en la fábrica, en el sindicato, en partidos políticos de clase e incluso en organizaciones político-militares.
Si hubiera que destacar una confesión fundamental del autor, probablemente sea ésta: «Luchamos por aquello en lo que creíamos, por eso no estoy arrepentido de nada». Entiéndase bien: Flores reflexiona sobre aciertos y errores, virtudes y limitaciones. No hace apología barata. Pero rescata lo sustancial: la lucha revolucionaria por el poder, la organización clasista de la clase trabajadora y la confrontación directa con el aparato de Estado. Experiencias que, considera, deben recrearse y rescatarse para las luchas futuras.
¡Qué notable contraste con tanto relato mediático y comercial de ex militantes revolucionarios, hoy convertidos en tristes arrepentidos y quebrados! (6).
El testimonio de Gregorio Flores es precisamente la antítesis de esas reconstrucciones a posteriori, confeccionadas mitad para vender libros y mitad para autojustificarse por haber abandonado la lucha y haberse rendido ideológica y políticamente ante la corriente hegemónica.
La formación política y el estudio, tareas impostergables
Uno de los aspectos más interesantes y más actuales de la reconstrucción histórica que intenta realizar Goyo Flores tiene que ver con la necesidad del estudio y la formación política. Y decimos actualidad porque si bien es cierto que la ideología del antiintelectualismo populista posee larga data en nuestro país, desde 1983 [fin de la dictadura militar] a la fecha el déficit de formación de la militancia social y política se ha tornado preocupante. Luego de la sangrienta represión dictatorial que se cobró la vida de los mejores cuadros revolucionarios de toda una generación, la orfandad teórica y política creció de manera geométrica. A los efectos de esa represión genocida, que diezmó los mejores cuadros del movimiento social, se le sumó la difusión de la ideología antiintelectualista de nefastas consecuencias prácticas.
El desprecio por los libros, por el estudio y por la formación no brotan del pueblo humilde y trabajador que, por el contrario, siempre aspira a que sus hijos puedan estudiar y formarse (incluso como una vía de ascenso social). Por el contrario, quienes más difunden y fomentan los prejuicios antiintelectualistas -«el pueblo no necesita teorías»; «leer es para los pequeños burgueses universitarios»; «los libros no enseñan nada, lo importante es la universidad de la calle»; «el pueblo ya sabe todo, no hace falta estudiar», «lo importante es ir a «lo concreto»… ¡basta de discusiones abstractas!»- son… los mismos intelectuales (populistas). La mayoría de ellos han accedido a la «alta cultura» letrada y luego predican la ignorancia como panacea universal. En síntesis: el antiintelectualismo constituye un típico discurso prefabricado por intelectuales, un objeto de consumo que ellos no consumen. Por lo general intelectuales que quieren monopolizar su saber en lugar de socializarlo. Por eso predican para los demás lo que ellos no hacen.
Rompiendo amarras con esos discursos populistas ‑falsa y tramposamente «horizontalistas»- que tanto daño han hecho y siguen haciendo, Gregorio Flores, obrero industrial que desde lo más profundo del seno del pueblo se crió entre la miseria, la pobreza y la ignorancia, insiste obsesivamente en sus memorias con la imperiosa necesidad que todo militante revolucionario tiene de leer y formarse teóricamente.
En un primer momento Flores plantea: «Mi experiencia en la huelga de 1965 me dejó la convicción de la necesidad de leer y estudiar. Yo sentía que era un bruto, que no entendía nada» (Lecciones de batalla, p.22). Entre esas primeras lecturas, Flores señala el papel positivo jugado por El hombre Mediocre de José Ingenieros. «Ingenieros me despertó. Me impresionó el tema de la lucha por un ideal» (Lecciones de batalla, p.22).
Llama la atención que Agustín Tosco también haya destacado el papel de Ingenieros ‑el antipositivista de El hombre Mediocre, no el criminólogo sarmientino- en su primera formación ideológica. Cuando un periodista lo interrogó preguntándole cómo llegó a las convicciones marxistas, Tosco le respondió: «A través de la lectura. Yo estudié en la escuela primaria y luego hice un curso de cuatro años en una escuela técnica. Más tarde en la Universidad tecnológica, donde me recibí de electrotécnico. Por lo demás leí lo que cayó en mis manos: José Ingenieros, fundamentalmente, y también novelas y ensayos sobre los problemas del movimiento obrero» (7).
Al igual que Tosco, Gregorio Flores no se quedó en sus primeras lecturas. Siguió avanzando y se cruzó con otros libros. Entonces leyó Terrorismo y comunismo y Qué es el fascismo de León Trotsky; Revolución y contrarrevolución en Argentina de Abelardo Ramos y los tomos de historia argentina de Milcíades Peña. Haciendo referencia a la cárcel como «universidad del revolucionario», Flores enumera algunos textos en los que incursionó más tarde, durante su período en la prisión. Allí leyó El Estado y la revolución de Lenin; El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels; Los 10 días que conmovieron al mundo de John Reed; el curso de filosofía de Politzer; el Anti-Dühring de Engels, el libro rojo de Mao y Los anarquistas expropiadores de Osvaldo Bayer. En apretada síntesis, reconoce que «mi gran escuela política será la cárcel de Rawson» (Lecciones de batalla, p.25). Tras los barrotes, uno de sus compañeros de estudios carcelarios será nada menos que Santucho. El otro, Cuqui Curutchet, abogado del SITRAC-SITRAM.
¿Movimiento nacional-popular, frente democrático o izquierda revolucionaria?
La discusión política principal que encara Lecciones de batalla tiene como blanco dos corrientes del movimiento popular: el reformismo del PC y el populismo de Montoneros y otros grupos peronistas afines (que, por diversas vías, se reciclan hasta el día de hoy). En ambos casos Gregorio Flores elude el insulto, la chicana y la agresión. No busca lastimar ni ofender. A partir del respeto intenta transmitir su balance y así tratar de convencer a las nuevas generaciones.
Aunque somete a crítica el reformismo del PC argentino (porque no logra romper con las instituciones estatales, limitándose a luchar por cambios y reformas democráticas dejando intacta la institucionalidad de fondo del sistema de dominación) y cuestiona la nefasta práctica del stalinismo en la URSS, al mismo tiempo Flores repite varias veces en su libro que «Había visto las consecuencias que tenía ser comunista en una fábrica, no era algo que se me ocurría porque sí […] en la fábrica ser comunista era peligroso, más que ser peronista» (Lecciones de batalla, p. 29).
Más adelante da testimonio de la situación laboral de los obreros clasistas ‑en el sentido amplio del término- durante los gobiernos peronistas, aquella época donde supuestamente se vivieron, según el mito construido a posteriori por los ensayistas nacional-populares, «los días más felices de toda la historia argentina»: «Es conveniente aclarar que en la década del «50, en una franja ancha de la población laboriosa, el anticomunismo había penetrado por todos los poros de la sociedad, en especial a partir de la llegada del peronismo. Vale también recordar que desde la Secretaría de Trabajo, el entonces coronel Perón manifestó una y otra vez su furibunda oposición a la lucha de clases, expresando un exacerbado rechazo a las ideas «foráneas», un eufemismo para disimular su profundo anticomunismo. Durante el gobierno del General Perón, ser del «sucio» trapo rojo [expresión habitual en Argentina para referirse despectivamente a los símbolos marxistas], reconocido como comunista, era cerrar las puertas a cualquier laburo [empleo]» (Lecciones de batalla, p.41). Flores le explica a sus lectores y lectoras jóvenes que en esos tiempos los dirigentes sindicales peronistas denunciaban a sus compañeros comunistas ante la patronal de las empresas por sus ideas «extranjerizantes» y «contrarias a nuestro ser nacional» (Lecciones de batalla, p.42).
Entonces, a lo largo de todo el texto, Gregorio Flores se refiere a los comunistas como sus compañeros, al lado de quienes aprendió sus primeras herramientas político-sindicales. Por ejemplo afirma: «La discusión con los comunistas era muy fraternal, porque ellos trabajaban ahí [en la FIAT] con nosotros. Al principio me parecían que eran de otro planeta, pero después empecé a verlos como tipos buenos y corajudos» (Lecciones de batalla, p. 27). No obstante, a medida que se radicalizan las luchas de la clase y se profundiza la conciencia anticapitalista de los dirigentes sindicales, Flores explica cómo va comprendiendo las limitaciones reformistas insalvables del PC en lo que atañe a sus intentos ‑invariablemente fallidos, por cierto- de tejer alianzas y frentes democráticos con diversas fracciones de la burguesía.
Lo mismo vale para su balance del peronismo. Sin dejar de cuestionar su ideología burguesa asentada en la conciliación de clases ‑expresada fundamentalmente en la podredumbre de la burocracia sindical y sus matones al servicio de la patronal‑, Flores reconstruye la historia de militantes peronistas honestos y combativos que él conoció en la lucha cotidiana. No obstante, a la hora de caracterizar al peronismo en su conjunto, más allá de sus amigos y compañeros peronistas que él quiere y admira, señala: «el peronismo es un movimiento nacional, que más allá de las concesiones que le otorgó a la clase obrera, tiene un innegable carácter burgués» (Lecciones de batalla, p.64).
No es casual que en su balance maduro Gregorio Flores elija el diálogo fraternal y la polémica con el reformismo del PC y el populismo de la izquierda peronista. Fueron precisamente esas tradiciones dos de las que más cuestionaron la experiencia clasista del SITRAC-SITRAM en los años «70.
En el primer caso, a través del MUCS, expresión sindical orientada por el Partido Comunista que a comienzos de aquella década publicó un folleto cuyo título ya lo dice todo respecto a las posiciones de sus autores: SITRAC SITRAM: ¿Clasismo o aventurerismo? (8).
En cuanto a la izquierda peronista, la mayoría de sus corrientes ‑a excepción del Peronismo de Base (PB)- se diferenciaron y disputaron con SITRAC-SITRAM. Esas vertientes ideológicamente identificadas con el nacional-populismo centraron sus ataques tanto en la izquierda guevarista como en el sindicalismo clasista. Para este flanco ideológico el SITRAC-SITRAM y su negativa a encolumnarse mansamente detrás de los generales «buenos» o los empresarios «patrióticos» no pasaron desapercibidos (9).
No resulta aleatorio que a la hora de dialogar fraternalmente y al mismo tiempo disputar y polemizar, Mario Roberto Santucho haya elegido exactamente a las dos mismas corrientes político-ideológicas con las que discute Gregorio Flores. Así lo hace en su conocido texto Poder burgués, poder revolucionario (10) donde hunde el escalpelo en el reformismo y el populismo, los dos obstáculos de la revolución eternamente renacidos dentro del movimiento popular argentino.
Dos amigos, dos vidas, dos perspectivas para el conjunto de la clase
En ese género de polémicas, uno de los pasajes centrales de todo el libro de Gregorio Flores es el capítulo segundo titulado «Compañeros», conformado por las historias (cruzadas y paralelas) de dos amigos suyos, que fueron, desde trincheras distintas, cuadros políticos durante aquel período. Se trata de Romualdo «Romi» Jiménez, de origen católico, peronista e integrante de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP, vinculada políticamente a Montoneros, aunque él no perteneciera al aparato político militar de esa guerrilla) y «el negro Germán» o «negro Mauro», ex militante del PC que luego se convierte en uno de los principales cuadros políticos del Movimiento Sindical de Base-MSB y del PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo).
Flores reconstruye diálogos entre ambos que aunque probablemente hayan ocurrido en la vida real ‑ya que su libro no tiene pretensiones ficcionales‑, parecen extraídos de la literatura obrera de principios del siglo XX. Por ejemplo, algunos pasajes que figuran en Lecciones de batalla (principalmente entre las páginas 41 y 52) recuerdan la prosa de Jack London en su inolvidable Talón de hierro. Aquel libro donde London reconstruye a través del personaje Ernest Everhard -¿su alter ego?- los diálogos obreros que intentan convencer al lector de la justeza de la causa socialista, de los ideales proletarios y de la inviabilidad de las salidas por el lado de la misericordia, la lástima y la caridad. Esos falsos remedios presentes en la propaganda difundida por quienes se lamentan de las consecuencias feas del capitalismo ‑intentado paliarlas con los parches y remiendos de lo que hoy se conoce como «capitalismo con rostro humano» o «tercera vía»- pero no se animan a cuestionar las causas fundamentales que las generan.
La relación y el paralelo entre Romi y Germán, que se extiende varios años, comienza en el libro de Flores con un primer diálogo entre ambos en un colectivo donde Germán le dice a Romi, por entonces completamente despolitizado: «A mí también me gustan las mujeres, pero la vida tiene otras cosas más atractivas, mucho más interesantes que andar detrás de una pollera; por eso tu vida me parece bastante vacía, no tenés muchos incentivos para vivir […] ¡Luchá por algo, hermano!». Luego, pasado el tiempo, el diálogo continúa. Sigue hablando Germán: «Si vos te interiorizás de la historia de tu propia clase, ese solo hecho te va a posibilitar encontrar un rumbo distinto y un sentido a tu vida» (Lecciones de batalla, p.43 y 51). Un consejo que a Romi lo marcará a fuego.
Años después Romi se hace peronista. Lucha en forma combativa y antiburocrática, sufre secuestro, tortura en el Pozo de Banfield [campo de concentración y tortura de la dictadura militar] y prisión durante varios años. Sale finalmente de la cárcel al final de la dictadura militar reintegrándose al peronismo y a la burocracia sindical (a la que antes había combatido con uñas y dientes); mientras Germán es secuestrado por la dictadura, resulta salvajemente torturado ‑junto con su familia- y finalmente desaparecido.
Todas las críticas que Flores sugiere frente al «balance equivocado» que hace Romi tras su salida de la cárcel y su reintegro al aparato burocrático del peronismo oficial, primero, y a la centroizquierda del FREPASO, después, las realiza desde un respeto absoluto. Así dice: «Cuando uno está frente a compañeros que estuvieron tuteándose con la muerte, que han soportado con entereza la tortura y todas las atrocidades de que son capaces los verdugos, yo creo que lo menos que podemos hacer es tener respeto por ellos». Y en ese plano propone una diferenciación entre obreros que alguna vez fueron combativos, sin formación clasista, que confunden amigos de enemigos o no comprenden el carácter de clase del Estado y por lo tanto se insertan en sus instituciones, de aquellos otros ex izquierdistas que se pasan como funcionarios al bando enemigo conociendo lo que es el Estado y renegando del marxismo.
Entonces, en la reconstrucción cruzada de esas heroicas y trágicas historias de sus dos amigos, compañeros de carne y hueso, Flores sintetiza magistralmente la disputa histórica que en Argentina marcó los años «60 y «70 ‑antes de la dictadura genocida de 1976-. La confrontación entre la izquierda peronista, de ideología nacionalista, y la izquierda revolucionaria, de ideología marxista-guevarista. Dos pinturas, dos retratos, dos radiografías vitales que condensan en individuos concretos, ambos amigos suyos, trayectorias, modos de entender la lucha y vivir la vida, la historia, las identidades, los programas, las perspectivas y las estrategias ‑netamente diferenciadas- a largo plazo para la revolución en Argentina.
Goyo Flores, desde su propia experiencia vital aprendida en la fábrica, en el sindicato, en la barricada callejera y en la cárcel ‑no desde un posgrado universitario o un «laboratorio social»- realiza un agudo y meditado balance de ambas vidas y ambas perspectivas, tomando abiertamente partido por el «negro Germán», o sea, por la izquierda revolucionaria.
El debate con Agustín Tosco
Uno de los capítulos más sugestivos y polémicos de estas memorias es aquel donde Flores pasa revista a cuatro personalidades históricas, conocidas personalmente por él y centrales en la lucha de clases en Argentina. Lo titula «Direcciones». Allí incluye a Mario Roberto Santucho y Domingo Menna, ambos de la dirección del PRT-ERP; René Salamanca, dirección del SMATA Córdoba e integrante del PCR [Partido Comunista Revolucionario] y el «gringo» Agustín Tosco, dirigente del sindicato de Luz y Fuerza, marxista independiente aunque políticamente afín y cercano tanto al PC como al PRT.
De los cuatro, a quienes trata con idéntico respeto (los primeros tres están desaparecidos, mientras Tosco muere en la clandestinidad), es sobre las posiciones políticas de Tosco donde se ubica el debate y lo más controvertido del libro. Un tema recurrente en su pensamiento, que ya estaba presente en libros anteriores de Flores.
El debate táctico con Tosco ‑pues estratégicamente ambos compartían el objetivo de la revolución socialista y el papel político de los sindicatos- es central. Tanto Tosco como Flores (junto con Flores cabría agregar a Carlos Masera y Domingo Bizzi del SITRAC-SITRAM), constituyeron las cabezas más visibles de dos corrientes marxistas que disputaron la dirección del proletariado cordobés en momentos claves, como por ejemplo, la rebelión de masas contra la dictadura militar ocurrida en marzo de 1971 y conocida popularmente como el Viborazo (11).
Más allá del debate sindical en plenarios de la CGTA (cuyo secretariado el SITRAC-SITRAM no quiso integrar) y de la disputa callejera durante el Viborazo, Gregorio Flores tuvo vínculos personales con Tosco en diversas circunstancias. Desde reuniones sindicales hasta en el penal de Rawson ‑donde ambos compartieron la cárcel con toda la dirección de la insurgencia argentina, antes de la masacre de Trelew-. Además, se entrevistó con él en varias ocasiones. En una de ellas, en 1973, Flores fue el encargado de llevarle a Tosco la propuesta del FAS [Frente Antiimperialista por el Socialismo] y el PRT para que sea candidato a presidente de la izquierda revolucionaria, llevando como candidato a vicepresidente al peronista revolucionario Armando Jaime, también integrante del FAS, teniendo como objetivo disputarle el consenso de las masas a la fórmula Juan Domingo Perón-Isabel Perón. Tosco declinó la propuesta (12). En el comunicado público explica sus razones en términos de unidad. En la entrevista privada le respondió a Gregorio Flores: «si mi candidatura sirve para unir a la izquierda, yo no tengo ningún inconveniente en ser candidato, pero si mi candidatura es factor de que la izquierda se divida, yo no puedo aceptar (Lecciones de batalla, pp.83 – 84). La conclusión de Flores es la siguiente: «Tosco no aceptó por no pelearse con el PC».
Esta conclusión de Flores tiene un grado importante de verosimilitud. Es cierta la cercanía de Tosco con el Partido Comunista. Por ejemplo en Córdoba el dirigente de la UOCRA [Unión Obrera de la Construcción] Jorge Canelles, integrante del PC, participó junto a Tosco en la organización del Cordobazo, al igual que otros militantes comunistas de Luz y Fuerza siempre se alinearon junto a Tosco en las luchas sindicales dentro de la CGTA. No obstante, al mismo tiempo esa explicación corre el riesgo de subestimar en alguna medida el estrecho vínculo de Tosco con el PRT (13), porque si bien es cierto que sus vínculos con el comunismo eran reales, también es verdad que Tosco participa de todos los congresos del FAS ‑nada menos que en sus discursos de apertura-; eventos donde se marcaba una estrategia para la revolución argentina de carácter antiimperialista y socialista, por la vía armada, que no se correspondía en lo más mínimo con el programa etapista e institucionalista del PC y su proyecto de frente democrático en alianza con la «burguesía nacional».
Las principales críticas que en Lecciones de batalla Flores le dirige a Tosco son: (a) demasiada flexibilidad en sus relaciones con un segmento de la burocracia sindical de Córdoba, con quien llegó a compartir la dirección de la seccional provincial de la CGT de los Argentinos; (b) haber opuesto el «sindicalismo de liberación» al sindicalismo clasista, © el mantener demasiada expectativa en la conformación de un «frente nacional» al estilo vietnamita; y finalmente, la que considera fundamental: (d) Tosco no promovió la integración orgánica de la clase obrera antiburocrática a un partido político propio. Se mantuvo como marxista independiente.
En esas críticas existe un punto nodal: la relación entre independencia política de clase y construcción de hegemonía. Creemos que en la historia del SITRAC-SITRAM y en el pensamiento político de Gregorio Flores la independencia política de clase ha sido y es fundamental, casi diríamos, el leit motiv de su práctica sindical y política, lo cual está muy bien y constituye algo que debería recrearse en las condiciones actuales. Sin embargo, aunque muchas de sus críticas a los «frentes populares» son válidas (porque esos frentes ‑llámense «democráticos», «nacionales», etc.- terminan muchas veces subordinando a los trabajadores como un furgón de cola tras la locomotora burguesa), por momentos nos queda la impresión de que Flores no hace diferencia alguna entre «frente popular» y «frente único».
Mientras que el frente popular fue promovido desde 1935 a nivel mundial por la Internacional Comunista ya stalinizada, a iniciativa de Stalin y Dimitrov, el frente único fue impulsado por esa misma Internacional, años antes, de la mano de Lenin, Trotsky, Antonio Gramsci y muchos oros estrategas marxistas revolucionarios. Entre una y otra estrategia existe una diferencia notable.
A diferencia del frente popular (unidad de los explotados con la burguesía «democrática» o «nacional» para enfrentar al fascismo, a un invasor extranjero, etc.), el frente único (unidad de las diversas clases y fracciones de clase explotadas y oprimidas, que en su enfrentamiento con el imperialismo excluye a la burguesía) permite articular la independencia política de clase con el intento por construir la hegemonía sobre otros segmentos y fracciones de clases explotadas, superando el estrecho marco económico corporativo.
Da la impresión que en muchas críticas de Flores a Tosco se confunden esos dos tipos de frente, garantizándose ‑lo cual es correcto- la independencia política de clase, pero diluyéndose al mismo tiempo toda posibilidad de construir la hegemonía socialista. Una clase social explotada sólo puede volverse políticamente autónoma ‑nos enseñaba Gramsci- cuando además de defender su independencia política y sus intereses económico corporativos propios puede conquistar y dirigir hegemónicamente a otras clases explotadas constituyendo una fuerza social. Gramsci ponía como ejemplo de esa articulación entre independencia política de clase y hegemonía ‑articuladas ambas por el frente único- a la alianza promovida por Lenin entre obreros y campesinos (sin burguesía), donde los primeros hegemonizaban a los segundos.
Hemos afirmado que el libro de Gregorio Flores constituye una reflexión en voz alta. Realmente así está escrito. Por eso este tema permanece abierto y sin resolverse ya que mientras que Flores cuestiona en Tosco esa amplitud de alianzas, al mismo tiempo se autocrítica porque el SITRAC-SITRAM no hizo una alianza con Luz y Fuerza y con la corriente de Tosco: «uno de nuestros errores más importantes: le dimos demasiada cabida a la alianza con sectores pequeño-burgueses y tuvimos actitudes sectarias, como no aceptar nuestra participación en la CGT o buscar alianzas con peronistas honestos y combativos. Eso nos aisló y facilitó la represión» (Lecciones de batalla, 115).
Gregorio Flores ya había formulado esa misma autocrítica, incluso de manera todavía más insistente y reiterativa, remarcando el error de no haber integrado la dirección y el secretariado de la CGT cordobesa junto a Luz y Fuerza, en su libro Del Cordobazo al SITRAC-SITRAM, donde en no menos de seis oportunidades se autocrítica por no haber hecho una alianza con Agustín Tosco (14). De allí que tengamos la opinión que en las reflexiones de Gregorio Flores sobre este tema el enigma no está saldado ni completamente cerrado. El autor plantea abiertamente el problema, se hace y formula preguntas, pero la incógnita permanece irresuelta, desde nuestro punto de vista.
Aunque este debate entre el clasismo de Goyo Flores y el pensamiento marxista de Agustín Tosco permanece abierto ‑pues los dilemas y las dificultades para articular la independencia política de clase y la hegemonía socialista siguen hoy pendientes‑, el autor del libro no deja margen a la duda. Mientras rescata la figura de Tosco fustiga sin piedad a diversas camadas y vertientes de burócratas sindicales, llegando hasta la actualidad, desde los más repudiados por el pueblo hasta otros, más «progres» (en el discurso) que sin embargo juegan siempre el papel de tapón e institucionalización de la rebeldía obrera y popular.
Que la polémica y discusión táctica con Tosco no mella en lo más mínimo su admiración por el gran dirigente de Luz y Fuerza queda más que claro cuando Flores afirma: «Agustín Tosco fue un dirigente obrero, honesto y combativo. Fue el dirigente de izquierda más representativo, respetado incluso por quienes no compartían su ideología marxista a la cual adhería explícitamente. El gringo Tosco fue uno de los pocos dirigentes sindicales que podía dirigirse a las bases de otros gremios, que lo aceptaban por esa veneración que se había ganado en la lucha. Tosco tuvo una posición inclaudicable contra las dictaduras militares, lo que le valió ser perseguido y encarcelado en numerosas oportunidades […] Buen orador, su voz potente se hizo oír detrás de las rejas de la cárcel de donde los trabajadores y el pueblo de Córdoba fundamentalmente, lo rescataron una y otra vez para reintegrarlo a la lucha» (Lecciones de batalla, pp.91 – 92). En su libro, este elogio y esta admiración, Gregorio Flores la extiende también a René Salamanca, dirigente del SMATA, desaparecido por la dictadura en 1976.
Balance sobre Santucho, el PRT y la clase obrera
Si en sus dos libros anteriores ‑SITRAC-SITRAM. Del Cordobazo al clasismo, y La lucha del clasismo contra la burocracia sindical‑, Flores detallaba su actividad sindical, en este nuevo libro prioriza lo que considera natural en un dirigente clasista sustentado en una visión marxista del mundo: la prolongación de la lucha de clases dentro de la fábrica hacia el terreno de la lucha política e incluso político-militar. Por eso hace hincapié en su (re)lectura del Partido Revolucionario de los Trabajadores.
Flores no es un estudiante que lee e interpreta documentos del pasado (actividad encomiable, de todos modos, digna de imitar). Tampoco es un profesor académico que quiere defender una tesis de licenciatura, maestría o doctorado. Es un protagonista directo de lo que narra. Cabe destacar que, y esto constituye lo más sugestivo de todo desde una perspectiva política, Gregorio Flores realiza un beneficio de inventario del clasismo y un balance del guevarismo argentino habiendo militado durante años en el Partido Obrero (PO), organización extremadamente crítica del PRT ‑al que siempre le atribuyó «foquismo»-. (Flores llegó a ser, incluso, candidato a presidente del PO en 1983).
En sus memorias de madurez aparecen varias críticas al PRT: (a) Santucho y sus compañeros probablemente sobreestimaron el nivel de conciencia de los trabajadores argentinos; (b) el PRT-ERP subestimó la capacidad de respuesta de la reacción; © la lucha armada, por sí sola, no genera conciencia. Puede tener efecto en el activismo, pero en la gran masa no pasa más allá de la simpatía; y (d) «en mi opinión, sólo lo más consciente de la clase trabajadora estaba dispuesta a empuñar el fusil. El resto no».
Aun habiendo formulado esas críticas, en su libro Flores desecha el cuestionamiento habitual que el PO ‑así como también la corriente de Nahuel Moreno y sus derivaciones- dirige contra el PRT de Santucho. Sin faltarles el respeto en ningún momento, e incluso sin mencionar con nombre y apellido a los dirigentes Jorge Altamira y Nahuel Moreno (cabezas visibles de quienes esgrimen el reproche de «foquismo» contra la insurgencia argentina), Gregorio Flores plantea su punto de vista de forma tajante, con una contundencia de pensamiento que no deja lugar a dudas sobre su posición: «Aunque desde distintas corrientes de la izquierda se lo caracterizaba como foquista, Santucho sostuvo siempre que las acciones armadas tenían que estar ligadas al accionar de las masas» (Lecciones de batalla, p. 85). Allí mismo sostiene: «No he conocido a nadie que haya luchado con tanto tesón y esmero por la unidad de la izquierda».
Esa defensa del pensamiento y la práctica política de Santucho no queda en un recuerdo nostálgico de efeméride ni en una rememoración simplemente emotiva. Todo el libro de Flores constituye una abierta reivindicación del PRT y de su principal dirigente, Mario Roberto Santucho.
En la reconstrucción de su incorporación al PRT, Flores recuerda: «Conocí a Santucho en los primeros meses de 1970, cuando el negro Germán lo llevó a mi casa. Muy lejos estaba yo de imaginar que ese hombre morocho de ojos vivaces y mirada penetrante como el águila iba a ser, poco tiempo después, el enemigo más feroz de la dictadura y la clase patronal» (Lecciones de batalla, p. 82).
Luego de encabezar la heroica lucha de SITRAC-SITRAM contra la FIAT (que incluyó numerosas huelgas con ocupación de fábrica y toma de rehenes de los directivos de la empresa) y contra la dictadura militar, Gregorio Flores es despedido y cae preso. Comparte la cárcel con toda la dirección de la guerrilla argentina en el Penal de Rawson (de donde se escaparán los principales líderes insurgentes en lo que hoy se conoce como «la masacre de Trelew» ya que los militares fusilaron a sangre fría a los guerrilleros y guerrilleras que no pudieron escapar). Allí, en prisión, Gregorio Flores forma parte de un grupo de estudio que Santucho organiza con él, con el asesor legal de SITRAC-SITRAM Cuqui Curuchet y con Néstor Sersenuijt.
Sin un rastro de soberbia, el dirigente clasista se confiesa: «Santucho fue el primer dirigente político que me hizo entender que las direcciones de los sindicatos clasistas SITRAC-SITRAM habíamos tenido posiciones ultraizquierdistas al tomar las tareas que no correspondían a un sindicato sino a un partido político». Ese tipo de apreciación se repite una y otra vez con expresiones como las siguientes: «Con la paciencia de un vietnamita Santucho me hizo comprender…»; «Santucho me explicó…», etc, etc.
Entonces recuerda: «Es en la cárcel donde me relaciono con Santucho. Después que salimos de la cárcel, un día me hicieron una cita. Voy donde me convocaron y lo encuentro al «Negro» [Santucho]. Yo me quería morir… Estar con el «Negro» Santucho era estar con una bomba de tiempo. Me dice: «Mirá, yo sé que vos y el negro Castello y otros changos [muchachos] andan boludeando por ahí, perdiendo el tiempo. Se tienen que definir, tienen que saber qué es lo que van a hacer». Le pregunté qué quería que hiciera. «Lo que podés hacer ahora vos y Castello es formar una comisión por todos los despedidos [de FIAT Concord] por causas políticas y gremiales y trabajar en eso». A mí me pareció brillante la idea». […] Cuando cayó [el presidente] Cámpora me propusieron integrar el Frente Antiimperialista por el Socialismo-FAS, y empecé a activar ahí. Después me puse a trabajar en el Movimiento Sindical de Base-MSB […] En Buenos Aires seguí ligado al FAS hasta la muerte de Santucho» (Lecciones de batalla, p. 33).
Sobre el Movimiento Sindical de Base, promovido por el PRT, Flores plantea que «Creo que la creación del MSB fue un paso muy importante del PRT, porque le permitió insertarse en el movimiento obrero» (Lecciones de batalla, p. 74). Este movimiento nace a iniciativa del PRT y congrega en su primer encuentro masivo a 5.000 trabajadores. Trabaja junto al Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS). El FAS fue creciendo geométricamente. Si al comienzo congregó a 5.000 personas, luego pasó a reunir 13.000 hasta que en el último congreso, antes de la dictadura, llegó a juntar en un acto público 20.000 personas. ¡No eran cuatro gatos locos!
A aquellos que se empecinan en apelar a la teoría de los dos demonios, Flores les replica destacando «la moral y la dignidad de los guerrilleros del ERP«Â¸ aclarando que «hablo de compañeros del ERP porque fue a quienes más he conocido y con quienes he tenido mayores coincidencias» (Lecciones de batalla, p.72).
Profundizando en esas apreciaciones e intentando aportar un balance político de conjunto, Gregorio Flores le propone a sus jóvenes lectores la siguiente conclusión: «para mi modo de ver, dentro de mis limitaciones y dentro de la escasez de conocimientos que tengo, en la Argentina, quien mas lejos llegó en la lucha revolucionaria y en la lucha por el poder, fue el PRT-ERP de Santucho. Porque atacó a los fundamentos del estado burgués: el Ejército, el estado, la burguesía, todo». (Lecciones de batalla, p. 36).
Ese balance sobre la lucha armada en Argentina y su emotiva caracterización de la insurgencia guevarista, insistimos, no tiene nada que ver con la historia superficial de los best sellers mercantiles que se encuentran en las librerías de los shoppings ni con la frivolización de la violencia de los «70 que se intenta hacer desde los grandes medios de (in)comunicación.
La apreciación teórica de Gregorio Flores, meditada y pacientemente reflexionada a lo largo de treinta años, elude el gesto de la lágrima fácil. Por eso afirma: «Mucho se ha dicho y escrito sobre la viabilidad de la lucha armada en aquella etapa política, como método legítimo para acceder y sostenerse en el poder una vez que la burguesía ha sido derrotada. Algunas corrientes sostenían que no se podía realizar una práctica armada al margen de la experiencia de masas. Hasta se llegó a decir que no había que dar justificación a la represión porque aunque fuera lícito ajusticiar a un torturador, políticamente eso no corresponde porque exacerba la represión. Sin embargo, cuando uno estudia la historia de la clase obrera argentina, cae en la cuenta de que la violencia contra los trabajadores ha sido una constante, bajo todos los regímenes políticos, se trate de gobiernos conservadores, oligárquicos, de gobiernos democráticos elegidos por voto popular y ni que hablar de las dictaduras militares cuya única razón de ser ha sido y será imponer la paz de los cementerios» (Lecciones de batalla, p. 82).
Pensando en la respuesta de abajo frente a la violencia de arriba, es decir, en la violencia plebeya, popular, obrera y anticapitalista, Flores continúa más adelante argumentando: «Sólo así la clase obrera podrá erigirse en clase gobernante. Esto, que duda cabe, se logra por la vía armada. Mario Roberto Santucho fue consecuente con lo que pensaba, por eso está vivo en la memoria de quienes lo conocimos y lo estará seguramente en las nuevas generaciones» (Lecciones de batalla, p. 86).
En sus memorias Goyo Flores, dirigente heroico de la clase obrera argentina que escribe con la mente puesta en las nuevas generaciones, llega a la siguiente conclusión: «Creo que cuando se conozcan más datos sobre el pensamiento de Santucho su figura se agigantará y es probable que sea tan o más grande que la del Che Guevara» (Lecciones de batalla, p.84).
Prolongando hasta la actualidad ese balance, contundente, demoledor e inequívoco, afirma: «la conclusión más importante es que los trabajadores no deben limitar su intervención al mundo sindical, deben hacer política. Deben organizar su propio partido político. Yo así lo comprendí y por eso entré a formar parte del Partido Revolucionario de los Trabajadores» (Lecciones de batalla, p.115). En el mismo sentido y eludiendo todo eufemismo, concluye: «Hasta hoy, 25 de julio de 2005 [fecha de redacción del libro] la única manera que se conoce para construir una sociedad más igualitaria, más justa, más humana, como quería el PRT-ERP es a través del enfrentamiento armado, clase contra clase.» (Lecciones de batalla, p.87).
Las experiencias del clasismo que Gregorio Flores nos transmite dejan enseñanzas que deberían ser estudiadas por las nuevas camadas de jóvenes rebeldes, por la nueva militancia de las fábricas recuperadas, del movimiento piquetero, del movimiento estudiantil y del sindicalismo antiburocrático que hoy renace de sus cenizas.
No son consignas ni frases hechas, gritadas en una asamblea escolar por un adolescente exaltado, inexperto, demasiado entusiasta, poco informado y tal vez ingenuo. Son las conclusiones de un viejo dirigente obrero, experimentado, curtido y fogueado en el enfrentamiento contra el capital, en dictaduras y en democracia.
Su libro es una joya. Contiene piezas invaluables: su balance maduro acerca del clasismo, las reflexiones sobre la vida cotidiana y el combate de la clase trabajadora, las dudas en voz alta sobre posibles errores y limitaciones, los debates pendientes con Agustín Tosco, las anécdotas de sus mejores amigos y de los principales cuadros dirigentes del proletariado argentino que él conoció, la semblanza sobre Santucho y sus compañeros y compañeras del PRT-ERP, los relatos de la confrontación a muerte contra la FIAT, contra todas las empresas capitalistas, contra la burocracia sindical y contra la dictadura militar.
Un texto fundamental que debería ser estudiado en Argentina y América Latina, pero que también debería ser leído por quienes han luchado y seguirán luchando contra la FIAT y sus socios imperialistas al otro lado del planeta.
NOTAS(1) Véase nuestro Toni Negri y los desafíos de «Imperio». Madrid, Campo de ideas, 2002. Traducción italiana: Toni Negri e gli equivoci di «Impero». Bolsena, Massari editore, 2005.
(2) En las teorizaciones maduras de Negri ese eurocentrismo latente en la izquierda extraparlamentaria italiana ‑demasiado restringida a la experiencia proletaria del norte de Italia- sigue presente, pero de manera notablemente acrecentada, lo que en lugar de remediar profundiza dicha limitación política. Véase nuestro Toni Negri y los desafíos de «Imperio». Obra citada. pp. 19 – 29 y 70 – 76. En la edición italiana pp.26 y ss y 72 y ss.
(3) Véase Gregorio Flores; Lecciones de batalla. Una historia personal de los «70. Buenos Aires, Ediciones Razón y Revolución, 2006.
(4) Después de terminar de leer su apasionante y formidable libro de memorias se podrá comprender rápida y fácilmente que «vanguardia» no hace referencia a un grupito desorbitado, autoritario, conformado por cuatro gatos locos y aislados del pueblo ‑como tantas veces nos dijeron profesores universitarios posmodernos, periodistas «progres», ex militantes quebrados y autores de best sellers mercantiles- sino a aquel segmento de los trabajadores que va a la cabeza de una fuerza social colectiva, que marca un derrotero posible para el conjunto popular, que llega más lejos en la radicalidad de sus luchas concretas y en la profundidad de la conciencia del abismo que separa a la clase trabajadora de las clases dominantes y dirigentes del sistema capitalista.
(5) Permítasenos una anécdota. Durante los años «90, en pleno neoliberalismo salvaje, vino a la Argentina el sociólogo de EEUU James Petras. En una cantina de una barrio popular de Buenos Aires se organizó una comida para conversar y debatir con él. Los asistentes pertenecían a distintas vertientes políticas y sociales. Gregorio Flores estaba presente. Al terminar la reunión, en el momento de la despedida, Goyo extrae de su bolsillo y reparte entre los asistentes unos papelitos. Allí ofrecía sus trabajos como peón albañil, su viejo oficio, por si alguien tenía algún arreglo que hacer en su vivienda.
Mientras Gregorio Flores trabajaba de albañil, era la época en que los grandes dirigentes peronistas del sindicalismo burocrático de Argentina apoyaban y participaban de las privatizaciones de Menem. Recibían a cambio millones de dólares con los que se hicieron propietarios privados de empresas de fondos de pensión, sanatorios, hospitales, campos de deporte y obras sociales también privadas. Esos burócratas sindicales privatizadores viajaban y viajan en autos importados, con chofer y secretaria, portando gruesos relojes de oro. Ayer estaban con Menem, hoy están con Kirchner.
Gregorio Flores de albañil… su modestia no quedaba reducida a sus escritos políticos. Exactamente la misma actitud de Goyo la pudimos apreciar en Antonio Alac (máximo dirigente del Choconazo en 1970) que en esos años «90 contaba las moneditas para pagar el boleto del colectivo o del tren. ¡Qué abismo con la burocracia! Dos universos sociales. Dos formas de vida inconmensurables.
(6) Para muestra basta un botón, dice la expresión popular. Bien valdría la pena comparar los escritos de Gregorio Flores y sus balances de las luchas de los años «60 y «70 con los «best sellers» de un antiguo y promocionado dirigente del PRT-ERP que, luego de disolver esa organización a fines de los «70, en los «80 se integra al PCA para terminar en los «90, después de proponer también su disolución, incorporándose alegremente a la centroizquierda. Desde el año 2000 en adelante, este sepulturero de organizaciones populares, culmina su carrera política ‑cuyo extendido arco de variación ideológica sigue una dirección inequívoca: de izquierda a derecha- posando de ventrílocuo periférico y colonial, ridículo y tardío, del posmodernismo de Negri y otras «superaciones del marxismo» hoy a la moda. Agresivo, sectario y altanero, este personaje no ha ahorrado insultos ‑incluso personales- para quienes discrepan y no rinden culto al nuevo credo posmoderno.
Mientras Gregorio Flores en sus memorias y su balance caracteriza al pensamiento político de Mario Roberto Santucho y su corriente como la expresión más alta de la lucha revolucionaria por el poder que se produjo en la Argentina, este (auto)promocionado ex guerrillero y actual «progre», cada vez que se refiere al máximo dirigente del PRT-ERP, dice aproximadamente lo siguiente: «Santucho era maravilloso, divino, genial… [agregar aquí todos los piropos imaginables]… lástima… que no entendía nada de política». Ese es el balance, precisamente, de un quebrado. ¡De un QUE-BRA-DO!. Todo el mundo tiene derecho a cansarse de luchar y a bajar definitivamente los brazos. No somos quien para juzgar. Quien esté cansado que se quede en su casa a contemplar medallas del pasado. Pero lo que no hay derecho es a predicar la derrota y la resignación entre las nuevas generaciones, y menos que nada apelando al prestigio de Santucho.
(7) Véase Agustín Tosco: «Aspectos biográficos y personales». En Tosco: escritos y discursos [selección de J.Lannot, A.Amantea y E.Sguiglia]. Buenos Aires, Contrapunto, 1985. p.9.
(8) Rubén Vanoli: ¿Clasismo o aventurerismo? SITRAC-SITRAM. Experiencias y enseñanzas. Buenos Aires, Editorial Anteo, 1972.
(9) CENAP [Corriente Estudiantil Nacional Popular]: «Crítica al programa SITRAC SITRAM». En Antropología del Tercer Mundo Nº8, Año 3, septiembre-octubre 1971. pp. 6 – 10. Esta revista constituía a inicios de los años «70 la expresión ideológica de las denominadas «cátedras nacionales» y las corrientes estudiantiles de la izquierda peronista.
(10) Véase Mario Roberto Santucho: Poder burgués, poder revolucionario Ediciones El Combatiente, 23/8/1974. También recopilado en la excelente antología realizada por Daniel De Santis: A vencer o morir. PRT-ERP Documentos. Bs.As., EUDEBA, 1998 (tomo I) y 2000 (Tomo II). [Hay reedición posterior de ambos tomos por editorial Nuestra América].
(11) Para una reconstrucción de conjunto del Viborazo, véase Beba Balvé, J.C. Marín et al.: Lucha de calles, lucha de clases. Elementos para su análisis (1971−1969). Buenos Aires, CICSO, 1973. Sobre la disputa entre la tendencia de Tosco y la del SITRAC-SITRAM por la conducción política de la rebelión en el terreno mismo de la acción, véanse especialmente pp. 50 – 51 y 66. Otro libro recomendable y sumamente riguroso que analiza la relación de Tosco con SITRAC-SITRAM es: Nicolás Iñigo Carrera, María Isabel Grau y Analía Martí: Agustín Tosco, la clase revolucionaria. Buenos Aires, Ediciones Madres de Plaza de Mayo, 2006. Particularmente el capítulo 9, pp.157 – 170.
(12) Véase Agustín Tosco: «Comunicado de prensa: Rechazo a la candidatura presidencial». Córdoba, 16/8/1973. En Tosco: escritos y discursos. Obra Citada. pp. 310 – 312.
(13) Sobre la relación de Tosco y el PRT, véase por ejemplo nuestra entrevista a Enrique Gorriarán Merlo: «La cultura revolucionaria en el guevarismo argentino». 30/3/2006. En: http://www.lahaine.org/index.php?p=13640, incorporada a nuestro Pensar a contramano. Las armas de la crítica y la crítica de las armas. Buenos Aires, Editorial Nuestra América, en prensa.
(14) Véase Gregorio Flores: Del Cordobazo al SITRAC-SITRAM. Buenos Aires, Ediciones Magenta, 1994. Las autocríticas de Flores y del clasismo por no haber realizado una alianza con Agustín Tosco y su corriente aparecen en varios capítulos y entrevistas de este libro. Por ejemplo, véanse las páginas 62, 69, 79, 94 y 96. En su segundo libro, vuelve a formular la misma autocrítica. Véase Gregorio Flores: SITRAC-SITRAM, la lucha del clasismo contra la burocracia sindical. Córdoba, Editorial Espartaco, 2004. pp.158 y 165.
La Haine