Cualquier imaginación cinematográfica queda superada ante la dantesca hoguera que consumió a 355 hondureños/as privadas de libertad en la Granja Penal de Comayagua, el pasado martes. Un infierno total en esta Honduras de la muerte que refleja la vergüenza de quienes dicen gobernar en democracia. ¿Por qué tanto odio y saña contra las y los excluidos por el sistema y recluidos en las cárceles?
Mientras el fuego consumía los pabellones repletos de seres humanos hacinados que clamaban perdón y auxilio, la vigilancia estatal no se inmutó ante aquel clamor. Más por el contrario, a cuantos intentaron escapar se los reprimió. ¿Por qué tanta crueldad en esta Honduras cuya democracia y derechos humanos son protegidos y monitoreados por el gobierno de los EEUU?
Duele el acto criminal, pero duele más la hipócrita actitud “cristiana” de las y los principales responsables que celebran actos litúrgicos por el descanso eterno de sus víctimas como en la vergonzante época de la Santa Inquisición. Como duele también la indiferencia de “pacíficos” hondureños/as que sobreviven insensibles a la apabullante matanza, esperando la justicia divina que jamás llega a resolver los problemas que ellos evaden.
¿Y los responsables?
En esta Honduras que sobrevive sin Estado, ni gobierno, se premia el delito y se castiga la ética y la defensa de los derechos humanos.
La infernal incineración colectiva de reclusos vivos en la cárcel de Comayagua, ya fue ensayada en la cárcel de San Pedro Sula, en 2003, con un saldo de 107 muertos, y en la cárcel de El Porvenir, La Ceiba, en 2005, donde quemaron 66 reclusos. ¡A los culpables se los premió con la impunidad! Lo mismo ocurre con los responsables de los más de 7 mil asesinatos anuales (más de 20 diarios), porque la policía se convirtió en la organización delincuencial más letal en un país cuyas aparentes instituciones jurídicas y políticas son dirigidas nada menos que por actores y promotores impunes del golpe de Estado.
Los responsables de la sistemática negación violenta de la condición humana de las y los hondureños en las cárceles y fuera de ellas, se pasean impunes en los espacios de la comunidad internacional, y son recibidos en la Casa Blanca como ejemplares defensores de los derechos humanos. Así promueve la comunidad internacional el crimen organizado en Honduras, como un ejemplo a seguir en países vecinos.
¿Qué buscan con la violencia generalizada?
En la década de los 70 y 80 del siglo pasado, los estados oligárquicos de varios países centroamericanos empujaron a la violencia guerrillera a sus poblaciones para masacrarlas por millares en las montañas. Así fue como se intentó desaparecer, con el financiamiento y asesoramiento norteamericano, a cuantos exigían democracia y tierra en aquel entonces.
En Honduras, en los últimos 25 años, la oligarquía, con el aval del gobierno norteamericano, diluyó adrede la aparente institucionalidad estatal con la finalidad de instaurar de facto una situación de guerra civil y muerte en todo el territorio nacional. Para ello no sólo proveyó y provee de armas de guerra a los habitantes como si fueran teléfonos celulares, sino, importó de países extranjeros escuadrones de sicarios. Deliberadamente dejó la proliferación de bandas de narcotráfico que controlan gobiernos locales y unidades territoriales completas. La finalidad de todo esto es justificar descaradamente mayor desembarque del ejército norteamericano en tierras hondureñas, para así contrarrestar a la rebelde Latinoamérica y el Caribe, que avanza indomable hacia la culminación de su independencia.
Es evidente que la “guerra contra las drogas” en Centro América y México no es sólo para resguardar militarmente la autopista regional expedida para el flujo de dólares (con olor a droga y pólvora) de y hacia los bancos norteamericanos, sino también es para asegurar la reconquista militar de América Latina bajo el argumento de “ayuda humanitaria” en estados fallidos.
¿Será que Honduras repetirá su historia?
Si en la década de los 80 del pasado siglo la invasión norteamericana hacia Centro América fue bajo el argumento de “contrarrestar” al fantasma de la ideología socialista, ahora, la invasión anunciada es para reprimir el avance de la democratización en el continente. Sólo que esta vez ni el pueblo hondureño, ni el latinoamericano caribeño, estamos dispuestos a caer en semejante patraña irracional. Honduras ya fue utilizada como la Malinche de la región durante la “guerra de baja intensidad” en los 80, pero terminó más empobrecida y humillada que nunca.
A la violencia y a sus criminales debemos derrotarlos democráticamente. Aprendimos que la violencia en condiciones desiguales sólo nos hereda muerte y retroceso. Para democratizar Honduras y la región caribelatinoamericana es fundamental articularnos en movimientos sociopolíticos de alcance regional para concluir los inconclusos procesos de independencia. Estos procesos también significan caminos de refundación.
Quienes seguimos sobreviviendo a la muerte generalizada en Honduras somos demográficamente más numerosos que todos los escuadrones de la muerte juntos. Además, nos asisten la razón y el espíritu de nuestros héroes y heroínas que nos acompañan en multitud ascendente desde diferentes rincones clamando ensordecedores gritos de justicia. La historia nos indica que todas las oligarquías e imperios asesinos cayeron presos de sus propias inmoralidades e irracionalidades. Pero, esta caída tenemos que acelerarla renovando nuestra perseverancia en la resistencia creativa y orgánica como estilo de vida. Nuestra responsabilidad es grande en Honduras. Aquí se juega no sólo el futuro de la geopolítica imperial, sino el futuro de la democracia, de la humanidad y de la vida en sus diferentes formas.
Rebelión