Hace 11 meses que las potencias occidentales y las monarquías del Golfo se empeñan en desestabilizar la nación siria. Varios miles de mercenarios han sido infiltrados en el país. Reclutados por Arabia Saudita y Qatar en los medios extremistas sunnitas, estos elementos armados llegaron a Siria para derrocar al «usurpador alauita» Bachar al-Assad e imponer una dictadura de inspiración wahhabita. Cuentan con el más moderno equipamiento militar, incluyendo equipos de visión nocturna, centrales de comunicación y robots para el combate urbano. El apoyo encubierto que les proporcionan las potencias de la OTAN les garantiza además acceso a datos indispensables en materia de inteligencia militar, como imágenes satelitales de los desplazamientos de las tropas sirias e intercepciones de las comunicaciones telefónicas.
Esta operación se presenta al público occidental de forma tendenciosa, como si se tratara de una revolución política ahogada en sangre por una implacable dictadura. Pero no todos se creen esa mentira. La rechazan Rusia, China y los países latinoamericanos miembros del ALBA [Alternativa Bolivariana para las Américas. Nota del Traductor.]. Y es que las experiencias históricas de estos países les han permitido comprender clara y rápidamente el trasfondo de la operación montada contra Siria. Los rusos recuerdan lo sucedido en Chechenia, los chinos no olvidan los acontecimientos de Xinjiang y los latinoamericanos tienen muy presente las guerras sucias contra Cuba y Nicaragua. En todos esos casos, más allá de las apariencias ideológicas o religiosos, la CIA recurrió a los mismos métodos de desestabilización.
Lo que más sorprendente resulta en esta situación es ver cómo los medios de prensa occidentales se autoconvencen de que los salafistas, los wahhabitas y los elementos armados de Al-Qaeda son individuos amantes de la democracia, a pesar de que siguen utilizando los canales de televisión vía satélite de Qatar y Arabia Saudita para lanzar constantes llamados a degollar a los herejes alauitas y a los observadores de la Liga Árabe. No importa que Abdelhakim Belhaj (número 2 en la jerarquía de Al-Qaeda desde la muerte oficialmente proclamada de Osama ben Laden) llame a desencadenar la yihad en Siria. La prensa occidental sigue tratando de imponer su romántica versión de la supuesta revolución liberal.
Lo más ridículo es oír como, al hacerse eco de los informes del Observatorio Sirio de los Derechos Humanos sobre los crímenes del régimen y sus víctimas, los medios occidentales siguen divulgando servilmente las acusaciones cotidianas que profiere la rama siria de la Hermandad Musulmana. ¿Desde cuándo esa hermandad de golpistas se interesa por la defensa de los derechos humanos?
Sólo bastó que los servicios secretos occidentales sacaran del sombrero un títere llamado «Consejo Nacional Sirio», con un sociólogo de la parisina universidad de la Sorbona como presidente y con una portavoz que no es más que la amante de un ex jefe de la DGSE [Dirección General de la Seguridad Exterior, la agencia de inteligencia de Francia. NdT.], para convertir a los «terroristas» en «demócratas». Como por arte de magia, la mentira se convierte así en una verdad mediática. Las personas secuestradas, mutiladas y asesinadas por la Legión Wahhabita se convierten, por obra y gracia de la prensa, en víctimas del tirano, mientras que los jóvenes sirios de todas las confesiones que sirven en el ejército nacional para defender su país de la agresión sectaria son presentados como soldados alauitas que oprimen a su propio pueblo. La desestabilización de Siria por parte de fuerzas extranjeras se convirtió a su vez en un episodio de la llamada «primavera árabe». El emir de Qatar y el rey de Arabia Saudita, dos monarcas absolutistas que nunca han organizado elecciones en sus propios países y que no vacilan en encarcelar a todo el que protesta contra sus regímenes, se convirtieron a su vez en defensores de la revolución y de la democracia. Francia, el Reino Unido y Estados Unidos, países que acaban de asesinar a 160 000 libios en violación del mandato que el Consejo de Seguridad de la ONU les había otorgado, se transformaron por su parte en filántropos protectores de la población civil, etc., etc., etc.
El doble veto ruso y chino del 4 de febrero de 2012 representa el fin de la guerra de baja intensidad que la prensa occidental y la del Golfo habían venido enmascarando con su campaña mediática. La OTAN y sus aliados han recibido una clara advertencia de que deben cesar las hostilidades y retirarse si no quieren tener que asumir una verdadera guerra de carácter regional, o incluso mundial.
El 7 de febrero llegó a Damasco una importante delegación rusa que incluía entre sus miembros a los más altos responsables de la inteligencia rusa, delegación que recibió una cálida acogida dispensada por una multitud entusiasta, segura de que el regreso de Rusia a la escena internacional significa el fin de la pesadilla. La capital siria y Alepo –la segunda ciudad sirie en importancia– se vistieron de blanco, azul y rojo y sus habitantes desfilaron por las calles portando banderolas en ruso. En el palacio presidencial, la delegación rusa se reunió con las de otros países, esencialmente de Turquía, Irán y Líbano. Se procedió entonces a la conclusión de una serie de acuerdos con vistas al restablecimiento de la paz. Siria aceptó proceder a la entrega de 49 instructores militares que habían sido hechos prisioneros por el ejército nacional. Turquía intercedió para lograr la liberación de los ingenieros y los peregrinos iraníes secuestrados, incluyendo a los que se encontraban en manos de los franceses (y de paso fue eliminado el teniente Tlass, quien mantenía secuestrados a los ingenieros iraníes por cuenta de la DGSE). Turquía puso fin a toda forma de apoyo al «Ejército Sirio Libre», cerró sus instalaciones en suelo turco (con excepción de la que se encuentra en la base que posee la OTAN en Incirlik) y entregó a su jefe, el coronel Rifat al-Assad. En su papel de garante de la aplicación de dichos acuerdos, Rusia fue autorizada a reactivar la antigua base soviética de intercepción del monte Qassium.
Al día siguiente, el Departamento de Estado estadounidense informó a la oposición siria en el exilio que no debe contar en lo adelante con la ayuda militar de Estados Unidos. Al darse cuenta de que han traicionado a su país sin obtener nada a cambio, los miembros del Consejo Nacional Sirio se han lanzado ahora a la búsqueda de nuevos padrinos. Uno de ellos llegó incluso a escribirle a Benjamin Netanyahu pidiéndole que invada Siria.
Al cabo de un periodo de 2 días, plazo imprescindible para la aplicación de estos acuerdos, el ejército nacional de Siria se lanzó al asalto de las bases de la Legión Wahhabita. En el norte del Líbano, cuyo ejército también emprendió una ofensiva contra la Legión Wahhabita, un gigantesco arsenal fue confiscado en la región libanesa de Trípoli y 4 oficiales occidentales fueron hechos prisioneros, en la zona de Akkar, en una antigua escuela de la UNRWA convertida en cuartel general militar. En Siria, el general Assef Chawkat dirigió personalmente las operaciones. Al menos 1 500 elementos armados han sido capturados, entre ellos un coronel del servicio técnico de la DGSE, y más de mil personas resultaron muertas. No ha sido posible determinar, por el momento, cuántas de las víctimas mortales son mercenarios extranjeros, sirios que colaboraban con las fuerzas extranjeras o civiles atrapados en una ciudad en guerra. Líbano y Siria han restablecido su soberanía en sus territorios nacionales.
Algunos intelectuales polemizan ahora sobre si Vladimir Putin ha cometido un error al proteger a Siria arriesgándose a tener que enfrentar una crisis diplomática con Estados Unidos. Se trata de una cuestión mal planteada. Al reconstruir su potencial a lo largo de todos estos años y consolidar ahora su posición en la escena internacional, Moscú pone fin a dos décadas de un orden mundial unipolar que permitía a Washington seguir extendiendo su propia hegemonía hasta alcanzar una dominación global. La alternativa planteada no era aliarse a la pequeña Siria o aliarse al poderoso Estados Unidos, sino permitir que la primera potencia mundial procediera a la destrucción de un Estado más o modificar la correlación de fuerzas y crear un orden internacional más justo en el que Rusia podrá desempeñar un papel.
Red Voltaire