Después de la escena de George Clooney con esposas de plástico filmada delante de la embajada del norte del Sudán en Washington, es Hillary Clinton la que se ha puesto delante de las cámaras, con lágrimas en los ojos, para expresar la profunda preocupación de Estados Unidos ante la crisis humanitaria y sus numerosas víctimas en la parte meridional del Sudán. Escenas conmovedoras de la ficción washingtoniana destinadas a las cámaras del mundo. Otra cosa es la verdadera historia. Durante décadas Estados Unidos e Israel han apoyado las fuerzas secesionistas del Sur Sudán hasta que en 2005 el Norte y el Sur han firmado un acuerdo, considerado por la administración Bush como un verdadero triunfo en política exterior.
La administración Obama ha recogido sus frutos: el 9 de julio de 2011 el Sur Sudán se autoproclamó independiente. Un nuevo Estado nasció, un Estado de 600 mil km2 (más grande que Francia, el doble que Italia) con a penas 8 – 9 millones de habitantes. Separándose del resto del país, el Sur Sudán ha entrado en posesión del 75% de las reservas petroleras sudanesas. Pero es el Norte quien posee el oleoducto a través del cual el petróleo del Sur es transportado hacia el Mar Rojo para ser exportado. Este es el litigio entre los dos gobiernos sobre el reparto de las rentas petroleras, avivado por el enfrentamiento por el control de las fronteras a lo largo de más de 1.500 km, enfrentamiento de grupos armados locales igualmente.
En todo esto, Estados Unidos cotinúa jugando un papel clave. El Sur Sudán se encuentro cada vez más en el programa Imet (International Military Education and Training), gestionado por el Mando África con los fondos del Departamento de Estado: es ahí que son formados cada año 10 mil «dirigentes militares y civiles» africanos, que siguen los cursos en alguna de las 150 escuelas militares estadounidenses. Simultáneamente, bajo la dirección de Washington, se está poniendo en marcha el proyecto de un nuevo corredor energético formado por un oleoducto, una autopista y una línea férrea que permitiría transportar el petróleo a partir del Sur Sudán hasta el puerto keniano de Lamu. Las ventajas para Washington serían múltiples. De una parte, se desembazaría del oleoducto del Norte, asestaría un duro golpe al país, ya debilitado por la pérdida de dos tercios de las reservas petrolíferas, de manera a provocar el derrocamiento del gobierno de Khartum. Por otra parte, marginalizaría las compañías chinas que, conjuntamente con algunas compañías indias y malasias, extraen el petroleo sudanés: la mayor parte podría así ser controlada por las compañías estadounidensas y británicas. Y el Sur Sudán no solamente tiene petróleo, también tiene ricos yacimientos de oro, plata, diamantes, uranio, cromo, tungsteno, cuarzo que todavía no esstán explotados; a lo que hay que añadir 50 millones de hectáreas de tierras cultivables que utilizan el abundante agua del Nilo.
Negocios en oro para las multinaciones, cuyos intereses están asegurados por el nuevo gobierno de Juba cuya fiabilidad está asegurada por Washington y por Tel Aviv. Un hecho significativo: el Sur Sudán abrirá su embajada en Jerusalén, reconociéndola así como la capital, e Israel «formará» miles de refugiados sursudaneses antes de repatriarlos. Mientras, el gobierno de Juba, entre sus primeros actos, ha escogido el inglés y no el árabe como lengua oficial y pide entrar en la Commonwealth británica. A las viejas colonias se le añade otra de tipo neocolonial.
Manlio Dinucci
27 de marzo de 2012
[Traducido del francés por Boltxe kolektiboa]