1. Si hay que reseñar los grandes rasgos que determinan de manera muy poderosa el panorama político, económico y social en la Unión Europea de estas horas, los cinco que se antojan provisionalmente más relevantes son los que siguen.
- El despliegue de agresiones cada vez más ostensibles contra la clase media. Esta última, la joya de la corona de los Estados del bienestar, se está viendo sometida a los envites más duros desde la segunda guerra mundial. De resultas, una parte significativa de sus integrantes está experimentando un activo proceso de desclasamiento. La manifestación más relevante de su reacción la configuran, hoy, los movimientos llamados de los indignados, que a menudo exhiben discursos sorprendentemente radicales en su contestación del orden existente.
- El silencio con que la mayoría de los trabajadores asalariados está respondiendo a las agresiones que instituciones financieras y gobiernos protagonizan. La palabra que mejor retrata ese silencio, o la que mejor lo explica, es “miedo”. Los trabajadores asalariados temen perder sus puestos de trabajo, concebidos, pese a los recortes, como genuinos privilegios. La ausencia de reacción en este mundo tiene su mejor reflejo en la actitud timorata y huidiza que muestran las grandes fuerzas sindicales, a menudo conniventes con las instituciones financieras y los gobiernos.
- Lo que antaño supuso la socialdemocracia ‑un proyecto de gestión aparentemente civilizada del capitalismo- se ha diluido en la nada. Si, por un lado, las fuerzas políticas que otrora se autocalificaban de socialdemócratas han acatado sin hendiduras la propuesta neoliberal y han realizado a menudo el trabajo sucio que la derecha tradicional no se atrevía a desplegar, por el otro las políticas keynesianas tradicionales se topan hoy con un problema severo: la principal diferencia, en este terreno, entre la crisis de 1929 y la del momento presente la aporta el hecho de que en estas horas el problema de los límites medioambientales y de recursos del planeta tiene una condición imperiosa de la que obviamente carecía ochenta años atrás.
- El capitalismo parece haberse adentrado en una etapa de corrosión terminal. Siendo como es ‑ha sido- un sistema que históricamente ha demostrado una formidable capacidad de adaptación a los retos más dispares, la gran disputa hoy es la relativa a si no está perdiendo dramáticamente los mecanismos de freno que en el pasado le permitieron salvar la cara. Si llevado, por decirlo de otra manera, de un impulso, al parecer incontenible, encaminado a acumular espectaculares beneficios en un período muy breve no está cavando su propia tumba, con el agravante, claro, de que dentro de esta última puede estar la especie humana como un todo. La propia condición de sistema eficiente ‑injusto y explotador, sí, pero eficiente- que ha caracterizado desde mucho tiempo atrás al capitalismo se halla hoy en entredicho en un escenario en el que los defensores del proyecto neoliberal no dudan hoy en reclamar, para sus empresas, golosas ayudas públicas.
- También han entrado en crisis las descripciones cíclicas de los hechos económicos, que sugieren que después de una etapa de recesión por fuerza habrá de llegar otra de bonanza a la que seguirá antes o después una nueva recesión, y más adelante una renovada bonanza… Hora es ésta de preguntarnos si no nos estamos enfrentando a un escenario de crisis y recesión sin fin, tanto más cuanto que la mayoría de los gobiernos, para hacer frente a la primera, están desplegando orgullosamente las mismas recetas que nos han conducido a un auténtico callejón sin salida. Ante semejante panorama hay que tomar en serio la perspectiva de que, acaso por primera vez de manera sustanciosa, se asienten poderosos movimientos críticos en un escenario de manifiesta recesión. No está de más subrayar, por cierto, que el propio concepto de crisis tiene una inequívoca vinculación con el imaginario de los países del Norte. Como quiera que en los del Sur la crisis es una realidad permanente e insoslayable, el perfil del concepto, por lógica, se desvanece.
2. Así las cosas, ¿cuál es el entorno de muchos de los debates que rodean a la educación? En un momento como el presente hay que mencionar el respecto media docena de discusiones importantes.
La primera se refiere a la naturaleza del proyecto general que hay que oponer a las estrategias de mercantilización y privatización que pretenden desplegar quienes toman la mayoría de las decisiones relativas a la educación. Ese proyecto puede ser meramente antineoliberal o exhibir, por el contrario, un carácter francamente anticapitalista. En el primer caso probablemente estaremos condenados a contestar en exclusiva la epidermis del sistema sin ir al fondo de los problemas. No está de más recordar que se puede ser antineoliberal sin ser, al tiempo, anticapitalista: se puede repudiar el neoliberalismo por entender que es una versión extrema e indeseable del capitalismo sin rechazar, en cambio, la lógica propia de este último.
La segunda se enfrenta a la eterna disyuntiva entre lo público y lo privado. Naturalmente que hay que defender la pervivencia de una enseñanza y de una sanidad públicas. Pero conviene saber que esa defensa, sin más, no es suficiente. Hay que etiquetarla agregando adjetivos que permitan precisar su sentido concreto. Y al respecto los dos que mejor le vienen a cualquier propuesta que desea incorporar un carácter transformador y alternativo son los que hablan de una enseñanza pública ‘socializada’ y ‘autogestionaria’. Al respecto no debe olvidarse que la enseñanza pública, per se, no es garantía de nada: nunca se subrayará de manera suficiente que una enseñanza pública que no tenga un carácter socializado y autogestionario bien puede ser un mecanismo más de reproducción de la lógica del capital.
La tercera nos recuerda que, desgraciadamente, no faltan las fuerzas sindicales que han experimentado ‑ya lo hemos apuntado- una lamentable integración en las lógicas de los sistemas que padecemos. Son tres las preguntas que hay que hacer a esos sindicatos. La primera se refiere a cómo trabajamos. Las palabras ‘alienación’ y ‘explotación’ han desaparecido a menudo del lenguaje de los sindicatos, y eso que guardan una relación estrechísima con la naturaleza de nuestra vida cotidiana, dentro y fuera de los centros de trabajo. La segunda nos interroga por el para quién trabajamos. Son muchos los sindicatos que, a diferencia de lo que ocurría antaño, no parecen apreciar otro horizonte que el que aporta el capitalismo. La tercera, y última, plantea, en suma, qué es lo que hacemos, qué es lo que producimos, no vaya a ser que nuestra actividad de hoy ponga en peligro los derechos de las generaciones venideras y, con ellos, y también, los de las demás especies que nos acompañan en el planeta Tierra.
La cuarta subraya la importancia de transcender los proyectos que, por unas u otras razones, lo son estrictamente de corto plazo. Si se trata de enunciar de otra manera lo anterior, bueno sería que en todas las iniciativas se recogiesen tres grandes tareas que a menudo, y en el Norte opulento, quedan en el olvido. La primera de esas tareas subraya la necesidad de incorporar en todo momento a nuestras propuestas la dimensión de género; nunca recalcaremos de manera suficiente que el 70% de los pobres presentes en el planeta son mujeres, víctimas de atávicas marginaciones materiales y simbólicas. El segundo imperativo señala que los derechos de esas generaciones venideras que acabamos de mencionar deben ocupar siempre un primer plano; si vivimos en un planeta con recursos limitados, no parece que tenga sentido que aspiremos a seguir creciendo ilimitadamente, tanto más cuanto que sobran las razones para recelar de la fraudulenta identificación, que se nos impone, entre consumo y bienestar. La tercera demanda que debe revelarse en todo momento se vincula con los derechos de los habitantes de los países del Sur, no vaya a ser que en el Norte procedamos a reconstruir nuestros maltrechos Estados del bienestar a costa de ratificar viejas, y muy conocidas, relaciones de exclusión y explotación.
En quinto término es obligado subrayar que todos los movimientos sociales tienen que encarar, en su definición, dos posibles horizontes. El primero pasa por la perspectiva de articular propuestas que cabe esperar sean atendidas por los interlocutores políticos. El segundo, en cambio, reivindica el establecimiento de espacios autónomos en los cuales procedamos a aplicar reglas del juego diferentes de las hoy imperantes. Si la primera de las dimensiones es muy respetable, parece que el concurso de la segunda resulta literalmente insorteable. La voluntad de empezar a construir desde ya, sin aguardar permisos ni componendas, sin esperar a eventuales tomas de poder, un mundo nuevo es una tarea inexcusable ‑entre otras razones por su dimensión pedagógica- para cualquier movimiento que aspira a transformar la realidad.
Una sexta cuestión, muy vinculada con la primera de las ya mencionadas, nos habla de nuestras posibilidades de acción y reacción frente al colapso general del capitalismo que tantos intuyen muy próximo. De nuevo se aprecian dos percepciones distintas en los circuitos de pensamiento crítico. La primera, crudamente realista, señala que la única posibilidad de que la mayoría de las personas despierten y se percaten de la hondura de los problemas es que se produzca, sin más, el colapso en cuestión. Téngase presente, claro es, que semejante horizonte, el del colapso, se traducirá por fuerza en una espectacular multiplicación de los problemas que hará extremadamente dificultosa la resolución de estos últimos. La segunda percepción, de cariz visiblemente voluntarista, sugiere, a tono con algunas de las observaciones que hemos realizado, que se hace necesario apostar por un urgente abandono del capitalismo, de la mano, ante todo, de la generación de esos espacios de autonomía a los que antes nos hemos referido.
3. Un llamativo reflejo del escenario educativo de la Unión Europea en el inicio del siglo XXI lo proporciona la aplicación del llamado Plan Bolonia en las universidades públicas de los Estados miembros. Recordemos, antes que nada, que a tono con todas las políticas en curso, el plan en cuestión acarrea una franca apuesta en provecho de la privatización y la mercantilización de la vida en las universidades.
Importa subrayar, sin embargo, que el plan que nos ocupa fue aprobado en un momento de relativa holgura presupuestaria pero está siendo aplicado en otro de visibles estrecheces, con lo cual es fácil apreciar su resultado principal: un incremento sustancial del caos que ha hecho que el despliegue de lo acordado en Bolonia a duras penas sea funcional para la lógica y los intereses del capitalismo. Ni las empresas están penetrando en las universidades ni se están formando los licenciados tecnocratizados y sumisos que se esperaba lanzar al mercado. Si el capitalismo exhibiese la misma capacidad de reacción que mostró en el pasado, habría puesto freno a la aplicación de un plan que, conforme a las reglas actuales, más bien parece que se vuelve en su contra.
En estrecha relación, una vez más, con el escenario general, lo suyo es añadir que, lejos de aprender de la experiencia correspondiente, los dirigentes políticos europeos prefieren huir hacia delante. Eso es lo que parece suponer la llamada Estrategia Universidad 2015, que emplaza el negocio muy por encima del rigor académico al tiempo que contempla con descaro la posibilidad de que la dirección de las universidades públicas quede en manos de gestores privados.
* Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, España
Alai