El pasado 20 de noviembre se cumplía el 31º aniversario de la muerte de Franco. No faltaron en los medios las celebraciones por el actual sistema democrático en contraste con la dictadura anterior. Sin embargo…
Sin embargo, frente al discurso dominante, cada vez son más las investigaciones que hacen hincapié en los aspectos más silenciados del cambio de régimen. Alfredo Grimaldos ha investigado el papel de la CIA en este proceso: desde las simpatías con Franco a la relación con el PSOE, pasando por su apoyo al 23‑F. Y habla sobre la inmunidad que aún posee la agencia, como revelaron los más de 100 vuelos ilegales en territorio español.
Con su último libro, La CIA en España, Grimaldos incide en el papel que tuvieron los servicios secretos estadounidenses para desactivar la posibilidad de un cambio social profundo tras la muerte de Franco. Según apunta, la agencia ha marcado en buena medida los acontecimientos políticos recientes. Además, su presencia se mantiene. El control apenas existe sobre las bases estadounidenses en la península. Y no por casualidad, en septiembre de este mismo año la Unión Europea reprobaba al Gobierno español sus obstáculos a la investigación de los vuelos ilegales de la CIA en aeropuertos españoles.
DIAGONAL: ¿Qué papel real tuvo la CIA durante la Transición?
ALFREDO GRIMALDOS: Antes había presencia de la CIA, pero todo esto comienza en los años ‘70. Cuando Nixon se ve con Franco, se encuentra a una persona muy deteriorada, que incluso se queda dormido mientras le hablan. Entonces Nixon se preocupa: “¿Qué va a pasar cuando éste muera?”, se pregunta. Hay que tener en cuenta que en ese momento, en medio de la Guerra Fría, España es una plaza estratégica muy importante y Franco es un aliado contra el comunismo. Por eso los americanos ven necesario tutelar el proceso. Y más aún tras la Revolución de los Claveles en Portugal.
D.: ¿Qué pasos comienzan a darse?
A. G.: Yo digo que la Transición española se diseña en la sede central de la CIA. Los americanos tutelan todo el proceso. Toman contacto con todos los sectores: con los servicios de información, con los altos mandos del Ejército e incluso, y esto está acreditado, con Carrillo. Y después de hablar con él se tranquilizan, les dice que está por el cambio pacífico, que no va a pasar nada grave.
D.: Uno de los aspectos que más se intenta entonces es reorientar a la oposición.
A.G.: Aquí es clave sobre todo la refundación del PSOE. El Partido Socialista histórico ya no representaba a nadie, no contaba con peso sobre lo que se estaba cociendo aquí, ni en la lucha antifranquista cotidiana. Tenía mucho más protagonismo el comunismo tradicional, el PCE, y movimientos anarquistas por otro lado. En el Congreso de Suresnes, en 1974, lo que hacen es reinventarse un partido aprovechando unas siglas históricas. El PSOE del que hacen secretario general a Felipe González es un PSOE inventado. El dinero y la cobertura política lo pone fundamentalmente el partido socialdemócrata alemán, que canaliza también dinero de la CIA. Los mismos miembros del Servicio de Inteligencia español, el SECED, toman contacto con el PSOE. E incluso escoltan hasta Suresnes a Felipe González, le dan la documentación y le llevan. Estamos hablando del SECED, el servicio de Carrero Blanco. Y el militar José Faura, que acompañó a González, pasa a ser jefe del Estado Mayor del Ejército en el ‘94, con González ya en el poder.
Reprimir la República
D.: ¿En qué medida sucede algo similar con el Partido Comunista?
A.G.: Bueno, hay que tener en cuenta que Carrillo es un personaje algo turbio. En 1977 es el primer líder comunista que visita EE UU, que es recibido allí en loor de multitudes y es nombrado doctor Honoris Causa. Lo que hace Carrillo es aceptar la Transición impuesta desde arriba, el rey como heredero de Franco y contribuye decisivamente a acabar con quienes peleaban por la ruptura democrática. En 1977, cuando los legalizan, asumen la bandera monárquica y a partir de ese momento la consigna es reprimir la bandera republicana. Conservo todavía una bandera republicana rota por varios trozos por los servicios de seguridad del PCE.
D.: ¿Qué peso tuvo la CIA en episodios concretos, como el 23‑F?
A.G.: Está claro que la CIA lo sabía. En 1981 se encontraba aquí. El ejemplo lo tienes en el edificio donde estaba ubicado el departamento de contrainteligencia y el alto Estado Mayor de Inteligencia: el alquiler lo pagaba la CIA. Los agentes españoles por la mañana trabajaban para la patria y por la tarde para la CIA. Y la CIA está al tanto de todo lo que pasa. El comandante José Luis Cortina, la persona que coordinaba la operación, era un hombre muy vinculado a los servicios norteamericanos. Las dos últimas visitas que hace antes de que Tejero entre al Congreso es al nuncio del Vaticano, Monseñor Antonio Inocenti; y al embajador de EE UU en Madrid, Tenence Todman. Como siempre, el Imperio y la Iglesia santifican el golpe. Ese día, desde primeras horas de la mañana, un contingente de la VI flota norteamericana se encuentra de operaciones cerca de la costa de Valencia. Cuando todavía no está resuelto el golpe y parece que puede ir adelante, hacen gracia las declaraciones del secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, cuando asegura que ‘el asalto al Congreso de los Diputados es un asunto interno de los españoles’.
D.: ¿La CIA era consciente de que el golpe iba a fallar?
A.G.: Bueno, hay que tener en cuenta que el 23‑F es un golpe muy extraño. El golpe lo apoyan. La CIA tenía contactos con los golpistas y conocía el estado de opinión de los cuarteles. Pero otros sectores también están pendientes de si el golpe funciona o no. Aquí hay una actitud muy ambigua por parte de la Casa Real. A últimas horas de la noche, cuando se ve que el golpe no tira para adelante, alguien dice haber encontrado un telegrama dirigido al capitán general Jaime Milans del Bosch, uno de los promotores del golpe. En él se lee: ‘Jaime, a partir de este momento vas contra la Corona’. Que es como decir: ‘Jaime, ahora no damos el golpe, sino que salvamos a España de vosotros’.
D.: Y el rey sale muy fortalecido después de ese día.
A.G.: El rey sigue donde está no por su actuación. Hay una gran cantidad de libros que dejan al rey muy en entredicho. ¿Por qué sigue? Por el control absolutamente férreo que existe de los medios de comunicación. Si los medios se pasasen un puente, cuatro o cinco días, publicando todas las actuaciones del rey el 23‑F y todas sus chorizadas, cuando llegase el lunes la Monarquía se habría acabado. El ‘juancarlismo’ se alimenta de la ignorancia, del mito y la desinformación.
D.: ¿Qué presencia mantiene todavía la agencia?
A.G.: Yo he investigado sobre todo hasta principios de los ‘80. Analizo el primer gran ciclo. Ese ciclo termina una vez que muere Franco y cuando ven que han amarrado bien la Transición. A su sucesor le dan el visto bueno. Juan Carlos I es el candidato de la CIA. Viaja varias veces a EE UU antes de llegar al trono y su primer viaje internacional también es a EE UU. Y finalmente llega el Gobierno socialista, que ellos mismos han reinventado; es el que se encarga de meter a España en la OTAN. Con eso se cierra ese ciclo. Ahora es diferente, pero por lo que se ve siguen haciendo lo que quieren. Las bases nadie las controla. Y suponen una plataforma de agresión contra Oriente Medio. Con el asunto de los vuelos de la CIA se hizo una lista de los todos los que participaron en el vuelo; pues bien, resulta que tenían todos cobertura diplomática. Por mucho que diga Zapatero, aquí no hay voluntad política para esclarecer lo que ha pasado. Siguen haciendo lo que les viene en gana.