Munilla, elegido por el espíritu santo, trata de impartir lecciones a las gentes de nuestro pueblo. Elegido en Roma por el estado Vaticano e impuesto como emisario a los gipuzkoanos, sin arte ni parte de estos, se erige en índice largo de conducta, democracia y derechos humanos. Impone silencio y manda al destierro a quien interpreta de otro modo la escritura sacra, porque él posee la verdad.
Eso sí, junto con Vocento, cartero de Franco y el fascismo, guarda un clamoroso silencio frente al recorte de los derechos de los trabajadores gipuzkoanos. Nada extraño, el Estado Vaticano al que representa sigue a la cola en la lista de defensores de derechos humanos. “Existen 103 convenciones internacionales que reconocen y amparan los Derechos Humanos, de las cuales el Estado Vaticano solamente ha suscrito 10, lo que sitúa a la Santa Sede en los últimos lugares de la lista de estados por detrás de Ruanda”. ¿Los obispos del Vaticano en el estado español modelos de perdón, de amor, de arrepentimiento, de reconciliación, de solidaridad, de generosidad o más bien modelos de Edad Media y sumisión?
Munilla, mucho decir “Deus caritas est” para luego amar a los que piensan como tú, es decir como a ti mismo. Mucho repetir la carta de Juan cap. 4 para luego actuar tan hipócritamente como él: “sólo se puede acoger a aquel hermano, que está de paso y que confiese que Cristo se hizo hombre. Por el contrario, al “hermano” hereje, que piensa distinto sobre el hacerse carne mortal de Cristo, en adelante no se le debe acoger, ni siquiera saludarle para que, de ese modo, la comunidad ortodoxa no se haga cómplice culposa de las malas acciones de los disidentes” (2Jn 9 – 11).
Vuestro dios, vuestro jefe y vosotros mismos debierais aprender, antes de impartir lecciones a otros, a respetar los derechos humanos de las gentes. ¡Hipócrita, si te eriges en jefe de tu comunidad cuando menos se elegido por ellos y no un vulgar dictador!