En los últimos meses la situación política vasca está viviendo cambios de enorme calado: el final de la lucha armada anunciado por ETA, la constitución de alianzas electorales soberanistas, la crisis de credibilidad del Estado español y de los partidos que lo representan… que se unen a la quiebra del respaldo al marco y a la falta de legitimidad original del entramado constitucional en nuestro país. Analizando esta conjunción de acontecimientos desde una perspectiva histórica podemos hablar de un cambio de tiempo político que daría inicio a un tercer ciclo en la moderna lucha de Euskal Herria por su emancipación nacional.
El primer ciclo comienza a finales de los años 50 del siglo pasado. En ese momento Euskal Herria estaba padeciendo los efectos de la política franquista que tenía como objetivo la eliminación de la identidad vasca a través de un genocidio cultural. Ante la incapacidad de otras fuerzas políticas para hacer frente a esta situación y la separación del nacionalismo tradicional de las ideas progresistas, surge ETA y con ella la izquierda abertzale moderna, como un nuevo espacio ideológico y organizativo.
En un proceso no exento de dificultades, ETA definirá sus objetivos estratégicos (independencia y socialismo) y desarrollará su lucha a través de todos los frentes, incluyendo la actividad armada. Y, aunque esa lucha va dirigida a la consecución de esos objetivos estratégicos, el verdadero logro de esta etapa es neutralizar y revertir la política de destrucción desarrollada por el Estado español, logrando la supervivencia y revitalización de la cultura y de la identidad nacional vasca que años antes parecían condenadas a su desaparición. En este proceso ETA juega un papel determinante, no solo por su intervención directa, sino también por su función de catalizador político y revulsivo social. Al final de este período surgen nuevas organizaciones políticas, sindicales y sociales dentro del espectro ideológico de la izquierda abertzale, consolidando la fortaleza de este espacio político.
La reforma política efectuada en el Estado español tras la muerte de Franco, si bien no trae un escenario plenamente democrático, sí cambia lo suficiente el contexto como para hablar de un segundo ciclo de lucha en Euskal Herria. En esta segunda etapa la legitimación ideológica del proyecto españolista es mayor, ya que se basa en la instauración de un sistema formalmente democrático y en la concesión de una amplia autonomía administrativa a los territorios vascos (concesión otorgada con la intención de frenar la pujanza del independentismo). La amenaza es ahora más sutil ya que la estrategia del Estado no pasa por una represión directa de la cultura vasca sino por la marginación de sus elementos más poderosamente identitarios, buscando su muerte por inanición, y el acomodo del resto dentro de la estructura nacional española para intentar la regionalización de Euskal Herria.
La izquierda abertzale renunciará a aceptar la legitimidad del nuevo entramado constitucional y pondrá todo su empeño en conseguir forzar al Estado a un cambio del marco jurídico-político que contemple la existencia de la nación vasca y reconozca su derecho a la autodeterminación. La concreción de este cambio queda definida en diferentes alternativas tácticas (Alternativa KAS, Alternativa Democrática) a cuya consecución supedita ETA el final de su actividad armada.
Sin embargo, y tras tres intentos frustrados de llegar a un acuerdo negociado entre ETA y el Estado español (los llamados procesos de Argel, Lizarra-Garazi y Loiola) el final de este segundo ciclo de confrontación, que se ha prolongado durante tres décadas, no ha venido determinado por la consecución de estos objetivos tácticos sino por un replanteamiento integral de la estrategia política decidido por la izquierda abertzale de forma unilateral.
¿Supone esto que esta etapa se cierra con una derrota política? No lo creo. Aunque el hecho de que ETA haya puesto fin a su campaña armada sin lograr unas contraprestaciones expresamente reconocidas por el Estado puede suponer un escenario formalmente distinto a lo reivindicado durante este período, la resistencia de la izquierda abertzale ha conseguido dos objetivos de importancia crucial: el fracaso de la estrategia de regionalización de Euskal Herria a través de la vía estatutaria y la ubicación del independentismo en la situación de máxima fortaleza de su historia.
El primero de los logros se visualizó con claridad a finales de los años 90 cuando las principales fuerzas vascas que habían apoyado los estatutos de autonomía (EA, ELA y un sector del PNV) y, de forma voluntaria o involuntaria, habían colaborado en esa estrategia de asimilación, manifestaron su desmarque de la línea estatutaria. A partir de ese momento se materializaba la posibilidad de una nueva política de alianzas entre las fuerzas vascas que tomara el relevo a la lucha que en solitario había mantenido la izquierda abertzale, reforzando la viabilidad de la apuesta soberanista. El proceso de Lizarra-Garazi fue un primer intento de explorar esa vía y aunque su fracaso demostró que la situación no estaba aún madura, mostró a todos, incluido al Estado, las posibilidades de un trabajo común de las fuerzas políticas vascas.
Frente a este escenario pleno de potencialidades, el ámbito de la confrontación armada se encontraba en una fase de estancamiento. Ante la imposibilidad de las partes de alcanzar una victoria militar el conflicto estaba en una situación de empate infinito. Pero ese empate en realidad ocultaba un realidad asimétrica, ya que dada la desigualdad de fuerzas entre los contendientes el coste proporcional del mantenimiento del conflicto era mucho mayor para la parte vasca. Además, mientras el conflicto con mayúsculas está estancado en este impasse, absorbiendo la mayor parte de las energías de la izquierda abertzale, las fuerzas del sistema continuaban imponiendo su agenda, profundizando en la instauración del modelo neoliberal, impulsando el desarrollismo salvaje, convirtiendo las instituciones en focos de corrupción y clientelismo… dinámica que se vio facilitada en la última década tras la instauración de la política de ilegalizaciones contra las organizaciones independentistas. Este era un escenario cómodo para el Estado que empieza a sentir que una lucha armada de intensidad controlada es un coste asumible para mantener hipotecado al movimiento independentista.
En ese momento importantes sectores de la izquierda abertzale empezaron a pensar que el empate infinito suponía un aplazamiento infinito en la consecución de sus objetivos y que una estrategia de confrontación nueva y más dinámica podía conseguir mejores resultados. El fracaso del proceso que llamamos de Loiola supone de alguna forma el detonante para que el debate sobre la estrategia se ponga en marcha. En la etapa en la que el riesgo era ser abducidos por el sistema posfranquista, la construcción de una muralla defensiva en torno al independentismo era una buena opción. La estrategia político-militar era esa muralla, pero lo que protege también encierra y delimita el espacio imposibilitando la expansión. Renunciar a la estrategia político-militar supone salir de la protección de las trincheras y tener que crear nuevos instrumentos ideológicos y organizativos, todo un desafío político e intelectual, pero una readecuación imprescindible para aprovechar posibilidades que en el anterior escenario estaban vedadas.
Haber dado este paso nos sitúa en un tercer ciclo en la lucha de liberación nacional. Ahora, tras haber frenado en un primer ciclo el intento de destrucción por parte del franquismo y en un segundo ciclo el de asimilación por parte de la pseudodemocracia española, el objetivo de este tercer tiempo debe ser la construcción de la independencia de Euskal Herria. Si alguien duda aún de quién ha salido ganando con esta decisión, que atienda a la forma (especialmente al delator lenguaje no verbal), con que los agentes políticos vascos y españoles han afrontado el inicio de este nuevo tiempo y verá dónde encuentra ilusión, seguridad, satisfacción y serenidad, y dónde miedo, nerviosismo, agresividad y dudas.
Los primeros frutos de este cambio, en forma de éxitos electorales y extensión de algunos postulados de la izquierda abertzale a nuevos sectores sociales ya han llegado, pero eso es solo el principio de un largo camino. Aún hay muchos debates y mucho trabajo por delante. Suficiente como para que todos y todas tengamos un papel que jugar. Euskal Herria afronta un nuevo tiempo político lleno de retos e interrogantes, de peligros, pero también de posibilidades hasta ahora inéditas. No es para el independentismo de izquierdas un tiempo de renuncia, de acomodamiento o de relajación: es un tiempo de lucha. Una pelea que tras la desactivación de la lucha armada va a tener un grado menor de sufrimiento humano y quizás un menor componente emocional, lo que para algunos puede suponer una razón para un menor grado de motivación. Pero no debemos olvidar que nuestro objetivo es Euskal Herria, que todas las formas de lucha y todas las organizaciones no son más que instrumentos que deben cumplir el requisito de la eficacia para ser empleados, sin apegos viscerales, ni fidelidades erradas que confundan el instrumento con el objetivo, ya que lo realmente importante es que nuestro pueblo sea libre y también lo sean sus gentes. Esa es la verdadera lucha y es la misma hoy que ayer. Y hoy con mayores perspectivas de éxito.
PD: A Artemio Zarco, luchador incansable.
II
En mi anterior artículo (GARA, 26−2−12) afirmaba que la conjunción de acontecimientos de gran trascendencia acaecida en los últimos meses nos situaba ante un nuevo ciclo político que podría calificarse como el tercer gran periodo en la moderna lucha de liberación nacional de Euskal Herria. Tras haber superado el intento de exterminio franquista y el intento de asimilación de la pseudodemocracia española, nos encontramos ahora en la necesidad de pasar a la ofensiva y de caracterizar la nueva etapa como la de la construcción de una alternativa independentista y socialista. Para ello hemos de dotarnos de una nueva estrategia en los ámbitos de la construcción nacional y social y luego readecuar las estructuras organizativas a esa estrategia.
La primera pregunta a la hora de definir una estrategia independentista viable es ¿cómo se consigue la independencia de una nación perteneciente a un estado europeo internacionalmente legitimado en pleno siglo XXI? Al margen de lo que digan las leyes españolas, la independencia de Euskal Herria llegará cuando exista una mayoría social amplia y blindada en la sociedad vasca que la desee firmemente y esté dispuesta a luchar por ella y exista una representación institucional de esa mayoría comprometida con la materialización de esa voluntad. De forma complementaria, pero también imprescindible, se requiere la existencia de sólidas bases para la sostenibilidad económica del nuevo estado y la aceptación por parte de la comunidad internacional del cambio de estatus. El planteamiento de estos requisitos no supone un abandono del objetivo independentista ni una excusa para la inactividad, sino que constituye una lista de deberes para el movimiento soberanista.
El principal desafío de este proyecto es la construcción de una mayoría independentista. No debemos dejarnos deslumbrar por los éxitos electorales de la nueva apuesta política, ya que más que un ensanchamiento real de la base independentista reflejan un reagrupamiento del voto abertzale de izquierdas hasta ahora fragmentado. El cambio que necesitamos es un cambio sociológico estructural que requiere su tiempo. El reto consiste en fortalecer las bases culturales, sociales y simbólicas de la identidad vasca para atraer al independentismo a sectores que hasta ahora están indecisos y socializar en clave vasca a las nuevas generaciones. El nuevo ciclo ofrece oportunidades inéditas para las políticas de alianzas, el trabajo institucional y la lucha ideológica, de tal forma que esta tarea que hasta ahora hemos venido llamando construcción nacional podría emprenderse a una escala mucho mayor que hasta la fecha.
En el ámbito social nos encontramos en un momento histórico complicado, con la confluencia de dos realidades contradictorias: por un lado aparece una profunda crisis del sistema capitalista, que en lo que nos toca más cerca se ve ya incapaz de sostener los niveles de consumo y asistencialidad que hasta ahora ha utilizado como elemento de control ideológico de las clases populares, y por otro, nos encontramos con la falta de una alternativa sistémica sólida desde la izquierda, lastrada aún por la caída del socialismo real y minada por décadas de influencia social del pensamiento único.
Esta realidad dual nos obliga a generar propuestas a un doble nivel, tanto en la defensa de las conquistas y derechos de la clase trabajadora como en la formulación de un paradigma socioeconómico alternativo. En este último terreno, la izquierda abertzale ha de reclamar un modelo que denominamos socialismo, lo suficientemente definido como para evidenciar que hablamos de un sistema político-económico diferente al capitalismo (justicia social, democracia participativa, respeto al planeta, desaparición del patriarcado, peso determinante de lo público en la economía…), pero igualmente abierto a matizaciones e incluso indeterminaciones para evitar que diferencias ideológicas estratégicas interfieran en la imprescindible confluencia táctica de todos los sectores de la izquierda. Igualmente es necesario trabajar en la creación de espacios que anticipen ese modelo socialista, como experiencias de democracia directa, creación de redes de producción-distribución alternativas, puesta en marcha de proyectos de ecourbanismo, etc.
La izquierda abertzale debe reivindicar con orgullo su historia y sus señas de identidad, mantener sus valores éticos, su cultura militante y sus principios ideológicos, pero debe renovar su estrategia y su modelo organizativo para adecuarlo a las necesidades de esta nueva fase. Esta renovada izquierda abertzale ha de convertirse en el núcleo de una gran alianza independentista-progresista con vocación de convertirse en la fuerza política mayoritaria de Euskal Herria y alcanzar la gestión del mayor espacio institucional posible, siempre desde la conexión y la complementariedad con los movimientos sociales.
En esa línea, las alianzas electorales que hasta ahora se han estructurado con gran éxito deberían tender hacia la creación de una plataforma estable de trabajo para todos los independentistas de izquierda. Una coalición con un nombre y un proyecto táctico definido con la cual iniciar un largo ciclo de acumulación de fuerzas electoral y social. Esta alianza política debería tratar de convertirse en la fuerza de gobierno más progresista de Europa y en ella tendrían cabida desde que el aspire a una reforma en profundidad del actual sistema político-económico hasta los defensores de la más radical de las revoluciones, siempre que entiendan que a corto plazo el mejor escenario para el avance de sus ideas es una sociedad más progresista.
Es obvio que uno de los aspectos determinantes del nuevo ciclo es el mayor peso que va a tener la lucha institucional. Esta acción en las instituciones no puede convertirse en un fin en sí misma, en un mecanismo para alimentar una maquinaria de partido y un entramado económico paralelo, sino que debe tener por objetivo la transformación social progresiva y el fortalecimiento de la identidad vasca, y ha de concebir la participación en el actual aparato institucional como un paso táctico hacia un sistema verdaderamente democrático.
Para mucha gente resultará frustrante comprobar cómo el control de un amplio espacio institucional no se traduce en la consecución de nuestros principales objetivos y que, además, las necesidades de la gestión cotidiana pueden hacer que dé la impresión de que a veces realizamos movimientos que parecen indicar una rebaja en nuestros postulados. Sin caer en una defensa a ultranza del pragmatismo, deberemos aceptar con naturalidad y realismo que este trabajo se realizará en una permanente dialéctica entre lo deseado y lo posible. Solo hemos de ser absolutamente intransigentes en la máxima exigencia ética hacia los cargos públicos, y deberíamos implementar desde ya y de forma unilateral nuevos controles y mecanismos de transparencia que alejen cualquier sombra de duda sobre la gestión pública. Igualmente, hemos de ser muy cuidadosos para evitar que se genere una brecha entre la representación institucional y la base social y el movimiento popular, para lo cual deberemos establecer detallados canales de control, información y participación.
El nuevo escenario produce el vértigo de lo novedoso. La situación no está exenta de riesgos, el más evidente que la izquierda abertzale entre en un proceso de asimilación para acabar transformándose en una fuerza política al uso. La fuerza corruptora del sistema es grande, y trabajar con un pie dentro del actual entramado institucional tiene sus riesgos. Habrá que ser muy estrictos con nosotros mismos, en algunos casos quizás más que hasta ahora. Pero las oportunidades que se abren hacen que el escenario en su conjunto sea ilusionante: contar con la participación de personas que hasta ahora se han mantenido al margen de la acción política, aprovechar las sinergias de la confluencia de distintas organizaciones políticas, disponer de la colaboración de una parte de las instituciones, recibir la aportación cualificada de amplios sectores científicos e intelectuales, reubicar en el proceso de construcción nacional y social una cantidad ingente de energía militante liberada de las dinámicas unidas a la estrategia político-militar, acceder de forma limpia y transparente a mayores recursos económicos y materiales para desarrollar la actividad política, eliminar barreras psicológicas y emocionales de amplios sectores de nuestro pueblo y la comunidad internacional hacia nuestros planteamientos… elementos aún en fase potencial pero que se asoman en el horizonte como importantes instrumentos con los que desarrollar nuestra lucha de liberación nacional y social de la forma más eficaz posible.