Ariana
Formó parte del imperio persa Aqueménida en la antigüedad, hoy actual Afganistán.
Las montañas de Ariana, de la provincia de Paktia, son de una belleza indescriptible, de luz tan real como los bosques que afortunadamente aún quedan en el Amazonas. Es en éste entorno donde ubico mi poblado, aldea de casas de adobe, algunas de madera, donde han vivido hombres, mujeres, niños y demás seres junto a los recursos naturales que la naturaleza les iba ofreciendo, desde que Afganistán, se llamara Ariana. Allí vivía Aisha y Nadir con sus tres hij@s ajenos al siniestro “trajín” del imperio en su país; ajenos incluso a las leyes que los Talibanes imponen a la fuerza allá donde campan. Aisha y Nadir, como el resto del poblado tenían sus propias leyes que se fundamentaban en el respeto, la convivencia, amistad y, el trabajo comunitario. Sí hay para todos, bien y, si no hay, no hay para nadie. Así se organizaban, así lo hicieron siempre. Tras las montañas nada existía, ellos nunca habían estado mas allá, lo que tenían lo consideraban suficiente, se sentían satisfechos de su entorno. Aisha disfrutaba de sus hij@s, que entre soles y lunas vio crecer en ese entorno libre que muchos humanos ya desconocemos. Amaba a su compañero y valoraba tanto como a ella misma, la respetaba y quería sobre el claro de la luna donde la contaba historias y cantaba versos de sus antepasados, de los mejores poetas que han habitado éstas tierras como Al-Nafis y Al-Jazari… Aisha reía y los niños cantaban junto a ellos bajo el contagio de la vida en su expresión natural. Cantar es sacar la felicidad que uno siente dentro, compartirla con los demás, disfrutar al mismo tiempo. Un ruido ensordecedor, reventó la mañana, sobresaltando los sensibles oídos de los habitantes de Ariana.
Entre las montañas aparecieron unos helicópteros tan negros como una noche sin luna ni estrellas. Aterrizaron en medio del poblado y de él salieron, como ratas en busca de la presa varios soldados ataviados de todo tipo de armas dando alaridos; los niñ@s empezaron a llorar, asustarse del monstruo que les gritaba, insultaba, despreciaba y corrían sin aliento a refugiarse en sus hogares. Pero el monstruo entró casa por casa disparando como “demonios” venidos de lo mas triste de la tierra. Violaron a las mujeres y niñas, mataron, descuartizaron e incendiaron; una orgía para ellos, un festín para cargar pilas y seguir destruyendo más hogares. En ese momento, Aisha y su familia dejaron de existir como tal, porque en ese momento, justo en ese momento, Ariana pasó a llamarse Afganistán y, el poblado de Paktia, allá en esas hermosas montañas desapareció para siempre.
Argentina
“Las madrastras o las cenicientas de los cuentos de los hermanos Grimm no alcanzan para imaginar lo que sucedió en Buenos Aires a partir de la noche del 14 de marzo de 1977. Después de un operativo, la policía depositó a tres niños en una casa de huérfanos de Banfield en la que conocieron durante siete larguísimos años el socavón del infierno del que todavía, en ocasiones, no terminan de entender si de verdad han salido alguna vez”.
Una noche de marzo de 1977, llegaron oscuros militares tiñendo la noche, a una casita donde dos niños y su hermanita la niña María Ramírez, quedaron desarraigados de sus felices vidas al lado de sus papas que los cuidaban y adoraban. A la mami la desaparecieron para siempre, y a su papá le tenían preso a fuerza de electrones, golpes y humillaciones. Los oscuros personajes llevaron a la hermosa niña María y a sus hermanitos a una muy fea, que llamaban “casa de acogida”, pero esa era una trampa, una gran mentira para engañar y reírse de los niños que en el fondo odiaban, no era una casa para acoger a niños y quererlos, eran muros donde se cobijaba la tortura, una casa que encarnaba dentro de ella los horrores mas macabros, mas penosos e indignos para los niños, para cualquier ser humano. María, lo describió así:
“En la madrugada del 14 de marzo de 1977 fue el último abrazo de mi madre cuando estábamos rodeados de militares y las balas entraban por todas partes. Era terrorífico el operativo, las balas no terminaban de tirarnos. Yo tenía 4 años; Carlos, 5 y Mariano, 2. ¿Por qué pasó todo esto? ¿Por qué tuvimos que salir por la ventana de atrás? ¿Por qué vos no? Antes de saltar afuera, nos abrazaste fuerte y largo. No era un abrazo común: era un abrazo de ¡despedida! Me recuerdo de tus últimas palabras: ‘María te quiero’, e igual a mis dos hermanos. Y también la promesa que te hicimos de cuidarnos uno al otro”.
Tenían 2, 4 y 5 años de edad cuando miraban el operativo en el que un grupo de asesinos, militares, secuestró a su mamá. La policía los abandonó en el Casa Belén, que dependía de una parroquia de Banfield, y sus nombres entraron en un expediente en el que la jueza de Lomas de Zamora Marta Pons se negó a devolverlos cuando una tía los reclamó, porque su padre estaba en la cárcel. La jueza rompió los papeles con sus nombres públicamente, sin el más mínimo pudor… Para acercarnos un tantito cuanto menos al dolor de su desgarro, hay que saber que María estuvo desde los cuatro hasta los once años encerrada en ese “Hogar” de tortura siniestro. Que, de noche, la casa conoció escenas similares a las de un centro militar clandestino. O que ella tenía que enterrar las monedas que alguno de los militares, asiduos concurrentes, le entregaban cuando empezaron a abusar de ella, al igual que a sus dos hermanitos. Que cuando se subió a un avión en 1983 con destino a Suecia, con su papá, todavía no sabía leer o escribir; que enmudecía por espasmos, que no comía y que un día, muchos años después, entre intentos de quitarse la vida, tomó clases de pintura y los profesores corrieron por el espanto de lo que empezaron a ver en sus cuadros:
“Vivíamos en distintas partes, clandestinos. Pasamos por distintas casas. Dos años después, cuando nos secuestraron, estábamos viviendo en Quilmes. Esa noche vino toda la tropa, no quedó casi nada, me acuerdo cómo entraban las balas o del perrito que se esconde atrás de la congeladora. No sé cuánta gente había, pero me acuerdo que nosotros salimos por la ventana con la ayuda de nuestra madre.
Después “caímos en las manos de la jueza Pons, que conscientemente nos hizo desaparecer poniéndonos como NN. Cuando llegamos a la Casa Belén nos bautizaron de nuevo y nos cambiaron el apellido a Maciel. Recibimos el apellido del militar del hogar. Los nuevos padres nos exigían decirles: ‘mamá’ y ‘papá’. Era algo imposible. Pero cuando yo no aguantaba más los golpes, me entregué a llamarlos así: ‘mamá’ y ‘papá’ a Manuel y Dominga.
Mi nuevo padrino me llevaba a su trabajo que eran centros clandestinos donde las paredes tenían más sangre que pintura. En una ocasión no me dejaron entrar porque adentro había gente ‘trabajando’. Podía escuchar la música muy fuerte, las ventanas estaban cerradas. Pero mientras esperaba a mi padrino podía diferenciar que en el fondo de la música había gritos de personas. Gritos de dolor. Ese hogar era un infierno, era una cárcel para niños. Ahí estuvimos casi ¡siete años! Eramos ocho NN. ¡Yo me sentía enterrada viva! Porque el trato era inhumano, había falta de cariño y vida … te pegan y te hacen comer con los perros.
¿De dónde venía ese odio?
Hasta que entendés que es por tus padres, para que no salgas como ellos. Esa era la razón…
Entendí que me estaban engañando y no quería creer lo que me decían. Ese, al final, fue mi secreto:
me dije que nunca iba a decirles que tenía a mi mamá en la memoria… A veces en la soledad, uno puede hablar con alguien y yo pensaba que con ella, de esa manera, podía compartir mucho, porque también estaba prohibido hablar entre nosotros. Había que vivir en silencio. Nadie te pregunta cómo estabas, solamente eran órdenes. Desde afuera se veía todo perfecto, pero adentro era un infierno total…
Era muy clara la idea que tenían de cómo romper con el interior de cada persona, porque nosotros éramos basura para ellos:
a mí me pegaban para que les dijera mamá y papá y al comienzo no quería porque la señora esa era una bruja…
Yo tenía cuatro años. Mi mamá era algo hermoso, cariñosa y ésta era totalmente distinta; Manuel, su esposo, era un milico, trabajaba de noche y tenía su ropa militar…
La casa era una base operativa durante la noche y de día venían siempre los militares, tenían reuniones en el comedor. Las noches eran momentos terroríficos. Hoy mismo todavía me cuesta dormir por todo eso. Ellos tenían sus reuniones y después pasaban por el dormitorio de las niñas: yo no podía dormir por los abusos sexuales y por el miedo de que nos separen a los tres.
Los abusos empezaron a los siete años, el hijo de Manuel tocó a todos los chicos, a mis hermanos y a mí. También venían los compañeros de Manuel y abusaban. Cuando se iban me dejaban una moneda.
La vuelta a la casa también fue una medicina bastante fuerte. La he vivido, tengo los vecinos, he abierto algo social, y esa fue la primera vez que hablé. Y “el Barba” y otros se sorprendieron porque nunca me escucharon hablar. Y ahí me decidí y hablé porque, como varias veces me pusieron un arma y me dijeron: “Si hablás alguna vez, click: te vamos a matar”. Me ponían el arma en la cabeza para demostrarme que era verdad, pero ya atravesé un poco ese miedo.
Euskal Herria
Amaia: «Me detuvieron el 29 de octubre, a las tres de la mañana. En el momento de la detención mis padres se encontraban en casa. Golpearon la puerta, mientras gritaban que era la Guardia Civil y que abriésemos la puerta. Me puse muy nerviosa y me entró el pánico, así que fui corriendo a la habitación de mis padres buscando resguardo.
Fue mi madre quien abrió la puerta, y nada más hacerlo entraron en casa muchos agentes de la Guardia Civil en tropel, con las armas en las manos, apuntando hacia todas partes y preguntando por mí. En aquel momento me di cuenta que no había escapatoria y se me cayó el mundo a los pies… me presenté ante ellos y les dije que yo era Amaia.
Me llevaron a la puerta y me colocaron unas esposas de metal a la espalda. Antes de llegar al portal me ordenaron bajar la cabeza y mientras me decían que ni se me ocurriese mirar, me dejaron en manos de otros dos hombres. Me agarraron de los brazos, me dijeron “ahora calladita” y me sacaron del portal y me metieron en un coche oscuro. Oí los gritos de mi madre dándome ánimos, estaba aterrorizada, me encontraba en sus manos y no podía hacer nada para salir de aquella situación. No podía creer que fuese cierto, aquello tenía que ser una pesadilla…
El que durante el trayecto me fue hablando me dijo “ya hemos llegado puta, y no nos has dicho nada”, mientras me dejaba en manos de otros guardias civiles. Estos, entre ellos había una mujer, me llevaron aun baño que estaba bajando unas escaleras; me dijeron que me quitase la ropa y me ordenaron ponerme bajo una ducha que allí había. Me mojaron entera con agua fría, después me devolvieron el tanga y el sujetador mientras me ordenaban que me los pusiera. Me quitaron los pendientes, las pulseras, los anillos…
Al cabo de unos diez minutos de que me hubieran metido en el calabozo, golpearon en dos ocasiones en la puerta, e hice lo que ellos me habían ordenado; me puse de espalda a la puerta contra la pared, me temblaba todo el cuerpo del miedo que tenía. Nada más se abrió la puerta oía la voz del guardia civil que había ido en el coche hasta Madrid, diciéndole a otro, al que llamó Garmendia, que hiciese lo que tenía que hacer. Se tiró sobre mí, me echó a la cama y me agarro muy fuerte de los brazos. Empecé a gritar que me dejase y ellos me gritaban “¡cállate puta!”. Entonces les vi, estaban encapuchados y el que había ido en el coche tenía bajados los pantalones y los calzoncillos, y venía hacia mí mientras me decía entre risas “nos vamos a follar a la novia del jefe”. Se tiró sobre mí mientras restregaba su cuerpo contra el mío… La puerta del calabozo estaba abierta y allí había no sé cuantos guardias civiles más que gritaban, entre carcajadas, que ellos serían los siguientes. Yo les gritaba, estaba llorando, pero les daba igual. El que estaba sobre mí, me sobaba todo el cuerpo con sus manos y cada vez se apretaba con mas fuerza contra mi entrepierna mientras me gritaba. Los que estaban en la puerta estaban pidiendo su turno y entre risas me decían “te va a follar hasta la tía que está aquí con nosotros”… Cuando se fueron tenía todo el cuerpo completamente dolorido, me sentía ya sin fuerzas y estaba llorando sin parar, estaba completamente mojada y tirada en una esquina tapada con una manta.
No sé el tiempo que transcurrió hasta que de nuevo golpearon la puerta del calabozo; estaba temblando, no tenía ni fuerzas para levantarme y empezaron a gritarme “¡Levántate zorra que ahora es la buena, ponte en tu posición!”. Cuando hice lo que me ordenaron se abrió la puerta y, entre risas, me cubrieron los ojos. Me sacaron del calabozo, esposada y con la cabeza agachada. Bajamos unas escaleras, subimos más escaleras, dimos vueltas hacia un lado, al otro y me metieron en una habitación, poniéndome en una esquina contra la pared. Me empezó a hablar un hombre cuya voz no había oído hasta aquel momento. Me dijo que ya sabía que hasta aquel momento no había dicho nada interesante y que a partir de aquel momento comenzaba el infierno para mí; que tenía dos opciones y que al parecer había aceptado la más dura, que todo lo que me harían a partir de aquel momento sería culpa mía… mientras me preguntaba si quería cambiar de idea. Yo no podía dejar de llorar y le dije que no sabía nada, que no sabía porqué motivo me habían detenido. Entonces aquel hombre me dijo “tú has elegido” y diciéndome que se iba y me dejaba en manos de sus hombres, que a ver si cuando volviese tendría valor para seguir diciendo lo mismo. Acto seguido otro me agarró del brazo y sacándome de allí me llevó a otra habitación. Esta habitación era toda de baldosas. Cuando me metieron allí me quitaron el antifaz y pude ver que había cinco hombres, todos encapuchados. La luz que había era blanca y me producía dolor.
Me sentaron en una silla y me enseñaron un paquete de bolsas de basura, mientras me preguntaban si sabía para qué eran. Les dije que sí, y me obligaron a explicarles para qué las utilizaban. Estaban venga reírse hasta que uno de ellos golpeó la silla con la mano. Me dijeron que había perdido toda oportunidad y que de allí en adelante conocería lo que ellos llaman tortura. Me gritaban los nombres de amigos y conocidos y querían que les dijese de qué les conocía y en qué trabajaban. Les decía que a muchos les conocía pero que no tenían ninguna relación con la organización, por lo menos que yo supiera; en aquellos momentos me gritaban y me insultaban puta, zorra, mentirosa, y me colocaban una bolsa por la cabeza mientras me la apretaban por detrás. Al principio sentía calor, tenía la cara empapada en sudor, intentaba moverme cuando la bolsa me tapaba la boca, no podía respirar y comenzaba a marearme; conseguía romper la bolsa con los dientes, y en aquellos momentos, cuando empezaba a respirar de nuevo, me golpeaban en los oídos sopapos con la mano abierta.
Me levantó un poco el antifaz, me enseño una pistola, era de metal. Yo intenté revolverme, estaba aterrorizada pensando que me iban a pegar dos tiros… Entre risas me preguntaron si la quería coger con las manos, a ver si tenía “cojones” como mi hermano y mi compañero para dispararles; yo les decía que no, entre sollozos, temblando y ellos entre risas me decían cosas del estilo de “puta traidora”. Entonces sentí el metal entre mis piernas y un guardia civil me susurró que no me moviese, yo lloraba, y empecé a gritar como una loca, mientras hacía fuerzas por juntar mis piernas, pero no podía porque tenía atados los tobillos a las patas de la silla…
Me puso la pistola entre las piernas y con su mano me apartó el tanga, yo le gritaba que me dejase en paz, pero él comenzó a golpearme en los oídos con las manos abiertas a la vez que me gritaba que estuviese quieta o que se le iba a escapar un tiro porque la pistola estaba cargada. Oía las carcajadas de los demás diciendo cosas del estilo de “zorra, guarra, puta, si te va a gustar”… no podía parar de llorar y ya no tenía fuerzas para gritar. Empezó a introducirme y a sacarme la pistola de forma más violenta, lo que me provocaba dolor, mientras el que me estaba violando me susurraba “si te gusta puta”, “no vas a tener un hijo de puta porque te voy a pegar dos tiros”; su olor se me metía hasta dentro, me daba asco, no sé si alguna vez se me irá ese olor de la cabeza…
Todos estaban riéndose, uno me sujetaba por el cuello mientras el otro una y otra vez me metía y me sacaba el cañón de la pistola en la vagina y me sobaba el pecho de forma muy brusca, apretándome el pecho con las manos. Notaba dentro de mí el frío del metal, ellos me repetían que la pistola estaba cargada y que si disparaban sería mi culpa…
No sé durante cuanto tiempo se prolongó la violación, pero me quedé muda, estaba como perdida; en aquella habitación estaban violando mi cuerpo pero por un momento yo conseguí huir de allí, entre sollozos, pero conseguí huir de allí; me acordaba de la gente de mi entorno, estaba con ellos y con ellas, estaba protegida…
De repente sacó muy bruscamente el cañón de la pistola de dentro de mí… Cuando vinieron de nuevo a buscarme, había pasado mucho tiempo, vino la mujer y me llevaron al baño, con los ojos tapados, me obligaron a ducharme y me dieron ropa limpia… Después me metieron en un furgón quitándome el antifaz, me llevaban a la Audiencia Nacional, empecé a llorar, por fin estaba fuera de aquel infierno.”
El 27 de octubre del 2009, Amaia Urizar, de 27 años abandonó la cárcel después de 5 años privada de libertad, y después de haber sufrido un suplicio de “hombres” vestidos de negro, al igual que les pasó a los habitantes de la aldea de Ariana, de la niña María Ramírez en Argentina, y de tantos otros seres humanos que ayer y hoy son víctimas de lo mas oscuro de éste mundo.
PD.
“Sin duda, los vejámenes sexuales tienen un componente machista, no sólo te muestran el poder de las armas, de la superioridad física, de la situación de inferioridad que de hecho se produce al estar vendadas y esposadas, sino también el símbolo la demostración del otro poder: el poder fálico”, dijo Silvia Ontivero de Argentina, que sufrió en su propio cuerpo, tres y cuatro veces por día durante su cautiverio en el D2, de la ciudad de Mendoza… “La violación era una forma más de degradación, la idea era convertirte en nada, es un recuerdo que no se borra nunca, eso de cómo percibes en ese momento la transformación de hombre a alimaña. No quiero decir animal por respeto a los animales. Como mujer lo que percibes es que quien te somete es un monstruo, no puedes verlo de otro modo porque ahí, en ese ser, esa alimaña, no hay inteligencia, ni humanidad, no está dentro de la categoría humana que estás acostumbrada a tratar”.
Son hechos, testimonios, denuncias de rigor apremiante, son los pueblos azotados que hablan a viva voz, es el imperialismo y su capitalismo maldito en el mundo restregando la tortura sobre culturas, seres que antes de ellos nacer le tienen marcado el destino. Una práctica de hechos que evidencian una vez más, mil y un millón de veces al monstruo. Cadena de acciones con eco de escalofrío; es el poder absoluto, es el imperio destructor, su fuente, por donde emerge la vida del planeta.
Maité Campillo (actriz)