Tal vez fuera la Madre Superiora quien dijera ‘las alumnas reclaman por el gusto de hacerlo’, y en aquel atardecer de víspera increíble Daniela quince años.
Ayer nadie la vio, mejor es no hablar de cosas tristes, o ’por algo será’; pero ella no aparece y en herencia de sueño que mantienen las hembras, la cepa de la espera les crece cada hora. Y a viento atravesado o en el mar más profundo, ninguna madre olvida ni un minuto su cría. Así que pronto anduvo Alicia por la Plaza de Mayo junto a otras madres y de blanco pañuelo en la cabeza, apretadas del brazo afirmando el mandato de la sangre.
En ellas no valen cobardías ni palabras menores y recorren la plaza sin el mínimo rezo, contrariando amenazas milicas y el cobarde ’yo no me meto en nada’. O el “¿qué quieren esas locas desvelando a la gente que desconoce culpas?” – que aullaron los cómplices ‘diarios de la patria” anunciando que nada sucediera. Pero, ¿hijos de quienes fueron los muchachos sin rastro tras letales pinchazos y tirados al río?
Daniela no aparece y ni recuerda Alicia cómo aprendió a llorar en tono bajo y no inquietar los ruidos de la calle. Alguien se ha detenido pero sigue en la noche, el resonar de un timbre solamente es deseo y los autos que pasan se llevan la noticia, en tanto para Alicia no es verdad ese sueño de monstruos asesinos y sellados cuarteles.
No regresa Daniela y Alicia carga entero su fusil de recuerdo. El proyectil del tiempo ha de orientar su búsqueda si nada más que el aire, con su manera antigua, puede contar la historia sin rendirse un instante. Y a pesar de todos los pesares Alicia imagina el rostro de quien robó a su hija; y lo trae de ida y vuelta con la furiosa pena de no olvidarlo nunca. Porque al fin, distraído en menesteres del cielo y esas cosas anduvo dios por esos días, sordo ajeno al minuto cuando Daniela quince años, de los pelos y en andas entre voces de mando y brutal reglamento, derrumbada en un piso de orín y violaciones. Y ha de seguir Alicia preguntando a quién le confió dios conducir la manada…
Pero cada pregunta clavándose las uñas ha sido derrotada de tanto preguntarse. ¿Quién dispuso que Daniela quince años no volviera a decirle que unos tipos de anteojos apagados por cumplir unas órdenes bestiales, la arrastraron y luego lo demás igual de miserable? Hoy Daniela no está y Alicia plancha su pañuelo. Ya vuelta de los años sin consuelo anda su pena visceral contra las voces muertas de los comunicados. ’Señoras, investigaremos hasta las últimas consecuencias’ y otras jaranas que tanto han divertido a tipos de uniforme y de sotana. Pero Alicia pervive, ya sabe quién amenazara ’las alumnas no deben reclamar ni sonreír a destiempo’, infamia que también le duele cada hora. Y el nombre de pretores de astrales intereses al ordenar ’ni una sonrisa adolescente puede quitar al rezo de su sitio’; y más tarde Daniela aullara en medio del tormento.
Ha de seguir el sol clareando grises y el perfil del jazmín bajo la lluvia; nadie esquiva el fusil de la memoria aunque cambie su aspecto cada día. Sólo algo no existe, es el olvido, y el aire seguirá con su relato si Alicia plancha el pañuelo que llevará a la Plaza. (1980)
Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.