De las 42 manifestaciones ciudadanas en las que participé hasta 2010, 21 fueron reventadas brutalmente por la Ertzaintza, generándose los consiguientes enfrentamientos de contestación. Si quienes lideran a estos «escuadrones enmascarados» fuesen más inteligentes y humanos, o menos soberbios y prepotentes, ¡cuántas batallas y sufrimiento se hubiesen evitado! Porque la ley y el orden se defienden con justicia y diálogo sereno y constructivo; jamás violando derechos básicos como su integridad física, o de asociación y manifestación pública, reconocidas en toda democracia.
Nada tan abyecto como la represión coercitiva por imposición policial, manifestada en forma de revanchismo visceral próximo al rencor, que en la mayoría de las ocasiones utiliza la Ertzaintza contra todo tipo de actos de significado abertzale, principalmente.
Iñigo Cabacas es, de momento, la última víctima de una policía émula de Fraga Iribarne, que se creía dueño de la calle y mandaba a sicarios a disparar a matar.
¿Cuántos heridos, lesionados de por vida y muertos serán precisos para que la razón y la justicia desmonten de nuestra sociedad el cínico y cobarde argumen- to de la prepotencia bruta, relegando al olvido actuaciones policiales penalmente tipificadas como delito criminal?
Hace seis años, los beltzas me agredieron impunemente en Donostia. Tratando de evitar la «batalla» de Alde Zaharra, caminaba bajo los pórticos de la Diputación, cuando un pelotazo en una pierna me derribó al suelo. Abordado al instante por tres «defensores del ciudadano y la paz», entre insultos y amenazas abrieron la bolsa de viaje que portaba. El material de guerrilla urbana que encontraron se redujo a tres obras de la literatura universal, «peligrosas armas revolucionarias».
Inquiero respuestas; los motivos de aquel atropello ruín: disparar primero, preguntar después. Insisto sobre los derechos que me asisten como ciudadano… El jefe del «comando pacificador», a modo de ángel redentor, fue claro y tajante: «¡Cállate, cabrón, o te machaco el cráneo. Me paso por el culo tus derechos!» Ilustrada perla de agudeza cuartelera en fase de promoción cultural. Cuando los «bravos rambos» me dejaron marchar, iba pensando en la nulidad y desamparo legal del ciudadano ante agresiones de la Ertzaintza; indefenso ante el cínico y beligerante «mis mentiras valen más que tus verdades», de uso en todos los estamentos policiales. La actual Ertzaintza no está en condiciones de prestar a la ciudadanía servicios asépticos en clave de dignidad, prudencia y justicia. Es más, su impunidad ralentiza la paz.
Un policía antisocial, ajena a los sentimientos y a la verdad que anida en nuestro pueblo, maltratado y perseguido por quienes debieran ser paladines de la justicia, la libertad y derechos humanos, no tiene cabida en Euskal Herria.
En esos tiempos de renovación y oportunidades para la paz, sobran actitudes que recuerdan a la «camorra», para nuestra desgracia fuente de conflictos evitables, generadores de abusos, injusticias y enormes tristezas.
La reciente muerte de Iñigo Cabacas es el ejemplo más doloroso y sangrante de una realidad fuera de tiempo, que es preciso erradicar para siempre del sustrato social de Euskal Herria.
Entre tanto, la patéticas lamentaciones del trujamán mayor de Arkaute, Sr. Ares, justificando el implacable trabajo de sus centuriones, añaden descrédito a un cuerpo policial socialmente devaluado, que emana fundamentalismo cuartelero por sus poros.