La actual crisis del capitalismo dio sus primeras señales en los Estados Unidos en el 2007 y ya hizo aparecer en el Brasil signos de incertidumbre.
El sistema es un gato de siete vidas. En el siglo pasado enfrentó dos grandes crisis: la primera a comienzos del siglo XX, en los orígenes del imperialismo, al pasar del dejar hacer (liberalismo económico) a la concentración del capital por parte de los monopolios. La guerra económica por la conquista de mercados condujo a la bélica: la Primera Guerra Mundial. Y acabó en una “salida” hacia la izquierda: la Revolución Rusa de 1917.
En 1929 se dio una nueva crisis, la Gran Depresión. En un abrir y cerrar de ojos miles de personas perdieron sus empleos, quebró la Bolsa de Nueva York, se extendió la recesión durante un largo período, afectando a todo el mundo. Pero esta vez la “salida” fue hacia la derecha: el nazismo. Y como consecuencia la Segunda Guerra Mundial.
¿Y ahora qué?
Esta tercera crisis se diferencia de las anteriores. Y es sorprendente por varios aspectos: los países que antes componían la periferia del sistema (Brasil, China, India, Indonesia) están mejor que los metropolitanos. Este año el crecimiento de los países latinoamericanos debe superar al de los EE.UU. y al de Europa. En esta parte del mundo son mejores las condiciones para el crecimiento de la economía: salarios en alza, desempleo a la baja, crédito abundante y reducción de las tasas de interés.
En los países ricos se acentúan el déficit fiscal, el desempleo (en la Unión Europea hay 24.3 millones de desempleados), el endeudamiento de los Estados. Y en Europa parece que la historia ‑para quien ya vio esta película en América Latina- está siendo repetida: el FMI pasa a administrar las finanzas de los países, intervino en Grecia y en Italia, y quizá dentro de poco en Portugal, y Alemania, como acreedora, logra lo que Hitler intentó por las armas: imponer a los países de la zona del euro las reglas del juego.
Hasta ahora no hay salida para esta tercera crisis. Todas las medidas tomadas por los EE.UU. son paliativas y Europa todavía no ve la luz al final del túnel. Incluso se puede agravar todo con la ya anunciada desaceleración del crecimiento de China y la consecuente reducción de sus importaciones. Para la economía brasileña sería drástico.
El comercio mundial ya se redujo un 20 %. Y se da una progresiva desindustrialización de la economía, que está afectando al Brasil. Lo que, por otro lado, sustenta las ganancias de las empresas es que ellas operan por ahora tanto en la producción como en la especulación. Y, a través de los bancos, promueven la financiación del consumo. ¡Viva la vida! Hasta que la pelota estalle y la insolvencia se propague como la peste.
La “salida” de esta tercera crisis ¿será por la izquierda o por la derecha? Temo que la humanidad se encuentre bajo dos graves riesgos; el primero ya es obvio: los cambios climáticos. Producidos incluso por la pérdida del valor de uso de los alimentos, ahora sujetos al valor de compra establecido por el mercado financiero.
Se está dando una creciente reprimerización de las economías de los llamados emergentes. Países como Brasil retornan en el tiempo y vuelven a depender de las exportaciones de commodities (productos agrícolas, petróleo y mineral de hierro, cuyos precios son determinados por las transnacionales y por el mercado financiero).
En este esquema global, ante el poder de las gigantescas corporaciones transnacionales, que controlan desde las semillas transgénicas hasta los venenos agrícolas, el latifundio brasileño pasa a ser el eslabón más débil.
El segundo peligro es la guerra nuclear. Las dos crisis anteriores tuvieron en las grandes guerras sus válvulas de escape. Ante el desempleo masivo, nada como la industria bélica para emplear trabajadores desocupados. Hoy día hay miles de artefactos nucleares guardados por todo el mundo. E incluso hay minibombas nucleares, con precisión para destrucciones focalizadas, como en Hiroshima y Nagasaki.
Estamos a tiempo para rechazar la anticipación del apocalipsis y reaccionar. Para buscar una salida al sistema capitalista, intrínsecamente perverso, hasta el punto de destinar miles de millones a fin de salvar el mercado financiero y de dar la espalda a los millones de seres humanos que sufren entre la pobreza y la miseria.
Lo que nos queda, pues, es organizar la esperanza y crear, a partir de una amplia movilización, alternativas viables que lleven a la humanidad, tal como se reza en la celebración eucarística, “a repartir los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano”.